lunes, 30 de diciembre de 2024

EL MULTIVERSO DE LAS IMÁGENES (4): MIS 25 CLÁSICOS DEL CINE

         

         En homenaje al grandioso Nosferatu de Robert Eggers publico mi lista de 25 clásicos esenciales de la historia del cine.

La redacción inicial de esta lista fue sugerida por Juan Carlos Vizcaíno para celebrar el vigésimo aniversario de su blog Cinema de Perra Gorda. La vuelvo a publicar ahora, sin alteraciones, para celebrar la conexión creativa entre la primera película de mi lista de clásicos cinematográficos (el Nosferatu de Murnau) y la última película vista este año (el Nosferatu de Eggers).

No son necesariamente las mejores películas, ni las más representativas, pero sí las que más me gustan, las que me atrapan o seducen sin remedio cada vez que me las encuentro proyectándose en una pantalla, las que me enseñan en cada revisión cuáles son los fundamentos y las esencias del arte cinematográfico.

Corresponden todas a la primera parte de una supuesta historia del cine mundial (1895-1959), sin distinción de nacionalidades o regiones de procedencia. Cada director ha sido escogido cuidadosamente y algunos de ellos podrían haber estado representados por alguna película distinta de las que aparecen en la selección final. Me resigno, por tanto, a que no consten en ella Griffith o Eisenstein, Walsh o Leisen, Sturges o Naruse, Sjöström o Ray, Ozu o Stroheim, Vidor o Fuller, Capra o Mankiewicz, Minnelli o Wyler, Stevens o Chaplin, Becker o Rossellini, del mismo modo que acepto no incluir Sed de Mal, Mr. Arkadin, Él, La ventana indiscreta, Perdición, Fausto, M, el vampiro de Dusseldorf, Ordet, Pasión de los fuertes, La vida de Oharu, Madame de…, La costilla de Adán, La ronda, Drácula, La emperatriz escarlata, Ángel, Escrito sobre el viento, El tesoro de Sierra Madre, Trono de sangre, La novia de Frankenstein, Perversidad o La fiera de mi niña.  

No sé, por otra parte, si existe o no eso que se llama la historia del cine, o si, como demuestran los Nosferatu respectivos de Murnau, Herzog y Eggers, solo existiría, en definitiva, lo que Godard llamaba “historia(s) del cine”.

Esta, en cualquier caso, es una de ellas. 


*Mis clásicos (1920-1959) 

1922. NOSFERATU (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens) (Friedrich Wilhelm Murnau)

1927. METRÓPOLIS (Metropolis) (Fritz Lang)

1929. UN PERRO ANDALUZ (Un chien andalou) (Luis Buñuel)

1931. FRANKENSTEIN (Frankenstein) (James Whale)

1932. LA PARADA DE LOS MONSTRUOS (Freaks) (Tod Browning)

1932. VAMPYR (Vampyr-Der Traum des Allan Grey) (Carl Theodor Dreyer)

1932. UN LADRÓN EN LA ALCOBA (Trouble in Paradise) (Ernst Lubitsch)

1933. KING KONG (King Kong) (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack)

1935. EL DIABLO ES UNA MUJER (The Devil is a Woman) (Josef Von Sternberg)

1939. LA REGLA DEL JUEGO (La Règle du jeu) (Jean Renoir)

1940. HISTORIAS DE FILADELFIA (The Philadelphia Story) (George Cukor)

1941. CIUDADANO KANE (Citizen Kane) (Orson Welles)

1941. EL HALCÓN MALTÉS (The Maltese Falcon) (John Huston)

1946. EL SUEÑO ETERNO (The Big Sleep) (Howard Hawks)

1950 RASHOMON (Rashōmon) (Akira Kurosawa)

1953. CUENTOS DE LA LUNA PÁLIDA (Ugetsu Monogatari) (Kenji Mizoguchi)

1955. EL BESO MORTAL (Kiss Me Deadly) (Robert Aldrich)

1955. LOLA MONTES (Lola Montès) (Max Ophüls)

1956. LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS (Invasion of the Body Snatchers) (Don Siegel)

1956. CENTAUROS DEL DESIERTO (The Searchers) (John Ford)

1957. EL SÉPTIMO SELLO (Det sjunde inseglet) (Ingmar Bergman)

1958. VÉRTIGO (Vertigo) (Alfred Hitchcock)

1959. CON FALDAS Y A LO LOCO (Some Like It Hot) (Billy Wilder)

1959. IMITACIÓN A LA VIDA (Imitation of Life) (Douglas Sirk)

1959. PICKPOCKET (Pickpocket) (Robert Bresson)


[Las listas de cine posterior (1960-2019) se encuentran en este blog en tres entradas distintas: Mi cine americano, Mi cine europeo y Mi cine asiático.]




lunes, 9 de diciembre de 2024

SUPERINTELIGENCIA

[Yuval Noah Harari, Nexus, Debate, trad.: Joandomènec Ros, 2024, págs. 605] 

          No hay que tenerle miedo a la inteligencia artificial (en adelante, IA). Hay que dejar de temer a esta superinteligencia que los humanos, en nuestra falibilidad extrema, hemos generado para controlar un mundo cada vez más complejo y exacto. Cuanto más vemos a diario que los seres humanos nos esforzamos por estar a la altura de las circunstancias, más palpamos los límites de nuestros talentos y habilidades, fuerzas y capacidades.

Si algo han demostrado los humanos a lo largo de la historia, como bien nos cuenta Harari en este espléndido e instructivo libro, además de la ignorancia y la brutalidad de nuestras peores tendencias, es la necesidad y la importancia de las redes de información para la conformación de sociedades y civilizaciones que garanticen la evolución de la especie hacia mayores cotas de racionalidad, es decir, de libertad, igualdad, justicia y eficacia. La eficiencia no se improvisa, no es producto de la grandeza de unos períodos sobre otros, o de la primacía de unas culturas respecto de otras. La eficiencia es un valor unido a otros y no se alcanza nunca si por medio se cruzan conspiraciones de poder, ambiciones totalitarias, religiones o supercherías analfabetas.

Harari, pensador de moda, se ha convertido en un referente global sobre cuestiones candentes del mundo contemporáneo. La materia de la IA es una de las más inquietantes para la mayoría de ciudadanos del siglo XXI que comienzan a acostumbrarse a vivir en un entorno de ciencia ficción sin haberse habituado a pensar con categorías adecuadas. Uno de los primeros problemas planteados por estas nuevas tecnologías nace de este conflicto entre mentes programadas por valores morales y culturales en franco declive, los derivados de la cultura humanista, y supermentes artificiales que evalúan la experiencia y la información con criterios de una hiperracionalidad inhumana.

Como dice Harari, la originalidad total de la IA, a la que también denomina inteligencia extraña o ajena (“inteligencia alien”), es la de ser la primera tecnología de la historia capaz de tomar decisiones y de generar ideas por sí misma. Es la primera tecnología, por tanto, generada por un ser inferior que da origen a un ser superior con el fin de que controle, verifique y fiscalice la complicada realidad en la que vive inmerso el ser creador. Jugando con las metáforas y las mitologías, a las que Harari atribuye un papel fundamental en la historia humana, es como si una criatura subalterna creara una divinidad superior para que ejecute tareas y acciones que se sintiera incapaz de realizar ella misma. Hemos construido un mundo de información tan sofisticado que necesitamos máquinas superinteligentes para gobernarlo. Aquí nacen todas las incertidumbres, inquietudes e interrogantes que Harari examina con rigor y agudeza en las tres partes y los once capítulos del libro.

Las redes de información primigenias, las múltiples formas de escritura, los documentos y archivos, las bibliotecas babélicas, la revolución de la imprenta, la evolución científica y, por fin, la invención del ordenador o el computador, en la genealogía de Harari, parecerían estar cumpliendo con las estaciones de un itinerario prefijado, con sus accidentes y catástrofes, de modo que la IA representaría el punto final de la evolución del cerebro y la inteligencia humana sobre la Tierra. No conviene fomentar, por tanto, el temor a los peligros de esta tecnología radical, fundada en la información, pero sí hacer caso al autor en la detección y prevención de las posibilidades siniestras que la aparición en el escenario de la historia de estos “nuevos dioses”, como los califica Harari, podrían significar para la supervivencia de los humanos.

Podríamos incluso pensar que una IA habría necesitado muchas menos páginas y palabras para formular muchas de las brillantes especulaciones y reflexiones que Harari escribe en este libro. Pero, desde luego, no existe ninguna garantía de que lo hiciera desde una posición en la que aún pueda gozar del crédito que los humanos atribuimos, en esta fase de transición, a los pensadores y analistas de nuestra especie.