[Slavoj Žižek, La nueva
lucha de clases (Los refugiados y el terror), Anagrama, trad.: Damià Alou,
2016, págs. 137]
In that sense, representative democracy is irreparably corrupt and incapable of fulfilling its promises...and the left parties always capitulate whenever they come to power.
-Fredric Jameson, An American Utopia, p. 5-
The first emancipatory step, the condition sine
qua non for any politics of emancipation today, is therefore to abandon the notion
and the concept of the left. No matter how paradoxical it might appear, we must
maintain that the left is an obstacle to the universal emancipation, perhaps to
a comparable degree to capitalism itself.
-Agon Hamza, An American Utopia, p. 149-
La situación contemporánea es tan
complicada que, si nos empeñamos en no ejercer el pensamiento y dejar en manos
de los profesionales de la opinión corriente los juicios sobre la misma, solo
lograremos añadir ruido al ruido, confusión a la confusión.
Por eso es tan saludable para la mente en activo
un pensador como Slavoj Žižek. Un pensador exuberante, profuso y sobreabundante en la
producción de discurso, a pesar de las repeticiones y los autoplagios
permanentes. Con su bagaje de pensador hegeliano, esto es, dialéctico, y
materialista, esto es, marxiano, y su determinante perfil lacaniano, posee sin
duda el instrumental más sofisticado para analizar la compleja economía-política
del momento sin perder de vista las entelequias ideológicas que la agravan (“la
ideología de la clase media occidental”), ejerciendo su poder sobre la realidad
desde la mente de gobernantes y gobernados.
El eficaz programa de higiene mental para uso de
la inteligencia global contenido en este libro, de lectura apasionante, pasa en
primer lugar por una rigurosa revisión de los lugares comunes de la izquierda sentimental, esa corriente dominante que antepone las oscuras razones del
corazón, tan engañosas como corruptoras del intelecto, al análisis clínico del
estado de cosas.
Es necesario, como argumenta Žižek, romper con
los tabúes de la izquierda que abusa de la corrección política, considerándola
el colmo del progresismo, y reacciona por sistema guiada por los espejismos de la
culpabilidad, para poder pensar sin trabas ideológicas los problemas más acuciantes
del presente. Así lo reclaman cuestiones tan candentes como los refugiados, las
políticas europeas sobre los refugiados, el terrorismo islamista, la
complicidad de fondo entre el islamofascismo del ISIS y el reactivo fascismo
europeo, las paradojas del capitalismo global o el fariseísmo del poder democrático
respecto de sus alianzas o fines.
Pero antes de redefinir las categorías políticas
puestas en cuestión, Žižek se atreve a enunciar verdades como puños dialécticos
sobre la destrucción de países africanos como Congo o la República
Centroafricana, u orientales como Siria o Irak, señalando como causas efectivas
las guerras corporativas por el reparto del botín, disfrazadas ante los medios y la opinión pública de guerras étnicas, entre países europeos
(Francia, Rusia), Estados Unidos y China. Del mismo modo que denuncia sin
excusas las intolerables actitudes de otros países árabes respecto de la crisis
de los refugiados sirios, ya sean los ricos que
los desdeñan (Arabia Saudí, Qatar, Kuwait) o los pobres que los maltratan (Turquía).
La fuerza polémica y la agudeza analítica de su
discurso no se arredran ante ningún tema espinoso o sangrante: el terrorismo yihadista y sus verdaderas intenciones, no solo trasplantar el terror al
corazón de las capitales europeas y exterminar ciudadanos inocentes sino
socavar las bases democráticas de la convivencia, enconar a la población
inmigrante musulmana en contra de los países de acogida y generar una guerra
total extendida por el cuerpo social; la deriva cada vez más peligrosa y
regresiva del estado israelí; o, el capítulo más provocativo del libro, la agresión
sexual (tildada por Žižek, no sin ironía, de “carnavalesca”) de los inmigrantes
árabes y africanos contra mujeres alemanas durante la celebración del fin de
año pasado.
En cuanto Žižek, sin embargo, intenta acuñar los
términos de una nueva dialéctica, urgido por las convulsas circunstancias, incurre en idealismos inanes como la “nueva
lucha de clases” definida en relación con una hipotética “solidaridad global”
entre los explotados del mundo capitalista, sin distinción de etnias, naciones,
razas o religiones. Es tristemente sintomático que Žižek, tras diagnosticar el goce colectivo del otro como causa del enfrentamiento tribal entre humanos, no sepa apostar por un
vínculo libidinal de fraternidad más poderoso y seductor que el odio, la envidia o el resentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario