miércoles, 28 de abril de 2021

LA CRUZADA DE VONNEGUT


  [Kurt Vonnegut, Matadero cinco, Blackie Books, trad.: Miguel Temprano García, 2021, págs. 205]

            Matadero cinco es un libro memorable que, si se hubiese publicado en 1959 y no en 1969, no habría tenido ni la resonancia ni el éxito que lo convirtieron en un clásico instantáneo de la novela americana posmoderna y un satírico manifiesto pacifista para la contracultura de finales de los sesenta. Con aguda inteligencia y un inimitable sentido del humor, heredero de Mark Twain, Kurt Vonnegut (1922-2007) supo aprovechar la coyuntura histórica de la guerra de Vietnam y sus secuelas para escribir sobre sus vivencias traumáticas durante la segunda guerra mundial y el espantoso bombardeo de Dresde, foco de la barbarie sobre el que esta novela gravita como si fuera un agujero negro.

En febrero de 1945, Dresde fue devastada por las bombas aliadas. Vonnegut estaba allí prisionero, como su personaje Billy Pilgrim, y tardó muchos años en poder escribir sobre esa experiencia terrible. Según algunos moralistas, nunca lo hizo, ya que esta novela mítica es y no es, al mismo tiempo, una novela sobre el bombardeo incendiario de Dresde y los incontables horrores de la guerra. Matadero cinco es, además, una novela tragicómica sobre la vida americana de la posguerra (la existencia profesional y familiar de Billy Pilgrim) y sobre las fantasías pueriles de la cultura americana de masas y la sociedad de consumo (el planeta Tralfamadore y sus excéntricos habitantes). Es una novela, en definitiva, sobre lo que significó para los americanos proclamarse campeones del mundo después de 1945, con todo el ridículo y el absurdo metafísico que eso conlleva también.

Las reglas del juego novelesco están diseñadas desde el principio, a caballo entre la ficción y la metaficción, la fabulación pura y el regodeo pleno de la escritura. El capítulo 1 sirve de exordio autobiográfico para explicar la dificultad y hasta la imposibilidad del proyecto de escribir una novela como esta y el capítulo 10 funciona como epílogo para contextualizar el final de la aventura artística de escribirla en una América violenta donde Robert Kennedy y Martin Luther King acaban de ser asesinados y la relación de muertos en Vietnam es el menú diario de los periódicos, las radios y las televisiones.

En medio, están los ocho capítulos que cuentan la peregrina historia de Billy Pilgrim: un hombre insignificante que participó sin pena ni gloria en la segunda guerra mundial y asistió como testigo involuntario a la destrucción de Dresde, como la llamaría Sebald, quien también escribió sobre esta masacre (Sobre la historia natural de la destrucción; 1999), y luego disfrutó de una vida confortable, burguesa y perfectamente convencional en su ciudad natal (Ilium, Nueva York). En el capítulo 5, por cierto, en un episodio grotesco relacionado con la letrina de un campo de concentración nazi, aparece Vonnegut confesando que está vaciándose las tripas a fondo y excretando hasta el cerebro. Un guiño irónico al lector y un grito desesperado del autor sumido en el pozo insondable de la experiencia de escribir esta novela imposible.

La otra dimensión de la novela, que asimila sus técnicas y temas a la ciencia-ficción, aunque sea como metáfora, a la manera desenfadada de Kilgore Trout, es la abducción de Pilgrim al planeta Tralfamadore y su reclusión en un zoo espectacular, construido como una cúpula geodésica, en compañía de la despampanante estrella porno Montana Wildhack (en la curiosa adaptación cinematográfica la exuberante Valerie Perrine le daba cuerpo y alma de mujer terrícola) para instrucción y regocijo de los traviesos tralfamadorianos (tan indiferentes al destino humano como los marcianos de Mars Attacks!, la magnífica película de Tim Burton, una farsa americana que comparte espíritu paródico con Matadero cinco). 

Esta ingeniosa fantasía introduce en el estrambótico relato de las desventuras de Pilgrim una ironía cósmica respecto a la tragedia y una idea extraterrestre del espacio-tiempo. Explotando al límite las posibilidades de esa licencia narrativa, Vonnegut logra conjurar la exigencia moral de dar cuenta exhaustiva del horror vivido. Por todo ello, Matadero cinco, cincuenta y dos años después de su publicación original, aún constituye un paradigma extraordinario del poder de la literatura para evocar el mal sin intoxicarse con el veneno de la realidad.

viernes, 23 de abril de 2021

PEQUEÑECES


 [Publicado en medios de Vocento el martes 20 de abril

 Esta pandemia lo ha vuelto todo pequeño. Más pequeño de lo que ya era, quiero decir. La vida se ha hecho pequeña y las relaciones han menguado hasta la invisibilidad. Solo los chinos se han hecho grandes. Más de lo que ya eran, quiero decir. Pero todo lo demás es diminuto y exiguo, como el mundo donde vivimos o las películas oscarizadas de este año, más pequeñas y modestas que nunca. Es lo que hay, maldecía Kurt Vonnegut.

Hay quien sostiene que lo pequeño corresponde a nuestro modo de vida y pensamiento. La clase media se siente más confortable en las pequeñas dimensiones e impone esa visión reducida de las cosas en todos los ámbitos. Basta con mirar las encuestas y las listas de éxitos. Allí donde se quiere agradar siempre a la clase media, como hacen Disney, Mediaset o Díaz Ayuso, allí reina lo pequeño y hasta lo minúsculo, como el Bebé Yoda. Y la izquierda ni se entera de esta lección histórica. En Lilliput, la revolución debe hacerse desde dentro del sistema y no contra el sistema. Es lo que hay.

Un país pequeño es un país donde lo pequeño manda en los diferentes niveles de la realidad. Y España lo es, como Cataluña, cada vez más encogida. La pequeña España, por su parte, no logra meterse en la lucrativa guerra de las vacunas con la gran vacuna del CSIC que nos prometen para cuando la covid-19 haya cambiado el maldito dígito de identificación y ya nadie sepa a ciencia cierta a qué juega este virus exterminador. Otra prueba de pequeñez flagrante es que la “ley Rhodes” contra el abuso infantil se aprobó por azar el mismo día en que se hizo público que un equipo de científicos españoles había creado un cóctel explosivo de células humanas y embriones de macaco en un laboratorio chino. Es lo que hay.

Los científicos cometen el error de pensar que nadie ha leído “Frankenstein” con provecho. Y por eso seguimos creyendo en tantas cosas increíbles. El origen de la pandemia es natural, la vida volverá a ser como antes, los paraísos fiscales son un mal menor de la economía mundial, la monarquía es una institución moderna, Rociíto es una mujer ejemplar y Cristina Pedroche una superviviente televisiva, los partidos combaten la corrupción, las vacunas son innocuas, la vida no es una matanza, todos seremos iguales en el futuro y no habrá más guerras, la ciencia es inocente, Bankia y Caixabank se unen por nuestro bien, el Madrid ganará la Champions y Gabilondo las elecciones madrileñas. Es lo que hay. Qué pequeños somos. Qué pequeño nuestro mundo. Viva la bagatela. 

lunes, 19 de abril de 2021

ANESTESIADOS


[Laurent de Sutter, Narcocapitalismo, Reservoir Books, trad.: Pelayo Mencos, 2021, págs. 121]

 

Hay un momento irónico en la tercera temporada de la gran serie Ozark, culminación de sus planteamientos más críticos, cuando el hijo de los protagonistas, obligado en la escuela a escribir una reflexión sobre la guerra contra las drogas, recuerda cómo el sistema financiero fue sostenido por el dinero negro del narcotráfico en la crisis de 2007. Se evitó así la catástrofe que hubiera supuesto el colapso de la economía americana y, por ende, mundial. A este hecho escandaloso se refiere también de Sutter en uno de los apartados de este incisivo e inteligente ensayo, una tentativa de electroshock sobre el anestesiado cerebro del presente.

Para llegar a esta era de la anestesia, como la tilda de Sutter, este momento “narco” del capitalismo global, ha habido que recorrer un largo periplo histórico, con secuelas insólitas y conclusiones terribles: desde el descubrimiento y primera aplicación de la anestesia, con el fin de suprimir el dolor de los pacientes que experimentaban su paso por el quirófano como una tortura y un tormento, al uso abusivo del cloral para anular la actividad de los enfermos de manías y depresiones, pasando por la adicción a la morfina y luego la cocaína como calmantes del alma inquieta, o la aparición de la píldora anticonceptiva, inhibidora libidinal.

            En todas estas fases progresivas, en efecto, la palabra excitación, con sus sinónimos el entusiasmo, la animación y la exaltación como matices de estados desbordantes del ser, se impone como el mal que es necesario reprimir y domesticar. Y las consecuencias de estas políticas (anhedonia, pasividad, apatía, sumisión) funcionan como modos de controlar la psique individual y la actividad insurgente de las masas, esa multitud cuyo desenfreno dionisíaco pone en peligro el orden social. Esta historia sobre cómo el control de los cuerpos por el poder (o biopolítica) se transformó en control del cerebro (o psicopolítica) posee rasgos foucaultianos innegables, pero se expresa con la originalidad intelectual y la elocuencia conceptista que representa de Sutter en el panorama del pensamiento europeo contemporáneo.

          En el desarrollo lógico de sus argumentos, parágrafo a parágrafo, a la manera de un Wittgenstein de las implicaciones farmacológicas del capitalismo de los dos últimos siglos y, por supuesto, de las implicaciones políticas, sociales y económicas de la farmacología, de Sutter establece conexiones asombrosas entre fenómenos disímiles. La conquista de la noche, por ejemplo, como amenaza de la cultura proletaria más politizada contra el orden diurno del trabajo y la producción, con el nacimiento de la discoteca como apoteosis de la libertad y fraternidad de los cuerpos de las clases populares, y el uso de la cocaína para exacerbar la diversión tanto como la guerra, el trabajo a destajo como el insomnio, insensibilizando la vivencia corpórea mientras potencia la acción neuronal.

            Las secciones dedicadas a la píldora anticonceptiva rebosan de paradojas, uno de los recursos retóricos más efectivos del autor para evidenciar la complejidad del tema. Financiadas por movimientos liberadores de la mujer, las investigaciones científicas en torno a la cuestión de la infertilidad inducida con progesterona dieron lugar a fármacos ambiguos utilizados por la medicina para impedir el poder reproductivo de las mujeres en un período histórico donde el número de partos era excesivo para la contabilidad demográfica y, de paso, para disminuir la demanda libidinal de las mujeres. Así que la famosa píldora, instrumento de liberación de la mujer en los discursos feministas al uso, fue también un potente inhibidor del deseo femenino y no solo de su fecundidad. Esta es una de las numerosas sorpresas que este informado ensayo revela a sus lectores atentos.  

domingo, 11 de abril de 2021

BAUDELAIRE AL DESNUDO


[Charles Baudelaire, Las flores del mal, Nórdica, trad.: Carmen Morales y Claude Dubois, 2021, págs. 183]

      El 9 de abril de 1821 nació en París Charles Baudelaire. Ese mismo día nació la poesía moderna, esa que arranca de él como un caudal turbulento y se precipita con furia, a través de Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé y Laforgue, en el tumultuoso océano del siglo XX, del que poetas como Apollinaire, Rilke y Eliot destilarían los elixires más tóxicos y tentadores. Para celebrar tal acontecimiento, la editorial Nórdica reedita ahora esta joya literaria (un florilegio selecto de Las flores del mal) con magníficas ilustraciones de Louis Joos. 

          Las flores del mal (1857) es el poemario seminal que engendra la sensibilidad moderna. En À rebours (1884; mi título en español favorito es Contra natura, sugerido por Cabrera Infante en la edición de Tusquets de 1980, frente a los más neutros o moderados Al revés y A contrapelo), el gran Huysmans convirtió a Baudelaire en el poeta predilecto del excéntrico dandi y esteta absoluto Des Esseintes, que no soporta la existencia diaria excepto si puede injertarle algún artificio estimulante. A su vez, esta fascinante novela es el texto maligno (el libro amarillo) que corrompe a los estetas ingleses de El retrato de Dorian Gray (1890) del no menos grande Oscar Wilde, completando así el círculo vicioso de influencias decadentes originado por la cosecha maldita de Baudelaire.

Baudelaire encarna, como escribió Julien Gracq, la madurez consumada de la poesía y la cultura. Una cultura que alcanza la madurez histórica se expresa con la voz lírica de Baudelaire (“Tengo más recuerdos que si tuviese mil años”, declara el poema “Spleen”). Una poesía que logra sondear abismos del alma y el cuerpo que hasta entonces nadie imaginaba (“al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo”, se lee en el poema “El viaje”). Simas del espíritu y la sensibilidad que la inteligencia ilumina y el lenguaje crea y recrea con la sonoridad de los versos y la belleza de las imágenes. En “Las joyas”, poema prohibido, donde la adorada amante del poeta se deja poseer desnuda conservando puestas sus joyas más preciosas, se alegoriza la alianza del sonido y la luz, el candor y la lubricidad, que define la poética erótica y paradójica de Baudelaire.

Baudelaire ostenta todas las máscaras contradictorias de la poesía. Esta multiplicidad hizo que algún crítico hablara de la “doble postulación” de la escritura de Baudelaire, su esquizofrenia entre el ideario romántico y la tendencia barroca. El alma romántica (“La musa enferma”) lo fuerza a identificarse con el albatros abatido, torpe en el suelo y majestuoso en el vuelo, o con la profundidad del mar y sus tesoros imaginarios, o con la psique atormentada que actúa como vampira de sí misma, o con el maldito repudiado por la sociedad y la familia burguesas. Y también soñar con los paraísos perdidos de la infancia, o con recostarse a la sombra del cuerpo descomunal de “La giganta”, otro paraíso tentador y sensual, o con adormecerse en medio de una orgía de cuerpos revueltos, embebido en fragancias artificiales y aromas animales.

Mientras la lucidez libertina y la exuberancia barroca (Rubens, Rembrandt, Puget y Watteau son algunos de “Los faros” que lo alumbran en la noche poética) guían a Baudelaire en sus preferencias por la seducción y el artificio, el lujo y la sensualidad, el refinamiento en la depravación, el juego erótico, la apoteosis del ornamento, el maquillaje, la moda superflua, la frivolidad y la superficie mundanas. Baudelaire es el genial poeta de la vida moderna con todos sus contrastes e incongruencias, el primer escritor que percibió la sinestesia y las “correspondencias” como modos estéticos de conectar sensaciones inconciliables. Es imposible, al mismo tiempo, leer poemas como “La metamorfosis del vampiro”, “La carroña”, “Mujeres condenadas”, "Las letanías de Satán", "A una que pasa", "El Leteo", "A la que es demasiado alegre" o los ciclos de "El vino" y "Spleen", entre otros, sin sentir la deliciosa crueldad, sádica y masoquista, el humor negro, el ingenio sulfúreo y la ironía satánica de su autor.

Baudelaire ve la realidad con el desprecio sarcástico con que Don Juan, al abrazar su destino trágico, contempla el paisaje infernal en el poema “Don Juan en los infiernos”: desafiando a los poderes divinos que condenan la vida a la intrascendencia y los poderes diabólicos que la arrastran a la perdición. Baudelaire y Nietzsche hacen buena pareja en la historia de la cultura. Lo dionisíaco y lo apolíneo, tándem recuperado por el filósofo alemán en sus exploraciones de la cultura griega antigua, concuerdan a la perfección con las aspiraciones artísticas del visionario poeta francés, como el Eros y el Tánatos freudiano.

El malditismo es otra máscara del mal que el poeta ostenta ante la sociedad y la familia que lo desprecian por su vocación anómala. No hay peor maldición, exclama la madre en el poema “Bendición”, que haber dado a luz a un hijo poeta como Baudelaire. El matriarcado maléfico (Mater Lachrymarum, Mater Suspiriorum y Mater Tenebrarum), que Baudelaire descubrió, sin sucumbir a las fantasmagorías del opio, en la lectura apasionada de Thomas De Quincey (Suspiria de profundis; 1845), expresa así todo el poder primigenio de las entrañas para destruir a su débil criatura. Es negando ese terrible poder materno como Baudelaire logra desvincularse de sus orígenes, invertir su fuerza y convertirla en poder de creación alquímica del verbo y la sensibilidad.

Con afán provocador, el título original pensado por Baudelaire para el célebre poemario era Les lesbiennes (Las lesbianas), pero fue prohibido por la censura inapelable como lo fueron por sentencia judicial en 1857 (y excluidos de las primeras ediciones de Las flores del mal) los poemas amorales donde Baudelaire evoca sin tapujos, como Proust décadas después, el amor lésbico y a Safo, la sacerdotisa viril de ese culto venéreo (“la masculina Safo, la amante y el poeta”, del poema “Lesbos”), así como las floraciones secretas del sexo entre mujeres libres de la obligación de casarse y tener hijos (“Femmes damnées: Delphine et Hippolyte”, “Lesbos”). Antes que en la vida, Baudelaire había aprendido a admirar la oscura fascinación de estas mujeres malditas (las “heroínas de lo moderno”, como las llamó Walter Benjamin) en Balzac (La fille aux yeux d´or; 1835), Alfred de Musset (Gamiani; 1833) y Théophile Gautier (Mademoiselle de Maupin; 1835).

Lo bello baudeleriano repudia la primacía de lo natural y exalta lo artificial a las más elevadas cumbres del pensamiento y la creación. La imaginación suscribe, entonces, un pacto blasfemo y perverso con el más absoluto alejamiento de la naturaleza, esto es, con el mal. A su pesar, Baudelaire reveló el bucle infinito de la naturaleza y la cultura, la vida y el artificio.

Todos los paraísos son artificiales. 

viernes, 9 de abril de 2021

BAUDELAIRE ES EL PUTO AMO


Mais j´ai un de ces heureux caractères qui tirent une jouissance de la haine, et qui se glorifient dans le mépris. Mon goût diaboliquement passionné de la bêtise me fait trouver des plaisirs particuliers dans les travestissements de la calomnie. Chaste como le papier, sobre comme l´eau, porté à la dévotion comme une communiante, inoffensif comme une victime, il ne me deplairait pas de passer pour un débauché, un ivrogne, un impie et un assassin.

-Hypocrite lecteur, -mon semblable, -mon frère!

-Baudelaire-

[El 9 de abril de 1821 nació en París Charles Baudelaire. Ese mismo día nació la poesía moderna. Para celebrar tal acontecimiento, la editorial Nórdica reedita ahora esta joya poética (una antología de Las flores del mal) con magníficas ilustraciones de Louis Joos y la brillante traducción de Carmen Morales y Claude Dubois. Recupero este antiguo post para celebrar hoy el bicentenario de Baudelaire. En unos días publicaré un texto sobre Las flores del mal para proseguir con la celebración...]


Este magnífico libro de Roberto Calasso (La Folie Baudelaire, Anagrama, 2011), por su misma concepción, no es exactamente un libro, o no funciona sólo como tal. Por el fetichismo de sus citas y referencias, la riqueza de sus percepciones y la viveza informativa que transmite, más parece un abarrotado gabinete de coleccionista, una biblioteca bohemia de proporciones infinitas, una galería virtual de imágenes y palabras extraídas de un desván prodigioso donde se atesoran como riquezas insólitas de una cultura quizá en trance de desaparición.
Como lector entusiasta, uno pasea por estas salas repletas de cuadros y libros con la misma excitación recreativa y la misma morosa lentitud con que el flâneur de Baudelaire recorría, con o sin la asistencia de una tortuga para medir la velocidad del paso, las galerías comerciales de su tiempo, impregnándose de las imágenes y las sensaciones que prodigaban en masa los fastuosos escaparates, las mercancías expuestas y la multitud bulliciosa de los transeúntes. Con razón dice Calasso que la lectura de Baudelaire no es, ni fue nunca, una mera experiencia literaria. Antes bien, la incorporación íntima de un nuevo sistema nervioso, una nueva sensibilidad refinada por los estímulos y tentaciones del abigarrado mundo moderno. Esta lección estética, inscrita en otro nivel de vida, sigue intacta hoy, en una época donde el espacio urbano expandido y la dimensión mediática que le sirve de proyección publicitaria hacen del mundo una gigantesca galería comercial de efectos estupefacientes sobre la sensibilidad.
En otro sentido, la poderosa corriente eléctrica que magnetiza el enciclopédico contenido del libro la suscita el encuentro de dos textos significativos en el núcleo de su trama intelectual. El cruce de visiones cifradas en esos textos produce, a pesar de su estratégico alejamiento, una fuerte imantación. Me refiero al escabroso sueño epistolar de Baudelaire, de un lado, y, de otro, a la única reflexión crítica que Sainte-Beuve, la encarnación paradójica del árbitro literario en su faceta más odiosa y necesaria, dedicara a Baudelaire cuando éste, en un gesto de audacia inaudita, se atrevió a presentar su candidatura a la Academia. Es como si se nos diera la oportunidad narrativa de ingresar en el mismo mundo por diferentes puertas, focalizando la mirada en protagonistas distintos, produciendo un efecto de perspectiva estereoscópica alucinante. Calasso, por su parte, enmarca esas perspectivas desde una posición omnisciente que ensancha la visión hasta hacerla global. Esta prismática superposición de puntos de vista es uno de los grandes aciertos “cinematográficos” del libro.
El decadente mundo de Baudelaire, ese mundo de todos y de nadie, solitario y a la vez promiscuo, ese burdel literario de criaturas de perdición, es contemplado así desde la experiencia interior del poeta, tenebrosa y atormentada, y desde la externa del crítico, distante y fascinada. En el relato onírico e irónico de Baudelaire, precursor de Kafka en unas cosas, de Lynch y de Cronenberg en otras, se representan, como en un jeroglífico autobiográfico, todos los traumas, complejos y debilidades de un artista ambicioso y original que no veía reconocida la grandeza de su espíritu y sensibilidad (ni siquiera por los 260 lectores que componían el público literario francés en aquella época, según declara, no sin ironía, el arriesgado editor de Les Épaves en la nota de advertencia que precede a este volumen de 1866, donde se incluyeron todos los poemas “del Mal” condenados por la censura en 1857). En la crítica de Sainte-Beuve, en cambio, encontramos esa fecunda combinación de aprecio y desprecio, atracción y rechazo, que permite aquilatar el valor singular de una obra en relación con su tiempo, desde luego, pero también con esa posteridad artística a la que Baudelaire aspiraba con todo merecimiento.
Por otra parte, otro gran mérito del libro consiste en lograr comunicar entre sí, alterando la línea cronológica, a artistas y escritores que formaron parte de la “ola Baudelaire”. Esa onda tempestuosa, perceptible en la prosa, la poesía y la pintura de todo un siglo, se comunica a su vez con los contemporáneos de un tiempo como el nuestro donde la literatura ya no ocupa el lugar central en la cultura, ni como experiencia espiritual ni como valoración estética. Con este inteligente ejercicio de comunicación a múltiples bandas, Calasso sabe conectar a todos los que aprendieron sus lecciones con Baudelaire y a este espíritu gigante con todos sus cómplices creativos, incluidos algunos que no supo entender, como Ingres, o no pudo conocer y se lo deben casi todo, como Rimbaud, Lautréamont y Laforgue (¿y por qué no Eliot, saltando de lengua y de época? Sin Baudelaire y sin Laforgue, uno de sus grandes discípulos, no existirían esas maravillas seminales que se llaman La canción de amor de J. Alfred Prufrock y La tierra baldía, donde, por cierto, la broma infinita baudeleriana sobre la mascarada moral de la lectura aparece muy bien integrada en el irónico dispositivo de citas y fragmentos del poema).
De ese modo, las lúcidas palabras de Proust, otro discípulo indiscutible como luego Gracq, escritas muchos años después de la muerte de Baudelaire, invierten el designio del giro fundamental que la literatura dio, a mediados del siglo diecinueve, gracias al impulso libidinal y la energía maléfica del autor de Las flores del mal, para instalarla al fin en su corazón más luminoso: “la verdadera vida, la vida al fin descubierta e iluminada, la única vida en consecuencia plenamente vivida, es la literatura”.

martes, 6 de abril de 2021

EL TOQUE ŽIŽEK


 [Slavoj Žižek, Como un ladrón en pleno día (El Poder en la Era de la Poshumanidad), Anagrama, trad.: Damià Alou, 2021, págs. 287] 

Después de más de veinte años de lectura continuada de Žižek, y ante la publicación de este nuevo libro, es hora quizá de hacer balance. La reincidencia significa que Žižek es un pensador fundamental de nuestro tiempo. En el doble sentido de la expresión: alguien que dedica su inteligencia analítica a comentar con agudeza los entresijos y paradojas del presente y que alcanza, por esto mismo, un privilegiado modo de visión sobre el estado crítico de las cosas. En sus diversos escritos siempre encontraremos la apelación a Hegel o Lacan como maestros de la descodificación de las mentalidades y tendencias humanas más arraigadas, así como el repertorio fílmico y literario para completar el examen riguroso con excursiones por el imaginario popular o elitista.

Por si no fuera bastante con incentivar el debate colectivo con ideas originales, Žižek se constituye en modelo intelectual para cualquiera que no se arredre ante la complejidad del mundo contemporáneo: un mundo que describe sin tapujos como determinado en todas sus dimensiones por la implantación global del capitalismo tecno-financiero y la emergencia local de espejismos ideológicos y religiosos, más o menos fanatizados, que pretenden ocultar la cruda realidad a sus seguidores. El conflicto entre promiscuidad capitalista y fundamentalismo creyente es, por ello, una de las nocivas falacias contra las que Žižek suele embestir con violencia retórica.

En esta encrucijada poshumana de la historia, este nuevo libro de título metafórico y postulados teóricos de altos vuelos vuelve a combinar múltiples registros que oscilan entre la filosofía clásica, el periodismo, la politología heterodoxa, el psicoanálisis, la teoría revolucionaria y la exégesis cinéfila antiacadémica (“Blade Runner 2049”, “La La Land”, “Black Panther”) en una prodigiosa amalgama definitivamente sellada por el toque Žižek. En este contexto, no es de extrañar que el cineasta berlinés Ernst Lubitsch, que ya había inspirado un libro anterior (Problemas en el paraíso), regrese a lo grande para completar el perfil de la figura artística que este ensayo pretende poner en pie como contrapunto a las figuras políticas del revolucionario, el comisario, el dictador o el filósofo. En una de sus audaces propuestas, Žižek se atreve a proclamar que el toque Lubitsch es lo que podría salvar a la izquierda en unas circunstancias tan adversas como las actuales.

Desde la introducción, Žižek plantea la necesidad de reconfigurar la práctica de pensamiento dominante y transfigurarla en esa extraña e insidiosa actividad que encarna el mal, entendiendo por tal, como él mismo aclara, “la alteración del modo de vida establecido”. Una teoría y una praxis, por tanto, que se propongan revolucionar de arriba abajo, desde los más poderosos a los parias, los principios, los valores y las costumbres de vida, así como los hábitos de pensamiento, de unas sociedades divididas entre el opio del populismo de derechas, el nihilismo hedonista del consumo y la corrección política de la izquierda.

Restituir la peligrosidad al pensamiento, motivo esencial de esta intervención de Žižek, es un modo de liberar a los ciudadanos de las sociedades multiculturales del presente de su condición de anestesiados por los medios mayoritarios, las adicciones narcóticas y los discursos cómplices del bienestar socialdemócrata o el malestar neoliberal. El problema insuperable es que el propio sistema capitalista emplea la “revolución” de sus estructuras, tecnologías, mercancías y relaciones como instrumento para mantener desorientada a la población, desposeída de un conocimiento adecuado del mundo donde vive.

Este espléndido ensayo, publicado originalmente en 2018, ganaría interés si Žižek le hubiera añadido un epílogo escrito después de estallar la pandemia. Muchas de sus reflexiones adquirirían matices insospechados.