martes, 26 de enero de 2016

SHAKESPEARE & COMPAÑÍA


[Jordi Balló & Xavier Pérez, El mundo, un escenario, Anagrama, págs. 240]

            Se estrena la nueva película de Quentin Tarantino y ya se escuchan voces, a uno y otro lado del Atlántico de nuestro descontento, descalificando la exhibición gráfica o pornográfica de la violencia, la altisonante vulgaridad de los diálogos, la abyección moral de los personajes y su ofensivo retrato de la naturaleza humana. Todos esos rasgos estilísticos, presentes desde su primer largometraje, convierten a Tarantino en un discípulo avanzado de Shakespeare. O, si se prefiere, en un creador que ha puesto en el foco de su cine, como se dice en esta espléndida monografía, la recuperación de “la explicitud shakespiriana de la violencia”.
Tarantino, como Shakespeare antes de él y otros directores contemporáneos de películas o teleseries, “demuestra que no hay eufemismo posible, que la brutalidad ya no es solo especulativa ni sacralizada”. En definitiva, si esa violencia cinematográfica y televisiva es tan importante como signo cultural de los tiempos se debe a que, como sentencian Balló y Pérez,  “se sitúa en primera línea de la guerra comunicativa, humana, territorial y de enfrentamiento entre modelos ideológicos y religiosos”.
            El subtítulo del libro (“Shakespeare: el guionista invisible”) establece ya la tesis que sus autores prueban con enciclopédicos ejemplos del cine y la televisión y sólidos argumentos extraídos de las obras del genial dramaturgo y de algunos de sus más sagaces exegetas, con el inevitable Harold Bloom en primera línea junto a intérpretes más ambiciosos como Jan Kott o René Girard. No se trata tanto de demostrar que si Shakespeare viviera en nuestra época sería guionista, como suele proclamarse con demasiada facilidad, como de mostrar que sin la existencia histórica del teatro isabelino sería imposible comprender la construcción de la trama dramática en tantas películas y teleseries.
En definitiva, nadie podría escribir “Los Soprano”, “The Wire”, “Breaking Bad”, “True Detective” o “Fargo”, entre otras teleseries notorias de nuestro tiempo, ya que nadie contaría con los eficaces recursos y mecanismos legados a la narrativa universal por la dramaturgia shakesperiana. Entre las revolucionarias aportaciones de Shakespeare comentadas por Balló y Pérez destacaría estas: la relevancia de los protagonistas excesivos y carismáticos, el tratamiento democrático de los personajes secundarios, la grandilocuencia retórica del diálogo y el monólogo, motor de la acción dramática y clave de la implicación de los espectadores en la vivencia de los personajes, la presentación de la violencia en escena como factor ideológico decisivo, como signo de secularización de la historia, o la transformación del escenario en representación animada del mundo.
De ese modo, la figura creativa de Orson Welles surge como paradigma sublime de la relación en el siglo XX entre los nuevos medios tecnológicos y el teatro shakespiriano. Y no solo en adaptaciones literales como “Macbeth” y “Otelo”, o en versiones libérrimas como “Campanadas a medianoche”, sino también en la adopción de rasgos de estilo y registros shakesperianos en películas magistrales de otros géneros como “Ciudadano Kane”, “Sed de mal” o “Mr. Arkadin”.
            Pero también otros directores clásicos como Akira Kurosawa, que supo fundir a Shakespeare con la poesía épica y dramática de la tradición japonesa en magníficas cintas como “Trono de sangre” o “Ran”, o innovadores como Peter Greenaway, a quien se debe una película tan avanzada en lo audiovisual como “Prospero´s Books”: la transposición espectacular de una obra capital como “La tempestad”, donde Shakespeare destila hasta las últimas consecuencias su estética teatral y su visión barroca del gran escenario del mundo.
            Para completar el programa teórico del libro, Balló y Pérez imprimen un giro político a sus postulados conduciéndolos, a partir del planteamiento desengañado de “La tempestad” y de los guiños autorreferenciales de “Julio César”, a una crítica alegórica del mundo contemporáneo en clave shakesperiana: “El sistema se pone permanentemente en escena a sí mismo sin que parezca que así sea, con la complicidad de las industrias de la comunicación”. 
      Y es que los ciudadanos de “un siglo tan shakesperiano como el XXI”, concluyen los autores, se han resignado a vivir en una obra de teatro total, donde hasta la máquina maquiavélica del poder presenta atributos y ornamentos escénicos, y deberían aprender a sublevarse contra el pasivo papel de espectadores que se les ha asignado en la representación.

viernes, 15 de enero de 2016

ASÍ EN EL CINE COMO EN LA VIDA

[Como todos los años desde sus inicios, por estas fechas el blog se transforma en foro de discusión cinéfila entre mis gustos disidentes o no, expuestos en primer lugar, como exige la cortesía del anfitrión, y, justo después, los de un puñado de amigos (reconocidos film buffs o avezados exploradores de la cosa fílmica) con opiniones a veces divergentes: Marta Álvarez, Manuel Arias Maldonado, José Ángel Barrueco, Noel Ceballos, David Leo García, Txema Martín, Vicente Molina Foix, François Monti, José Ramón Ortiz (en riguroso orden alfabético).]


Por otra parte, el cine es para mí un arte vivo del que sigo esperando sorpresas.

-Jacques Rancière-

Es cada vez más difícil escoger. Muchas películas vistas, no todas al mismo nivel, pero en muchas hay momentos, destellos, imágenes que me fascinan y seducen. Basta con eso. Una película que sea una obra maestra desde el primer minuto hasta el último me parece hoy en día una utopía del gusto. La necesidad íntima de que una obra lo sea (o contenga) todo. No es lo que busco, en todo caso. Nada me parece más engañoso, a día de hoy, que esa búsqueda de una obra de perfección absoluta. Es una suerte de espejismo creado para olvidar lo esencial. Ya nadie sabe con exactitud lo que es el cine. Quien diga que lo sabe, miente, como las revistas especializadas y los críticos profesionales. Aunque al mismo tiempo esa mentira sea una ficción necesaria. Una fantasía inevitable para poder cribar con cierto sentido la totalidad de la producción anual y seleccionar las obras que responden a ciertos criterios o valores acreditados por la historia del medio y la opinión dominante.
Imágenes que dan a ver el mundo y, al mismo tiempo, nos impiden verlo en su desnudez. Gran paradoja que está en la raíz misma del cine. Este arte no fue inventado hace 120 años para hacer ver sino para ocluir la visión. Para fingir (o hacernos creer) que vemos. No para curarnos de la ceguera endémica sino para disimular que esta existe, es persistente e incurable. Genuina. No hay una sola imagen en movimiento que no exprese esta verdad intolerable. Y, sin embargo, el destino de las imágenes (cinematográficas o de otra índole) me sigue pareciendo una cuestión intrigante, agravada año tras año, a medida que se multiplican los dispositivos de producción y reproducción (Tangerine, de Sean Baker, es interesante por esto también), cuando la imagen cinematográfica va quedando reducida a una imagen entre otras. Una muestra más en la espectacular galería inaugurada por la galaxia Lumière.
Como digo en Así en el cine como en la vida, mi recopilación reciente de escritos cinematográficos: El cine es el medio artístico a través del que toda la cultura humana, y todas las culturas humanas, con todo su bagaje de leyenda, experiencia e historia, es transferida a un formato tecnológico y acomodada a un estadio o modo de producción acorde con los desarrollos más avanzados del capitalismo. En este sentido, me parece banal la comprensión del cine que lo reduce a peregrinas cuestiones de estilo o calidad artística o se funda en la admiración ciega por unos cuantos directores y unas cuantas películas, no importa la nacionalidad de origen o el período de pertenencia, sin comprender la trascendencia y el verdadero significado de su aparición como medio masivo en un momento determinado de la historia humana.
Entre PURO VICIO y THE ASSASSIN (mis preferidas del año entre las estrenadas en salas) cabe todo el cine que me interesa, sin distinciones nacionales ni genéricas. Elijo las películas que mejor definen hoy las posibilidades (y los límites, por tanto) del arte cinematográfico. Las teleseries nutren de sobra mi pasión por las buenas historias y las narraciones complejas. El cine proyecta en mí imágenes que no sabría encontrar en otro lugar, tampoco en una galería de arte o en las salas de un museo de arte contemporáneo (excepto cuando me encuentro de improviso, como hace un mes en el MNCARS, con una artista multimedia como Hito Steyerl, experta en la creación de dispositivos audiovisuales que funcionan como anamorfosis del mundo contemporáneo).


Sin más preámbulos, esta es mi dirty dozen del año, mi docena de películas nada adocenadas, expuesta sin otra primacía que el calendario de su visión:

*BIRDMAN (Alejandro González Iñárritu)

Una neobarroca lección de puesta en escena digital que convierte el texto realista de Raymond Carver (“De qué hablamos cuando hablamos de amor”) en un puro pretexto (puro gasto y puro simulacro) para desencadenar el virtuosismo visual de las imágenes y la geometría no euclidiana de la ficción.

*FOXCATCHER (Bennett Miller)

Paradigma del cine político actual: la combinación de registro narrativo en apariencia menor y marcada austeridad estética.

*PURO VICIO (Paul Thomas Anderson)

Broma corrosiva (falsaria transposición de Pynchon,) que se desliza, mediante la parodia del noir chandleriano, hacia la deconstrucción política y estética del cine de Hollywood y alrededores.

*BLACKHAT (Michael Mann)

Fusión de la hiperestesia visual del estilo carismático del director con la estética coreográfica del cine de acción asiática (Johnnie To, sobre todo) para producir un techno-thriller geopolítico sobre la globalización repleto de avanzadas analogías tecnológicas e imágenes electrizantes.

*VIAJE A SILS MARIA (Olivier Assayas)

La cultura y la vida europeas, en cuya decadencia anodina Assayas es un experto reconocido, observándose en el espejo globalizado de su desaparición virtual.

*MAD MAX: FURIA EN LA CARRETERA (George Miller)

El blockbuster más espectacular del año, un carnaval felliniano de imágenes imposibles, remasterizado por la estética realista y apocalíptica de los ochenta para rescatarlo, a golpes de acción y adrenalina, del agotamiento imaginativo de la tecnología digital.

*IT FOLLOWS (David Robert Mitchell)

Ingenioso dispositivo fílmico que transforma, por contagio viral de los cuerpos y las mentes, la imagen del horror en horror de la imagen.

*SAINT LAURENT (Bertrand Bonello)

Biopic pasoliniano: retrato polémico y paradójico (suntuoso y cutre a la vez) de un artista de alta costura comprometido con la belleza de la forma y la abyección de la vida.

*WHITE GOD (Kornél Mundruczó)

Fábula cínica (la ingenuidad moral de Esopo se alía con el pesimismo político de Orwell sin perder un ápice de emoción genuina) donde los perros y los humanos se afrontan para reconocerse, a su pesar, en los tics autoritarios y la voluntad de poder.

*REALITÉ (Quentin Dupieux)

El dudoso principio de realidad (cinematográfico o no) sometido a estilizadas distorsiones (un Hollywood visto y no visto a la manera de Lynch) a base de bombardearlo con cargas sutiles de ironía patafísica y enredarlo, al final, en un bucle fílmico de proporciones delirantes.

*THE ASSASSIN (Hou Hsiao Hsien)

Grandiosa puesta en escena al servicio de lo inefable: una película más contemplativa y extática que dinámica, donde Hou refina su concepción de la imagen, el montaje y  la planificación hasta extremos pictóricos y poéticos en sintonía con la más creativa tradición china.

*TAG (Sion Sono)

Subversivo carnaval ciberpop (fusión del techno & el gore made in Japan) y perverso videojuego de rol sobre la abyecta cultura del patriarcado japonés y su explotación del sexo femenino, desde la escuela a la televisión e internet, como un fetiche de consumo y un artículo de fe viril.



Honorables menciones, con objeciones ocasionales: MIL Y UNA NOCHES (Miguel Gomes), fascinante fabulación popular demasiado ensimismada en el (pequeño) problema portugués; FRANCOFONIA (Alexander Sokurov), demasiado redundante respecto del ideario elitista de su autor y formalmente menos convincente; HARD TO BE A GOD (Alexei German), impresionante puesta en escena, sí, pero abuso del feísmo para una alambicada alegoría sobre el ruinoso estado de cosas en la Casa Rusia; CHAPPIE (Neill Blomkamp), fascinante reflexión sobre lo posthumano y la inteligencia artificial lastrada por el simplismo de la historia y la simpleza de los personajes; THE FINAL GIRLS (Todd Strauss-Schulson), un bucle autorreferencial demasiado irónico como para parecer otra cosa que un estudio de posgrado a cargo de un estudiante aplicado; TANGERINE (Sean Baker), la inmanencia desaforada de un transexual angelino explorada cuerpo a cuerpo, hasta el agotamiento visual, por dispositivos móviles cuyas imágenes registradas en vivo han sido sintetizadas en postproducción; THE SMELL OF US (Larry Clark), los mismos cuerpos jóvenes en fricción sexual con otros cuerpos jóvenes, o con cuerpos más avejentados, como en KEN PARK, su obra maestra, pero sin la intensa fascinación estética ni la pertinencia crítica…

Otros blockbusters estimulantes del año: KINGSMAN (Mathew Vaughn), MISIÓN IMPOSIBLE 5 (Christopher McQuarrie), MARTE (Ridley Scott).

Recuperaciones felices de 2014: JAUJA (Lisandro Alonso), GUARDIANES DE LA GALAXIA (James Gunn), MR. TURNER (Mike Leigh), EL GRAN HOTEL BUDAPEST (Wes Anderson), BLACK COAL (Diao Yinan).

Grandes revisiones de cine europeo: SANATORIO BAJO LA CLEPSIDRA (1973), fastuosa adaptación del libro homónimo de Bruno Schulz dirigida por Wojciech Has (quien ya había brillado adaptando el Manuscrito de Potocki años atrás); y, sobre todo, en espera de poder ver la prometedora adaptación del COSMOS de Gombrowicz, el cine revulsivo de Andrej Zulawski y esa obra maestra absoluta del cine de la crueldad que es POSESIÓN (1981).

Revisiones y descubrimientos de cine americano clásico: EL RELOJ ASESINO & DONDE HABITA EL PELIGRO (John Farrow), ADIÓS, MUÑECA (Edward Dmytryk), THE LOCKET & HANGOVER SQUARE (John Brahm), THE BIG COMBO (Joseph H. Lewis), THE PHANTOM LADY (Robert Siodmak), LA LLAVE DE CRISTAL (Frank Tuttle & Stuart Heisler), EASY LIVING & MEDIANOCHE (Mitchell Leisen)…


Teleserie nueva favorita: MR. ROBOT, de Sam Esmail: la explosiva historia de un Hamlet hacker que expresa el estado del mundo tal como lo ve la mente de un esquizo: sus deseos de cambio tropiezan, para consumarse, con las complicidades y compromisos de la realidad en que se mueve. La serie incluye, además, una ambigua reflexión sobre cómo el devenir revolucionario, para bien y para mal, podría pasar por la psicopatía manifiesta de sus agentes efectivos. Para lograr sus retorcidos propósitos, su creador no duda en conjurar la esquizofrenia terrorista de El club de la lucha y la psicosis corporativa de American Psycho

Otras teleseries notables (en orden de preferencia): FARGO 2, MAD MEN 7, THE LEFTOVERS 2, HANNIBAL 3, THE AFFAIR 2, HOMELAND 5, SESIÓN 8, WAYWARD PINES, LES REVENANTS 1 & 2.

La cancelación de HANNIBAL al final de su brillante tercera temporada, una de las series más radicales por su esteticismo del mal y su plasmación pornográfica de la violencia del crimen, el tortuoso psiquismo de las relaciones humanas y el canibalismo, nos enfrenta quizá a los límites reales (morales) del formato narrativo en el medio televisivo…

Decepcionado por JOY y CAROL, obras de dos directores a los que admiro (David O. Russell y Todd Haynes, respectivamente), espero que las películas pendientes a comienzos de año se muestren a la altura de mis expectativas: LOS ODIOSOS OCHO, de mi venerado Tarantino; THE REVENANT, de A. González Iñárritu; ANOMALISA, el regreso del hijo pródigo Charlie Kaufman, el mejor guionista de las últimas décadas y autor de la memorable e incomprendida, ya desde la perplejidad retórica del título, Sinécdoque, Nueva York


MARTA ÁLVAREZ

As mil e uma noites (Miguel Gomes, Portugal / Francia / Alemania / Suiza, 2015, 125’, 131’, 125’), cine político, vitamínico y euforizante.

El club (Pablo Larraín, Chile, 2015, 98’), la denuncia pasa por una rara intensidad, personajes fuertes, detestables, comprensibles.

El gran vuelo (Carolina Astudillo, España/Chile, 2014, 70’), film hermoso, militante y necesario, por reivindicar una figura del pasado y por llamar la atención acerca de todas las imágenes femeninas que nos faltan.

Invasión (Abner Benaïm, Panamá / Argentina, 2014, 94’), quienes vivieron la invasión de Panamá por los Estados Unidos nos muestran cómo apropiarse la historia haciéndola relato.

Ixcanul (Jairo Bustamante, Guatemala, 2015, 91’), tal vez los primeros planos más hermosos del año, una historia que debería ser anacrónica y es muy actual.
La mano que trina (María Cañas, España, 2015, 12’), pura pantalla y tecla, nos hace conscientes de lo locos que estamos ya todos, desenfrenada y divertida.
           
Les règles du jeu (Claudine Bories, Patrice Chagnard, Francia, 2014, 96’), lo difícil de aprender a venderse y no perderse en el camino.

Les revenants (Fabrice Gobert, Canal+, Francia, 2012-2015), todos nos preguntamos qué pasaría si volvieran también nuestros muertos y solo pensaran en comer.

Quintal (André Novais Oliveira, Brasil, 2015, 20’), absurdo, alegre y vital.

Sense 8 (Andy y Lana Wachowski, J. Michael Straczinsky, Netflix, USA, 2015), largo videoclip con mucho de adolescente, pero se agradece tanto traspaso de fronteras, espaciales, genéricas y más.


MANUEL ARIAS MALDONADO

Mi lista de lo mejor del año, razonada, sin orden de prelación:

MAD MAX FURY ROAD

Delirante y memorable tour de force, acaso un remake encubierto de "La diligencia" ambientado en un mundo menos postnuclear que infierno climático, Mad Max Fury Road hipnotiza desde el primer minuto hasta el último gracias a un ritmo endiablado, una mitología subyugante y una fisicidad interpretativa no exenta de mérito intelectual. Se diría ilustración de aquello de Spinoza: "Nadie sabe lo que puede un cuerpo".

SICARIO

Excelente y rigurosa indagación en los claroscuros legales de la lucha contra el
narcotráfico en Arizona y México, con un pulso para las escenas de acción que
remite al mejor Michael Mann y una valiosa idea narrativa como centro: el
aprendizaje negativo de una heroína que termina por rendirse ante el desafío que, conforme a los cánones, se había planteado.

THE ASSASSIN

Filigrana narrativa y estilización visual se alinean en la esperada incursión que
el maestro del cine de Taiwan hace en el género del wuxi, el cuento de samuráis
ambientado en el medievo chino. En este caso, se trata de una venganza no
consumada, el camino hacia la mayoría de edad moral de una asesina a sueldo por razones poco morales (el amor, claro). Economía en las escenas de acción,
contención y una capacidad inigualable para el encuadre.

VICIO PROPIO

Paul Thomas Anderson meets Thomas Pynchon: una adaptación imposible que sólo el mejor director del momento podía llevar a término con éxito. Tal como nos enseñó Gimferrer, de lo que se trata cuando se adapta un libro es de construir un producto fílmico autónomo y valioso, cosa que Anderson logra dando al aspecto romántico de la historia el peso necesario, haciendo un guiño a "Vértigo" y poblando todo el metraje de bizarros personajes californianos y un ritmo endiablado que no logra sacar de su inteligente sopor a Joachim Phoenix, formidable como suele.

INSIDE OUT

Milagro neoclásico de Pixar, con Pete Docter devolviendo a la compañía a la plena forma mediante una representación imaginativa (y razonablemente rigurosa) de la arquitectura de la personalidad a través de las emociones de una niña que afronta el final de su infancia. Visualmente exuberante, llena de grandes soluciones narrativas inesperadas, divertida y conmovedora.

FORCE MAJEURE

Formidable tratado sobre las disfunciones de una familia perfecta, esta haneckiana película sueca es también una amarga reflexión sobre dos tendencias psicosociales bien visibles en Escandinavia y aún pendientes de manifestarse con fuerza en la Europa continental: la emasculación del macho en el marco del dominio cultural del feminismo y la anulación del individuo dentro del colectivismo bienestarista.

AMY

La película de terror del año: un documental sobre la destrucción de una persona incapaz de controlar su éxito mundial y los efectos que éste produce sobre su ya frágil tejido familiar, proceso para cuya exhibición el director emplea las múltiples grabaciones domésticas realizadas por la propia Winehouse, logrando así un efecto perturbador en un espectador que reconoce las lógicas intrusivas de las que es cómplice -como ciudadano en la era digital y como voyeur cinematográfico

EL HIJO DE SAÚL

Originalísima propuesta de un joven director húngaro, ex-ayudante de dirección del severo Béla Tarr, consistente en un paseo por el infierno de Auschwitz pegado al cuerpo de un prisionero miembro de los Sonderkommando encargados de limpiar y preparar las cámaras de gas allá por octubre de 1945. Ante la llevada y traída imposibilidad de representar el Holocausto, aquí se afirma con fuerza lo contrario: el infierno es un pandemónium de rostros sudorosos, cuerpos enflaquecidos y sonidos fantasmáticos donde la única certeza es que uno ya está muerto. Nunca el cine fue tan lejos en su exploración del crimen nazi -aunque la película tiene ya sus detractores y ha provocado un vivo debate sobre el asunto.

MIA MADRE

Acercándose más que nunca a Rossellini, sin perder por ello su frescura
tragicómica, Moretti vuelve a la plena forma con este drama sobre la muerte de la madre basado en su experiencia reciente. Buscando y logrando un difícil equilibrio entre gravedad y comicidad, inmediatez y abstracción, el director italiano asume un papel secundario y deja que se luzca en toda su fragilidad Marguerita Buy, directora de cine social cuyo mundo personal se derrumba al mismo tiempo que su fe en el didactismo moralizante. Una película conmovedora a través de la sencillez, que cuenta con un estupendo John Turturro haciendo de algo parecido sí mismo.


JOSÉ ANGEL BARRUECO

Mis películas favoritas de 2015, a falta de ver Eden, Lobster, The Assassin o Leviathan (entre otras):

1-Mad Max: Fury Road (George Miller)
2-Puro vicio (Paul Thomas Anderson)
3-Nightcrawler (Dan Gilroy)
4-Lost River (Ryan Gosling)
5-Maps to the Stars (David Cronenberg)
6-Whiplash (Damien Chazelle)
7-Me and Earl and The Dying Girl (Alfonso Gómez-Rejón)
8-Spectre (Sam Mendes)
9-Birdman (Alejandro González Iñárritu)
10-American Sniper (Clint Eastwood)
11-Slow West (John Maclean)
12-Sicario (Denis Villaneuve)
13-El puente de los espías (Steven Spielberg)
14-Night Moves (Kelly Reichardt)
15-Star Wars. The Force Awakens (J. J. Abrams)
[Mención especial para Love (Gaspar Noé), que no se ha estrenado en España, y para Sueño de invierno (Nuri Bilge Ceylan), que es de 2014, pero yo he visto hace unos días]

Mis series favoritas de 2015:

-Fargo (1ª temporada)
-The Affair (2ª temporada)
-True Detective (2ª temporada)



NOEL CEBALLOS

PELÍCULA: Mad Max: Fury Road, de George Miller.
PELÍCULA ESPAÑOLA: Berserker, de Pablo Hernando.
ADAPTACIÓN LITERARIA: Inherent Vice, de Paul Thomas Anderson.
ANIMACIÓN: Song of the Sea, de Tomm Moore.
DOCUMENTAL: National Gallery, de Frederick Wiseman.
JOYA OCULTA: Avanti popolo, de Michael Wahrmann.
RESTAURACIÓN: El mundo sigue, de Fernando Fernán Gómez.
ACTOR: Ramón Barea en Negociador, de Borja Cobeaga.
ACTRIZ: Bel Powley en Diary of a Teenage Girl, de Marielle Heller.
SERIE DE TELEVISIÓN: Fargo (segunda temporada).

He intentado seleccionar películas estrenadas en salas comerciales españolas durante 2015, sin importar su año de producción (Avanti popolo, por ejemplo, es de 2012). Solo hay una excepción: pese a que Berserker se ha podido ver en un par de festivales, aún no ha tenido estreno comercial.



DAVID LEO GARCÍA

Langosta (Y. Lanthimos)
Leviatán(A. Zvyaginstev)
La academia de las musas (J. L. Guerin)
Qué difícil es ser dios (A. German)
Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (R. Andersson)
Sils Maria (O. Assayas)
National Gallery (F. Wiseman)
The Assassin (H. Hsiao-Hsien)
45 años (A. Haigh)
Inside Out (P. Docter, R. del Carmen)



TXEMA MARTÍN

Mis 15 películas del año

1. Son of Saul (László Nemes) Nunca jamás una cámara ha llegado hasta lo más profundo de un campo de exterminio. Rodada con una tecnología asombrosa y obsoleta, es lo mejor que he visto en mucho tiempo.
2. Whiplash (Damien Chazelle) La mejor película jamás realizada sobre la percusión, y una de las que mejor muestra esa pasión enfermiza que suscita la música entre sus virtuosos. J.K. Simmons te deja sin palabras.
3. 45 Años (Andrew Haigh) Una película devastadora que emana sutileza, contención y cine por los cuatro costados.
4. The Tribe (Miroslav Slaboshpitsky) Vi esta película con un amigo. A los dos días nos llamamos por teléfono. Nos había pasado lo mismo: no podíamos quitárnosla de la cabeza. Violencia sin subtítulos ni banda sonora. Un mal rato fabuloso.
5. Amy (Asif Kapadia) La espeluznante historia de la autodestrucción televisada de uno de los últimos mitos musicales.
6. El Club (Pablo Larraín) "Y vio Dios que la luz era buena, y separó a la luz de las tinieblas". El Club trata sobre el lugar al que van a parar esas tinieblas.
7. It Follows (David Robert Mitchell) Un cuento de terror moderno, sofisticado y sexual ambientado en un Detroit sin adultos donde la paranoia sucumbe en la adolescencia mediante la penetración. La banda sonora de Disasterpeace es sencillamente brutal.
8. El puente de los espías (Steven Spielberg) La mejor película de Spielberg en décadas, también la que está construida con mayor meticulosidad. Los destellos argumentales de los Coen la hace aún más deslumbrante.
9. Foxcatcher (Bennett Miller) Narices postizas, músculo, fanatismo, más músculo y sordidez capitalista.
10. Langosta (Giorgos Lanthimos) “Los solteros bailamos solos, por eso sólo escuchamos música electrónica”.
11. Una paloma se sentó en una rama a reflexionar sobre su existencia (Dir. Roy Andersson) Esplendoroso final de la trilogía sobre el sentido de la vida.
12. The Nightmare Hacía tiempo que no sentía tanto miedo en el salón de mi casa que cuando vi este documental maldito sobre la parálisis de sueño.
13. Tangerine (Sean Baker) Indie genuino, sin pretensiones y sin tufillo a Sundance, uno de los grandes descubrimientos del año, una película buena rodada con tres iPhones, una delicia absolutamente trash.
14. Anomalisa (Charlie Kaufman, Duke Johnson) El guion más sencillo de Kaufman traza mediante stop-motion un universo tan divertido como deprimente.
15. Cloud of Sils Maria (Oliver Assayas) Una película inteligente, eminentemente teatrera y con un subtexto lúcido matizado por el morbo de contemplar un duelo entre Juliette Binoche y Kristen Stewart.



VICENTE MOLINA FOIX

1. El club
2. Puro vicio
3. Langosta
4. Los exiliados románticos
5. Corn Island
6. Leviatán
7. La novia
8. Spectre
9. Foxcatcher
10. Lejos de los hombres

Pondría entre los primeros puestos 'La academia de las musas' de JL Guerín, pero al haberse estrenado el 1/1/16 quizá fuera ilegítimo.
De las demás seleccionadas, aquellos que puedan sentir curiosidad por conocer mis argumentos apreciativos, disponen de comentarios de todas ellas en los Blogs de El Boomeran y Letras Libres, donde aparecieron originalmente, a falta del que aparecerá en febrero hablando de 'Langosta' y 'La novia'.


FRANÇOIS MONTI

Una de las mejores películas americanas de lo que va de siglo, el blockbuster para acabar con todos los blockbusters y el retorno de una maravilla taiwanesa (y no me refiero a la peli). Al fin y al cabo, 2015 ha sido un bueno año.

Si caben unos comentarios:

* Me encantó la de Alex Ross Perry, pero tampoco me disgustaron las dos pelis neoyorkinas de Noah Baumbach, While We’re Young y Mistress America.  
* La previa de Gomez-Rejon era una (mediocre) peli de horror y la de Amirpour también pertenece al género. Me resistí a incluir It Follows, pero no desmereció del todo.
* Otro biopic hubiese podido ser el Pasolini de Ferrara. Me decanté por la deslumbrante cinta de Bonello – sin estrenar en España, vaya vergüenza.
* No ha sido el año de los blockbusters. Mad Max aparte, Mission Impossible: Rogue Nation fue la única en cumplir su papel. Star Wars: TFA (pasé un rato agradable) ya pasa a otra categoría, sui generis. 
* Me emocioné mucho con un par de escenas de Still the Water de Naomi Kawase y aún más con la de Kore-Eda, Umimachi Diary (y eso que es una ‘menor’, dicen). Sin embargo, solo un asiático entra en mi lista. Hechizo visual, lo de Hou.
* Me reí mucho con What We Do in the Shadows. Podría haber sido la segunda de vampiros de la lista.

Sin orden… 

Listen Up Philip, Alex Ross Perry
Me and Earl and the Dying Girl, Alfonso Gomez-Rejon
A Girl Walks Home Alone at Night, Ana Lily Amirpour
Trois souvenirs de ma jeunesse, Arnaud Desplechin
Saint Laurent, Bertrand Bonello
Mad Max: Fury Road, George Miller
The Assassin, Hou Hisao Hsien
Inherent Vice, Paul Thomas Anderson
Inside Out, Peter Docter & Ronaldo Del Carmen
The Duke of Burgundy, Peter Strickland


JOSÉ RAMÓN ORTIZ

Reportando desde multisalas de 3D y 4DX, 2015 no fue 2014 pero tampoco estuvo tan mal. 
Comparando mi lista de 2014, creo que pocas de las películas que ahora anoto me parecieron tan buenas como las mejores del año anterior. Incluso es el caso de tres películas de entonces que vi hasta hace muy poco (Nightcrawler, Inherent Vice y Snowpiercer), que podría incluirlas hoy para elevar un poco la media de lo que vi y disfruté, pero no lo haré. Anoto únicamente las películas que se estrenaron en salas mexicanas durante 2015 y que considero las mejores porque poseen, en mayor o menor grado, estas tres cualidades: 1) una narratología que intenta o va más allá de la mera representación; 2) la innovación o puesta al día de una poética tradicional para el género al que se suscriben; y 3) la capacidad de capitalizar en su premisa o lugar común para sorprender a un espectador que ya no espera mucho y vive en el loop de la repetición. Los mismos valores los tomé en cuenta para elegir series de televisión, dándole mucha importancia a la obra de consumo masivo, como la comedia de televisión abierta o de cable (o de Netflix). 

Las pelis y series elegidas me parecen verdaderas joyas... de bisutería, pero imperdibles y, sobre todo, manifiestos cinematográficos que se oponen a las modas y a los villamelones.

CINE

15. The Man From U.N.C.L.E (Guy Ritchie)
14. Solace (Afonso Poyart)
13. Big Eyes (Tim Burton)
12. Yakuza Apocalypse (Takashi Miike)
11. Ex Machina (Alex Garland)
10. The Final Girls (Todd Strauss-Schulson) 
9. Dope (Rick Famuyiwa)
8. It Follows (David Robert Mitchell)
7. What We Do in The Shadows (Jemaine Clement, Taika Waititi)
6. Beasts of No Nation (Cary Joji-Fukunaga)
5. Kumiko, The Treasure Hunter (David Zellner)
4. American Ultra (Nima Nourizadeh) 
3. The Wolfpack (Crystall Moselle)
2. Mad Max: Fury Road (George Miller) 
1. Black Mass (Scott Cooper)

Mención especial del jurado: Star Wars: The Force Awakens (J.J. Abrams)

TV

10. Vikings, S. 3 (History Chanel)
9. The Flash, S. 1: 2014-2015 (The CW)
8. The Last Man on Earth (S. 1) (FOX)
7. Master on None (Netflix)
6. Wayward Pines (FOX)
5. Aquarius (NBC)
4. Jessica Jones (Netflix)
3. Mad Men, Final S. (AMC)
2. Ash Vs. Evil Dead (Starz)
1. Broad City, S. 2 (Comedy Central)


Mención especial del jurado: Unbreakable Kimmy Schmidt (Netflix)


martes, 5 de enero de 2016

EL OBJETO NO TIENE DESEO


Texto escrito en respuesta al cuestionario sobre el deseo propuesto por Rebeca Yanke para la sección de Sociedad del diario El Mundo.

Todo el mundo, tenga el crédito que tenga para pagar por ello, puede desear en la medida en que el deseo, en su apariencia, es gratuito. Pero es un espejismo creado por la cultura y por la educación y difundido urbi et orbi por las instituciones bancarias, entre otros estamentos interesados.
Desear es apetecer los objetos que la sociedad constituida y todos sus instrumentos de socialización nos han adiestrado en reconocer como deseables. Existe en el sujeto, por tanto, el oscuro deseo de un objeto antes de que el objeto de deseo, más o menos oscuro, salga a la luz de la conciencia y se haga realidad. El fetichismo, antes una excepción, es ahora, en el régimen libidinal generado por la vida capitalista, la norma del deseo. El deseo se desplaza de objeto en objeto, de superficie en superficie, sin encontrar una fijación definitiva. A eso algunos lo llaman consumo. Otros, neurosis. Otros aún, esquizofrenia. Como la pobre Alicia de Carroll en la tienda abarrotada de la oveja, la persecución del objeto luminoso que tomamos por deseado es incesante, ya que el objeto es fugitivo por definición, imposible poseerlo sin que se transforme en otra cosa.
Los deseos de los marginados o excluidos (palabra odiosa) se fabrican con la misma pasta que los de los integrados. Pienso en la cena navideña concelebrada por la alcaldesa Carmena para centenares de gente pobre y sin techo como ejemplo caricaturesco (de estar vivo, Berlanga haría una comedia socarrona con la puesta en escena de esta Nochebuena) de cómo se han estereotipado los deseos de todos.
La posesión real o solo imaginaria de los bienes deseados es lo que distingue a las nuevas clases sociales, no el deseo ilusorio o el sueño de posesión, que es transversal y actúa como aglutinador de la colectividad. La homogeneización del deseo se paga en una transmutación a la baja del deseo. De la primera persona del singular se está pasando a deseos colectivos (en primera, segunda o tercera persona del plural) estandarizados por el sistema para el consumo inmediato: todos deseamos los mismos cuerpos, las mismas ropas, los mismos coches, los mismos móviles, los mismos muebles, la misma vida decorativa, aunque creemos cada vez que los realizamos que esos deseos nos distinguen y diferencian, cuando es todo lo contrario en realidad.
Preguntarle al otro por sus deseos es un error inevitable. La expresión del deseo, vista así, es altamente problemática y entraña para el hablante un nivel de compromiso con la realidad demasiado explícito. Es preferible para el sujeto considerarlo de antemano imposible (de realizar o de enunciar) antes que nombrarlo de un modo demasiado nítido. En líneas generales, el deseo se prefiere diferido y, en este sentido, se compagina con el registro de la vaguedad y la indefinición o el estado de flotación molecular. De ahí la relevancia actual de los medios tecnológicos en la tarea de conferirle concreción, solidez o una condición tangible. Nunca se sabe mejor lo que se desea que cuando se lo ve plasmado en una pantalla.
Por otra parte, los eufemismos del deseo tanto como los del placer proliferan en una sociedad donde los deseos y las pasiones, como relación entre lo semejante y lo desemejante, solo se expresan obscenamente en la publicidad o en las ficciones del cine y la televisión mayoritarias, mientras en la experiencia cotidiana el pudor y la reserva nos impiden reconocer que sentimos por el cuerpo del otro lo mismo que por el jugoso chocolate o las galletas crujientes que devoramos a todas horas, o el último modelo de coche de marca que nos gustaría conducir de noche a la máxima velocidad por una autopista vacía.
El deseo de relajarse, de aliviar tensiones, de alcanzar la ataraxia, un estado espiritual de anulación del deseo, precisamente, es la respuesta al nivel de exigencia libidinal del capitalismo. El consumidor o el usuario saben hasta qué punto el capitalismo necesita de la hiperactividad del deseo para mantenerse y expandirse y buscan un territorio donde poder desconectarse por un tiempo. Ese territorio es un espacio gestionado por el propio capitalismo, donde se recargan las pilas del deseo de las personas que se han descargado en exceso durante el desempeño diario de su labor competitiva, productiva, relacional o consumidora.
Como intelectual hedonista, Foucault creía que el placer era la instancia decisiva, la que transfiguraba la abstracción del deseo en moneda de cambio para los cuerpos, mientras Deleuze, más romántico y naturalista, atribuía al deseo el poder de crear la realidad como un escenario en que sujeto y objeto pudieran acoplarse, incluso intercambiando posiciones durante el encuentro. Por su parte, Baudrillard, para alejarse del naturalismo y la impronta primitiva de la pulsión, lo focalizó todo en la estrategia de la seducción, creando una síntesis de deseo y placer sin la que parece imposible salir de los dilemas de uno y otro (placer sin deseo, deseo sin placer, auténticos males de la economía libidinal contemporánea). En los dominios del deseo, venía a decir Baudrillard, la seducción opera otorgando al objeto todo el peso y descargando al sujeto, que se limita a ser atraído fatalmente a la órbita del otro. El seductor es víctima de la estratagema del objeto y acaba sucumbiendo a ella, en un juego reversible pero agotador que anula la diferencia entre uno y otro papel.
Examinando el tráfico de las redes sociales y haciendo un rápido inventario de selfies testimoniales, se vuelve obvio que el sujeto y el objeto de deseo de nuestra época convergen: el yo hecho público y ubicuo por todos los medios disponibles. El narcisismo es el deseo del sujeto transfigurado en objeto de mirada para sí mismo y para los demás. La pesadilla que Baudrillard acaso no previó, extremando la lógica de la seducción, es que en un mundo compuesto íntegramente de objetos de seducción deja de existir el deseo. O no existe más que como subproducto narcisista, como deseo de sí en tanto objeto propio, posesión ególatra, ensimismamiento estéril. Donde no hay sujeto deseante no hay, por tanto, sujeto alguno. El criterio del deseo define, pese a todo, la gran diferencia entre el objeto y el sujeto y solo el segundo (el sujeto) se reconoce frente al otro (objetualizado o no) como voluntad de deseo.
Si el deseo ya no representa deseo de sí, deseo del deseo o deseo de desear, es cada vez más evidente que la fórmula cliché “el deseo no tiene objeto” ha sido sustituida en las relaciones y los contactos, respondiendo a las complejas circunstancias con un fácil juego retórico, por su contrario: el objeto no tiene deseo. O no desea otra cosa que ser deseado. O desearse sin contrapartida real.
Surge entonces, en este contexto, la posición ética de Bartleby, lo que llamaría la objeción de conciencia del deseo (“preferiría no desear”/“preferiría no ser deseado”), como alternativa radical a la agudizada problemática (objetiva y subjetiva) del deseo.
Delirar es, en efecto, desear un mundo distinto, un mundo diferente, reinventado o imaginado por el deseo en estado puro. El delirio no es tanto una evasión del mundo como un modo de abrirle puertas a otros mundos, de posibilitar a través del deseo, entendido como acto creativo, la generación de nuevas realidades, relaciones, afectos, sensaciones, etc.
Al delirio se lo mira con malos ojos, como una desviación o una excentricidad innecesaria, tanto desde la derecha, aferrada a una visión mezquina (neoliberal) de la realidad, como desde la izquierda, mortificada por la impotencia histórica de desear un mundo mejor sin saber con exactitud qué sería este.
El deseo es un productor de mundos, un creador de realidades, como quería Deleuze, un medio de emancipación respecto de valores y modelos de ser normativos, y, por tanto, reprimirlo a conciencia es negarle al mundo la posibilidad de ser de otro modo. Todos los que quieren el estado de cosas invitan a prescindir del deseo (y del delirio del deseo), o a hipotecarlo al catálogo de posibilidades que nos ofrece el hipermercado capitalista.
En cualquier caso, el deseo, como el erotismo y la sensualidad, con los que estaría emparentado, se conjuga a la perfección con el juego, el ritual, la ceremonia y la exuberancia y cualquier intento de racionalizarlo, de atribuirle seriedad y rigor, o de vincularlo a realidades limitadas, o a funciones naturales, fracasará estrepitosamente.
De ese modo, cuando dirijo a alguien “mis mejores deseos” para el año nuevo todo se vuelve mucho más ambiguo de lo que parece en una primera lectura. Y es que las palabras no solo no aciertan a decir lo que deseamos, por más que nos esforcemos, sino que tampoco llegan a desear lo que decimos.