jueves, 31 de marzo de 2011

BAD ROMANCE


BAD ROMANCE



I want your love and I want your revenge.


I want your love, I don’t wanna be friends.


LADY GAGA



A Brian de Palma, en paro desde que rodó Redacted.



¿Qué hace este mono peludo en lo alto del Empire State?, se pregunta una voz viril sobrecogida por la patética escena. ¿Cómo explicarlo en estos momentos críticos?, le replica una voz femenina algo escandalizada. Como si una parte esencial de la comedia de los sexos fuera a representarse en este escenario insólito, contamos con dos espectadores de excepción para esta cita fallida. Es la noche más salvaje del año, según algunas viejas almas puritanas, y todas las memorias y todas las fantasías se revisten de imágenes reales o virtuales, de fantasmas de otro tiempo y organismos cibernéticos de un porvenir improbable en que hombres y mujeres habrán olvidado la dulzura del contacto, la delicadeza de una caricia, la ternura de un roce, la lasitud que acomete a la carne una vez que ha sucumbido a su inveterada inercia. La historia no pone en cuestión estas nociones, sólo pretende ofrecer algo de entretenimiento y también de instrucción gratuita. Una enseñanza, aunque alegre no menos satisfactoria y útil.


Dónde y cuándo se conocieron o cómo intimaron es mucho más fácil de abordar ahora, como es natural, que plantearse de antemano cómo podría terminar todo esto. El rascacielos ha sido acordonado por la policía, así que es difícil imaginar de qué modo ella, si ésa fuera su intención, podría abrirse camino hasta él, aunque tal vez ese detalle sea el menos importante de todos. El caso es que él permanece solo, subido ahí arriba, en la terraza desierta que no le despierta ninguna sospecha pero sí una vaga melancolía, un atisbo de las gélidas noches del desierto oriental, arrebujado en el saco de dormir la víspera de una operación militar decisiva para el curso de la guerra, según la retórica de los mandos. Se conocieron en otra multitudinaria celebración de fin de año, durante un permiso, en un bar de la calle 14 atestado de borrachos con y sin uniforme y de muchachas desinformadas que increpaban a los soldados por su participación en una guerra inicua y donaban sus labios y sus besos a civiles que recibían esas señales de protesta como bendiciones carnales que nunca les comunicarían a sus novias o esposas, y no sólo porque muchos no las tenían, sino porque la guerra, ya se sabe, vuelve reservado al hombre y desvergonzada a la mujer, lo dicen todos los manuales oficiales que estudian esta clase de cosas desde la antigüedad. El decimonónico Tractatus De Femina Vita, del General P. J. Spaulding, por ejemplo, donde se describe la actitud que la hembra generosa debe mantener ante el macho belicoso en caso de que el supremo jerarca de la nación declare en público su intención de arremeter en el tablero de ajedrez de la sociedad internacional contra un sátrapa con excesos de testosterona en ese saco colgante de grasa que todavía denomina cuerpo por un desliz del lenguaje que no sería fácil de traducir a ninguna de las lenguas vigentes a este lado (el más civilizado, por cierto, Spaulding dixit) del meridiano de Greenwich…



[Comienzo del relato Bad Romance que acaba de aparecer en el nuevo número de la Revista Eñe.]



sábado, 19 de marzo de 2011

TORRENTE #4: EL “ELLO” ESPAÑOL AL PODER


Fuck the power!

Julian Assange, Gran Maestre de la Logia del Wikilingus

(Traducción castiza (ver vídeo de Bisbal) : “¡Aquí te pillo, aquí te mato!”.)


#1. No he visto aún la película (y estoy seguro de que no me va a gustar, aunque pueda reírme con algunos chistes). Sólo conozco las noticias de su increíble éxito, el tráiler musical, algunas declaraciones de un signo y de otro. Me parece un golpe de estado popular en toda regla. La imposición espectacular de un ello (sí, han oído bien: “ello”) excluido durante décadas. El ELLO (sí) español. Carpetovetónico, celtibérico, populachero, barriobajero, cerril. Redivivo y revivido con fuerza, como en las celebraciones del Mundial, donde se palpaba entre el griterío la toxicidad del ambiente. No importan demasiado las etiquetas con que se intenta descalificarlo. En una situación de máximo descrédito político (de los políticos y los partidos políticos), de devastación económica, de depresión social y tristeza colectiva, es una explosión carnavalesca de populismo y vulgaridad. De jubilosa vitalidad plebeya. Un insulto en las narices a todo lo (tenido por) sublime, elevado o exquisito. Una patada en la entrepierna del sistema. Si fuera político, tomaría nota. Si fuera cineasta, tomaría nota. Si fuera escritor, tomaría nota (lo soy, la tomo). Si fuera [rellénese el orificio con el oficio o vocación que se quiera] tomaría nota… Salvo que no sepa escribir, o no tenga un cuaderno a mano, tomaría nota siempre, por lo que pueda pasar.

#2. La cosa pública no puede consistir sólo en un pastelón truculento y suculento que se reparten los sátrapas locales o regionales y los sátrapas nacionales e internacionales, de izquierda y de derecha, de viejas ideologías reconvertidas por imperativos de la historia en grandes simulaciones electorales y lucrativo negocio bajo cuerda. El sistema no puede ser sólo un simulacro de feria, sobre todo si su atractivo deja de funcionar. Torrente #4 es la prueba definitiva de que algo ha dejado de funcionar en la España® de las autonomías. O nunca lo ha hecho. De que en los últimos años se nos han caído, como suele decirse, "los palos del sombrajo" (cf. Nuevo Diccionario de Autoridades S. A.). Una narrativa que, por razones fáciles de explicar, funcionaba aún en 2005, por eso Torrente #3 no triunfó en taquilla, no había demanda de tal desafuero, de tal desatino, de semejante aquelarre, y ha dejado de hacerlo con todas las consecuencias, positivas y negativas, en 2011. Q.E.D.

#3. En el capítulo “La fiesta del asno” de La fiesta del asno (no es propaganda, lo juro) la totalidad de los ciudadanos de un villorrio vasco votan el día de las elecciones a un asno muerto dos días antes durante un siniestro acto de campaña. El candidato abertzale Gorka K., para hacer propaganda de la causa e impresionar la conciencia cristiana de sus habitantes, lo montó sin piedad por las calles hasta desfondarlo. El relincho del asno al expirar se le metió al pueblo en el alma. El día de las elecciones su voto fue unánime. Ninguna formación política recibió sus votos. El animal muerto los recibió todos. Una metáfora difícil de digerir. Ahora está pasando lo mismo, mutatis mutandis, en la realidad de las pantallas, con el último avatar de la tetralogía torrentiana. Por algo será. El derrelicto, el desahuciado, el asocial, el inadaptado, el cínico, el canalla, el perro, el abyecto, el impresentable, es, de todas todas, el preferido del pueblo. El antihéroe folk más popular e idolatrado por la tribu. Un Ubú made in Spain coronado como monarca grotesco en la plaza pública por una masa enfervorecida con sus gestos de rufián patibulario y sus excesos bufonescos. Como antes lo fue el Lazarillo, sí, y, con él, la legión de pícaros y pícaras que, afrontando grandes crisis de valores (económicos y también de los otros), siguieron su (pernicioso) ejemplo. Entre la picaresca y el esperpento, con la sombra de la caballería en el horizonte como un superyó fallido, ése es nuestro sino también en el siglo XXI, ¿podía ser de otro modo? Nuestro apego provinciano a la realidad, nuestro maldito apego a la realidad, nos juega estas malas pasadas…

#4. No me digan ahora los críticos vocingleros de siempre, voces de amos anónimos y otros no tanto, que la película es chusca, vulgar, soez, ordinaria, canallesca, obscena, abyecta, fascista, etc. Torrente #4 es un insulto grosero, una broma de mal gusto, un patadón cobarde en la entrepierna de los valores y creencias de la clase media, ¿y qué? Es un golpe de estado estético (y cultural y moral y de clases, sí, de lucha de clases, ¿se acuerdan?) contra toda forma de corrección, sin duda, y de gusto establecido. Un asalto a mano armada en la cámara acorazada (y vetusta) de la cultura española contemporánea. Torrente vomita ráfagas de detritus, se caga y se mea sin contemplaciones encima de todas las cursilerías biempensantes que esos críticos escandalizados (y muchos espectadores afines) suelen bendecir cada fin de semana porque ratifican su estimulante punto de vista sobre las cosas, el olor de las cosas y el estado (pútrido) de conservación de las cosas. De todas las sublimes imposturas ante las que se arrodillan a rezar en nombre de los viejos valores trasnochados que rigen sus vidas y opiniones (y las de los que las alimentan con la dieta cultural más sana y equilibrada). La imagen de la podredumbre es clara. Un revolcón digital. En 3D para los más masocas de la tribu. Si se miran en el espejo y no se gustan, no culpen al espejo. Si se sienten violados, no llamen a la policía, como en aquella pésima película de Bigas Luna basada en la novela de no me acuerdo quién. Que cada cual saque sus conclusiones, pero que no me vengan con que todo esto es una operación comercial muy bien montada. Un éxito publicitario. Ojalá fuera así. Ojalá fuera sólo e$o...

#5. Mr. T, como un energúmeno libidinal digno de Robert Crumb o de Alfred Jarry, pero más bestia y rastrero, sodomiza todo aquello que la sociedad española contemporánea dice considerar valioso y salvable: la corrección política, la tibieza ideológica, la elegancia social y verbal, la impostura formal, el amaneramiento mundano, la cultureta del finde, el (apolillado) señorío merengón y el (falso) progrerío culé (y es que Mr. T es colchonero, no se olvide, como todos los perdedores de la meseta), el talante, sí, también el talante recibe su merecido, qué se le va a hacer, nadie es perfecto, y la literatura dominical, la hipocresía moral, el cinismo de los poderosos, la decencia pobre, la demagogia educativa, la corrupción institucionalizada, etc. Y, por si fuera poco, desnuda sin vergüenza la cutrez imposible y las miserias del famoseo mediático español, el merdelloneo deluxe, que queda con las nalgas expuestas al aire serrano. [Véase el impagable vídeo de nuevo.] De verdad, ¿hay quien dé más? ¡Sálvame, sálvame!, se oye gritar a algunos timoratos en la sala, sin reparar en la ironía conceptual de la demanda. Te salva lo que te condena, hermano, como recuerda el filósofo mostrenco con displicencia...

#6. Un primer plano de Mr. T lo dice todo, aunque haya que adivinar su intención real en el bizqueo polimorfo de la mirada y el estrujón genital simultáneo. He aquí un ejemplo del bucle psiquiátrico en que vive atrapado desde la infancia el primitivo cerebro de este homúnculo de Atapuerca: Dígame, amigo Torrente, cada vez que oye cantar a Katy Perry le entran ganas de: 1/ ¿estrangularla?; 2/ ¿follársela a cuatro patas?; 3/ ¿casarse con ella?; 4/ ¿llamar a su madre para preguntarle qué hacer con la chica aunque lleve muerta muchos años (su madre)?; 5/ ¿ninguna de las cuatro anteriores?; 6/ ¿masturbarse tantas veces como sea necesario?; 7/ ¿leer a Žižek en voz alta?; 8/ ¿atarla a la cama y amordazarla con una media?; 9/ ¿hacerse gay militante?; y 10/ ¿todo a la vez?... La respuesta correcta, si es que existe una sola y no faltan opciones a escoger, esconde una gran-gran verdad sobre la cultura de masas. Sobre la cultura. Sobre las masas. Sobre, ejem, ya saben, Katy Perry...

#7. Entre tanto, en una galaxia muy-muy lejana, en un barrio privilegiado de mansiones señoriales, acabo de ver a una call-girl del siglo XXI (todo en su provocativo atuendo es de diseño astronáutico, cotiza en bolsa y cobra un alto interés por cada consulta profesional) entrando con ostentosa insolencia en un caserón del siglo XIX. ¿No es ésta una imagen lo bastante elocuente de la situación?...

#8. De lo que no se puede hablar, más vale callarlo.

#9. La revolución es inminente.

martes, 8 de marzo de 2011

MÍMESIS Y SIMULACRO


Ya está en librerías mi libro de ensayos Mímesis y Simulacro. Ensayos sobre la realidad (del Marqués de Sade a David Foster Wallace) publicado en EDA. El diseño de la sobrecubierta y las tapas es del artista Jesús Andrés.

Ésta es la nota del editor para la contraportada:

¿Qué significa hoy ser realista para un escritor? ¿Cómo seguir siendo realista sin poner en cuestión una realidad alterada por la lógica dislocadora de los medios tecnológicos de producción y reproducción que han transformado de raíz la realidad? ¿Mímesis? ¿Simulacro? Éstas son las cuestiones esenciales que Juan Francisco Ferré plantea en este libro. Se trataría, en definitiva –afirma el autor en la introducción-, de seguir siendo realista sin olvidar lo que esto en el pasado implicaba también de simulación, incluso de impostura, pero con la lucidez que exige un momento histórico como el presente en que la realidad ha padecido tales mutaciones que es imposible atenerse a los viejos criterios de reconocimiento, a las anticuadas pautas de representación, a los desfasados modos de recreación de la realidad. Desde esta óptica fundamental, desde esta postura radical no exenta de polémica, es desde la que analiza Ferré las estrategias y dispositivos de la novela decimonónica, las de Kafka también, pasando por Joyce y Pynchon, para llegar a la narrativa mediática de Don DeLillo o David Foster Wallace…

Un extracto (orientativo) del prólogo, titulado La realidad bajo cero. Una introducción realista:

Es por todo esto, quizá, que el recorrido de este libro es múltiple y variado y, como tal, admite múltiples y variadas lecturas. Una de ellas, no la menos importante, desde luego, plantea una revisión cronológica del discurso narrativo que comienza en el siglo XVIII con Sade como narrador paradigmático, tanto en la politización de la sexualidad como en la sexualización de la política, de ciertas narrativas y situaciones del presente, y prosigue con una reflexión sobre la novela histórica y los primeros conatos del costumbrismo y el realismo decimonónico españoles para consagrarse en el tercio final, tras examinar los planteamientos estéticos de modernistas singulares como Joyce y Kafka, al estudio de los formatos narrativos, sin distinción de marcas nacionales o culturales, de ese realismo contemporáneo de alta definición que un autor como David Foster Wallace representaría en grado eminente. La literatura ha encarnado de modo privilegiado, desde el siglo diecinueve al menos, el discurso espurio de las naciones y los pueblos, individualizando sus rasgos carismáticos y privilegiando su imagen y su identidad colectivas. Otra de las lecturas posibles, por tanto, encerraría este propósito de liquidar esa herencia nacionalista decimonónica y dar paso si no a una literatura mundial sí a una concepción transnacional de la literatura que sepa escapar de las determinaciones locales, nacionales o lingüísticas y establecer un diálogo productivo entre autores que no sólo escriben en idiomas distintos sino que proceden de culturas distintas pero responden a los mismos desafíos y los mismos estímulos con el fin de preservar el poder de la literatura en un mundo que ha encontrado, como veíamos más arriba, medios aún más poderosos para negarlo o disminuirlo.

El libro apuesta, sobre todo, por la novela (con un historial muy heterogéneo, como se ve). La novela como género mutante y transversal, promiscuo y omnívoro, seminal y polimorfo (no en vano todo empieza con un ensayo sobre la excitante novelística de Sade). Su discurso central celebra la infinita capacidad de la novela para integrar en sus formas la novedad y la heterogeneidad del presente. Desde hace siglos, la novela representa el gran discurso del desafío, el riesgo y la inquietud, comenzando por el desafío (acuciante) del mundo al talento y los recursos del escritor y la inquietud ante la potencia o impotencia de la respuesta ofrecida y los riesgos afrontados, problemas tan fáciles de eludir en los formatos más breves.

Éstas son, por si quedaran dudas sobre los motivos del libro, las líneas finales del prólogo:

Termino con esta paradoja, en cierto modo terminal: cuanto más la realidad disputa su poder de fabulación y ficción a la literatura, más ha parecido retroceder el poder de representación de ésta, precisamente, cediéndole a la realidad, gracias a los medios tecnológicos, todo el poder y la autoridad de producirse y reproducirse hasta la náusea como ficción necesaria. Sin otra alternativa que las diseñadas y programadas por el sistema. De ese modo, la pregunta paradójica sobre la realidad se ha vuelto ahora en contra del escritor, dando un giro diabólico a la historia, al obligarle a reconocer la versión de la realidad con la que se identifica antes siquiera de pretender dar cuenta de ella. Quizá haya sido éste desde siempre el problema sustantivo de la realidad. El problema que la realidad planteaba a los escritores en la historia no era otro, en resumen, que el de su responsabilidad en el modelo de realidad al que daban crédito y reconocimiento en sus creaciones, adscritas de antemano a un modelo ideológico de representación más o menos consensuado con la sociedad. La gran pregunta al escritor ahora es si prefiere ser fiel a la literatura o ser fiel a la realidad, sea lo que sea ésta, pues su condición está por definir también, como todo lo demás. De ese modo, el escritor debe saber si prefiere encuadrarse dentro de los parámetros del discurso que suele ser reconocido, en todos los sentidos, como literatura, o si prefiere abandonar todo marco o encuadre definido de antemano y, dentro de lo posible, afrontar la realidad sin mediaciones preestablecidas por la tradición o por los dictados comerciales del día, mientras genera, con mayor o menor tensión formal, nuevos marcos de comprensión de la realidad, nuevas categorías cognitivas y nuevos modos de encuadrarse en ellas. Ahora por fin, aunque no lo parezca, todo está mucho más claro. Y aún más si se entiende que el problema principal, desde siempre, no es tanto la realidad como el principio de realidad. Pero esa es otra historia. Se entiende fácilmente por qué…