[Guillermo
Cabrera Infante, Tres tristes tigres,
Seix-Barral, págs. 540]
“Tres tristes tigres” cumple cincuenta años y
aún no encuentra todos los lectores que merece la revolución emprendida en sus
páginas. Una revolución literaria que comienza con el lenguaje y el modo de
representar la realidad y termina en la transformación cómica de la actitud del
lector ante la vida, la cultura y el poder.
Por una vez, convendría comenzar a leer esta
novela extraordinaria por el final. Pero no por el final estricto sino por el
revés de la trama, en pos de la presencia oculta entre sus páginas durante años:
la mirada aviesa del censor que obliteró zonas erógenas del libro a través de
sus incisivos informes (incorporados con acierto en esta edición conmemorativa).
Palabras o frases amputadas que aludían, en
especial, a los rotundos pechos femeninos, cuya desinhibida omnipresencia
perturbaba el sueño casto del censor, o expresaban opiniones irreverentes en
materias tan peligrosas como la religión, la política o el sexo. Leída con los
ojos del censor, esta novela realiza un gesto tan insolente para la España
franquista como para la Cuba castrista, demostrando una de las tesis más
atrevidas del autor: la represión libidinal como fundamento de todo autoritarismo y el humor como arma eficaz contra la fúnebre seriedad de todas las dictaduras, ya sean de izquierdas o de derechas.
Comparada con otras novelas coetáneas, “TTT” se
revela la de discurso más audaz. Esta audacia no radica solo en el lenguaje o
la representación sensorial de una realidad provocativa y sugerente como la
Habana prerrevolucionaria, sino, sobre todo, en su innovadora construcción
novelística. Cabrera Infante desmontó los planos de esa realidad asimétrica en
tantos estratos que su reconstrucción posterior, mezclándolas al ritmo de una
prosa musical arrebatadora, no podía sino causar asombro y fascinación. Y es
que el discurso de “TTT” daba un paso más allá al involucrar literatura y vida
en un mecanismo mimético saboteado por la ironía y la comicidad, los juegos
verbales, el ingenio desbocado, los ejercicios de ventriloquía, las parodias
literarias y los exorcismos de estilo.
Un error frecuente entre especialistas consiste
en insertar esta novela fabulosa en una supuesta tradición cubana,
desvinculándola de la corriente carnavalesca de la antigua sátira menipea que desemboca
en Joyce, Flann O´Brien o Raymond Queneau, pasando por Rabelais, Cervantes,
Sterne, Carroll y Machado de Assis. En este sentido, el gran logro del libro
reside en su polifonía narrativa. Exceptuados el “Prólogo” y el “Epílogo”,
donde cobran voz el maestro de ceremonias del cabaret Tropicana y una loca en
un parque para expresar, respectivamente, la entrada teatral en un mundo de
ficciones sociales y una salida a través de la locura de una situación
imposible, y “Los debutantes”, donde aparecen vibrantes voces femeninas, los
capítulos restantes se organizan, sobre todo, en torno de las voces masculinas
de los singulares “tigres” protagonistas (Silvestre, Arsenio, Eribó, Códac,
Bustrófedon) y los relatos de sus hilarantes andanzas por una Habana que se
transfigura en un laberinto lúdico de encuentros y desencuentros carnales.
A menudo se han privilegiado capítulos concretos
sobre un todo narrativo que siempre fue percibido, por la crítica más
conservadora, como caótico y fragmentario. Es comprensible que, entre todos los
capítulos, la serie “Ella cantaba boleros”, donde se narra la historia truncada
de La Estrella, una cantante de cualidades hiperbólicas, deslumbre con su
descripción excesiva y sentimental del submundo nocturno de clubes y cabarets.
Por otra parte, “La casa de los espejos”, sobre el encuentro en dos tiempos del
narrador con dos modelos cubanas cuyo desparpajo verbal sólo es superado por su
exuberante belleza y artificio cosmético, es uno de los textos más complejos y
técnicamente impecables de cuantos escribiera Cabrera Infante.
Pero “TTT” no sería una ficción suprema sin esa
“Bachata” final que funciona como cuadratura espectacular de la trama caleidoscópica.
Un alucinante viaje en coche por La Habana, durante una tarde y una noche que
se prolongan hasta el amanecer tropical, de dos amigos (Silvestre y Arsenio)
que tienen demasiadas cosas que contarse y otras tantas que ocultar, lo que da
lugar a uno de los diálogos más digresivos y divertidos de la historia de la
literatura, mientras desfilan, interminables, los bares, las amigas, los
chistes, las bromas, las confidencias, los recuerdos, las alusiones, con la
tristeza como ruido de fondo de todo el humor y la alegría desplegados. La
tristeza por una juventud cuyo esplendor se desvanece sin remedio y por una
ciudad fastuosa que, después de la revolución, no volverá a ser la misma.
Sin esa nostalgia y esa melancolía por el tiempo
perdido, el sentimiento cómico de la vida que transmite esta novela excepcional
no tendría el mismo efecto explosivo. Un cóctel efervescente y tóxico.
[Por si fuera poco, Tres tristes tigres,
además de constituir una revolución literaria y cultural desarrollada desde el
español pero no limitada ni constreñida por las lindes mentales de este ni de
su cartografiado territorio, consuma con maestría esta inteligente idea de
Umberto Eco: “La ficción tiene la misma función que el juego”.]