jueves, 27 de octubre de 2022

YIN Y YANG. EL PODER DE EROS EN LAS LITERATURAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE


[Hoy se presenta mi libro YIN Y YANG. EL PODER DE EROS EN LAS LITERATURAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE (Editorial Comares) y este es el texto de la introducción. El acto se retransmite también en streaming: https://youtu.be/2PHG99pkQns]

 El Yin y el Yang, las dos potencias carismáticas del Eros oriental, funcionan en este libro de dos modos complementarios. Por un lado, como metáforas adecuadas a realidades sexuales que sería mucho más espinoso nombrar con categorías occidentales. Y por otro, como encarnación literal de fuerzas libidinales que es productivo conocer en todo su despliegue de posibilidades y recursos. Por ello, este libro se plantea como una empresa ambiciosa que pretende abordar una temática tan antigua como la cultura y tan compleja como la sucesión de períodos históricos y culturas en el contexto de un mundo que no cesa de mutar, como sabían los taoístas chinos, al tiempo que conserva los fundamentos que le impiden disgregarse en motas de polvo y arena.

Es importante comprender que las concepciones antiguas y las obras que responden a ellas con fidelidad artística, desde la cultura occidental o desde la oriental, son abordadas con una mirada contemporánea que quiere eludir esos dos errores intelectuales antagónicos, el anacronismo moderno del juicio y la defensa a ultranza de lo viejo, en materias tan refinadas y esenciales como el sexo y el erotismo. La mirada que afronta el examen de las obras se alimenta de teorías contemporáneas, de ahí su actualidad y pertinencia, pero no violenta sus relaciones forzando exégesis ajenas a sus planteamientos. Mi método de estudio prefiere establecer un contraste recíproco entre los presupuestos de nuestro tiempo, tan cargados a veces de ideología espuria como de verdades necesarias, y las ideas que emanan de las obras nacidas en otras culturas o épocas históricas. Mutuo enriquecimiento e iluminación, es la vía que prefiero y que conduce todas las reflexiones para alcanzar la lucidez sexual que, en definitiva, la literatura aspira a causar en la mente del lector.

El Eros adopta máscaras venéreas a lo largo de la historia con el fin de encubrir su poderío y vigor y también hacerse aún más atractivo para sus súbditos. El Eros es una fuerza tan colosal que ni todas las morales, prohibiciones y policías del mundo pueden frenarla. Lo más que se puede hacer es refinar y controlar su acción, moderar su culto, trabarlo con artificios legales y técnicas milagrosas y rendirle pleitesía con inteligencia y cautela. En esto, la literatura ha sido la forma de presentación y representación preferida, acaso solo igualada por la pintura. De ahí que sea posible a través de la literatura mundial conocer y comprender las diversas interpretaciones del deseo sexual que cada cultura, elaborando respuestas locales a una problemática universal, ha producido como repertorio de estimulación y aderezo de la vida de las parejas, así como garantía de la atracción y el atractivo entre los sexos, más allá de la necesidad de conservar la especie mediante la procreación. El erotismo como juego, como diversión, como estímulo vital, es en la literatura y, en concreto, en la narrativa, donde mejor se ha plasmado. La literatura ha sido la encargada durante siglos de contarlo todo sobre la vida erótica, se ha constituido en el discurso de esa parte de la realidad que no era registrada por ningún otro discurso público, se ha construido así mismo como la lengua de lo escabroso y lo perverso, lo prohibido y lo nefando, lo infame y clandestino, lo no dicho y lo por todos sabido, aunque callado también por todos. Sin la literatura no sabríamos cómo ha sido el diálogo entre los sexos y sus múltiples variaciones culturales y sociales.

El erotismo no es solo la fuerza que comunica los cuerpos y los hace vibrar y arder de deseo y placer, es también una forma de expresión verbal, una manera de transformar la energía sexual en palabras ardientes y discursos contagiosos, un modo de trascender las imposiciones morales de la carnalidad y transformarlas en voz libre y en belleza admirable, en seducción estética y goce libidinal. En el recorrido que incorpora este libro, han jugado un papel fundamental las adquisiciones intelectuales del siglo XX: ya sean las de Georges Bataille, que entendía el erotismo como afirmación de la vida hasta la muerte y experiencia interior de ese enfrentamiento existencial, y Octavio Paz, que lo veía como conjugación y conjunción de los signos del cuerpo, hasta Michel Foucault, que entendía la historia de la sexualidad occidental como voluntad de conocimiento y control de deseos más que como búsqueda de placeres, y Camille Paglia, que atribuía al erotismo, desde la Grecia clásica hasta la cultura popular coetánea, el conflicto dialéctico entre las máscaras tragicómicas de lo masculino y lo femenino, lo político y lo natural, lo apolíneo y lo dionisíaco, lo racional y lo instintivo. De todos ellos, por razones inexplicables, solo Octavio Paz supo prestar atención inteligente al Eros oriental, una de las grandes manifestaciones culturales sobre los sexos y sus acoplamientos, rituales y técnicas.

Yin y yang, pues. El viaje interminable comienza, por ello, en la China milenaria. El primer bloque de ensayos (“El Eros oriental (clásico)”) aborda la materia erótica a partir de la novelística china de las eras Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911), examinando los contenidos sexuales de novelas tan importantes como el Jin Ping Mei (“Jin Ping Mei: Un culebrón chino”) o La alfombrilla de rezos de la carne (Rouputuan; 1657) de Li Yu (“Li Yu y el círculo vicioso de la carne: Un comentario sobre el Rouputuan”), obras emblemáticas de la mentalidad china en la comprensión de los fenómenos del sexo y de los cambios históricos que se estaban produciendo a fines del período Ming. Otro ensayo (“Un cuarteto libertino”) trata de novelas menos conocidas y a veces no traducidas, como la Historia no oficial del lecho bordado (Xiuta yeshi; 1597/1608), de Lü Tiancheng, comparándola con otras novelas eróticas o pornográficas del mismo período como El señor de la perfecta satisfacción (Ruyi qun zhuan; 1520-1565), Bella de Candor (Zhulin yeshi; siglo XVI) o Historia de una mujer viciosa  (Chipo zhizhuan; mediados del siglo XVI), que son paradigmas de una visión libertina de las relaciones amorosas que se anticipa dos siglos al surgimiento de la novela galante y libertina francesa del siglo XVIII (Crébillon, Laclos, Nerciat, Sade, Restif, etc.). Como el Yin y el Yang son los conceptos clave de esta aproximación, no podía faltar un poeta como Wang Wei y un comentario a su poesía sobre la naturaleza nutrida por la filosofía taoísta del yin (“Renacer taoísta a la luz del yin”), como tampoco se podía sortear la enorme influencia y prestigio de esa síntesis de la literatura clásica china que es Sueño en el pabellón rojo (Honloumeng; 1791) de Cao Xueqin, del que se examina en un ensayo (“La lujuria de la mente: una nota sobre el erotismo de Sueño en el pabellón rojo”) su idea del erotismo a partir de un concepto singular (la “lujuria de la mente”) que habría encantado a Baudelaire y a Nabokov, entre otros. Por último, dando por sentado que el Eros chino inseminó a todas las culturas colindantes de Asia oriental, desde Corea a Japón, pasando por el sudeste asiático, propongo un estudio exhaustivo, quizá el primero escrito en español, de la primera novela transexual de la historia: Torikaebaya monogatari, un clásico polémico de la era Heian (siglo XII), que suscita numerosas reflexiones sobre el género y el sexo de vigencia incuestionable (“Masculin Féminin: Eros y karma en Torikaebaya monogatari”). En el apéndice final completo la perspectiva con dos breves textos sobre el papel del Eros en el pensamiento ascético de Yoshida Kenkō (1284-1350) (“Pensamiento ocioso”) y en el mecanismo narrativo de las Mil y una noches (“Palimpsesto oriental”).

El segundo bloque del libro (“El Eros libertino”) se ocupa del fenómeno del libertinaje del siglo XVIII, comenzando, como es preceptivo, por la sulfúrea novelística del Marqués de Sade (1740-1814), sus temas dominantes y modelos discursivos preferidos (“El Marqués de Sade explicado a las niñas”), mostrando que Sade, al contrario de lo que han sostenido muchos estudiosos y expertos en su obra, no es solo un filósofo del falo, ni un revolucionario total o un político panfletario, sino un novelista erótico y un novelista consecuente: alguien que trascendía todos esos atributos y tomaba muy en serio el valor de lo que Milan Kundera llamaba el “arte de la novela” a fin de ofrecer un cuadro crudo y devastador del mundo social que le tocó conocer desde una posición privilegiada, ese mundo anterior y posterior a la Revolución francesa que tantas cosas cambiaría y tantas otras dejaría intactas. En la órbita novelística de Sade, del que también estudio en detalle La filosofía en el tocador (1795) (“El tocador de la filosofía”), otros ensayos de esta sección abordan novelas tan significativas de la época como Las relaciones peligrosas (1782) de Choderlos de Laclos (1741-1803), paradigma de un libertinaje literario más mental que descriptivo, más en la línea austera del “placer de la cabeza” del que hablara Roland Barthes (“Lucidez libertina”), o la Shamela (1741) de Henry Fielding (1707-1754), parodia cervantina y subversiva de los rancios valores morales de la célebre Pamela (1740) de Samuel Richardson (1689-1761) (“Palimpsesto celestinesco”). Y, para concluir, una breve pieza (“Mozart en el tocador”) dedicada al libertinaje de una figura esencial del siglo, el músico y compositor Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), autor de óperas tan libertinas como Don Giovanni (1787) o Cosí fan tutte (1789) con la colaboración en el libreto del ingenioso y libertino Lorenzo Da Ponte (1749-1838).

El tercer bloque (“El Eros joyciano (Fils de joie)”) afronta sin pudor la noción del Eros joyciano como goce textual, partiendo de una relectura múltiple del Ulises de James Joyce y del protagonismo del cuerpo y el lenguaje del cuerpo en su discurso, sin olvidar la presencia verbal y carnal del yin de Molly Bloom en las páginas finales de la novela y la reconciliación de los hombres y las mujeres celebrada en sus aleluyas eróticos. El Eros joyciano tiene personalidad propia, por eso ha sido tratado aquí con ciertas dosis de creatividad en el planteamiento argumental, y se ha transmitido como un virus infeccioso a todas las literaturas importantes. He preferido, sin embargo, examinarlo en el ámbito del español a través de dos figuras esenciales del erotismo hispano como son el cubano Cabrera Infante, de quien radiografío la textura erógena de sus cinco novelas (“Quod Eros demonstrandum: el Eros narrativo de Guillermo Cabrera Infante”), y Julián Ríos, cuyas obras principales repaso también con esa dudosa intención pedagógica (“La novela Ríos, o la cuadratura del círculo vicioso de Babel”).

Con el cuarto bloque (“El Eros oriental (moderno)”) regresamos a la erótica asiática representada por un escritor como Tanizaki Junichirô (1886-1965), de quien estudio cinco novelas canónicas (El amor de un idiota, Algunos prefieren las ortigas, Arenas movedizas, La llave y Diario de un viejo loco) que incorporan el sexo en todas sus variantes y combinaciones patológicas o no patológicas: el sadomasoquismo, la homosexualidad masculina y femenina, el fetichismo, el adulterio o la prostitución, entre otras (“Insular y singular: El Eros narrativo de Tanizaki Junichirô”). El bloque concluye con una reflexión sobre una tendencia estética altamente distintiva de la era Showa como fue el Eroguro (“Japón grotesco”) y su máximo representante, el novelista policial Edogawa Rampo (1894-1965), que supo introducir un perverso y refinado erotismo en todas sus tramas criminales, jugando con la barrera entre los sexos y coqueteando con las patologías de lo equívoco y lo ambiguo (“Edogawa Rampo: un Poe nipón”) o con los malentendidos sexuales entre hombres y mujeres abordados desde una perspectiva femenina (“Orgullo, prejuicio y kimonos: Uno Chiyo”). Y concluyo este apartado con un breve análisis del representante contemporáneo más iconoclasta de la estética eroguro (“Murakami el Oscuro: Murakami Ryū”).

El espíritu de este libro se propone asumir estas ideas y estos discursos con todas las consecuencias y tratar de contrastarlas con una realidad mucho más compleja de lo que la visión occidental ha creído durante siglos. El tumultuoso viaje del Eros alrededor del mundo constituye acaso la demostración evidente de que la literatura es el lenguaje universal en el que hablan todas las lenguas y las culturas sobre las cuestiones más trascendentes.

martes, 25 de octubre de 2022

ILUSIONES PERDIDAS


 [Publicado en medios de Vocento el martes 18 de octubre] 

   El realismo, pasada la juventud, es una forma de lucidez. Y perder las ilusiones inmaduras una exigencia. El realismo ya no está de moda. Me pregunto, sin embargo, qué entienden por realismo quienes declaran anacrónica la actitud realista si se examina el ilusionismo político dominante. Veo con retraso la película “Las ilusiones perdidas”, ocasión de celebrar el genio de Balzac y la grandeza del cine francés, y constato que hace dos siglos las cosas ya estaban como ahora. Qué ilusión perdida la del tiempo que pasa haciéndonos creer que cambia y se vuelve distinto a lo que es en realidad. A quién beneficiará esta ilusión de progreso, me digo, viendo el estado actual del mundo, tan aciago como anodino.

En tiempos de Balzac, el dinero también lo compraba todo: prestigio, medios, opiniones, aplausos, encuestas. El poder del dinero es corrosivo. Lo tienes o no lo tienes, en el bolsillo o en el banco, a disposición ahora de los caprichos presupuestarios de Sánchez. A base de impuestos y demagogia pretende comprar la reelección. No tiene sentido. Su mandato está tan agotado como su discurso. El sanchismo es una pasión inútil y provocará melancolía en sus partidarios. A falta de otros mecanismos de control, solo cabe encomendarse a la inteligencia de los votantes.

Otra impostura institucional son los amaños mafiosos del Mundial de fútbol. Con Catar, desde hace años, todo es acatar y coger la pasta. Los gobiernos bombardean a los ciudadanos con mensajes de propaganda para acusarlos de no ser nunca lo bastante solidarios con la causa feminista, homosexual o transexual, mientras toleran la impunidad de quienes hacen negocios turbios con regímenes islámicos infames. Hipocresía y cinismo, cursilería buenista y cobardía política, como el silencio oficial ante las airadas protestas de las mujeres iraníes, constituyen la combinación ideológica más nociva del poder occidental, incapaz de preservar sus presuntos valores cuando el signo del dólar o el rial se impone como soborno irresistible.

En este escenario, la sopa de sangre arrojada por dos descerebradas contra los girasoles visionarios de Van Gogh en un museo londinense delata la estupidez de los ricos concienciados. Esta repugnante clase es la especie más peligrosa del planeta. Si no lo evitamos, esos millonarios idiotas y sus seguidores acabarán destruyendo, en nombre de entelequias climáticas o de lo que sea, toda forma de vida inteligente sobre esta bendita tierra. Realismo UHD hasta el fin de los tiempos. 

martes, 18 de octubre de 2022

ARTE DE MORIR


  [Michel Onfray, Ars Moriendi, Firmamento, trad.: Javier Vela, 2022, págs. 126]

           Michel Onfray es una de las mejores cosas que le ha pasado a la filosofía desde finales del siglo XX hasta lo que llevamos del XXI. Lo que hay de verdaderamente explosivo en Onfray es su intervención en aquello, precisamente, de lo que siempre ha tratado de evadirse el intelecto más abstracto: la vida del cuerpo. Lo inmediato, lo tangible, lo inmanente, como dimensión fundamental de la experiencia humana negada una y otra vez a lo largo de la historia por los que pretenden someter la existencia a la miseria en nombre de un supuesto orden trascendente.

En el contexto de su reflexión universal sobre todos los temas de la tradición de la filosofía epicúrea, cínica y hedonista, este magnífico libro, escrito después de haber sufrido un infarto brutal que casi le hace paladear la experiencia de la muerte prematura, se convierte en una especulación fundamental, no exenta de polémica, sobre el modo en que se ha concebido o vivido la muerte en la historia. Onfray no tenía aún cuarenta años cuando lo escribió y si seguimos el hilo incisivo de su pensamiento tal como se desglosa partiendo de casos, anécdotas, citas y referencias biográficas, podemos concluir que la forma singular de pensar y vivir la vida está en directa relación con la forma de imaginar o concebir la muerte.

Cien entradas de estilo aforístico, como los tratados fragmentarios de Nietzsche o Cioran, constituyen este glosario enciclopédico sobre el motivo central. El programa del libro ya demuestra el espíritu libertario y la lucidez intempestiva que lo guían hasta sus tesis definitivas en el modo de pensar la muerte sin tabúes ni prejuicios protectores. “Morir solo”, el fragmento XLVII, lo expresa con contundencia: “hay que morir solo, como se ha vivido, gozado, sufrido, amado, envejecido o pensado; solo, desesperadamente solo”. Es, por tanto, un libro escrito en la primera madurez que cobra pleno sentido en los años postreros, los años de la espera del final, pero que debe leerse durante toda la vida para guiar esta por el camino adecuado. Este obliga a comprender la vida y la muerte como momentos del mismo acontecimiento trascendental, prolongado uno y postergado otro hasta el último suspiro, como diría Buñuel.

Un filósofo combativo que ha hecho del hedonismo y el ateísmo su campo de batalla no puede desaprovechar la ocasión de ajustar las cuentas al ideario ascético y religioso, judeocristiano, islámico o budista, que engaña a sus fieles con la creencia en una vida más allá de la muerte y los conduce a odiar y despreciar la única vida digna de ser vivida. “Puesto que la muerte es la única certeza que tenemos”, sentencia Onfray, “es de gozo de lo que hay que llenar esa espera”. La vida de la carne, en sus numerosas variantes, es la vida que los teólogos y los patriarcas consideran despreciable para ofrecer en su lugar una entelequia como la existencia desencarnada de las almas. Y, sin embargo, presagiando perspectivas posteriores, Onfray afronta la humanidad de Cristo y su cadáver crucificado, glosando a Grünewald y Huysmans, en estos términos provocativos: “el cuerpo de Cristo es carroña”.

No tiene desperdicio el último fragmento, cuando Onfray, para no ser menos que los personajes que cita en las páginas del libro, se enfrenta a la supervivencia y la desnudez de su cadáver del modo menos melodramático y sentimental pensable, desdeñando cualquier consideración moral sobre su destino ulterior, ya que lo primordial de la vida es lo que el cuerpo vive con intensidad antes de morir: “Después, nada. Antes, todo; lo esencial”. 

martes, 11 de octubre de 2022

ANATOMÍA DE LA MELANCOLÍA


 [Eloy Fernández Porta, Los brotes negros, Anagrama, 2022, págs. 132]

           Este libro no lo ha escrito Fernández Porta, el yo autobiográfico que lo firma. Este libro tampoco lo ha escrito Eloy, el yo singular que lo acompaña en el terrible viaje. Este libro lo ha escrito Eloy/Fernández Porta, es decir: el yo singular del autor saboteando los planes del yo autobiográfico en su tentativa de conferir sentido y verdad a una experiencia extrema del dolor de ser y de vivir que no tiene fáciles comparaciones en la literatura española actual. El autor habla de sí mismo y las palabras delatan al confidente desdoblado que quiere contarnos la traumática verdad de su vida. La verdad y la mentira. La verdad de las mentiras y las mentiras de la verdad. En su aguda melancolía, cuando el autor habla sobre su vida se desploman las categorías, convenciones y consensos que encubren la desnudez integral de la vida.

Si utilizo las nociones del neurocientífico Antonio Damasio sobre la multiplicidad mental del yo para explicar el modo de escritura del libro, es para demostrar que no es un manual de autoayuda emocional, ni una autobiografía psíquica al estilo de Hermann Broch, ni una confesión de fracaso, aunque sea todo eso también, entre líneas. Este libro brota del deseo del autor de entender los motivos por los que, a partir de un momento crítico de su vida, su mente decidió naufragar haciendo pagar al cuerpo el precio de ese hundimiento. Los síntomas estaban ahí desde siempre, pero no se hicieron visibles hasta el momento en que ya fue demasiado tarde para diagnosticarlos y curarlos. El autor hace bien en recordarle al lector que la terapia y la farmacología forman parte de las rutinas de su enfermedad y quizá no le sean ajenas. Cualquier intento de cura posible roza la locura de lo imposible en la medida en que la normalidad es un engaño clínico.

Pero el autor no se limita a realizar una anatomía en vivo de sus dolencias y males, vicios y manías. El “aullido” de este libro no resuena como el “grito” mudo de Munch, al que cita como icono de la ansiedad y la angustia históricas, sino como el “aullido” estridente de Allen Ginsberg, el poeta revolucionario que en los años cincuenta transmitió a la poesía los gritos desgarradores de los locos encerrados en los manicomios americanos en nombre de la sacrosanta normalidad. El autor de “Los brotes negros” se hace eco también del aullido de frustración e impotencia de los mejores cerebros de su generación, la más preparada de la historia, la primera verdaderamente posfranquista. Esos jóvenes malogrados padecieron sucesivas experimentaciones educativas en que la exigencia de competir y ser los mejores se adornaba con los valores contraculturales al uso. Esa bipolaridad de la disciplina y el hedonismo los ha condenado a la precariedad, el trabajo a destajo, los escasos ingresos, la soledad, la desubicación y el triste reconocimiento de las redes sociales como única alternativa.

Las paradojas e incongruencias del mundo social y cultural aparecen retratadas al fondo de este autorretrato saturnino como causas colaterales del sufrimiento del autor. Eres un cerebro superdotado, un escritor brillante, pero el mundo te trata con desprecio, como a un perturbado, un tarado, un inútil o un desgraciado, o con condescendencia, como a un incapaz, un discapacitado para la vida mediocre, el trabajo y el amor. Un desecho, en suma, de un modo de vida convencional en el que no puedes encajar ni integrarte sin sentirte, como les pasó a Antonin Artaud y a Leopoldo María Panero, otro paciente del síndrome de inadaptación.

En este sentido, la experiencia de su lectura puede ser tan difícil para el lector como la experiencia de su escritura para el escritor. La gran diferencia es que el escritor conoce desde el principio lo que el lector solo descubre al final. Este pequeño, gran libro es un espejo trucado donde uno no puede mirar impunemente sin reconocerse enseguida.

 

Posdata extrapolada: El grito de Eloy es otra versión del grito de Munch, sí, pero pasada por los filtros de la sensibilidad afterpunk. Eloy se identifica con la figura de Charlotte Corday, la religiosa del puñal, como la llamaba Michelet, pero ya no tiene a un Marat al que matar en su bañera como signo de rebelión contra la institucionalización de la Revolución. Solo persisten en el oído de Eloy los gritos y aullidos de los locos que la jalean en el manicomio concebido por Peter Weiss, con Sade al mando de la representación, y lo incitan a cometer un crimen imaginario contra sí mismo…


martes, 4 de octubre de 2022

CRÍMENES DEL FUTURO


  [Publicado hoy en medios de Vocento]

     Qué enigma policial el sabotaje de los gaseoductos bálticos. La guerra de Ucrania ha entrado en bucle. Ahora Putin propone el alto el fuego a cambio de la anexión de los territorios ocupados. Europa puede verse tentada, en vísperas del invierno, a presionar a Ucrania para que negocie la paz con Rusia. Y Estados Unidos se opone. Biden necesita que esta guerra se prolongue, cueste lo que cueste, para extraerle el máximo beneficio político y económico. El escenario no puede ser más complejo. No especulo.

Haría falta la inteligencia de un Dupin o un Sherlock Holmes para desentrañar el misterio de la voladura de los Nord Stream, otro asunto espinoso como la covid. No tiene sentido que la ejecutara Putin, atrincherado tras sus fronteras ilegales, y si han sido los americanos, evidenciando sus intenciones, la UE tiene un problema añadido, decidir si aceptará o no las nuevas reglas del juego geopolítico impuestas por su aliado. El enredo es enorme y ya escucho, desde mi torre de marfil, el clamor de los damnificados. Queremos tanto a Putin, dicen los fachas, que no permitiremos que esta guerra suponga su fin y le perdonamos todo mientras siga actuando como baluarte de los valores occidentales más rancios. Queremos tanto a Putin, dicen los comunistas, que justificamos sus crímenes si continúa desafiando la hegemonía imperialista del Pentágono y la OTAN. Triste panorama.

A todo esto, la ilusión del futuro hoy no tiene futuro. La especulación sobre el futuro se vuelve contra su autor. Reinventar el pasado es el gesto típico de nuestro tiempo. Ya nadie moviliza la voluntad ciudadana con propuestas utópicas. Las medidas políticas se toman en imperativo de presente. El futuro ha quedado en manos de publicistas a sueldo del poder. En esta situación, es un acierto la película de David Cronenberg “Crímenes del futuro”. Cronenberg no hace cine sino arqueologías del futuro. Cronenberg es el cronista lúcido del apocalipsis poshumano contado como carnaval de cuerpos a la deriva por un mundo en crisis donde ha sido abolida la diferencia entre lo natural y lo artificial. No es el fin de la vida, sino el principio de una nueva vida. El niño con un metabolismo que ingiere y digiere plásticos y el artista que engendra órganos mutantes en su cuerpo son los ángeles del porvenir. En comparación, cualquier publicidad positiva sobre el futuro suena a chiste infantil. La izquierda se preocupa demasiado por los crímenes del pasado. Los crímenes del futuro se cometen en el presente.