jueves, 28 de enero de 2010

PROVIDENCE ES UN “MAPA COGNITIVO”



“Postmodernity, then, as an historical stage of capitalism which includes everything from the labor on the ground to the form of the thoughts and fantasies in people’s heads, constitutes a dominant ideological patterning system which forms a structural limit to all our superstructural as well as infrastructural realities. Even the representation of this immense totality –a globalization characterized on the one side by advanced information technologies and on the other by a population explosion in which all the repressed subjects on the globe are finding their voices and emerging as subjects in their own right- is necessarily always thematized or biased by an ideological standpoint: a Real which can never find its “objective” scientific knowledge but which must always be triangulated by the attempts of those who seek to represent it to include their own absolute epistemological and historical and class limits within their impossible representation.”


(Fredric Jameson, Valences of the Dialectic, pp. 362-363, Verso, NY, 2009)



Cada novelista que se tome en serio su tarea creativa debería hacer la prueba de leer esta reflexión de Jameson y saber, con respecto a ella, cuál es su posición personal, cuál es, en definitiva, su intelección del tiempo postmoderno (reconozca o no el uso de esta noción algo confusa), antes de seguir escribiendo sin entender del todo qué sentido tiene hacerlo en un mundo como éste. Por mi parte, Providence es mi respuesta más acabada al desafío de Jameson. Un “mapa cognitivo” de la globalidad, trazado con todas las limitaciones a las que se enfrenta un creador individual con su pequeña tecnología lingüística y narrativa.


Me divierte mucho, por todo ello, lo que se va publicando sobre Providence (entre otras cosas porque, como decía Derrida, ese aparente hors-texte forma parte del texto, colabora en la construcción metódica del “mapa cognitivo” que PVD aspira a ser). La obligación de un escritor, tras entregar su obra a los lectores, es dar que hablar. Bien o mal, pero dar que hablar. No hay otra. Con PVD voy cumpliendo esto con creces, como se puede ver en la selección cronológica de textos presentados, como una cuenta atrás, en las entradas anteriores (todos fueron publicados a lo largo de este mes de enero en diarios de gran tirada o en blogs literarios). De la intersección de todos ellos, como en una aplicación perversa de la parábola sufí del elefante y los ciegos, es posible extraer una imagen aproximada de lo que es y no es PVD.


En este sentido, no importa demasiado que algunos pretendan convertirme en un narrador clásico (ellos sabrán por qué quieren obliterar todo lo innovador y arriesgado que hay en la novela en pro de virtudes tradicionales que se podrían encontrar en cualquier best-seller culto o analfabeto, el género predilecto de la masa lectora), o en un pornógrafo neosadiano (sigue siendo un enigma para mí por qué algunas personas inteligentes se resisten a entender que la comedia sexual del presente, el porno nuestro de cada día, es uno de los fenómenos más estimulantes y atractivos a los que puede confrontarse un escritor absolutamente contemporáneo; nunca en la historia ha habido una situación tan desmadrada, tan fuera de normas, tan excesiva y dionisíaca, en suma, donde hasta qué sea sexual y qué sea sexo o sexos y cuáles sean éstos, sin citar a mi admirada Beatriz Preciado, está en proceso de búsqueda y redefinición), o en un corruptor literario y cultural de la peor especie (sí, lo reconozco, durante la escritura de PVD, gracias a su "escritura monstruosa", más bien, descubrí, y ya era hora, que la literatura y la cultura como tales, o al menos tal y como las entiende la buena sociedad literaria y cultural, garante de valores que me parecen moribundos, como un corsé o una camisa de fuerza, me importaban poco, muy poco o nada), o, el más problemático de todos, en el ganador virtual del Premio Herralde (en un país saturado de premios de novela nadie parece caer en la cuenta de que, más allá de otras consideraciones estéticas, mediáticas o sociológicas ligadas a las galas del poder, la cultura y los medios, la relación premio-difusión literaria es inversamente proporcional a la importancia social de la literatura, prueba incontestable de su fracaso).


Mientras tanto paso por otras experiencias gratificantes (no todas sexuales, desde luego). Como el contacto, a través del email o el blog o cualquier otro medio disponible, con otros lectores inteligentes, mucho más inteligentes que el escritor que ha creado el artefacto que ellos decodifican con tanto acierto (la función intelectiva del lector, como creía Borges y los estudios cognitivistas refrendan, es indudablemente superior a la del escritor).


Un lector tan bueno como Jordi Costa (que me descubrió que "Providence" es también el nombre de una isla en una serie de cómics de la Marvel, una isla artificial donde se reúnen los mejores cerebros del mundo para diseñar un futuro mejor para la humanidad), hoy mismo en El País: un laberinto procaz y culterano que reformula las mitologías populares con muy mala idea y descubre, detrás del Sueño Americano, el hedor mefítico de un mundo gótico y puritano con urgente necesidad de ventilación. Hija mutante de Pynchon y Foster Wallace, la novela parece obra de un matón intelectual con ganas de pelea (ideológica). O como Germán Sierra: Una novela compleja y muy inteligentemente construida, a la altura de los grandes clásicos posmodernos, y que dialoga con las principales tendencias narrativas de los últimos decenios. Escudriña la cultura norteamericana contemporánea “desde dentro y desde fuera”, por lo que merece ser considerada tanto una de las grandes novelas españolas recientes como una de las mejores novelas norteamericanas del año. O como Javier Moreno: Me acuerdo de Providence, de Juan Francisco Ferré, y de tener la impresión de que Juan Francisco le ha hecho algo a la literatura española, algo que todos estábamos deseando, que ha conseguido una especie de plusmarca nacional difícil de batir; y de que si yo fuera la literatura española invitaría a Juan Francisco a una copa de Bourbon y luego ya se vería. O como Pablo Muñoz (aka Alvy Singer), de nuevo: Contaban en el Times que los escritores de hoy ya NO TIENEN PELOTAS PARA EL SEXO (en un ensayo del pasado domingo). Providence, además, tiene las escenas de sexo más cojonudas (redundancia) e inquietantes del último panorama. O como Jesús García Blanca (merece la pena consultar cualquiera de sus blogs para entender lo que significa hoy mantener una actitud insurgente), quien tuvo la generosidad de enviarme un mensaje cada vez que concluía la lectura de uno de los tres niveles de PVD. El último es el más ingenioso: un email dirigido al deus ex machina de PVD (“Darth el Deconstructor”), donde juega con las categorías más lúdicas de la novela. Los reproduzco en serie numerada:


1.


Saludos, Juan Francisco.
Acabo de terminar el primer nivel de Providence.
Aunque leí algunas reseñas antes de empezar con ella, reconozco que no la compré por las flores que le echaban, ni tampoco por haberle gustado a Herralde. Lo hice porque Lovecraft está en la portada... y porque me fio mucho de mi intuición y olía ese aire especial que tienen las novelas con mayúsculas, esas en las que uno echa los restos.
Sé que estoy sólo en la antesala, pero me encanta tu ironía y la promesa que empapa estas primeras páginas de que nos aguarda algo grande, algo que no vamos a olvidar nunca...


2.


Nueva intromisión.


Tras esa genial vuelta de tuerca con que acaba el segundo, acabo de ingresar en el tercer nivel de tu, no sé si llamarla Hipernovela echando mano de algo que parezca estética ciberpunk, o retomar aquellas entrañables escenificaciones del "Boom" calificándola de Novela totalizante; en cualquier caso, como te adelanté, Novela con Mayúsculas, que es lo mismo que Expedición de Búsqueda, si no del tiempo perdido, quizá de algún pedazo de nuestro ser.


Más allá de las piruetas conceptuales de Jesús Andrés, más allá de las evidentes constataciones de Masoliver Ródenas y de los circunloquios multiculturales de Goytisolo, e incluso del hecho de compartir innumerables referentes cinematográfico-musicales-literarios, lo que me mantiene atado a su lectura es algo mucho más... llamémoslo primario: hacía mucho tiempo que una novela no me inquietaba: la organización del texto, esa mirada -tan de "Arrebato"- que obliga al lector a transformarse en voyeur pasado por el filtro de De Palma, el montaje -que deja caer los hilos de la narración y los retoma de modo aparentemente caótico-, la exacerbación de la ironía, el detalle aparentemente insignificante de que las "tomas" no sean correlativas, como sugiriendo textos invisibles, desarrollos alternativos, abandonos fantasmáticos...


El lenguaje está envenenado, las palabras podridas, el diálogo corrompido, ¿cómo escapar del bucle?...


Me siento tentado de contestar: escribiendo -porque escribir no es meramente utilizar el lenguaje, amontonar palabras, construir diálogos... escribir es alimentarse de todo eso para huir o para buscar ¿quién decide de qué lado miramos el asunto?


Quizá vuelva.


3.


Toma descartada, 9:

De: Mike Ryan
Para: Darth
CC: JFF.
Enviado el: 01/01/Año Uno
Asunto: Lo innombrable

El vacío.

Para nuestra desesperación, eso es lo que encontramos al finalizar una gran novela.
Pero, ¿puede decirse esto de una novela que no respeta las reglas del principio-desarrollo-final? ¿Puede uno en propiedad afirmar que ha terminado de leer una novela acribillada de trozos de vacío, de agujeros narrativos, de saltos y tomas repetidas y personajes perdidos y autorreferencias en espejo y caminos desechados o sugeridos y tiempo retorcido?
El viaje que usted propone, mi querido Darth –mi temido Darth-; el viaje que hicimos en un tiempo jamás recobrado; el viaje en que estamos inmersos ahora y para siempre; es el viaje al vacío porque nunca se llega a destino, un viaje sin motivo porque el motivo es el tiempo, una parada eterna debido a algún fallo en los dispositivos de una nave milenaria que debió saltar al hiperespacio y se quedó suspendida en ninguna parte, por capricho de una tecnología obsoleta o excesivamente complicada para la insana simplicidad de nuestros sueños.

¿Qué hay más allá de esa intemporalidad?
Algo que no tiene nombre pero que intuimos y que tratamos de tocar, de comunicar mediante la hiperescritura. Curiosa la mención –en este intercambio de mensajes electrónicos- de Calvino y Perec. No sólo por la sugestiva circunstancia de que la última toma de PVD ostente el número 99 y esa sea la cantidad de capítulos de La vida, instrucciones de uso, como una –dice Calvino- “fisura a lo inconcluso en un libro ultradeterminado”. Lo más sugestivo es el hecho de que la descripción que Calvino hace de su última propuesta para el milenio –la multiplicidad- parece corresponder a un retrato-robot de Providence: ¿no es Providence esa “novela como una gran red”, esa “máquina de multiplicar las narraciones” partiendo de iconos multisignificantes, una obra “concebida fuera del self”?

No me cabe duda de que JFF es un viajero hacia el vacío que nos ha legado una enorme propuesta para el milenio en curso plagada de “fisuras a lo inconcluso”, un explorador del abismo –que decía Vila Matas que dijo Kafka pero no lo dijo; aunque a efectos de escritura, ¿importa?

Aquí me detengo.
Pulso enviar y a continuación hago click en el icono Cthulhu.

POSTDATA: Hoy también, como mis maestros Calvino y Perec, me siento un Balzac. ¿Será que estoy mutando como otros colegas hacia zonas más neutras del espectro cultural? [La espléndida ilustración es de Pablo Genovés, Satélite, y los lectores con buena memoria o una biblioteca bien surtida recordarán que ya figuraba al frente de Mutantes.]

PROVIDENCE FEEDBACK (9)

SUEÑOS AMERICANOS

DOMINGO RÓDENAS

Providence, de Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962), finalista del Premio Herralde de novela, mereció ganar. Es una obra tensa de ambición literaria genuina, impulsada con vigor por varios afanes encomiables de los que sobresalen dos: poner en cuestión ciertos aspectos del actual mundo globalizado y proponer una forma de novela acorde con la complejidad inabarcable de ese mundo y, desde luego, muy alejada de la panoplia de los realismos convencionales. Los logra a medias, pero el intento vale por un triunfo.
El protagonista, Alex Franco, es un director de cine cuya ópera prima dividió a la crítica (La fiesta grande, ¿alusión irónica a La fiesta del asno, la anterior novela de Ferré?) y que recibe el enigmático encargo de reescribir el guión Providence sobre un artista lituano que se engancha a un videojuego llamado Providence. Tendrá que hacerlo en la ciudad norteamericana de Providence (cuna de H. P. Lovecraft), a cuya universidad ha sido invitado como profesor visitante. El inconformista español se enfrenta a la América profunda, de la que supura la imagen (y la imaginación) del nuevo orden global. Esos son los motores que hacen avanzar este artefacto narrativo: la puesta en cuestión del modelo socioeconómico y cultural yanqui y la necesaria adecuación del arte al signo (virtual) de los tiempos. Alex Franco es el eje que comunica esos motores, está fabricado con buen material picaresco, el del outsider cínico que abre las puertas traseras y perversas de una sociedad tramposa y brillante, pero es también uno de los dos talones de Aquiles de la novela. El motivo: su sexualidad frenética es narrada con detalle en cada uno de sus lances, una vez y otra, y esta insistencia no provoca, no perturba, no sorprende sino que provoca tedio y este es pecado de lesa ficción.

No obstante la obstinación con las aburridas escenas de sexo multiforme, la novela mantiene su capacidad de interesar porque Ferré, cuando se pone a contar, sabe hacerlo de manera eficaz y cuando analiza ciertas estructuras culturales lo hace con inteligencia. ¿El segundo talón de Aquiles? La autoindulgencia en la prosa, a la que le falta desbroce. En todo caso, que no se malinterpreten estas dos objeciones: Providence es un libro meritorio. Merecía ganar el Herralde.

(En el suplemento icult de El Periódico de Cataluña)

PROVIDENCE FEEDBACK (8)

WESTWARD THE COURSE OF THE EMPIRE TAKES ITS WAY

MAURICIO SALVADOR

Esta tarde he estado leyendo algunas reseñas sobre Providence. Es sorprendente la cantidad de veces que se menciona la palabra realidad, aunque se comprende porque en sus páginas, en su método y en su visión sobre un mundo en ruinas, la realidad de Providence siempre está en duda, ya sea a causa de las drogas, o por un videojuego o simplemente por el delirio que conllevan los excesos. Y es coherente, hoy en día. Algunos científicos han propuesto la teoría de que el mundo podría ser una computadora y que nuestra partícula elemental es en realidad el bit de información; otros han dicho que nuestra realidad podría ser una gran virtualización llevada a cabo por una megacomputadora instalada en alguna mega astronave y corrida por un dios -un adolescente cualquiera, quizá- que nos estudia, y luego toma a los personajes más interesantes para correrlos en otra virtualización, lo más cercano a la reencarnación que he leído últimamente; y Juan Francisco Ferré propone ahora que la realidad puede ser una película, o que al menos nuestra visión y nuestra sensibilidad han sido tan modeladas por la pantalla que nos resulta difícil distinguir ya entre la sinceridad espontánea y el gesto mediado por la tecnología y la imagen. Cuando un adolescente en una ciudad cualquiera grita shit! o fuck! estamos exactamente ante un fenómeno de esa naturaleza. Y Álex Franco es un personaje equívoco en todo momento; aunque se muestra tan irónico y escéptico frente a la cultura americana, su ironía y sus ideas son un producto nacido precisamente de esa cultura, así que nunca termina por ser enteramente irónico o divertido. Sus gestos, mediados por el cine y por las drogas, son insinceros y uno presiente, desde muy temprano en la novela, que esa falta de sinceridad (podría decir falta de humanidad), es el destino fatal de Franco. Cuando uno lo piensa es incluso divertido atestiguar el esfuerzo de Franco por ser divertido o irónico; lo segundo lo logra Ferré, pero no Franco. Y por lo mismo es Álex quien constantemente tiene que explicarnos que estaba siendo irónico o divertido porque en sus diálogos en realidad nunca lo es.

Volviendo a las reseñas que leí, me pareció que con esa mención a la realidad convencional del realismo, por así decir, se ha querido también resaltar la distancia que existe entre esta novela y lo que dejó atrás. La mitad de eso es cierto, porque tanto en España como en México existió una serie de novelas tipo Corín Tellado que llevaron la idea del realismo a su extremo más artificioso y aburrido. Providence, en cambio, es una maquinaria narrativa posmoderna comentada posmodernamente a la que no creo que se le vayan a aplicar nunca las preguntas tradicionales que se aplicaban a las novelas tradicionales. Y con toda razón. Como buena novela posmoderna, se dice -y esto ya es un lugar común, aceptémoslo- lleva en sí misma su crítica y su poética, y esto vuelve a este tipo de novelas simplemente infranqueables; su desmesura es tal que el comentario y la crítica hacia ella casi tienen la obligación de ser igualmente desmesuradas para poder sobrevivir; no puedes preguntarte por el personaje porque significaría que, de hecho, no estás comprendiendo la ironía, o cuando algo no te gusta o piensas que resulta excesivo pues resulta que en realidad esa era la intención, aunque uno no lo quiera aceptar. A lo que me refiero -y en estos momentos no estoy hablando precisamente de Providence- es que las novelas nacidas bajo el aura del post posmodernismo o del after pop, han dado pie también a una clase de comentario cultural o crítico en el que todo cabe y todo se puede sin que la coherencia sea estrictamente necesaria. Uno puede arrojar cien conceptos, cien nombres, cien referencias, y parece no existir ninguna contradicción, al contrario. Y soy sincero, a veces no entiendo un carajo.

Comento esto porque mientras leía Providence algunas novelas me vinieron a la cabeza. Y se van a sorprender cuando diga cuáles. Durante la estancia de Franco en Providence comencé a pensar en esa saga de individuos atormentados por su propia personalidad y por sus propias y muchas veces equivocadas convicciones. En una
de las mejores reseñas que he leído de Providence, René López Villamar menciona con cierto desenfado a James Wood, en el sentido de que Wood defiende una idea de realismo acartonada y nada afín a las propuestas del posmodernismo (o eso me pareció), pero Wood ha hecho la defensa justamente del individuo que vive plenamente en su propia realidad, una realidad convincente, no como género, sino como energía, que se expande al interior de todas las buenas novelas, posmodernas o no. La alienación de Franco me recordó la alienación de esos personajes sin nombre, como el hombre del subsuelo, de Dostoyevsky, o el hambriento y ambicioso personaje de Hamsun en Hambre, o el desquiciado y mentiroso fumador de Svevo. (Nota al margen: Wood ha sido comentado casi siempre por su "ataque" al realismo histérico, aunque esa reseña hace muy poca justicia a sus ideas sobre la ficción. Una lectura de su segundo libro, The Irresponsible Self, lo mostraría, al contrario, bastante apto para comentar una novela como Providence. Su ensayo sobre la inversión de la hipocrecía en Saltykov-Schedrin o el que dedica al "pathos of rambling" de Shakespeare son aproximamientos a una ficción eternamente innovadora.) Franco, sin embargo, es siempre el mismo, de principio a fin. Su alienación no es realmente psicológica -aunque por momentos viva un infierno mental terrible- sino matizada por lo que Ferré -y muchos otros, claro- ha visto como el síntoma de nuestros tiempos, la personalidad mediada por todo lo posthumano, la realidad virtual, la tecnología, las drogas, el cine. Y por supuesto el centro de todo esto está en América. El narrador de More Die of Hertbreak, de Bellow, lo dice mejor: "America is where the action is".
Las versiones modernas de aquellos individuos atormentados por sí mismos -y que varios comentaristas han mencionado- se dieron muy bien en EU en versiones violentas y al mismo tiempo edulcoradas, como American Pyscho y The Fight Club, por ejemplo. Pero debo decir, con toda sinceridad, que Franco me pareció un personaje aburrido casi todo el tiempo.

Lo que me ha deslumbrado de esta novela es la visión de lo que comunmente hemos llamado la "América profunda". Parece un chiste, casi, esta América profunda. Pero Ferré logró algo que nunca había visto en la narrativa en español, o que no lo recuerdo al menos. Viajó realmente hacia dos de los cimientos más duraderos de la narrativa estadounidense, el puritanismo y el racismo, dos temas dejados de lado en casi todas las reseñas que leí. Hay muchísimas referencias a pelis y libros posmo y toda clase de artefactos, cierto, pero lo que me hizo seguir leyendo esta novela no fue la superposición de realidades, ni el videojuego o las referencias cinéfilas, ni el Blue Moon ni el sexo desenfrenado, sino el viaje de Ferré hacia esos dos bastiones que originaron la gran narrativa estadounidense del siglo XIX. (La crítica posmo le tiene tanto resquemor al siglo XIX que moriría antes que atreverse a citar a algún novelista de este malhadado siglo.) El puritanismo no es sólo un conjunto de prescripciones morales; para la narrativa de Estados Unidos fue su comienzo, el "plain style" que pretendía nombrar las cosas como eran, aunque esos primeros puritanos, con sus zapatos de hebillas y sus sombreros extravagantes, se encontraron ante la gran tarea de usar el estilo sencillo para describir algo que los rebasaba, la naturaleza americana, en la que además veían una promesa milenaria, el futuro "sueño americano" que tanto alimentó la gran narrativa del siglo XX. Los puritanos de las plantaciones se veían no menos que como una nueva tribu israelita llamada a crear la nueva y ejemplar ciudad del nuevo mundo. Pero se convirtieron también en seres cada vez más atormentados por la idea del pecado. Y aparejar a este Dios la idea de que cada hombre construye su destino no era nada fácil. La letra escarlata es un magnífico ejemplo de cómo el puritanismo seguía vivo en los tiempos de Hawthorne y Melville. Y para no seguir hablando de la influencia del puritanismo en la literatura de EU basta citar un magnífico libro, donde leí todo este rollo: From Puritanism to Posmodernism, de Richard Ruland y Malcolm Bardbury. El tema del esclavismo y del racismo inherente a los Estados Unidos es el otro cimiento, para mí al menos, de esta novela, y las escenas donde Howard se dedica a deshacerse de los indeseables son puro gozo. No me habría importado prescindir de todos los malos chistes de Franco con tal de encontrarme con esta subtrama. No me importó, de hecho. En esta exploración sobre esos aspectos todavía palpables de EU radica, creo, la maestría de Ferré. Que nos ilumine acerca de la degradación moral de los americanos es lo de menos, porque hoy en día es una degradación moral mundial, somos tan inmorales e hipócritas como ellos. Sin embargo Ferré ha logrado algo sorprendente con tan sólo esas páginas. Puede ser excesiva, a veces fatigosa, pero Ferré ha puesto una vara muy alta para sí mismo, algo que todos los narradores, independientemente de su adscripción estilística, tienen el compromiso de hacer.

PD. Por último, debo decir que al principio pensaba hacer una comparación entre esta novela y la ganadora del año pasado. ¿Pero tiene caso? Como acabo de leer Providence la verdad es que muchas ideas me siguen dando vueltas. Todavía no estoy muy seguro de haber entendido las últimas cuarenta páginas, y si alguien me deja un comentario y me las explica me haría un gran favor. Espero poder escribir algo más en los próximos días. Mientras tanto debo quitarme de la cabeza al tal Darth Vader.

PROVIDENCE FEEDBACK (7)

PROVIDENCE

JAVIER AVILÉS

Blog El lamento de Portnoy

Qué gran palabra. Fornicar.
Providence, de Alain Resnais


Enumerar todas las referencias existentes en Providence (la novela) sería una tarea redundante, ya que el espíritu de Providence (la novela) es la multireferencialidad como herramienta para captar el todo, entendido como contexto cultural globalizador (*) (o viceversa, la cultura global como Todo)

Quedémonos con Providence (la película de Resnais en la que un viejo escritor insomne y borracho desvirtúa la prosaica, aunque exitosa socialmente, realidad de sus hijos convirtiéndola en un delirio psicoanalítico) y con Providenz (la otra forma de denominar el videojuego total Providence, y que nos remite a Cronenberg y su eXistenZ, un videojuego con tantos niveles de realidad superpuestos que es imposible discernir en que plano se mueven sus protagonistas y que demuestra que cualquier realidad, incluso la que consideramos como espectadores-lectores “real”, es igual de falaz al mismo tiempo que intensamente vital) y con la providencia (divina o no, que requiere de una intervención superior ordenadora y soberana, Dios o el Autor, lo cual, junto al Blue Moon, la droga que distorsiona la realidad y que consume el protagonista de Providence (la novela), nos remite a P. K. Dick, padre, mentor y divinidad más influyente de toda la narrativa de finales del siglo XX)
Providence es una novela, la película de Resnais, un videojuego, la intervención demiurgica, la ciudad natal de H. P. Lovecraft y escenario de Providence (la novela)
Con estos precedentes e influencias Providence (la novela) se mueve en el territorio ambiguo de lo falsamente real, pero con la peculiaridad de que esa distorsión no conduce a una explicación concluyente. Lo verdaderamente atractivo de Providence (la novela) es que no hay discusión posible entre lo que es real y lo que no lo es (en el plano de los personajes de la novela, me refiero), no hay confusión entre planos de realidad, no hay inmersión de la (nuestra) realidad en otras distorsionadas ni cruces dimensionales. En Providence (la novela) todo lo que se narra es real (y no podía ser de otra manera). La forma en cada lector interprete, crea entender o concluya o justifique los hechos narrados es irrelevante para los propios hechos. Es decir la novela se alza como un edificio sólido que cada lector puede incendiar (erróneamente) como prefiera a base de conclusiones e interpretaciones. Y digo erróneamente porque la solidez de Providence (la novela) se basa en que todo tiene cabida en ella: la (relativa) realidad de un videojuego, el delirio psicotrópico, la metáfora socio-cultural, la digresión cinematográfica, la teoría conspiratoria, la metaficción sobre Lovecraft y su obra…
Providence (Rhode Island) es la ciudad en que nació Lovecraft. I am Providence, se lee en su tumba. Como novela Providence (la novela) es una ciudad en la que todo tiene cabida. Ferré puede decir que él es Providence (la novela) y al querer plasmar la complejidad de una novela como ciudad (¿o es al revés?) el resultado es desmesurado. Ferré parece comprenderlo, pero no renuncia a su construcción con ecos de D. F. Wallace de comprimir el todo narrativamente en una extensión limitada, así que se defiende dentro del propio texto, aunque sea hablando de otro, Zodiaco: “la única pega crítica que Álex le encuentra al conjunto es el exceso, la abundancia, la marcada tendencia a lo informe y lo desangelado del formato narrativo” pág. 415. Lo que vale para Zodiaco, se puede aplicar también a La broma infinita y, por supuesto, a Providence (la novela)
Ahora bien, este exceso narrativo tiene su contrapartida. Toda profusión puede llegar a ser abrumadora. Y eso ocurre en la parte central de la novela cuando la acumulación de escenas sexuales me llevó a desconectar completamente de la historia. Entiendo que lo que pretende el autor es el hastío por la desmesura de descripciones de escenas rituales de los preliminares de las películas pornográficas. Si bien es cierto que apenas se roza lo explícito y que la acumulación apunta hacia cierta irrealidad de esas situaciones, llegando en un momento concreto a consolidarse como ensoñaciones del protagonista, también es cierto que esa pretensión de describirnos un estado en el que lo fantasioso apenas se distingue de lo real se podía conseguir aligerando la narración de esa prolijidad a mi entender innecesaria y contraproducente para el ritmo interno.
La primera idea de esta reseña era empezar diciendo que Providence (la novela) trata sobre un hombre que folla. Follar, qué gran palabra. Pero como sea que los aciertos de la novela me parecen mayores que sus fallos, ese escollo de la parte central de la novela dedicada a la fornicación sin límite, sustituí la idea inicial por la cita a Resnais.
Creo que Providence (la novela) es una obra destacable, principalmente por su voluntad globalizadora, por su desplante al realismo casposo que continúa siendo una lacra de la narrativa española, por su capacidad de recrear lo que debería ser la Gran Novela Estadounidense y que, lamentablemente, los estadounidenses son incapaces de escribir constreñidos a su propio entorno social. Porque es una novela española y es lo menos parecido a una novela española, lo cual nos abre los ojos y plantea nuevos y posibles caminos narrativos.

A partir de aquí esta reseña rueda cuesta abajo.

"Protect Me From What I Want" de Placebo es la banda Sonora de la última parte de la novela (“sonando de fondo, como una escalofriante llamada de socorro”):

Maybe we're victims of fate
Remember when we'd celebrate
We'd drink and get high until late
And now we're all alone


Ahora estamos solos y cogemos el último autobús a casa, enfermos de edad… la canción describe a Álex Franco, su declive, la constatación de que poco queda más que unos energúmenos con máscaras de presidentes de los EEUU, a no ser que ser rescatado por Darth Vader suponga un peldaño más en el descenso a la humillación, a la realidad que se empeña en abandonar el protagonista de Providence. Y en esa parte no relatada de la novela, la “vida real” del director de cine, reside uno de los hechos que me parece más perturbador, y quizás significativo, de la novela: La existencia de un hermano gemelo, Michel Franco, también cineasta, aunque dedicado al género publicitario. Este espejo deformador, esta duplicidad que se opone, me parece significativa, aunque apenas se trate de ella en la novela. La rivalidad entre los hermanos, comentada sucintamente y sin darle excesivo énfasis, aparece a lo largo de la novela como un trasfondo psicológico o, más bien, como un recuerdo de la irrealidad de lo narrado, como si Álex fuese un personaje de videojuego y Michel, su gemelo, quien manejase la consola, como una creación de una creación, indistinguibles e inseparables, pero al mismo tiempo opuestos, irreconciliables. PVD, Providenz, o cómo sea que se llame es un videojuego experimental de inmersión total en la virtualidad. A partir de ahí podemos especular lo que queramos. Pero todo juego lleva encerrado un objetivo, supone, en última instancia, una batalla.
Y de nuevo Placebo:

I will battle for the sun
And I won’t stop until I’m done
You are getting in the way
And I have nothing left to say

y el estibillo:

Dream brother, my killer, my lover
(Placebo, Battle For The Sun)


¿Dónde estamos?, ¿cómo es posible cuestionar la realidad sin mencionarla en ningún momento?
No busques a Providence en Providence
, porque Providence (la novela) es un espejo donde la realidad se distorsiona y es una alegoría sobre nuestro mundo actual y sobre nuestros deseos de evadirnos de él.


(*) (…) ¿podría alguien decirme, por favor, qué hay de tan nocivo en la globalización?
Providence, pág. 585

PROVIDENCE FEEDBACK (6)

PROVIDENCE

SANTOS SANZ VILLANUEVA

Un vanguardista director de cine español, Álex Franco, sirve de nexo a la constelación de dispersos componentes narrativos que se encajan en el artefacto novelesco Providence. La trayectoria de Franco se reconstruye desde un momento vital conflictivo hasta el desenlace en una apoteosis visionaria que incluye su disolución. Con este recurso, Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) ensarta un nutrido bagaje tanto de sucesos como de reflexiones de corte ensayístico. La base convencional del procedimiento se dispone al servicio de una ideación novelesca fracturad: estampa costumbrista crítica, fanta ficción, libro de viajes, recreación histórica, descenso a ultratumba, alegato socio político, novela ensayística intelectual culturalista, novela erótica o relato psicologista.

Cada una de estas formas da lugar a tramas más o menos sostenidas y, aunque bastante independientes, integradas en un sutil y complejo juego de perspectivas que remiten a un punto central, la consideración escéptica sobre la realidad. Por eso se solapan los sentidos de la propia palabra que da título a la novela y ésta adquiere un alcance polisémico y ambiguo.

Providence es la ciudad norteamericana adonde acude el protagonista como profesor universitario. Este lugar da pie a una dilatada crónica que acoge duros testimonios racistas de ayer y documenta la vida en el campus y las relaciones personales y hábitos sexuales del presente. Es asimismo un extraño guión cinematográfico que llega a manos de Franco por caminos misteriosos. La historia de un lugar imaginario llamado como la ciudad centra el proyecto narrativo de un estudiante. Providence es también motivo de la reconstrucción biográfica de su hijo más conocido, el escritor Lovecraft. Ampara igualmente un videojuego bajo un título con especial grafía de la ciudad, “Yo soy Providenz”, donde el creador de los mitos de Cthulhu y un policía proponen una indagación estremecedora en los terrenos del mal que desemboca en una aproximación al enigma de la Providencia (palabra de clara similitud con Providence).

La novela Providence se plantea como un discurso deliberadamente flexible que admite motivos múltiples. Aislados, destacan las incisivas reflexiones sobre el cine, el análisis ácido de la sociedad americana y por extensión del planeta globalizado. En conjunto, el libro trasmite una desoladora imagen del mundo montada a partir de una conciencia ética que clama contra la barbarie, la crueldad y el sinsentido de la vida.

Providence viene a ser un modo renovado de literatura comprometida hecha con ambición y exigencia grandes. No creo que dé ninguna clase de respuesta, según asegura la cubierta, a lo que se puede esperar de una novela a comienzos del siglo XXI, batalla en la que Ferré anda metido con belicoso espíritu, porque justo lo mejor del libro está en los pasajes donde sale el instinto de contador de historias tradicional: buena imaginación en las anécdotas, potencia para contar episodios impactantes, capacidad de observación y dominio de una prosa narrativa rítmica y eficaz. Ferré revela en esta obra magníficas condiciones como novelista... de los de siempre.

(En El Cultural del diario El Mundo)

PROVIDENCE FEEDBACK (5)

PROVIDENCE

RAMÓN BUENAVENTURA

Blog El Librillo de Ramón Buenaventura

Hoy, en la bañera (mi lugar favorito de lectura, miren qué higiénico), a las seis y media de la mañana o madrugada, he terminado de leer Providence *.

A los hombres (entiéndase: los varones ) lleva un par de siglos viniéndosenos abajo el tingladillo de prepotencia y dominio que organizamos hará cosa de varios miles de años y funcionó impecablemente, o casi impecablemente, hasta principios de la Edad Moderna ; y estamos desesperados. Este hecho, en literatura, provoca dos reacciones totalmente distintas. Reacción A : escribamos para las mujeres, que son al fin y al cabo ( casi ) las únicas que leen. Reacción B : escribamos para los hombres, que son al fin y al cabo los que reparten la gloria y el prestigio, porque son ( casi ) los únicos que ejercen de maestros y críticos literarios. Ni que decir tiene que la reacción A es muchísimo más frecuente que la B, por su mayor rentabilidad y por lo simpática que resulta en sociedad (y porque se liga más ).

Entre los escritores que escriben para los hombres los hay buenísimos. En todo García Márquez solo hay un libro para mujeres (El amor en tiempos del cólera). Julio Cortázar jamás escribió una sílaba para las mujeres. Ni Joyce. Ni Onetti. No digamos Pynchon, o Susan Sontag o Simone de Beauvoir (esta última publicó algo para sus discípulas, sí ; pero esa es otra relación). Entre los escritores que escriben para las mujeres también los hay buenísimos, por supuesto. ( Si quitáramos lo de buenísimo, yo mismo valdría como ejemplo.) Proust escribe para las mujeres. Camus también, creo. Hemingway y Bukowsky, con todo lo machos que se manifiestan. Durrell. Don DeLillo. Vonnegut **.

Providence es un libro para hombres: la mejor crónica que he leído nunca de cómo el cerebro de los varones se descacharra ante el follón que les han montado las mujeres y opta por el caos como explicación. No es que hayamos fracasado, es que ha habido una conspiración malvada que nos ha quitado el poder y se lo ha entregado a las máquinas, a los juegos de ORDENador, a las Hermandades y Sectas nefastas, al Diablo, al Doctor No, yo qué sé. Ferré, claro, no se identifica con la historia que cuenta su protagonista, o que le hacen contar, y habrá lectores lo suficientemente sutiles como para ver en la novela una burla cruel del machismo más necio y recalcitrante. La verdad: nunca me había encontrado con un personaje tan necio y recalcitrante como el tal Álex Franco en una buena novela. Lo cual dice mucho a favor del autor, de su generosidad. Yo, desde luego, no le habría dedicado cerca de 600 páginas a semejante imbécil, aunque fuese para la mejor de las causas ( que no sé cuál es, por cierto ).

Al caos del revoltijo mental en que se han convertido los valores de muchísimos varones, ante la insumisión ya irreprimible de las mujeres, se une en Providence el tremendo bofetón que nos arrea a todos la sociedad norteamericana, en cuanto entramos en contacto con ella. En este aspecto, he de recurrir de nuevo al adverbio « mejor » : esta esperpéntica novela es el mejor retrato que conozco de una de las minorías más influyentes de los Estados Unidos, es decir el corralillo de las universidades y sus mecenas mantenedores : ese puritanismo asesino, ese rechazo total de lo diferente, esa incapacidad para percibir que la libertad no consiste en ser como todo el mundo, sino como uno quiere ser, esa completa ausencia de empatía ante cualquier fenómeno humano que se produzca fuera del campus, esa profunda frivolidad erudita. Un novelista americano jamás podría escribir un libro como Providence —ni tendría quién lo leyese, allí.

Otro problema que se nos plantea indefectiblemente a quienes pretendemos hacer literatura es el poquito caso que nos hacen los editores y lectores y la rabia que nos da. Juan Goytisolo ha sido un buen ejemplo de este cabreo continuo durante años y años y más años. Habiendo escrito varios de los más valiosos libros españoles del siglo XX, y gozando de la admiración y respeto de los mejores lectores y críticos, el hombre comparaba su estatus —su « conocimiento de marca », sus ventas, el rendimiento de su esfuerzo— con el de los triunfadores oficiales y se lo llevaban los mengues. Como no es de callarse, en seguida emprendió una campaña de protestas que le dobló o triplicó las antipatías del establishment… Poco a poco, sin embargo, por fortuna, el desafuero ha ido compensándose, y no creo que hoy en día pueda don Juan quejarse de cómo lo tratamos.

Pero hubo libros suyos en que se notaba demasiado el ansia de llamar la atención, y ello fue en detrimento de su siempre alta condición literaria. Ejemplo : en uno de sus títulos de los ochenta ( no recuerdo cuál, ahora, pero quizá fuese Paisajes después de la batalla ), procurando como fuera el escándalo del lector, nos presenta a un personaje burgués y antipático que se mete zanahorias por el recto arriba, en refuerzo de su placer pobretón. A mí me tocó escribir la reseña del libro, en DISIDENCIAS, y no me abstuve de manifestar mi enfado; no porque me plantaran delante a un tío feísimo enculándose hortalizas, sino porque un escritor del tamaño de Goytisolo cayera en la ingenuidad de creer que alguno de sus posibles lectores podía soliviantarse ante semejante trivialidad pajillera.

Esta misma pretensión de escándalo es lo que menos me gusta de Juan Francisco Ferrer. En Providence no llega a los extremos de su libro anterior —El festín del asno—, pero está ahí, en buena parte de las páginas, lanzando patadas al aire sin alcanzar nunca los testículos del lector, que a estas alturas ya los tiene muy bien blindados. Dicho de otro modo: nada de lo que hace el protagonista con la polla en ristre me produce la menor impresión, me añade nada a la aceptación de la historia ni a la valoración cualitativa de la novela. No es que sobren por completo las hazañas venéreas del andóbal ***, pero el abuso, creo, llega a aburrir, y las ganas de saltarse unas cuantas páginas cuando se ve venir el revolcón con la mujer policía, por ejemplo, son casi insuperables. Cortar siempre es bueno, sobre todo en un libro tan extenso y tan necesitado de alta tensión permanente.

Otrosí : suele irritarme que los escritores le rían las gracias al cine, como si este no tuviera sus turiferarios especializados y tenaces. ¿Qué puede justificar que Ferré —aunque su protagonista sea director de cine— dedique tantísimo espacio en la novela a las referencias características de los cinéfilos, o, más concretamente, a lucubrar sobre una película tontorrona y vacía como Tiburón ? Los americanos parecen vivir en el permanente terror de que desembarquen las tropas del Rey de Inglaterra y los sometan a crudelísima venganza ( como los judíos en el permanente terror de que Yahvé les ajuste las cuentas, lanzando una vez más contra ellos a los malvados gentiles ), de ahí su obsesión por el miedo ; pero a nosotros ¿ qué nos importa ? Nosotros somos el coco.

En fin. En Teoría de la sorpresa**** escribí HAY QUE SER ABSOLUTAMENTE EXCESIVO (para ser ABSOLUTAMENTE MAGISTRAL, en consecuencia mucho más lógica de lo que parece ). Providence es un libro absolutamente excesivo, con una fuerte veta magistral.

Ojalá le vaya bonito y, sobre todo, ojalá lo lean quienes más y mejor pueden aprovecharlo, es decir los chicos de talento.

domingo, 24 de enero de 2010

LA VIDA ES UNA FICCIÓN EXTRAÑA



Publico a continuación la estupenda entrevista sobre Providence que me hizo el escritor Mario Virgilio Montañez (publicada en Diario Sur de Málaga y en Ideal de Granada, entre otros medios del Grupo Vocento). Aprovecho la ocasión para hacer mío este comentario de Michel Houellebecq (en Enemigos Públicos) sobre el único “reproche” que algunos lectores inteligentes le han hecho a mi novela:



“De todos los reproches que me han abrumado, el de haber puesto demasiado sexo en mis libros es el más serio, el más universal; es también el más extraño. Estamos en 2008, y da la impresión de que nuestras sociedades occidentales han decidido meter la cuestión sexual debajo de la alfombra; y que no tienen lo que se dice ninguna gana de que alguien levante una esquina de la alfombra… Lo que sucede es que quizás, como Lovecraft, lo único que he hecho es escribir cuentos de terror materialistas, dándoles, por añadidura, una credibilidad peligrosa”.



(Ilustra esta entrada Lady Gaga, la Esfinge Postmoderna más provocativa y espectacular.)



MARIO VIRGILIO MONTAÑEZ



El autor malagueño firma con Providence un ambicioso proyecto literario que le ha valido ser finalista del Herralde de Novela


Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962), crítico de SUR, ha sido finalista del Premio Herralde 2009 con su novela 'Providence'. Una pesadilla tecnológica y psicológica de gran complejidad, una parábola implacable sobre la tiranía del deseo, una recreación perversa del mito de Fausto. Charlamos con el autor sobre su creación, editada por editorial Anagrama.



¿Por qué Providence y no otra ciudad?


El nombre mismo era importante, y el hecho de conocerla, así como la vida de Lovecraft. Esa ciudad centenaria, fundada en nombre de la libertad religiosa, representa el corazón del corazón de ese experimento utópico y, sobre todo, económico y tecnológico llamado América…


Algo que llama la atención en la novela es su gran extensión, 587 páginas, junto a su gran ambición con una estructura muy peculiar. ¿Cómo fue tu proceso de creación de la novela?

Primero tuve la revelación de una idea, fulminante, una cuantas conexiones y asociaciones insólitas; luego una concepción lenta y una escritura muy rápida. En menos de tres meses, tenía más de mil páginas escritas. Lo peor fue la reescritura, el montaje. En cualquier caso, durante este último período, interminable, se me hizo evidente una verdad que se declara en las páginas finales: “toda creatividad es disfuncional, toda inspiración un mensaje destinado a otro mucho mejor dotado que alguien intercepta por error”.

El protagonista, Álex Franco, director de cine, comparte apellido con dos directores de cine español. ¿Hay algún cineasta cuya obra haya podido inspirarte como modelo para tu personaje, más allá de los actos poco ejemplares en los que participa tu personaje?


Hay un homenaje a Jesús Franco, sobre todo. El famoso Jess Franco, director de muchos nombres, aficionado al horror, la pornografía y los extremos estéticos del pulp y el trash, como reverso libertario del otro Franco, el gran represor histórico. Más allá de esta broma nominal, no hay ningún director real en quien me haya inspirado. Pero como creador quien me inspira es Buñuel. Uno de los grandes artistas españoles de todos los tiempos, para mí sólo empatado con Cervantes…


Respecto a tu anterior novela, La fiesta del asno, cuyo protagonista es un etarra, y ésta, situada en Providence, ¿cómo evalúas tu evolución como escritor?


En cierto modo, Providence culmina toda mi trayectoria como escritor. En ella están los motivos y recursos de mis ficciones anteriores, potenciados al máximo gracias a su interacción e interferencia promiscua en el campo de juego de esta novela insaciable que pretende pulverizar, sin ningún complejo, los límites estéticos e intelectuales de la novela española de las últimas décadas.


Providence recoge diversas reflexiones sobre cine, y comparte con tu anterior libro, Metamorfosis®, un homenaje a la película Tiburón de Steven Spielberg. ¿Hay otros guiños cinematográficos, otras infiltraciones cinéfilas, en la novela?


Providence es, como ya he dicho, un viaje cinematográfico al fin de la noche americana, con lo que hay todo un repertorio de gestos, referentes y actos que proceden del cine de Hollywood. Y, más allá, una vasta filmoteca que abarca todos los géneros y los subgéneros con objeto de describir una realidad compleja mediatizada por la primera tecnología imaginaria de la historia. Como novelista parto de la idea creativa de que el designio del cine, desde su invención, ha sido “crear una mitología artificial que actuara como alma de la tecnología”. La vida se ha ido pareciendo cada vez más al cine y el cine a los videojuegos, fenómeno que la literatura no puede ignorar sin poner en riesgo su credibilidad artística. Me he valido de las técnicas espectaculares de algunos directores favoritos (Lynch, De Palma, Tarantino, Cronenberg, los Coen, entre otros) para dar más fuerza y atractivo a este planteamiento…


La figura de Michel, el hermano triunfador de Álex, planea como una sombra, un tanto acomplejadora, sobre el protagonista. ¿Pensaste en hacerlo personaje, en darle una presencia activa en la trama?


No, en la medida en que el conflicto familiar entre Álex y Michel (en maliciosa alusión a Michel Gondry, que fue publicista antes que cineasta) sólo busca expresar la diferencia entre un arte utilitario al servicio del capitalismo como la publicidad y la idea inútil del arte como apego creativo a la intensidad subversiva de la vida que, a su manera escandalosa, encarnaría Álex Franco. En el fondo, he escrito una novela sobre la libertad del artista en el siglo XXI. De ahí la ironía y el pesimismo…


La figura de Lovecraft protagoniza un puñado de páginas. ¿Hasta qué punto es decisiva su presencia en la trama?


Lovecraft es un espectro que aparece de forma transversal en la novela, desde el epígrafe inicial hasta su transformación posterior en serial-killer de videojuego, como una personificación de la América más puritana y reaccionaria. Es la encarnación de la dimensión gótica y siniestra de la realidad americana que acaba devorando a la novela y a su protagonista.


“Esto no es un juego. Esto es la realidad” es el lema publicitario del videojuego Providence. ¿Aspira Providence, la novela, a poder ostentar el mismo lema?


El eslogan de la novela podría ser, más bien, este otro: “La vida es una ficción extraña”. Y me permito citar, como comentario, la continuación de esta línea, una de sus ideas detonantes: “Y como tal podría bastarnos, es cierto, si otras peligrosas ficciones no estuvieran parasitándola desde el principio con su insidioso atractivo”.


Hay un momento en el libro en el que Álex dice “¿Ya estoy en Providence? ¿Es eso lo que significa este bombardeo mortal de imágenes sin sentido, esta sensación de deriva, de abatimiento, de desarraigo, compensada por esta comezón irritante, este goce indefinible? ¿Serían éstos los síntomas nerviosos que anuncian el acceso a un nuevo nivel de realidad?”. ¿Aspiras a que estas palabras puedan abarcar también la propia novela?

Desde luego coinciden con la experiencia de escribirla. Quizá también de leerla. Depende de cómo interpretemos el papel del videojuego en los distintos niveles de la trama…


Sorprendentemente, la novela tiene un importante elemento ciberpunk, de fusión del cuerpo con la tecnología. ¿Hasta qué punto te parece importante la filosofía y la estética ciberpunk y por qué crees que es tan marginal en las letras españolas de las últimas décadas?


La estética ciberpunk es menospreciada aquí por la misma razón que la ciencia ficción. Cualquier historieta archiconocida nos parece más interesante que una historia que incorpore una trama condicionada por la tecnología. A mí me parece que un narrador actual no entiende nada del mundo mediatizado en el que vive si no cuenta, al menos como metáfora, con alguna idea, componente o situación que provenga de la intersección del mundo humano con la tecnología que está redefiniéndolo de modo radical. Para afrontar la realidad contemporánea con ambición descriptiva, como pasa en Providence, es necesario apelar a todo el arsenal de ficciones que la cultura atesora, y una de las ficciones más potentes del presente, en la medida en que altera por completo nuestra comprensión de la realidad, la proporcionan la ciencia y la tecnología. Es un futuro posible el que está empezando a infiltrarse en la vida cotidiana de cualquier ciudadano del siglo XXI, y de esto también da cuenta Providence con indudable sentido del humor…

viernes, 15 de enero de 2010

MALDITO AVATAR: EL CINE DE 2009 (1)



Mejores películas estrenadas en salas españolas en 2009:



1. Malditos bastardos (Quentin Tarantino)



2. Anticristo (Lars Von Trier)



3. Paranoid Park (G. Van Sant)



4. Avatar (J. Cameron)/Gamer (M. Neveldine y B. Reynolds)



5. Import-Export (U. Seidl)



6. La clase (L. Cantet)/Un conte de Noël (A. Desplechin)



7. Still Walking (Hirokazu Kore-eda)



8. The Box (R. Kelly)/Adventureland (G. Mottola)



9. El curioso caso de Benjamin Button (D. Fincher)



10. Watchmen (Z. Snyder)/Star Trek (J. J. Abrams)



Mejores películas no estrenadas en salas españolas en 2009:



1. Serbis (Brillante Mendoza)



2. The Sun (A. Sokurov)



3. The Hurt Locker (K. Bigelow)/A Serious Man (los Hnos. Coen)



4. Synecdoche, NY (Ch. Kauffman)/Two Lovers (J. Gray)



5. Tokyo Sonata (K. Kurosawa) / Thirst (Park Chang-wook)



6. 35 Rhums (C. Denis)/ À l´aventure (Jean-Claude Brisseau)



7. Woman on the beach / Day and Night (Hong Sang-Soo)



8. The Sparrow (Johnnie To) / Dream (Kim Ki-duk)



9. Le silence de Lorna (los Hnos. Dardenne) /The Girlfriend Experience (S. Soderbergh)



10. Martyrs (P. Laugier)

MALDITO AVATAR: EL CINE DE 2009 (2)



Algunas conclusiones urgentes:



1. La cartelera española, tanto la de salas como la de DVD, sigue estrechándose peligrosamente en detrimento de a) las producciones europeas más creativas (con particular ensañamiento en el cine francés, el más vivo de los europeos, con la excepción de Cantet, “palmificado” en Cannes, y Desplechin, un empeño cinéfilo que oculta el desprecio de la distribución hacia Claire Denis, Bruno Dumont, Philippe Garrel, Catherine Breillat, Bertrand Bonello, Philippe Grandrieux y tantos otros); b) las producciones asiáticas (sólo Kore-eda, un Ozu de última generación, un Takeshi Kitano y un Nobuhiro Suwa que aún no he visto, y un fallido Hou Hsiao-Hsien se salvan de la quema de estrenos, mientras películas fundamentales recientes de Kiyoshi Kurosawa y Johnnie To, Apichatpong Weerasethakul y Tsai Ming Liang, Hong Sang-soo y Takashi Miike, Park Chang-wook y Kim Ki-duk, Raya Martin y Brillante Mendoza, entre los más grandes directores asiáticos del momento, permanecen inéditas sin excepción); y c) el cine norteamericano más estimulante (Synecdoche NY, Two Lovers, The Girlfriend Experience, The Hurt Locker, etc.), preterido por sus propias distribuidoras en un caso, único, de colonialismo auto-castrador…



2. Ha sido un año magnífico para la Ciencia Ficción tanto en cine (Avatar, The Box, Gamer, Star Trek, Watchmen, y Distrito 9, la única que aún no he podido ver) como en televisión (la 5ª temporada de Perdidos y la primera de Fringe, V. y Flashforward). Esto es, de un relato audiovisual que toma en cuenta la tecnología para reconfigurar el “mapa cognitivo” del mundo globalizado…



3. Si se cruzan las dos listas, y se toma en cuenta lo señalado en el primer punto, se tendrá una noción exacta de lo que ha sido la producción del año a falta de algunas películas que no he logrado ver aún a pesar de mi enorme interés en ellas: Glory to the Filmaker, de Takeshi Kitano, La cinta blanca, de Haneke, Les Herbes Folles, de Resnais, Singularidades de una mujer rubia, de Oliveira, Hadewijch, de Bruno Dumont, Vengeance, de Johnnie To, Visages, de Tsai Ming-Liang, y Kinatay, de Brillante Mendoza. En cuanto a la cosecha asiática reseñada arriba, me parece un síntoma negativo que dos de las películas, la de Hou y la de Suwa, supongan un cierto refugio europeo para directores con problemas de financiación. O mejor aún: ¿no es la idea de modernidad cinematográfica un nuevo convencionalismo estético? ¿No es una forma de esterilización o de exacerbación de lo mínimo como refugio del agotamiento? Véase el caso (en cierto modo, patético) de Jim Jarmusch, un superviviente exhausto de su propio agotamiento estilístico e intelectual desde hace ya una década…



4. No he visto Liverpool de Lisandro Alonso aún, pero el descubrimiento este mismo año de todo su cine anterior (Los muertos, Libertad y Fantasma) lo convierte, junto con Lucrecia Martel y Carlos Reygadas, en el tercero de mis directores latinoamericanos preferidos. Alonso, por muchas afinidades, es una especie de Apichatpong Weerasethakul sudamericano. (Martel, en cualquier caso, es una de las grandes directoras internacionales del momento.)



5. Si uno compara la elección de la mejor película del año de la crítica más exigente francesa (Cahiers du Cinéma: Les Herbes Folles, el último Resnais, pendiente de estreno en España) y la norteamericana (Village Voice y Film Comment: The Hurt Locker, de Bigelow) con la elección de la más exigente crítica española (Cahiers du Cinéma-España: Paranoid Park, una película de 2007), uno se da cuenta enseguida de que el fallo está en la lentitud y arbitrariedad de la distribución y la exhibición. Las mejores películas llegan tarde y mal (adviértase el caso de The Sun, del gran Sokurov, pendiente desde 2005), como le pasará en su tardío estreno a la magistral película de Bigelow. En cualquier caso, revisando las listas nacionales e internacionales de las mejores películas del año uno percibe con cierta perplejidad que, frente al mundo literario, el mundo de la crítica cinematográfica es mucho más honesto y riguroso en líneas generales. La prueba incuestionable: The Hurt Locker, una perfecta desconocida para el público, encumbrada por la crítica más atenta (Bigelow ya se merecía una gratificación de este tipo desde hace tiempo; en España sólo ha interesado estrenarla ahora que suena para los Globos de Oro y quizá los Oscar, eso se llama oportunismo y falta de perspectiva).



6. Algunos productos minoritarios que gozan de gran reputación crítica internacional en función de la preservación de unas constantes cinéfilas ya más que caducas, como Aquel querido mes de agosto o Wendy y Lucy, entre otras, no pasan de curiosas naderías; mientras la crítica sigue ciega a películas tan innovadoras en su representación de nuestro tiempo como Gamer, que sólo ha recibido desprecio e indiferencia…



7. Nada ni nadie conseguirá que vuelva a ver una película del director de Apocalypse Now y One from the Heart, después de décadas de errancia inútil, así que Tetro me llega muy tarde y me pilla muy desganado para estos ejercicios sadomasoquistas de auto-redención pública. Tengo cosas mucho más interesantes que hacer antes de ver a un director antaño idolatrado tratando de resucitar de entre los muertos con electrocuciones de muy bajo voltaje estético. ¿Será éste el camino de Michael Mann, admirable en Collateral y Miami Vice, después de fracasar en Enemigos públicos? Espero que no…



8. Hace unos días leí este lúcido balance de Fredric Jameson sobre la vitalidad de las formas culturales, en su último libro, Valences of the Dialectic, que llevo leyendo desde que salió en noviembre con largos períodos de interrupción para mejor recrearme en esta suma de su pensamiento y estilo. Sirva esta reflexión para explicar la ausencia de películas españolas en mi lista: “At any rate, it does seem to me that fresh cultural production and innovation –and this means in the area of mass-consumed culture- are the crucial indexes of the centrality of a given area and not its wealth or productive power.” (Las negritas son mías.) Y como diagnóstico pesimista sobre la (impotencia de la) cultura europea y por extensión del cine europeo para oponerse a la “americanización” masiva subyacente al proceso de globalización: “As for Europe…I want to suggest that its failure to generate its own forms of mass-cultural production is an ominous sign”. Jameson yerra en una sola cosa: Europa tuvo en los años cincuenta, sesenta y hasta los setenta una cultura de masas (con cine de género incluido) muy potente. Fue en las décadas posteriores donde el desmantelamiento sociopolítico y cultural del cine de autor se dio en paralelo con el desmantelamiento de este innovador cine de masas (Bava y Leone, Fisher y Argento, entre otros muchos). Una paradoja que debería mover a reflexiones mucho más serias, en todo caso, que el espurio debate que se está desarrollando en torno a la nueva ley del cine español, que suena más a disputa sobre el reparto del botín que a deseo de cambiar el estado de cosas (otra secuela de éste: ninguna película española figura destacada en ninguna de las listas de las mejores del año ni en Europa ni en Estados Unidos)…



9. Cualquier discusión sobre la era digital con un mínimo de rigor debería comenzar por una comparación entre Avatar y Gamer, ya que ambas comparten la misma idea narrativa: una especulación sobre conexiones neuronales que transforman la realidad y el cuerpo en un campo de exploración virtual (¿no es esto una buena descripción de lo que supone el cine como medio?). Y, en cuanto a las posibilidades estéticas de los efectos digitales, otro punto de partida a tener en cuenta sería una comparación entre la asombrosa “vida artificial” mostrada en Avatar (compuesta de una fauna y una flora mutantes) y los logros de Sokurov en The Sun durante las intensas secuencias del bombardeo onírico (mucho mejores que en cualquier anime de Miyazaki y demás colegas nipones), donde los aviones y las bombas, en medio de la humareda y visiones distorsionadas, adquieren una inquietante apariencia pisciforme. Avatar, por su parte, digan lo que digan sus detractores, consuma el ilusionismo cinematográfico versión Méliès: un cine para tocar con los ojos, ver con las manos, etc. Con categorías procedentes de la tradición de los Lumière y los Rossellini, muy respetables por otra parte pero ya insuficientes para juzgar el cine contemporáneo más que en sus variantes más minimalistas y esquilmadas, no se puede decir otra cosa que tonterías, ya sea sobre Avatar o sobre Prospero´s Books. Y, por último, ¿no es el transfert final de Avatar de un cuerpo disminuido en su potencia a un cuerpo pletórico la mejor propuesta que ha hecho el cine reciente de esa gran promesa de entregar un nuevo cuerpo al tetrapléjico espectador cartesiano? ¿Qué pensaría de todo ello el viejo Artaud? No pretendo hacer de Avatar lo que no es, pero me molesta la falta de inteligencia crítica y el exhibicionismo de prejuicios vacuos, más que nada, con que se la ataca sin entender del todo el designio de un artefacto como éste…



10. Y última pero no la última: con Malditos bastardos y Anticristo ya tendría más que bastante para darme por satisfecho como espectador. Todo lo demás entiéndase sólo como un postre prolongado y muy pero que muy suculento…