martes, 31 de diciembre de 2019

PRINCIPIO Y FIN



[Publicado hoy en medios de Vocento]

Los años acaban como las teleseries, con un guiño de continuidad cómplice, o despidiéndose para siempre con una sonrisa amarga en los labios. La vida se renueva temporada tras temporada, como las teleseries, hasta que se agotan las ideas o fallan los espectadores. Y nunca adivinaremos cuándo o cómo termina. Año tras año, nada cambia en realidad. Eterno retorno de la misma comedia del engaño y el desengaño como máscara de la vejez. Todo fluye y muta y, sin embargo, la mecánica permanece inalterable. El círculo vicioso progresa. La vida es una paradoja china. Entramos en el año 20 del siglo 21 como en un agujero negro o un agujero de gusano, sin saber adónde nos llevará. Quién iba a decir cuando este viaje comenzó, allá en 2001, que llegaríamos tan lejos. Seamos realistas. Esto se acaba. Esto está acabado. La decadencia es inevitable. Asistimos al fin de una era. Todos los signos lo anuncian, desde la decrepitud de “Star Wars” y “Los Vengadores” a “Juego de tronos”, con su masacre de viejos personajes y vetustos escenarios. La vida, como decía el anatomista francés, es el conjunto de fuerzas que resisten a la muerte. Solo queda seguir adelante, mirar al frente y mantenerse en pie hasta el final, por lo que pueda pasar.
Como en cualquier Nochevieja, en medio del bullicio y la fiesta, conviene reflexionar sobre la finitud de las cosas. No sabemos qué pasará el año próximo, pero podemos pensar en el futuro sin angustia, como recomienda mi psiquiatra. Basta con abrazar el pensamiento trágico con que Michel Onfray explica el ciclo cósmico de la vida en su tremendo libro “Decadencia”. Onfray reescribe la metáfora del año como síntesis de la cronología universal. De ese modo, a las cero horas del 1 de enero estalla el Big Bang y a finales de ese mismo mes se forma nuestra galaxia. En torno al 31 de agosto surge la Tierra en el sistema solar. Hay que esperar al 13 de septiembre para hallar los rastros más antiguos de materia orgánica y al 24 para contemplar la espuma inicial de nuestras amigas las bacterias. Tras incontables fenómenos geológicos y milagros climáticos, el 31 de diciembre a las 21 horas es el momento estelar de la aparición de nuestros primitivos ancestros en el escenario terrestre. 
Hacia las 23 horas, 59 minutos y 26 segundos del último día del año nace la cultura como grafitis pintados en las paredes de una gruta. Nos restan solo un puñado de segundos para conocer el polvo y el esplendor de la historia civilizada. Y solo cinco meses después, el apocalipsis cuántico del planeta. Celebremos, pues, este final de año como principio del fin de tantas cosas conocidas, aunque no aún de la vida humana, faltaría más. Feliz año del fin. De algún modo secreto, como diría Borges, todos lo son. Principio y fin.

lunes, 23 de diciembre de 2019

CASA MALVADA



[Shirley Jackson, La maldición de Hill House, Minúscula, trad.: Carles Andreu Saburit, 2019, págs. 265]

           El género gótico tuvo desde sus orígenes una propensión por ambientar sus historias de terror y sus maldiciones milenarias en castillos y mansiones siniestras. El gótico moderno trasladó esa sensibilidad arquitectónica hacia las mansiones burguesas o las viejas ruinas aristocráticas. El genio de Henry James, desde planteamientos psicológicos mucho más perturbadores, dio en “Otra vuelta de tuerca” (1898) un giro definitivo hacia el lugar donde ocurren, en realidad, todos los fenómenos paranormales y las apariciones fantásticas: la mente humana enfrentada a sus fantasmas inconscientes.
Shirley Jackson, siguiendo la estela de James, publicó en 1959 la que se considera la novela suprema en esta materia oscura. En el título original no existe referencia a ninguna maldición, sino una sugerente alusión al encanto o encantamiento de Hill House. El gran acierto de la novela, precisamente, consiste en sumergir al lector en una experiencia que, en definitiva, tanto por lo que sucede como por el modo de contarlo, es de una desconcertante ambigüedad, a pesar del sino terrible que se impone al final.
Shirley Jackson fue una extraña mujer. Una mujer neurótica recluida en un matrimonio con un célebre profesor y crítico, Stephen Hyman, que encomendaba todas las tareas domésticas a su esposa mientras se entregaba a romances y amoríos constantes con sus alumnas. Jackson supo compaginar su condición de madre y ama de casa con la escritura de ficciones escalofriantes surgidas de entornos cotidianos.
La experiencia del miedo era la obsesión dominante en Jackson y el miedo a vivir es uno de los más arraigados en una especie medrosa como es la humana, un miedo tan poderoso como el miedo a lo desconocido y peligroso. No por casualidad, la posesión sobrenatural de la casa se focaliza sobre Eleanor, la ingenua protagonista de psique frágil, y no sobre los otros tres personajes que comparten con ella la experiencia extraordinaria de habitar una mansión maligna supuestamente condenada por su pasado traumático. El doctor Montague, instigador del experimento, y Luke Sanderson, joven vividor y aspirante a heredar la casa, son desdeñados por esta sin ambages. Como lo es la bohemia lesbiana Theodora, la presencia más fascinante de la novela, por su excentricidad y desparpajo, su poder de seducción y su inteligencia despierta.
La sumisa e hipersensible Eleanor solo tiene dos posibilidades en la vida, tras haber desperdiciado su tiempo cuidando de una madre enferma y malviviendo luego en casa de su hermana y su cuñado. O irse a vivir con Theodora, como desea en un momento de arrebato y esta rechaza de plano, o quedarse a vivir en Hill House, como la misma casa le propone por todos los medios efectistas a su alcance. En sintonía con James, todo lo que el lector experimenta al leer esta historia puede interpretarse como pura fantasía de Eleanor. Retorcidas elucubraciones de una mente desesperada. La casa es un ente vivo que habla al inconsciente de Eleanor y le ofrece el espejismo de una vida feliz que nunca podrá realizar. La muerte real es lo que se agazapa tras esa promesa ilusoria. La maldad de la casa es una personificación poderosa que la convierte en uno de los personajes centrales del drama. La malvada arquitectura tiende sus redes sobre el personaje más débil y lo destruye.
Nadie que lea las memorables primeras líneas de esta novela puede evitar dejarse arrastrar por ellas, más allá del desnudo terror que nos aguarda durante su lectura: “Ningún organismo vivo puede mantenerse cuerdo por mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta; incluso las alondras y los saltamontes, según dicen algunos, sueñan”.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

GRETA Y BORIS



 [Publicado ayer en medios de Vocento]

Los mercados se felicitan por la victoria de Boris Johnson, lo repiten todos los medios con sorpresa, y yo me río a carcajadas. Cómo no iba a ser así. A nadie que cotice en bolsa le importa demasiado el Brexit. Solo perjudica a los que no tienen nada. En la economía global, la libre circulación de la pasta financiera, burlando fronteras, está siempre garantizada. A día de hoy, si perteneces a la UE es porque no puedes hacer otra cosa mejor. Es lo que le pasa a España. El Brexit de Johnson y su aplastante plebiscito han metido el dedo gordo en la llaga invisible de la UE. El proyecto europeo inventado en el siglo XX, respondiendo a una geopolítica antigua, ya no funciona como proclaman sus líderes, con Lagarde y compañía al mando de una maquinaria viciada.
Mientras tanto, se monta en Madrid el paripé contra el cambio climático y los políticos brindan con champán a la salud de sus partidos y sus puestos de poder. Pura farsa para convencer a los votantes de que se están tomando decisiones eficaces a la hora de frenar el reloj de la destrucción. No conviene escandalizarse mucho. La gente se entrega al desenfreno de las rebajas del “Black Friday” sin acordarse de los mensajes apocalípticos de Greta Thunberg, una santa visionaria de la causa climática. Juntarla con Javier Bardem, el comunista de Hollywood, esa especie amenazada de extinción, al menos demostró que para el mundo del espectáculo ella es una actriz más. No olvidemos que la niña Greta tuvo su epifanía ecológica delante de una pantalla. Después del efecto nocivo que esas imágenes causaron en su cerebro no entiendo cómo a nadie se le ha ocurrido prohibir ese tipo de pornografía científica para menores. O restringir su audiencia a los adultos que hayan demostrado un cinismo a prueba de cualquier bombardeo ideológico. Un programa televisivo presentado por Bardem sería el único medio realmente educativo sobre el tema para niños ingenuos y niñas hipersensibles.
Seamos realistas. En el espacio navideño, pletórico de luces publicitarias y escaparates repletos de viandas y regalos, nadie puede escuchar los gritos autistas de Greta Thunberg. Así va el mundo. Hasta Boris Johnson, tras el clímax electoral, está empezando a cambiar de perspectiva. Es dudoso, sin embargo, que la niña Greta y papá Boris encuentren un remedio milagroso contra la catástrofe en curso. Todo depende de nosotros. La próxima vez que participes en una orgía consumista no pienses en la cara de asco de Greta, ni en la sonrisa complaciente de Trump o de Nadia Calviño, la ministra amiga de poderosos banqueros. Piensa, más bien, en millones de animalitos agonizando entre desechos de plástico. O, si no funciona, imagina a tus descendientes sobreviviendo a duras penas en un planeta muerto como los de Star Wars. Hazle caso al Jedi. Hazle caso a Greta.

martes, 10 de diciembre de 2019

REVOLUCIÓN DIGITAL



 [Alessandro Baricco, The Game, Anagrama, trad.: Xavier González Rovira, 2019, págs. 335]

Al mismo tiempo que mi Revolución salía al mercado este ensayo afín de Baricco. La sincronicidad es otro formidable guiño de la inteligencia…

            Que el mundo ha mutado de modo imprevisto es algo tan obvio que no merecería repetirse si no fuera porque nadie entiende del todo en qué se ha convertido. Que el mundo ha cambiado de una manera radical hasta parecerse a un diseño de videojuego donde a diario participamos usando todos los dispositivos a nuestro alcance, con objeto de seguir vivos y tener éxito en la realidad de las pantallas y en la realidad del mundo, es otro de esos tópicos contemporáneos que conviene repetirse a menudo, mientras no dejamos de pulsar botones y teclas, para no perder pie en una realidad cada vez más fluida o líquida.
Habrá otros análisis del presente tecnológico donde vivimos instalados con perfecta naturalidad más especializados o penetrantes, pero no creo que haya muchos que superen en inteligencia y brillantez este magnífico ensayo de Baricco que se lee como una intrigante novela de ciencia ficción cargada de revelaciones sorprendentes y un estilo interactivo de pesquisa policial. Como resume Baricco en la casilla de salida: “Hoy la mayoría de la gente occidental ha aceptado el hecho de que está viviendo una especie de revolución –sin duda alguna tecnológica, tal vez mental- destinada a cambiar casi todos sus actos, y probablemente también sus prioridades y, en definitiva, la idea misma de lo que debería ser la experiencia”.
        Esta revolución digital en curso es producto de un conjunto de individuos, en su mayoría ingenieros o científicos, que encontraron en la tecnología una forma de escapar del horror del siglo XX, tanto de su mentalidad elitista como de sus atroces hechos históricos, para reconfigurar la vida y el mundo en todos sus aspectos, como una transformación tecnológica que comportara también una metamorfosis antropológica. Estos creadores de una nueva cultura tuvieron el acierto de realizar las alteraciones necesarias a través de instrumentos poderosos, herramientas surgidas de la informática y la electrónica, sobre todo, para poder implantar sus revolucionarias ideas de un modo práctico y eficaz.
Al revés de otras revoluciones y vanguardias insurgentes, que fracasaron por quedarse reducidas al ámbito de los discursos políticos, la teoría crítica y los programas abstractos, esta insurrección digital no fue un movimiento intelectual sino una acción sobre la realidad llevada a cabo en alianza con las nuevas máquinas y sus masivos usuarios. Así nacieron internet, la Web global, los sistemas operativos, los ordenadores personales, los primitivos videojuegos, las múltiples aplicaciones, los teléfonos inteligentes, etc. A partir de ahí, la humanidad vio aumentadas sus facultades y expandidas sus posibilidades de relación, contacto y comunicación, creándose una esfera social alternativa que coexistía con la física, influyendo en sus costumbres y alterando sus experiencias.
Baricco acierta al caracterizar con una metáfora afortunada (“The Game”) esta nueva realidad producto de la revolución digital, donde el mundo conocido y el ultramundo tecnológico se funden en un ente complejo configurado como un videojuego. Es lógico enfatizar la dimensión lúdica al describir los rasgos de este novedoso mundo, que Baricco cartografía con rigor e inventiva, ya que es el modelo más adecuado para entenderlo en su totalidad. En definitiva, se trata del mundo reconfigurado que emerge tras ser sometido al proceso de la gamificación, es decir, de la asimilación de todos sus componentes a los de un videojuego experimental.
Lo que necesitamos con urgencia en un mundo como este, concluye Baricco, es un humanismo regenerado, capaz de aceptar las nuevas condiciones de vida y de cultura y, al mismo tiempo, preservar el sentido humano de las cosas, a través de la creatividad, en un entorno cada vez más artificial.

martes, 3 de diciembre de 2019

LOS MISERABLES



[Publicado hoy en medios de Vocento]

Cuánto envidio a Francia. Allí las nuevas generaciones de inmigrantes, sobreviviendo en suburbios abandonados, han puesto en cuestión los valores republicanos de la nación porque no sienten que sean otra cosa que una vieja fachada en ruinas. Aquí, en cambio, cada vez que alguien cuestiona nuestro país lo hace solo para poner en valor su raída bandera nacionalista o su deseo de separarse de España. Triste destino el de quienes no profesamos la fe españolista ni la credulidad de los periféricos en sus procesos de emancipación de la casa paterna. Triste destino o, más bien, destino irónico. Al menos podemos seguir contemplando el panorama con un punto de sarcasmo.
No hablaré, no, de los ERE. Ya la sentencia puso en su sitio a unos líderes socialistas que, una de dos, o eran los más tontos de la historia, o los más listos, o las dos cosas a la vez, que también es posible. El dúo Chaves y Griñán y sus secuaces ya son carne judicial y han dejado de interesarme. Si su castigo es la infamia o algo peor, no me concierne. Aprendamos otra lección. Nadie es perfecto. Así en la política como en el fútbol. Hace unos meses veíamos a un Sánchez insomne reprobar a Iglesias como socio y desdeñar el apoyo de ERC y ahora, superado el desengaño electoral, lo vemos simular que claudica ante ellos. En la selección española de fútbol el problema es más ridículo. Ningún experto en comunicación no verbal podría decir qué es mejor, a día de hoy, si el ataque de celos patológicos de Luis Enrique, o la ambición inmerecida de Moreno. Qué incierto mundo este.
Con todo, Sánchez sigue empeñado, como sus negociadores, en batir el récord de provisionalidad al frente de un gobierno difunto. No vaya a ser que otra investidura fallida amargue las Navidades a sus votantes. En este último mes, Sánchez ha hecho el descubrimiento de su vida. Ha dado con la fórmula genial para eternizarse en el poder. Su idea es simple pero eficaz. Lo que España necesita ahora, en estas circunstancias de fragmentación y conflicto, es un presidente interino que convoque elecciones cada seis meses. Elecciones que funcionen como un plebiscito sobre su propia condición transitoria mientras los españoles no se den por vencidos en el pulso y lo voten en masa. El precio es la inestabilidad permanente. Eso importa poco si el objetivo es tener a Sánchez de presidente perpetuo y a Iglesias ablandándose como la plastilina con el calor de los focos hasta perder consistencia y fuerza. Como Sánchez y sus asesores solo estudian encuestas engañosas y estrategias de videojuego, se han olvidado de lo que es un Estado. Y no se enteran de que un Estado serio nunca se pone en cuestión a sí mismo. Un Estado moderno no se enreda en bucles absurdos y pactos imposibles.