lunes, 30 de junio de 2025

CAMPO DE JUEGO


[Richard Powers, Patio de recreo, trad.: Teresa Lanero, AdN, 2025, págs. 480] 

Los años de estudio habían convencido a Evelyne de que las mantas eran mucho más inteligentes de lo que el mundo sospechaba. Había dedicado demasiadas décadas a su observación minuciosa para que la prohibición del antropomorfismo la acobardara. Lo que empezó, siglos atrás, como una sana salvaguarda contra la proyección se había convertido en una insidiosa contribución al excepcionalismo humano, la creencia de que en la Tierra nada se asemeja a nosotros en ningún aspecto. A su edad, Evelyne Beaulieu ya no tenía tiempo para autocensuras ñoñas. Como buena empirista, no reparaba en poner nombre al comportamiento que tenía frente a ella. La forma en que el Solitario se entretenía con las burbujas lo dejaba bastante claro. Había que llamarlo como indicaban las pruebas. Había que llamarlo como lo que parecía: ese pez gigante semejante a un ave estaba jugando.

El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar. 

-Richard Powers, Patio de recreo, p. 81-

 

          Esta es una novela de ciencia ficción rara. Una novela de ciencia ficción que contiene mucha ciencia y no poca ficción y se atreve, además, a poner en cuestión, sin proclamarlo, los fundamentos convencionales de la ciencia ficción. En el curso de su narración aparecen criaturas marinas más extrañas que cualquier forma de vida alienígena y máquinas más avanzadas y prodigiosas que las conocidas hasta hoy. Una tecnología, por cierto, que revoluciona el modo humano de concebir el medio marino, posibilitando incluso la resurrección y la pervivencia narrativa de los muertos y la escritura de ficción.

Es una magnífica novela en la que la ciencia ficción se aleja de la idea estereotipada del género para mostrarnos cómo el discurso de la literatura (sea literatura de laboratorio o ficción sobre el cambio climático) puede servir al conocimiento más riguroso del planeta que habitamos, a despertar la conciencia de su multiforme realidad, y a transformar ese modo de vida y de relación con la dimensión acuática del mismo. La ciencia es aquí el fundamento de las exploraciones de la ficción al mismo tiempo que la ficción funciona forzando las categorías de la ciencia a asumir la extrapolación, la especulación y la fabulación como herramientas de descubrimiento e inteligencia del mundo. Y todo ello para deleite e iluminación de los lectores.

No es la primera vez que Powers escribe una novela como esta. Desde sus comienzos en los años ochenta, los poderes inventivos de Powers han revestido el propósito cognitivo de describir niveles insólitos y facetas increíbles de la experiencia humana y no humana en el planeta Tierra. Sin ir muy lejos, su galardonada novela El clamor de los bosques (2018) era una epopeya ecológica de ambición extraordinaria sobre la vida arbórea y quienes buscan protegerla de los desmanes de la explotación capitalista.

Patio de recreo narra, en capítulos alternos, una historia enredada en la que los cuatro personajes principales comparten un vínculo más allá de la vida y la muerte: un genio informático de cerebro enfermo, Todd Keane, creador de una IA (Profunda) omnipotente y omnisapiente; su amigo del colegio en Chicago, el genial afroamericano Rafi Young, siempre competitivo y protestón; el amor absoluto de este, la artista activista Ina Aroita, oriunda de Hawái; y la oceanógrafa de Montreal y buceadora pionera Evelyne Beaulieu, sirena amante del mar y de los habitantes de las profundidades oceánicas. 

Todos estos personajes acaban reunidos en el desenlace en la maravillosa isla de Makatea, como en una versión posmoderna de La tempestad (1611) de Shakespeare, uno de los referentes esenciales de la novela, en la que el papel del mago renacentista Próspero lo desempeñaría Keane, dueño de una tecnología cibernética superior a la magia que obra el milagro de reconciliar a todos estos personajes en la recreación virtual de una isla micronesia, de arenas blancas y aguas azules, que es también la novela-simulacro donde viven en paz como inmortales. Tampoco es la primera vez que Powers introduce en su compleja narrativa, para clausurarla, el bucle metaficcional generado por un cerebro artificial, como ya sucedía en Galatea 2.2 (1995). 

El verbo preferido de los protagonistas, el verbo que conjuga las actividades recreativas de los humanos y los animales marinos más asombrosos, como la raya gigante o la sepia, es jugar. El juego ayuda a evolucionar a los diversos reinos naturales y, finalmente, los enlaza con el nuevo dominio computacional en un campo de juego unificado donde la inteligencia se expande jugando consigo misma y con el entorno más o menos artificial. El amor a la naturaleza y a la tecnología anima el proyecto de esta espléndida novela que propone una utopía planetaria que se lee como una alegoría optimista sobre el Antropoceno, el Capitaloceno, el Chthuluceno, o como demonios prefiera denominarse nuestra época.

viernes, 20 de junio de 2025

TIBURÓN EN PROVIDENCE

 

[Publico un montaje de cuatro fragmentos de mi novela Providence (Anagrama, 2009) para rendir homenaje a los 50 años de la película Tiburón, estrenada en Estados Unidos el 20 de junio de 1975. En el primer extracto, un sueño de gloria fílmica del director Álex Franco, se parodia hasta el absurdo el análisis freudiano (con Buñuel y Dalí en el trasfondo) de sus temas más recurrentes; y en los tres siguientes, que reproduzco editados, se plantea un posible remake (El gran blanco) de las secuencias playeras del principio de la novela de Benchley y de la película de Spielberg, recreándolas en las playas de Martha´s Vineyard y mezclándolas sin renunciar a las proyecciones psicoanalíticas, teóricas y cinematográficas de sus componentes…] 


A Fredric Jameson y a Robert Coover

 

I 

…Buñuel quiere quedarse con mi mano derecha a toda costa, ésa es su pretensión manifiesta mientras me distrae una vez más hablándome de la película, quiere llevársela para jugar con ella a solas esta noche o regalársela a Dalí, que se ha quedado sin voz durante la proyección y no podría contrariarlo, para que también aprenda a jugar en serio y abandone de una vez las cursilerías onanistas de su pintura. Sin embargo, en mitad de nuestro forcejeo, Buñuel se pone serio de repente, la seriedad infalible con la que resolvía todos los conflictos durante los rodajes de sus películas. Serio y, sobre todo, alerta. Como si hubiera percibido una vibración extraña en el entorno, un cambio en la atmósfera recalentada del cine. Renuncia a sus intenciones anteriores, lo que me tranquiliza, no podía sostener el pulso con Buñuel por más tiempo, y decide marcharse a toda prisa, tirando a duras penas del fardo adormecido de Dalí, al notar que Spielberg, parapetado tras una de las rojas cortinas de acceso a la sala, se había impacientado con nuestra conversación y había decidido en ese mismo instante avanzar hacia nosotros, detenidos en mitad del vestíbulo, sin darle tiempo a que acabara de instruirme. Ha esperado su oportunidad en la sombra y no acepta que ningún otro contrincante, y menos que nadie Buñuel, se la dispute ahora. Oculto tras una gorra de béisbol y unas gafas de aviador de la segunda guerra mundial para disimular la edad, es verdad que ha envejecido mucho desde la última vez, Spielberg se precipita a estrecharme la mano mientras me advierte contra Buñuel sin contemplaciones. Tenga cuidado. Es un tipo muy peligroso, recuerde La dalia negra. Pobre Brian. El autor del crimen fue él, el autor de Él, no se equivoque de hombre. Tengo pruebas concluyentes sobre el caso, aunque no podría utilizarlas ante ningún jurado, ya me comprende, películas y fotografías de aficionados, cartas de Buñuel a algunas de sus amiguitas de Hollywood comunicándoles que se excita con la idea de cortarlas en pedazos, confidencias in extremis de testigos moribundos a los que no podría traicionar ahora sin perder a una parte de mi público, secuencias inéditas de sus propias películas y, por si fuera poco, el bodrio de Brian. Si no me cree, pregúntele a Marty, que lo sabe todo sobre películas y directores. Todo, créame. Marty es una enciclopedia ambulante, aunque cuando se pone pedante no lo aguanta nadie, ni siquiera ese bobo de George… Me estoy entusiasmando, disculpe, luego nadie se cree que no bebo alcohol ni me meto drogas. Soy así. Es la grandeza del cine. Cuando se trata de películas, me pongo como loco, no lo puedo evitar. La suya, por ejemplo. Me ha puesto a cien. Esto no me pasaba desde que vi en la intimidad de un pase privado, a solas con la viuda de Stanley, ya me entiende, su película póstuma, ¿cómo se llamaba? Algo sobre los ojos, ¿es que nadie se acuerda ya?…

Después de unos segundos de vacilación, vuelve a felicitarme por mi película exprimiendo mi mano aún más, pero sé con seguridad que no se la quiere llevar. Tiene la suya y le basta. Le trae suerte. La idea del celuloide virgen es brillante, permítame que se lo diga. No se me habría ocurrido pensar en nada parecido, me dice, pero me sugiere al mismo tiempo, por solidaridad entre colegas, ya me entiendes, una lista exhaustiva de doscientos cincuenta y tres retoques, los trae anotados en una libreta que extrae de debajo de la gorra con la mano libre, simples recomendaciones para incrementar el peso de la acción y la trama narrativa en el metraje final y compensar el timing de los actores. No pierda nunca la conexión con la taquilla, amigo Franco, ni desespere por las dificultades y si tiene alguna duda financiera llame a mis abogados, me tiende una tarjeta, ellos sabrán sacarle del apuro. Esto es lo fundamental. Esta convicción técnica. Esta capacidad para crear en medio del agotamiento más extremo. Dígamelo a mí. Quién dijo que esta profesión era como la jardinería, menudo gilipollas. Este negocio es como la guerra, como me decía siempre el tío Sam, mi maestro, un tipo duro de verdad. Por cierto, hablando de guerra, acabo de acordarme, ¿ha visto usted a Francis por aquí? Hemos venido juntos en la limusina con un par de amigas suyas, una rubia y una morena de escándalo, y a mitad de la proyección los perdí de vista. Siempre fue muy sensible a los guiños eróticos del cine y su película, no lo negará usted, tiene de todo para perturbar a un hombre de la envergadura y las debilidades de Francis…

Spielberg tampoco parece atreverse a soltarme la mano mientras habla sin parar para acaparar mi atención, temiendo que se la preste a los otros directores que nos rodean en el vestíbulo. He reconocido a David Lynch en la menguante cola de los que esperan para transmitirme en persona sus comentarios y felicitaciones y me he puesto nervioso al ver el tamaño de la sonrisa que me dirigía, como una navaja en las manos del carnicero apropiado. Y aún más nervioso cuando he descubierto escondido tras él a Tarantino, otro navajero del gueto, sonriendo también como un canalla de película de serie B antes de cometer una tropelía sangrienta. A éstos no les interesa la mano, en absoluto, como a ese anticuado de Buñuel, éstos vienen directamente a por el ojo, me digo preocupado en el sueño, a ser posible los dos, sin contemplaciones. Mientras tanto, Spielberg, asido a mi mano como a una palanca de propulsión en un mecanismo de feria, insiste contra toda razón en proseguir con sus desmesurados elogios. Magnolia me parece, se lo digo en confianza, no lo publique por ahí porque lo negaré por completo, el mejor remake no americano de Tiburón que hubiera podido imaginar. Sinceramente, es impecable su reformulación de los viejos estereotipos de mi tercera película. La agresividad hipermasculina del monstruoso pene blanco atacando a la chica desnuda en la playa, una eyaculación digna del porno más duro, la enorme vagina dentada contra la que combaten los hombres en el barco como desesperada negación de su homosexualidad, la victimización de las minorías sexuales y culturales, por no hablar del grosero comentario sobre la situación política. Ufff, qué horror, se me ponen los vellos de punta sólo de recordar los excesos de esta película atroz. La peor de todas las que he hecho sin discusión, reconózcalo. Pretenciosa, intelectual, sectaria y aburrida. Siento decepcionarle. Desde que soy padre, la responsabilidad me obliga a reconsiderar mi filmografía desde una perspectiva mucho menos radical, ya me comprende. Usted es más joven, puede permitirse estos juegos peligrosos. Estos discursos ambiguos. Yo ya no puedo, sinceramente. Mire, yo no soy como Francis ni como Marty que cambian de opinión cada decenio, según de dónde soplen las modas de los festivales. Yo lo he hecho una vez en mi vida y con eso tengo suficiente. Me refiero a cambiar de opinión, no me malentienda. Soy fiel a mis convicciones. No puedo perder tanto tiempo de mi vida como ellos en estar al día. Además, soy muy feliz en mi matrimonio, ¿no lo sabía?... Bueno, en todo caso quiero que sepa que ha sido todo un honor asistir a la primera proyección pública de su película. Esta fecha de hoy, no lo dude, se recordará en el futuro como aquella gloriosa efeméride de los hermanos Lumière. Ha reinventado usted el arte cinematográfico en pleno siglo veintiuno. Espere a que dentro de un rato, si Francis no me entretiene mucho con sus caprichos seniles, se lo cuente a Marty por teléfono. Tendré que aguardar un par de horas a que me cuente plano a plano las treinta películas que ha visto en esta última semana en todos los formatos existentes, pero al final merecerá la pena haber sabido esperar para contárselo y Marty me envidiará por haber asistido al estreno. Por cierto, ¿no se le ha ocurrido invitarlo? Lo de su anterior película no fue para tanto, un tropiezo lo tiene cualquiera, ¿no cree? Ah, por fin, ahí veo a Francis del brazo con sus amigas. Si me disculpa, seguiremos hablando en otro momento, me esperan… 

[Providence, pp. 227-231]

 

II 

No hacía ningún frío, a pesar del otoño incipiente, el mar estaba en calma y estábamos solos en la casa, como pudimos comprobar en cuanto varamos la lancha en la playa y subimos los escalones que conducían al porche, desde donde, a pesar de la disminución de la intensidad de la luz, aún era posible divisar una panorámica asombrosa del mar y, creando a su alrededor un anfiteatro ideal para contemplarlo, las dunas blancas moteadas de arbustos aplastados y las precarias vallas de madera destruidas por el viento salino al final del verano pasado, cuando todos los veraneantes emprendieron la huida de la isla por temor a la soledad. Se apoderaba de mí una sensación indefinible frente a esta vista cargada de promesas y premoniciones. Era como volver a la escena del crimen muchos años después de haberlo cometido. Ninguna barrera de arena, me dije sin abandonar la inspección del hermoso escenario, podría contener ahora al escualo feroz que rondaba el perímetro insular en busca de suculentas presas, la mordedura del mar más desaprensiva en la renegrida madera de la casa que los colmillos del monstruo en las planchas de la embarcación de pesca con que trataban de cazarlo.

-¿No te apetece bañarte? Te despejará la cabeza.

-Ahora voy. No te preocupes tanto por mi cabeza. Estoy bien.

-Allá tú.

Sin que me diera cuenta, extasiado en la contemplación de uno de mis paisajes cinematográficos favoritos desde la infancia, estaba a punto de repetir la escena inicial de la película. Tras comprobar algún detalle nimio en el interior de la casa, Eva se había desnudado en el porche sin perder un minuto y pasó a mi lado corriendo camino de la orilla, donde hundió sus tobillos y luego sus rodillas antes de desaparecer engullida en el agua que no conseguiría lavar mis ojos enfermos de toda la putrefacción visual que años y años de visionado de las mismas imágenes obsesivas habían implantado en mis retinas sin que pudiera librarme de su influjo inconsciente.

No estaba en clase, así que en vez de seguir divagando sobre la evanescencia de las percepciones fílmicas y los recuerdos perturbadores me desnudé lo más aprisa que pude y corrí en busca de Eva que, por lo que pude ver enseguida, había comenzado la gimnasia acuática de rigor. Dejé mi ropa amontonada en la orilla, junto a la toalla que ella había dejado caer minutos antes al pasar corriendo camino del agua, y mis gafas de sol encima como una garantía de que la renuncia a mi identidad sería sólo provisional. De poco me servirían en el agua para localizar a Eva. Lo hizo ella en cuanto me zambullí, nos abrazamos y nuestros cuerpos reaccionaron de inmediato a los estímulos habituales. Nos separamos por un instante y comenzamos a nadar uno alrededor del otro como en los prolegómenos de un rito sexual, difiriendo el apareamiento, y a bucear como distracción rastreando la escasa profundidad y la exigua vegetación del arenoso fondo. Nos abrazamos de nuevo y la suave corriente nos arrastró a la orilla donde me permitió penetrarla por primera vez. Me gustó que ella no cerrara los ojos mientras la inseminaba sin protección. Cuando acabamos, volvimos a zambullirnos cada uno por su lado. Hundido hasta las rodillas, me entretuve mirándola de espaldas en ese instante milagroso en que ella creía que nadie, ni siquiera yo, la podía mirar. El agua no la cubría por entero, así que Eva se puso de pie con un respingo grácil, se apartó el cabello de los ojos, y continuó caminando hasta que el mar le cubrió los hombros. Allí comenzó a nadar sin esfuerzo, con la cabeza fuera del agua y la brazada desigual propia de aquéllos que han aprendido a hacerlo con corrección y luego han preferido olvidarlo todo por conveniencia…

-¿Te gusta mi estilo al nadar? De niña era una buena nadadora, ¿sabes? Participé en competiciones nacionales y gané algunas medallas. Con mi primera regla se acabó mi carrera… 

[Providence, pp. 276-278] 

 

III 

El chapoteo obsceno de la marea ascendiendo vino a poner la nota estridente al final de nuestro abrazo. Eva no me permitió inseminarla y tuve que salirme a desgana y correrme en la arena como un molusco. Exhaustos, nos tumbamos después boca arriba y cada uno se sumió en sus pensamientos más autistas. Un cielo oscuro que empezaba a encapotarse ofrecía escaso espectáculo a la observación, así que nos zambullimos de nuevo, a instancia mía esta vez. Ya no sentía ningún miedo a las presencias que el mar podía ocultar tras su ciega apariencia de masa informe. Escrutaba el entorno a ras del agua, como un documentalista ávido de acontecimientos, y casi deseé, sin temerlo ya, ver una enorme aleta dorsal y una cola en forma de media luna brotar de pronto de la espuma y dirigirse hacia mí como teledirigidas por un operador remoto. Habría supuesto una suerte de culminación coherente con mi historia personal y con la evolución de las especies y la historia humana, si me apuran, que un gran pez mecánico usurpara con su voluntad de poder controlada por la tecnología el ecosistema de un depredador natural en vías de extinción. Para mí, en cualquier caso, zarandeado ahora por la corriente submarina, habría sido un orgasmo salvaje. Al revés del cine, la vida casi nunca es tan perfecta…

-¿Sabes una cosa divertida? Tiene que ver con uno de los estudios más sesudos sobre la película de Spielberg, el autor es Fredric Jameson, no sé si lo has leído, yo lo hice para mi clase, si te interesa está en la biblioteca a la que tanto te gusta ir con tus amigas…

-Me sobran tus sarcasmos.

-Perdona. El caso es que Jameson atribuye una importancia política extrema a la alianza final entre el policía Brody y el oceanógrafo Hooper, es el punto fuerte de su argumentación, ¿lo recuerdas?...

-No, no conozco ese ensayo, aunque sí otros libros suyos…

-Pues resulta que en el guión original, como en la novela, Hooper, el barbudo oceanógrafo, moría en la jaula mordido por el gran blanco. Pero ocurrió algo imprevisto durante el rodaje. Las tomas se las encargaron a un segundo equipo que se fue a Australia a filmar escenas subacuáticas de ataques de tiburón. A veces metían un enano en la jaula para que cuando los tiburones la atacaran parecieran mayores de lo que eran, pues no se trataba de blancos todo el tiempo. Una de las veces en que la jaula estaba en el agua sin el enano dentro y las cámaras filmando todavía un tiburón de gran tamaño embistió contra la jaula abandonada y la destrozó, de modo que, a la hora de montar la secuencia, que había quedado perfecta, tuvieron que salvar a Hooper en contra del guión que el actor había firmado…

-¿Y qué tiene esto que ver con Jameson?

-No lo entiendes porque no has leído el maldito ensayo. Toda la interpretación de la América de su tiempo que Jameson se saca de la manga está fundada en una puta casualidad. En realidad, Hooper tenía que morir como Quint, el pescador local, en boca del tiburón, que era la gran amenaza para todos. Tenían que morir los dos, el pescador y el oceanógrafo, los dos expertos en peces y en la vida marina, y salvarse sólo el puto policía de ciudad al que el mar acojonaba a muerte, ¿lo entiendes ahora? Ésa era la idea narcisista que Spielberg tenía en la cabeza al rodar la película, salvarse a sí mismo a través de su igual en la ficción. No existía, por tanto, ninguna conspiración paranoica para ofrecer al público una versión consumible de la forma de poder, una temible combinación de ciencia, tecnología y control, ante la que debían claudicar como electores para salvar la deteriorada imagen del país…

-Te repito que no conozco ese ensayo, ni lo he oído nombrar nunca, no sé si te lo estás inventando como excusa para que nos estemos aquí en el agua discutiendo sin parar sobre una película que te enloquece y nunca comprenderé por qué…

-Ésa no es la palabra exacta, si no te importa. Y no, no me lo he inventado, aunque me gustaría, ya puestos. Uno de los síntomas más odiosos de nuestra cultura de especialistas es que, a partir de un cierto nivel educativo, nos parece más deseable haber escrito una tesis doctoral sobre Tiburón que haber dirigido la propia Tiburón

-No sé de qué me hablas, pero estás consiguiendo estropearnos este momento con tus estúpidas obsesiones. Parece que echas de menos tu clase de por la mañana. ¿Es que te quedaba algo más importante por decirles a tus alumnos? Resérvalo para la próxima clase, por favor…

-Ése es tu problema, Eva, reconócelo, no seas hipócrita. Estás prisionera, como tantos otros, del puto prestigio de la mentalidad académica y no puedes escapar de ello. Es una extraña perversión del síndrome de Estocolmo aplicada al mundillo universitario, aunque a veces tengo la sensación de que son los alumnos los que han secuestrado a sus profesores y a todo el maldito sistema, y no al contrario…

-No sé de qué te extrañas. ¿No estamos acaso gobernados por la alianza de la tecnología y el control policial? Tú mismo lo repites constantemente, como una aburrida letanía…

-Perdona. Me confundes con otro.

-Es imposible confundirte con otro.

-¿Estás segura? ¿Has visto en tu vida alguna película de Hitchcock?

-Me aburren tus referencias cinematográficas, ¿no tienes otras?...

-Desgraciadamente, es demasiado tarde para cambiar…

-Ya. ¿Podemos salir del agua? 

[Providence, pp. 280-283] 

 

IV 

Estábamos todavía en el mar, con medio cuerpo sumergido y los pies anclados en el fondo, era noche reciente y no veíamos muchos metros más allá de nuestra posición. Sin embargo, yo no cesaba de mirar en todas direcciones en busca de la aleta delatora de un Bruce auténtico, generado por la evolución para exterminar a todas las demás especies de la tierra, y no de un simulacro mecánico de tres al cuarto diseñado para asustar con su gigantesca estupidez a los niños y a los padres que abonaron la entrada al parque temático del estudio. El humor de Eva mutaba con la marea y ahora, como si esperara otra aparición de signo inverso, se dedicaba a mirar cada tanto, con inquietud creciente, hacia la casa que permanecía a oscuras como un mal augurio, una mole negra coronando las dunas grises moteadas de arbustos apelmazados, la única edificación visible en esta zona agreste de la isla.

-Lo único que pretendía Spielberg con esta película es que lo tomaran en serio como director, como artista de masas, y eso el sagaz Jameson y sus muchos imitadores académicos y periodísticos no parecen poder comprenderlo fácilmente porque todavía no han alcanzado a entender el sentido histórico y la misteriosa fascinación de Hollywood. Como artista del medio cinematográfico, Spielberg realizó con esta superproducción un manifiesto en el que proclamaba tres cosas fundamentales para el cine por venir: puedo filmar el asesinato de una mujer, haciendo visibles aspectos psíquicos de la cuestión que nadie se habría imaginado antes, y puedo hacerlo mucho mejor que el maestro de Psicosis, entre otras cosas porque él lo hizo en la sórdida ducha de un motel de carretera y yo en exteriores, en mar abierto, con un montón de hombres tirando de las cuerdas desde la playa para simular el ataque feroz contra la mujer, una marioneta desnuda encarnada por la especialista Susan Backlinie…

-¿Te pasa algo, Álex? No paras de moverte y de agitar el agua con tu maldito entusiasmo. Pareces un epiléptico a punto de ahogarse...

-¿Qué pensarías si te dijera que tengo un ataque de pánico como el que acometió a Spielberg tras abandonar la isla después de haber estado prisionero en ella durante siete meses, el tiempo de un embarazo prematuro, y darse cuenta de que había dado a luz a una criatura monstruosa, la propia película aún sin montar, que amenazaba con devorarlo a él y a todo el estudio que la había producido?...

-¿No pretenderás atraer a uno de ellos agitando el agua con tu estúpida gesticulación, verdad?

-Reconozco que estas cosas me excitan en exceso, pero lo único a lo que quiero atraer, te lo aseguro, lo tengo ahora mismo frente a mí, al alcance de mis manos…

-No cuentes conmigo, si estás pensando en lo que yo creo. No tengo ninguna intención de quedarme embarazada. Ya sabes que no soporto a los niños menores de veinte años. Me basta con los otros. Tú y tantos como tú…

-Eva la cínica, Eva la desengañada, la descreída de su sexo y, todavía más, del otro sexo…

-¿Por qué te empeñas en ver sólo dos, masculino y femenino? ¿No te parece pobre como única opción? Yo descubro muchos más sexos a mi alrededor, en la gente que me rodea, y también dentro de mí. Todo el tiempo. Hace un momento, por ejemplo…

-No te pierdas en tonterías, Eva, ya sé dónde quieres acabar. Muchas veces ni siquiera soy capaz de distinguir dos, así que no me malinterpretes más…

-Está claro que en mí sólo ves clichés. Cada uno ve lo que quiere, desde luego, en el otro como en uno mismo. Tengo la sensación de que me usas como pantalla. Para ti no consigo ser más que eso y me apena…

-Te equivocas. Préstame atención por un instante, por favor, y te prometo terminar enseguida…

-A ver si es verdad, me estoy quedando helada…

-La segunda proclamación del nuevo aprendiz de brujo de la industria era ésta: puedo filmar las escenas de acción mucho mejor que el maestro Sam Peckinpah porque no las concibo como una salida nihilista o una respuesta hiperviolenta a mi metafísica existencialista de perdedor profesional en un mundo del que no puedo escapar, sino como una prolongación pública de mi fantasía de niño modelo de la clase media judía, representante de todas las lacras y las virtudes del medio social en que nací. Y por eso, entérate bien, querida Eva, el malencarado pescador lleva cuando muere entre los colmillos del tiburón el pañuelo en la cabeza que el viejo Peckinpah solía usar durante sus tortuosos rodajes. La tercera cosa que Spielberg tenía ganas de proclamar ante el tribunal que lo iba a juzgar por vender su talento a los mercaderes del templo es, sin embargo, la más importante de todas…

Su insistente modo de mirar hacia la casa desde el agua, desatendiendo nuestra conversación sin disimulo alguno, me obligó a interrumpirme cuando estaba a punto de hilar una idea que creía podría atrapar la atención de Eva y anular su despectiva insolencia hacia mis palabras. Me estaba empezando a preocupar y a poner nervioso su actitud, como si ella, sin una razón clara, se sintiera obligada a vigilar con cada vez más crispada atención cualquier movimiento o sombra, cualquier contraste de luz o modificación del aire, producidos en las tenebrosas inmediaciones de la playa.

-¿Qué miras tanto? ¿Estás esperando a alguien?

-Nada. Estoy pendiente de tus palabras, pero no te aproveches de mí. Quítame las manos de encima ahora mismo, no me gusta mezclar las cosas, ya lo sabes, me parece de muy mal gusto…

-Lo siento, no he podido resistirme. Explicarte esto aquí, precisamente, me estaba excitando más de la cuenta, ya te lo he dicho. Además, estás tan hermosa ahora, con esta luz. Tu piel, tu pelo, tu cuerpo húmedo, tus…

-Venga ya, Álex. Ya te voy conociendo. Dime de una vez, ¿cuál es, según tú, la tercera proclamación mundial del gran artista Steven Spielberg en esta obra maestra de la cultura humana?

-Eva no te rías. No le veo la gracia. Vuestra guerra de Irak se parece mucho a una superproducción, por lo que deberías considerar estas cuestiones con otra actitud menos condescendiente, por tu propio interés y por la seguridad de tu país. Nada menos…

-Otra vez estás mezclando las cosas. ¿Qué te hace presuponer que esa guerra de mierda tiene que ver conmigo o con mucha otra gente de este país? ¿No lees los periódicos, no ves la televisión? Acabas de llegar y ya nos estás prejuzgando sin haber entendido nada.

-Por favor, Eva. Soy un adicto a los programas de la Fox, no se te ocurra decirme que no estoy informado…

-Por supuesto. Lo había olvidado. Con los bodrios de Hollywood y los noticiarios de la Fox tienes suficiente para conocernos a fondo. ¿Por dónde íbamos, profesor?...

Una repentina cadena de olas estuvo a punto de arruinar mis pretensiones docentes. Eva se vio sorprendida por su altura y fuerza, perdió pie y se hundió con brusquedad en el agua, como succionada por la corriente, mientras yo conseguía mantenerme a flote a duras penas. Fue una espera tensa hasta que la vi reaparecer sana y salva a unos metros más allá.

-¿Qué ha sido eso?

-A mí qué me preguntas…

-Acabo enseguida, créeme. El tercer postulado del sistema Spielberg de concebir el cine, como me gusta calificarlo, se podría llamar prudencia, se podría llamar capacidad de adaptación, se podría llamar coherencia, se podría llamar sentido de la oportunidad, llámalo como quieras, pero yo, que he improvisado esta teoría para dar sentido a este momento especial entre nosotros, aunque no parezcas aceptarlo con agrado, prefiero llamarlo realismo. El realismo que consiste en mostrar desde la plataforma de un producto concebido para las masas esta gran verdad del negocio: mi cine, el cine que planeo hacer en los años venideros, será todo lo creativo que sea posible en este período de la historia dentro de los férreos límites marcados por el desarrollo de la tecnología (Hooper), el orden establecido (Brody) y, agárrate ahora con fuerza a mí, no te lo vas a creer, la maquinaria descomunal del sistema de producción (el tiburón)… 

[Providence, pp. 286-290] 

lunes, 9 de junio de 2025

PERFIL PEYORATIVO


 [James Ellroy, Los seductores, trad.: Carlos Milla, Random House, 2025, págs. 536] 

  Hay una idea fija, una morbosa obsesión, en el corazón de esta fascinante novela: el cadáver desnudo de Marilyn Monroe, tendido boca abajo en su cama, con el pelo plateado derramándose sobre la almohada como un enigma de belleza artificial. Hay también una psique obsesiva, un cerebro monomaníaco, conectado a las vibraciones sexuales de la realidad con hipersensibilidad e inteligencia animal, encarnada por el detective Freddy Otash, ex policía corrupto reconvertido en agente al servicio de los famosos y los poderosos. Otash es el narrador febril de la historia, la máscara que Ellroy utiliza para ocultar sus turbios manejos como prosista forense al enfrentarse a un submundo tan complejo y atractivo como el Hollywood de comienzos de los años sesenta, tiempo real de la ficción, y las décadas inmediatamente anteriores de los cuarenta y los cincuenta, momentos traumáticos de algunos hechos desvelados en la trama.

Como se ve, Ellroy emplea en la novela uno de los recursos predilectos de los novelistas posmodernos, desde Doctorow y DeLillo en adelante, para envolver sus misterios policiales extraídos de la realidad en los efluvios y las emanaciones tóxicas de la imaginación más calenturienta. Muchos de los personajes secundarios y las subtramas que rodean el caso de la muerte de Marilyn son ficción, como en La dalia negra, su novela más famosa, y permiten explorar la realidad acreditada con una luz ambigua que la desnuda y la encubre al mismo tiempo, como el cuerpo vivo o muerto de Marilyn ofreciendo a la mirada de sus espectadores partes selectas de su exuberante anatomía y cubriendo otras de un pudor falsificado que la hacía aún más deseable y seductora.

Ficción y realidad confunden sus dimensiones a tal grado, en la trama calculada por Ellroy con tanto cuidado a los detalles, que el lector tiene que aguardar al final, como un sabueso que a su vez fiscaliza la labor de los detectives y policías que investigan todas las ramificaciones del caso, para sentir la misma satisfacción que los hermanos Kennedy, Jack y Bobby, el presidente y el fiscal general, con la resolución inesperada. Otash entrega a Bobby, a cambio de cincuenta mil dólares, un objeto precioso: la “baraja porno” de cartas que Orson Welles había realizado en 1948, en un picadero de Palisades, donde se retrataba desnudos y copulando en todas las posturas imaginables al futuro presidente de los Estados Unidos y la futura estrella de Hollywood, muchos años antes de que Jack Kennedy y Marilyn Monroe fueran amantes reales, según la historiografía oficiosa, al menos una vez al año.

En la retorcida versión de Ellroy, sin embargo, la muerte de Marilyn no tiene nada que ver con los Kennedy, trama colateral engañosa, sino con su asociación ilícita con una banda de huérfanos angelinos como ella, llenos de ambición y codicia, aficionados al robo y al asalto de domicilios y a otros crímenes terribles, perturbados mentales o mentes frágiles en muchos casos, como Gwen Perloff, Ricky Dawes o Albie Haaland. Esta trama inventada por Ellroy le permite introducir al sesgo a uno de los grandes personajes reales de la novela, Natasha Lytess. Perdidamente enamorada de Marilyn y dispuesta a todo con tal de salvarla de sí misma y de sus peores tendencias, esta actriz fracasada y profesora de interpretación de origen ruso es la gran beneficiada en la trama: de hecho, los cincuenta mil dólares que recibe Otash de los Kennedy a cambio del documento escandaloso van a parar a su buzón en recompensa por sus generosos servicios y su valor moral.

Este guiño irónico es una prueba de que Ellroy concibe y escribe la novela con el mismo espíritu crítico y la rabia moralista de Kenneth Anger en Hollywood Babilonia (1965-1975). Nadie está a salvo allí de la inmoralidad, la indecencia y el crimen, y las supuestas víctimas del sistema, como Marilyn, son ellas también depravados engranajes de su funcionamiento implacable. 

martes, 27 de mayo de 2025

FANTACIENCIA, TECNOTEOLOGÍA Y DELIRIO ASÍ EN EL CINE COMO EN LA VIDA (Y VICEVERSA)


[Primera entrega del podcast Más allá de lo humano y lo divino. En esta ocasión, Guillermo Mas Arellano y yo mismo nos ocupamos de la fantasía, la distopía y la ciencia-ficción (o fantaciencia) en la literatura hispanoamericana y más allá, o más acá, de las fronteras culturales e idiomáticas del imaginario.]


Y también en iVoox:

https://go.ivoox.com/rf/146775827

lunes, 19 de mayo de 2025

CIBERPUNK ARGENTINO


[Michel Nieva, Tecnología y barbarie (Ocho ensayos sobre monos, virus, bacterias, escritura no-humana y ciencia ficción), Anagrama, 2024, págs. 175]

    Han pasado cuarenta años desde la publicación de Neuromante de William Gibson, la novela que puso sobre el tapete mundial la sensibilidad ciberpunk, es decir, una nueva sensibilidad surgida en la historia para percibir las mutaciones en curso en los años ochenta relacionadas con los avances más radicales de la tecnología, la economía, la sociología y todas las ciencias relacionadas con la vida y la inteligencia. Esta nueva sensibilidad, traducida en imágenes fastuosas y conceptos estupefacientes, obtuvo una plasmación cinematográfica fascinante en obras tempranas como Blade Runner o Terminator.

Desde entonces, el mundo ha ido asimilando aquellas primigenias especulaciones y las ha hecho realidad con escandalosa facilidad, demostrando cómo a menudo la literatura especulativa se adelanta a su tiempo, o lo prevé, en un lenguaje figurativo que al principio suscita incredulidad y temor y luego se considera estereotipado y consabido. La cultura también fue permeada por las categorías del ciberpunk al mismo tiempo que los usuarios descubrían los nuevos mundos cibernéticos de internet, el ciberespacio, los videojuegos y la telefonía inteligente.

Con el tiempo, la estética ciberpunk de Gibson, Sterling, Shirley y Cadigan, entre los más destacados representantes del movimiento, fue capaz de mutar a su vez para acomodarse a las nuevas realidades del siglo XXI. Hoy autoras norteamericanas como Ling Ma (Severance), N. K. Jemisin (La ciudad que nos unió y El mundo que forjamos), Larissa Lai (The Tiger Flu) y Malka Older (Infomocracy) han renovado el género confiriéndole una impronta contemporánea que atiende a cuestiones sobre el cambio climático, la situación crítica de la población mundial y la vida terrestre, la experimentación científica y la problemática del género, la etnia o la raza.

En este contexto, es una excelente noticia la aparición de un joven escritor argentino, brillante narrador y ensayista, como Michel Nieva (1988), que ha dado pruebas del poder de su ingenio fabulador con la novela La infancia del mundo (Anagrama, 2023), donde especula sobre el futuro de su país a partir de la mutación genética de los marginados y la reconfiguración geopolítica del territorio. Es una novela original, de imaginación desbordante, un cruce entre la ficción visionaria de Gibson y el cine psicosomático de Cronenberg, para entendernos, que termina rediseñando un porvenir similar para todas las naciones del mundo, sean o no periféricas a los poderes centrales de Estados Unidos y Europa.

Este volumen de ensayos, publicado en Argentina en una versión diferente en 2020, recoge las reflexiones y especulaciones que fundamentan la arquitectura novelesca y, además, permiten comprender ciertas cuestiones críticas del mundo global del presente desde un ángulo esquinado o periférico que las dota de una agudeza aún mayor. Ya en el prólogo Nieva advierte al lector de su enfoque ciberpunk al atribuir a la literatura argentina, clave esencial del libro, dos de los motivos típicos de esa corriente de la ciencia ficción: la distopía y el androide. La diferencia con sus precursores anglosajones radicaría en que la primera se traduce en la descripción geográfica de la pampa como un desierto postapocalíptico y el segundo en un tropo aplicado al indio y a la india, figuras traumáticas de la identidad nacional.

En el examen de diversos relatos de autores de los siglos XIX y XX como Quiroga, Arlt, Lugones, Borges o Aira confirma una verdad incuestionable que es la tesis principal del libro: “el capital nos coge a todxs por igual, y ninguna alternativa a este sistema abolirá jamás ni el embrutecimiento del trabajo ni la explotación del hombre y de la mujer por el hombre”. Ciberpunk concienciado que revela la influencia del ideario de McKenzie Wark y su convicción paradójica de que la tecnología, bajo el signo del capitalismo, trabaja lo mismo para los fastos de la cultura que para los estragos de la barbarie.

En esta coyuntura del texto es donde aparece, con puntualidad intelectual, Borges, gran autor argentino de la literatura mundial del siglo pasado, a quien Nieva atribuye la condición de ser, en el seno de su literatura, el que mejor modula “el problema de la tecnología como punto de cruce entre la civilización y la barbarie”. En estos componentes paradójicos acierta Nieva a cifrar el designio actual de una literatura politizada: “una literatura que engendre distopías sobre los modos económicos de producción del presente…una literatura que profane el aura sagrada con la que el dispositivo tecnológico ha sido en nuestra época investido”. Magnífico programa artístico.

(La imagen que ilustra este post es del artista y escritor japonés Kenji Siratori.)

miércoles, 7 de mayo de 2025

ESPEJO NEGRO


  [Publicado en medios de Vocento el día 1 después del Gran Apagón] 

          Qué gran espectáculo. El mundo entero, las múltiples televisiones y los millones de espectadores, reunidos en torno al cadáver del Papa Francisco, muerto en la madrugada del día siguiente al Domingo de Resurrección, y nadie capta la ironía. Y, para más inri, la asamblea de mandatarios mundiales en el funeral vaticano. Decía Gracián, gurú de jesuitas y de príncipes, que la inteligencia es ambidiestra y discurre en dos direcciones a la vez, como el Espíritu Santo. Viendo el sábado a esos líderes pavoneándose ante el ataúd del Papa, pienso en muchas ideas contradictorias. Algunas tienen que ver con el poder espiritual y simbólico de la Iglesia católica sostenido en la historia, como la maravillosa Basílica de San Pedro. Otras, en cambio, se refieren al poder omnímodo de los que construyen el infierno a diario en todas partes y colaboran en la destrucción sistemática del planeta.

El Papa Francisco, hermano de los marginados y excluidos, no lo tuvo fácil en un mundo donde la mayoría doméstica de sus fieles idolatraba la riqueza y el poder, el consumo y la fama. El mundo actual es sordo, dijo una vez denunciando esa tara moral, y sórdido, añado. Echaremos en falta su figura polémica ahora que el grotesco Trump amenaza con coronarse rey del inmundo global. Regresamos al maniqueísmo medieval de la luz y la oscuridad, la guerra del Imperio y el Papado. El fracaso de la Iglesia, fiel al imperativo evangélico, fue renunciar a cambiar el mundo, conformándose con tratar de aliviar sus males. Y esa fue también su grandeza para muchos creyentes, la promesa de una esperanza de bondad infinita, siempre diferida. Tras el cónclave se despejarán algunas incertidumbres, sin duda, pero creer que el mundo será mejor tras la elección de un Papa diferente peca de ingenuidad.

El destino singular de Bergoglio se ha cumplido al fin y cabe suponer que ese destino tiene sentido para la inteligencia divina encargada de juzgarlo. Al pasar al lado luminoso, a la dimensión celestial, el Papa Francisco ya no verá la realidad, como decía San Pablo, en un espejo oscuro, lleno de enigmas. La muerte se convierte entonces en un acto cognitivo y la visión de Dios lo domina todo. El problema, como diría Borges, pope argentino aficionado a la metafísica, no es que el mundo, como las profecías bíblicas o las parábolas de Jesús, tenga o no sentido, sino que pueda tener dobles y triples sentidos, como la cábala. No simplificarlo es nuestro único deber trascendental. Así en la Tierra como en el Cielo. 

miércoles, 23 de abril de 2025

UNA TERAPIA RADICAL


[Olga Tokarczuk, Tiempo de empusas, trad.: Abel Murcia y Katarzyna Mołoniewicz, Anagrama, 2025, págs. 342] 

    Poco podía imaginar el joven polaco Mieczysław Wojnicz al llegar en septiembre de 1913 enfermo de tuberculosis al balneario silesio de Görbersdorf (hoy Sokolowsko, en Polonia) que saldría de allí, dos meses después, sanado definitivamente de la enfermedad pulmonar que mató a millones hasta la década siguiente y, sobre todo, curado para siempre de los problemas de identidad sexual que lo aquejaban como un mal insidioso desde la infancia. Como sabe cualquier lector, hombre o mujer, Wojnicz está en excelentes manos y no extraña el resultado. No me refiero, por supuesto, al doctor Semperweiss, sabio representante de la ciencia en sus aspectos más avanzados y portavoz novelesco de las opiniones de la autora, sino de esta misma, Olga Tokarczuk, la más importante escritora europea actual y una de las voces más originales de la literatura mundial del siglo XXI.

Estando Tokarczuk al cargo de la operación, cualquier personaje y cualquier lector consecuente se entregarían al tratamiento sin poner una sola pega ni emitir una sola queja. La doctora Tokarczuk, desde su posición de eminencia literaria, posee una idea de la vida tan exuberante como compleja, tan alejada de la estupidez común como marcada a fuego por los traumas sociales e históricos del sexo. Tras la escritura de una obra maestra de la envergadura de Los libros de Jacob (2014), quizá la más ambiciosa y brillante novela europea de lo que va de siglo, y la concesión del Premio Nobel en 2018, Tokarczuk no se ha dejado sobornar por el éxito y ha sido capaz de escribir una obra como esta que culmina intelectualmente, en cierto modo, el sesgo iconoclasta y feminista de toda su narrativa.

En Görbersdorf, Wojnicz se ve rodeado por un grupo de individuos de sexo masculino que, a pesar de su diversidad ideológica, se erigen en voceros de la misoginia secular. No importa si se confiesan socialistas, humanistas, católicos recalcitrantes o teósofos, todos concuerdan en un solo punto, remachado por Tokarczuk con ironía, su menosprecio al género femenino y su consideración de la mujer como una criatura de rango inferior encargada por Dios y por la biología de labores reproductivas que, al mismo tiempo, le ganan un lugar secundario en el orden social y una posición dudosa, si no abyecta, en las relaciones con el otro sexo. No hace falta recurrir a Kristeva o a Paglia para comprender el discurso de fondo contra la hipocresía y el conformismo que Tokarczuk envuelve en su increíble poder de fabulación, sarcástico sentido del humor y gran inventiva novelesca.

En la nota final, Tokarczuk nos revela las fuentes perversas de las que ha extraído los juicios misóginos que pone en boca de los diversos personajes y es toda una cultura y una civilización como la occidental la que es acusada con ese gesto de sus múltiples errores y desviaciones. Ahí están los patriarcas barbudos o imberbes como Platón y San Agustín, Schopenhauer y Nietzsche, pero también Darwin, Freud y Sartre, nadie se salva de la quema, para ratificar el problema con sus bochornosas opiniones. Hace falta mucha retranca y mucha poesía genuina para darle la vuelta a ese bagaje infame y transformar una comedia costumbrista de comienzos del siglo pasado en una parábola fantástica, con la presencia mágica de las criaturas femeninas del bosque como refuerzo, sobre la reconversión de un joven intersexual pusilánime en un ser libre y pleno.

La referencia a La montaña mágica es relevante, pero las pretensiones de Tokarczuk desbordan la intención de Mann al incorporar a la reescritura mordaz de ese clásico moderno los arcanos andróginos de Jung y la apuesta contemporánea por la pluralidad psíquica y la multiplicidad humana.