Al
fin se publica en español esta obra magistral. En pocos meses Robert Coover
vuelve a la actualidad editorial. El mundo al revés, paradojas literarias
aparte: la editorial pequeña (Pálido Fuego) publica la obra máxima de Coover
(La hoguera pública) y el gran grupo (Galaxia Gutenberg) publica una obra
menor, minucia o curiosidad artística (Ghost Town) en su impresionante
bibliografía de novelas y relatos.
Y
es que Robert Coover (1932) es uno de los grandes escritores norteamericanos
del siglo XX y uno de los más peligrosos, como Céline o Bernhard, para los
valores del orden establecido y la integridad de las ideas recibidas, los
lugares comunes más extendidos y las instituciones dominantes. Uno de los
narradores más versátiles y arriesgados también. Un ingenioso experimentador y
explorador de formas y formatos narrativos. Junto con William Gass, Donald
Barthelme, John Barth, Jack Hawkes y Thomas Pynchon, formó parte del núcleo
duro del postmodernismo norteamericano, esa corriente que renovó el arsenal de
la ficción literaria en los años sesenta y setenta recurriendo a nuevos
referentes (la cultura pop, los cómics, el cine, la televisión, la publicidad,
etc.) y a nuevas formas de organización narrativa más acordes con los tiempos.
Ha sido, además, uno de los pioneros más productivos de la escritura
electrónica y el hipertexto. A diferencia de Philip Roth, con quien compartió
experiencia universitaria en los cincuenta y con quien su obra rivaliza en
invención figurativa, ambición literaria y potencia corrosiva, a Coover, por
fortuna para los que lo amamos desde hace años, nunca lo leerán los tontos ni
los cursis ni, por supuesto, lo premiarán los mandamases culturales y demás
comisarios de la literatura oficial. Una demostración gráfica de que la
verdadera literatura, no el mediocre sucedáneo que acapara ventas, nunca es
inofensiva.
La
gran aportación de Coover consistiría en radicar su narrativa en el territorio
de lo que Roland Barthes en los años cincuenta, en uno de sus análisis más
lúcidos y perdurables sobre la cultura de la sociedad de consumo, llamó
“mitologías”. En el caso de Coover estas mitologías más o menos profanas poseen
una múltiple procedencia: el acervo narrativo tradicional (mitos, cuentos de
hadas, fábulas, clásicos infantiles, con ejemplos supremos como Pinocchio in
Venice (1992), libérrima reescritura rabelesiana del clásico moralizante de
Collodi y La muerte en Venecia de Mann, la novella Zarzarrosa (Anagrama, 1998)
y los relatos “Aesop´s Forest”, “La reina muerta”, y “Alice in the Time of the
Jabberwock”, incluidos en A Child Again (2005), su último volumen de ficciones),
las creencias religiosas y las supersticiones populares (su primera novela, The
Origin of the Brunists (1966), o su auto sacramental burlesco “A Theological
Position”), la propaganda política o la cultura de masas (el cine, el deporte,
la televisión), etc. En este sentido, Coover es autor del primer relato donde
la televisión tiene una influencia determinante en la configuración de la trama
narrativa (“La canguro”, incluido en El hurgón mágico; Anagrama, 1998), de una
novela borgiana sobre el béisbol como expresión ritual de valores patrióticos
americanos (The Universal Baseball Association, 1968), de una colección de
ficciones consagrada a la deconstrucción lúdica de la mitología cinéfila (Una
sesión de cine; Anagrama, 1993), donde se incluye una hilarante parodia
pornográfica de la película Casablanca (“Tócala otra vez, Sam”), de una novela
felliniana sobre el porno como estado de frigidez de toda la cultura
contemporánea del capitalismo mediático (The Adventures of Lucky Pierre, 2002)
y, sobre todo, de una de las mayores novelas americanas del siglo pasado, The
Public Burning (1977), donde Richard Nixon y el Tío Sam se disputan el
protagonismo narrativo de una trama concebida como sátira enciclopédica de la
paranoica América de los cincuenta. Y no me olvido, en su grandioso corpus
narrativo, de dos sofisticadas joyas como Azotando a la doncella (Anagrama,
1985), un texto donde el talento combinatorio de Coover alcanza una intensidad
alucinante, y La fiesta de Gerald (Anagrama, 1990), su segunda gran novela y la
que él prefiere de todas las suyas, donde se manifiesta en plenitud orgiástica
en el espacio doméstico y conyugal de una fiesta mundana otra de las fuerzas
explosivas del genio cooveriano: la vitalidad rabelesiana del relato asociada a
la exuberancia dionisíaca de los actos y las situaciones (energía sarcástica que se expandiría en
John´s Wife (1996) al coto sagrado de la América profunda revisada a la luz
paródica de seriales televisivos como Peyton Place, Dallas o Falcon Crest).
[Robert Coover, La
hoguera pública, Pálido Fuego, trad. José Luis Amores, 2014, págs. 637]
“La información es una cosa, el New York Times otra. Los datos no se asimilan en trance. La
comunión es esencialmente táctil, no cognitiva, una confrontación de vida con
vida…Hay secuencias pero no causas, contigüidades pero no conexiones…Diseño
como juego. Aleatoriedad como diseño. Diseño que irónicamente revela
aleatoriedad. Arbitrariedad como principio, lo que permite reírse de lo
trágico. Como en los sueños, por una parte hay una impresionante cantidad de
condensación, de elaboración por la otra. Se reprimen las relaciones lógicas,
pero reaparecen mediante el desplazamiento”.
-La hoguera pública,
pp. 232-233; esta cita describe a la perfección la info-estética que rige el programa novelesco ejecutado por Coover
en el libro-
Si no se acuerdan del “caso Rosenberg” no es
grave. Esta inmensa novela les recordará todos los detalles con realismo
alucinado y humor escalofriante. Desde las primeras páginas, desde ese memorable prólogo
(“La caza de la marmota”) que sienta las bases históricas del plan narrativo urdido
por Coover y establece las reglas del juego carnavalesco, toda la información del caso fluye con exuberancia para que el lector pueda participar de la fiesta novelesca
sin olvidarse de su ambiguo papel de testigo ocular y cómplice necesario.
El juicio al matrimonio Rosenberg
(Ethel y Julius) fue una farsa política organizada por el FBI de Hoover y el
gobierno de Eisenhower y Nixon en los años cincuenta para aplacar en lo posible
el pánico generado por la primera prueba nuclear soviética. Los Rosenberg
fueron ejecutados en la silla eléctrica en 1953 acusados de proporcionar
información a los rusos sobre la fabricación de la bomba atómica. Hasta ahí la
historia oficial.
Consciente de las falacias patéticas de esta amañada versión
de los hechos, Coover asume con ingenio el rol de cronista tramposo y gran
manipulador de títeres y marionetas de Washington y sitúa en el centro de la
trama a un Nixon transfigurado en narrador indeciso y falso director de escena
de la fantástica ejecución o linchamiento de los Rosenberg en Times Square ante una audiencia
multitudinaria integrada por una masa anónima y un nutrido elenco de figuras
populares de la época (estrellas cinematográficas, deportistas famosos, cantantes
célebres, políticos notorios, etc.).
El electrizante auto de fe escenificado en la plaza neoyorquina pretende producir la
catarsis espectacular de la cultura americana en pugna mundial con el fantasma
del comunismo. Pero Coover no es ese novelista ingenuo que toma el partido de
las víctimas con lágrimas hipócritas en los ojos y arrugas de ternura en el
corazón. El ciudadano Coover deplora lo sucedido, como es lógico, pero el
novelista Coover transgrede el mandato ético de aquel y, explotando al límite
los recursos de la ficción, somete la historia de su país a una revisión tan
salvaje y cómica que es imposible refrenar las carcajadas mientras se festeja la
agudeza de las críticas y las caricaturas. La parodia de mitos nacionales es corrosiva (como el
Tío Sam travestido de superhéroe grotesco) y devastadora la sátira del ideario capitalista
y la realidad cotidiana.
Esta novela de culto no pudo publicarse en 1977 por
el temor de la editorial a la querella de Nixon. Fue un error legal: era
improbable que el ex presidente Nixon, abochornado por el escándalo Watergate,
tuviera moral para tales litigios. Esto hizo que la novela circulara como
mercancía clandestina por las librerías de todo el país durante años, como
atestigua mi ejemplar en inglés, una primera edición adquirida en 1994 en una
pequeña librería de Venice (California).
Esta obra genial de Coover, al fin traducida al
español con brío y brillantez por Amores, anticipó la problemática novelística del
siglo veintiuno: cómo manejar la ingente información que es el nuevo fundamento
de la realidad contemporánea, con qué categorías narrativas enfrentarse a las
ficciones del poder y la cultura, cómo seducir al lector y arrastrarlo a las
aventuras más audaces de la inteligencia y la imaginación sin claudicar ante las imposiciones
del mercado, con qué estética dar cuenta de una sociedad que ha naturalizado la
mitología del consumo, la publicidad y el espectáculo mediático, etc.
Este carnaval rabelesiano, con el romance entre
Nixon y Ethel Rosenberg y la sodomización de Nixon por el Tío Sam como
apoteosis hilarantes, acierta a desnudar con ironía implacable la gran impostura del sueño
americano: la libertad individual aplastada bajo el peso mortal de los mitos
comunitarios.