miércoles, 26 de marzo de 2025

PANDÉMICA Y CONTABLE


  [Publicado en medios de Vocento el martes 18 de marzo] 

La vida es una extraña enfermedad que no se cura ni con la muerte, como creía Lovecraft. Cinco años después del confinamiento por la covid aún seguimos dándole vueltas a los muertos olvidados y a los vivos inolvidables, es decir, los cínicos al mando de la situación. Sean de derechas o de izquierdas, o del centro político, los gobernantes fallaron estrepitosamente, demostraron que no valen para gestionar, no tienen capacidad, solo afán de poder, y la pifiaron.

No se puede negar, sin embargo, que hemos aprendido mucha filosofía desde entonces. Hemos comprendido el poder del horror que alberga un ser insignificante como un virus, una criatura diminuta que revela nuestro papel prescindible en el mundo. Y hemos aprendido a medir el escaso valor de nuestra vida en el precio exorbitante de las vacunas y las mascarillas salvadoras y los incontables beneficios de las empresas farmacéuticas.

Hoy también sabemos cosas que preferiríamos ignorar. Suponemos que la pandemia procedía de un laboratorio chino financiado con capital internacional. Pensamos que el origen artificial del virus fue encubierto como un secreto vergonzoso con el fin de ocultar la complicidad de las corporaciones interesadas en el experimento científico. Sabemos, además, que nuestros poderes trataron de engañarnos sobre la peligrosidad del virus en un primer momento y que sus portavoces mediáticos tildaron de aguafiestas a quienes trataban de alertar sobre la amenaza real que se nos venía encima.

Y, sobre todo, sabemos una cosa que nos impulsa a vivir en este estado de ansiedad y sobreexcitación constantes. Una sola cosa hemos aprendido de verdad y es a la que más miedo le tenemos. Auténtico terror. Si ocurriera otra vez, si volviera a aparecer en el horizonte de nuestra desgracia una pandemia, los que mandan, los que nos representan, los líderes autistas que toman decisiones rodeados de cientos de asesores y de supuestas comisiones de expertos, esos mismos, sí, cometerían errores similares, una vez más, mentirían con el mismo descaro, nos encerrarían impunemente para salvarse ellos y su dudosa reputación.

Ha vuelto a pasar con la dana valenciana. Condenen o no a los irresponsables que no tomaron las medidas adecuadas para evitar la catástrofe, antes y después, nadie hace nada, ni en el gobierno central ni en el autonómico, nada de nada, para que no se repita la riada mortal cuando caiga el diluvio de nuevo desde un cielo que ha dejado de juzgarnos porque ya le damos igual. Somos incorregibles. 

miércoles, 12 de marzo de 2025

MÁS ALLÁ DE LO DIVINO Y LO HUMANO: CINE Y LITERATURA DE 2025

[David Lynch, Nosferatu, Bram Stoker, Drácula, Carmilla, La infiltrada, La fiesta del asno, Don DeLillo, Mao II, los Óscar, La sustancia, Emilia Pérez, Anora, The Brutalist, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Trump, Robert Bloch, Juliette, Sade, Jack el Destripador, Bret Easton Ellis, David Foster Wallace y sus posibles imitadores, arquitectura y cine en el siglo XX, Olga Tokarczuk, Los libros de Jacob, el mesianismo andrógino de Jacob Frank, la Shejiná y la Virgen María, el gnosticismo y la ciencia ficción, Philip K. Dick, el visionario pop, y la Exégesis, los circuitos de energía entre la alta cultura y la baja cultura, Coppola y Apocalypse Now, Wittgenstein y los límites del lenguaje del arte, Hermann Broch, creación literaria y conocimiento, Pynchon, la contracultura y los libros de bolsillo, Pasolini, las gaviotas, el cielo y las nubes, etc.]

miércoles, 5 de marzo de 2025

IMPERIO


  [Publicado ayer en medios de Vocento] 

      Apenas cinco semanas han bastado para que todo el mundo sepa a qué juega Trump en su segundo mandato presidencial. Lo que nadie sabe es qué quedará en pie cuando pasen los cuatro años de este huracán de arrogancia y malos modos del inquilino de la Casa Blanca, la fachada farisea de América. Si hay alguien que encarne hoy la voluntad de poder de un imperio, no es el genocida Putin, un actor secundario, sino el brutal Trump, que ha resucitado a su cómplice ruso para que la esperanza de una revolución neoconservadora en Occidente no se desvanezca.

El extraño caso de Trump es el de un doctor Jekyll que llevara acoplado a Mr. Hyde, el hombre y el monstruo superpuestos en la misma imagen. Trump es un “freak”, un fenómeno de feria que ha convertido la política americana en un espectáculo degradante con el fin de complacer al 30% de los votantes que lo apoyan a muerte haga lo que haga. Da miedo pensar en los millones de ese ejército de clones, una legión de zombis a las órdenes del emperador maléfico que los conduce a la guerra contra todo lo que amenace sus valores arcaicos.

Tenía razón Rushdie cuando comparaba a Trump con el Joker, un payaso patológico y agresivo que actúa al servicio del imperio capitalista neoliberal con todo el poder en sus manos para hacer mucho daño. Se le ha visto con Zelenski, judío ucraniano al que ha humillado sin tapujos para demostrarle quién manda en el mundo y quién obedece porque es inofensivo y vulnerable.

El problema en este tablero geopolítico que ha explotado, diseminando piezas y cambiando las reglas, lo representamos los europeos, jugadores de segunda mesa que vemos con estupefacción la impotencia grandilocuente de nuestros líderes y las maniobras groseras del aliado transatlántico. Incapaces de plantear una alternativa válida a la situación en Ucrania que frene las ambiciones criminales de Trump y Putin, y de significarnos en el conflicto con una voz única que imponga el valor de la ética y la política frente a la inmoralidad de los intereses y las ganancias.

Al final, las “tierras raras” son las de la Europa de los pequeños egos nacionales y las pequeñas naciones aún más egoístas. Es nuestro mal y la debilidad que Trump, el sheriff interino del distrito occidental, olfatea como un depredador. Hace mucho tiempo, por temor a nuestras derivas más oscuras, apostamos por la pequeñez y la mediocridad y así nos va. No nos quejemos. La lucidez es nuestra mayor virtud y nuestra mejor arma. No erremos el tiro. Es hora de despertar. 

viernes, 21 de febrero de 2025

QUOD EROS DEMONSTRANDUM: EL EROS NARRATIVO DE GUILLERMO CABRERA INFANTE

           [Hoy se cumplen veinte años de la muerte de Cabrera Infante, ocurrida en Londres el lunes 21 de febrero de 2005. En homenaje a su figura, publico aquí la versión abreviada del ensayo “Quod Eros demonstrandum: El Eros narrativo de Guillermo Cabrera Infante” publicada en marzo de 2024, en la traducción francesa de Massimo Rizzante, en la revista L´Atelier du roman, dirigida por el gran kunderiano Lakis Proguidis. El ensayo íntegro, del mismo título, un estudio extenso de las cinco novelas de Cabrera Infante (no solo Tres tristes tigres, sino también La Habana para un infante difunto, La ninfa inconstante, Cuerpos divinos y Mapa dibujado por un espía), se publicó como capítulo de la tercera parte (El Eros joyciano) de mi libro Yin y Yang (pp. 179-240).] 

Tres tristes tigres (1967) cumple cincuenta y seis años y aún no encuentra todos los lectores cómplices que merece la revolución emprendida en el seno de sus neobarrocas páginas. Una revolución literaria que comienza con el lenguaje y el modo de representar la realidad y termina en la transformación cómica de la actitud del lector ante la vida, la cultura, el sexo y el poder. Estos TTT (como su autor los llamaba, con gran sentido del humor, reduciendo su título a sus consonantes iniciales para acentuar su dimensión de juego lingüístico) nacieron para hacernos reír, como los hermanos Marx, con sus aventuras nocturnas en una Habana de ensueño creada o recreada por las palabras de ese mago verbal que fue, hasta el último estertor, Guillermo Cabrera Infante.

Un error frecuente entre especialistas consiste en insertar esta novela fabulosa en una supuesta tradición cubana, desvinculándola de la corriente carnavalesca de la antigua sátira menipea que desemboca en James Joyce, Flann O´Brien, Vladimir Nabokov y Raymond Queneau, pasando por Rabelais, Cervantes, Sterne, Carroll, que proporciona, entre otras cosas, el paradójico epígrafe de la novela (“Y trató de imaginar cómo se vería la luz  de una vela cuando está apagada”), y Machado de Assis, autores todos ellos hacia los que Cabrera Infante ha mostrado siempre admiración y complicidad.

Comparada con otras novelas coetáneas, TTT se revela la novela de discurso más audaz de su tiempo, manifiesto literario por una festiva revolución cultural de signo radical y lúdico en consonancia con el espíritu de la época. Esta audacia no radica solo en el lenguaje o la representación sensorial de una realidad provocativa y sugerente como la Habana prerrevolucionaria, sino, sobre todo, en su innovadora construcción novelística. Cabrera Infante desmontó los planos de esa realidad asimétrica en tantos estratos que su reconstrucción posterior, mezclándolas al ritmo genésico de una prosa musical arrebatadora, no podía sino causar asombro y fascinación. Y es que el discurso de TTT daba un paso más allá de lo que estaban haciendo otros autores coetáneos al involucrar literatura y vida en un mecanismo mimético saboteado por la ironía y la comicidad, los juegos verbales, el ingenio desbocado, los ejercicios de ventriloquía, las parodias profanas y los exorcismos de estilo. Pero también la mentira, la impostura, la ficción, la fabulación social que sostienen regímenes e injusticias y que solo pueden ser abolidas por una ficción suprema que asuma esa dimensión de falsedad en su construcción.

TTT erige su mundo de ficción a partir de un colectivo de narradores, con mayor o menor conciencia del todo al que pertenecen como entes de ficción y creadores parciales integrados en el orbe literario fruto de su creación. Así, los personajes se pasean por la trama sabiendo que contribuyen en todo momento a su construcción como escritores y lectores ocasionales, además de intérpretes o exégetas del texto, sin olvidar que le pertenecen en su calidad de seres imaginarios, producto de la inventiva de su autor.

En este sentido, el gran logro del libro reside en su polifonía narrativa puesta al servicio de una visión carnavalesca y dionisíaca del mundo, que se presenta troceada y fragmentada, como un caos concéntrico, con objeto de ser más fiel a su espíritu mitológico y grotesco. Exceptuados el “Prólogo” y el “Epílogo”, donde cobran voz el maestro de ceremonias del cabaret Tropicana y una loca en un parque habanero para expresar, respectivamente, la entrada teatral en un mundo de ficciones sociales y una salida a través de la locura de una situación imposible (“ya no se puede más”), y “Los debutantes”, donde aparecen vibrantes voces femeninas que tendrán su protagonismo a lo largo de la novela (Laura Díaz, Cuba Venegas, Beba Longoria, Magalena Crus), entremezcladas con algunos de los protagonistas masculinos (Silvestre, Ribot, Arsenio Cué) de la novela en sus inicios en la ciudad, los episodios restantes se organizan, sobre todo, en torno de las voces masculinas de los singulares “tigres” protagonistas (el crítico Silvestre Isla, alter ego del propio autor, el actor Arsenio Cué, su doble donjuanesco, el dibujante comercial y publicitario Sergio Ribot y bongosero rebautizado Eribó, el fotógrafo seductor Códac, el verborreico Bustrófedon) y los relatos de sus hilarantes andanzas por una Habana que se transfigura, enfatizando sus vínculos con el Satiricón de Petronio, en un laberinto lúdico de encuentros y desencuentros carnales.

A menudo se han privilegiado en TTT episodios concretos sobre un todo narrativo que siempre fue percibido, por la crítica más conservadora, como caótico y fragmentario. Es comprensible que, entre todos los episodios, la serie “Ella cantaba boleros”, donde el fotógrafo Códac narra la historia truncada de La Estrella, una cantante mulata de cualidades hiperbólicas, deslumbre con su descripción excesiva y sentimental del submundo nocturno de clubes y cabarets. En la descripción de las sesiones sadomasoquistas de esta cantante hiperbólica, actuando en los cabarets como una posesa de la música febril y el ritmo contagioso, y de la noche dionisíaca en que se mueve una fauna humana inclasificable, como criaturas surcando el fondo de una pecera en pos de una ración de alegría y felicidad, es donde Cabrera Infante dilapidó los recursos retóricos, la artillería ingeniosa y los sortilegios verbales de su escritura.

Por otra parte, “La casa de los espejos”, sobre el encuentro en dos tiempos del narrador (Arsenio Cué) con dos parejas consecutivas de modelos cubanas (Livia Roz y Laura Díaz/Livia Roz, de nuevo, y su nueva compañera de piso, Mirta Secades de nombre artístico Mirtila) cuyo desparpajo verbal sólo es superado por su exuberante belleza y artificio cosmético, es uno de los textos más complejos y técnicamente impecables de cuantos escribiera Cabrera Infante. Por no hablar del brillante episodio “La muerte de Trotsky referida por varios escritores cubanos, años después -o antes”, incrustado en el corazón de la novela como un artefacto explosivo que hace estallar sus costuras y actúa como foco centrípeto de una estructura concebida al detalle para dar una apariencia centrífuga. El capítulo está inspirado en “Los bueyes del sol”, el episodio 14 del Ulises de James Joyce donde este realiza una parodia genuina y genesíaca de todos los estilos, autores y obras de la literatura inglesa, desde sus primeros vagidos medievales hasta los aullidos urbanos coetáneos. “La muerte de Trotsky” constituye un ejercicio paródico o un exorcismo de estilo de un virtuosismo increíble, ejecutado a la manera mozartiana de Raymond Queneau (Exercices de style), que persigue al mismo tiempo una triple finalidad ética y estética: un hilarante ajuste de cuentas con el “trotskismo original” de su propio pensamiento prerrevolucionario, un acto de combate o agón literario, en el sentido de Harold Bloom, con los grandes nombres de la literatura cubana (José Martí, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Lydia Cabrera, Lino Novás, Alejo Carpentier, y Nicolás Guillén) y una crítica demoledora a los crímenes de la historia, el poder totalitario y el ideal comunista de la revolución que ya amanecía en Cuba con su horizonte de sangre, terror y fuego.

Junto con la cantante La Estrella, la otra gran figura mitológica de TTT es Bustrófedon, una suerte de protojugador de palabras, un mutante lingüístico afectado de un cáncer verbal proliferante, la personificación y caricatura del espíritu verbívoro y las patologías lingüísticas de su autor: el tejido de la novela acusa el impacto de sus juegos de palabras y sus trabalenguas, retruécanos, paronomasias, malapropismos, palabras maleta y enigmas de todo tipo, sus disparates geniales, sus chistes patafísicos (Alphonse Allais y Alfred Jarry no andan lejos de estos juegos cómicos con la lógica), sus deformaciones fonéticas o sus proyectos absurdos (“que la Unesco se llame la Ionesco”), su locura, en suma, también contagian a los demás personajes y, por ende, al espacio de la ficción en el que se desenvuelven. Dada la inclinación de Cabrera Infante por la literatura de Lewis Carroll, como hemos visto, no es de extrañar que detrás de la invención de este habanero locuaz, prestidigitador verbal y logomáquico, que acaba muriendo de una anómala lesión o un tumor cerebral, se encuentre la figura imaginaria de Humpty Dumpty, el huevo cascado y carismático de Alicia a través del espejo, que sería otro gran experto en la vida secreta de las palabras y el lenguaje. La obra de Bustrofedón, más allá de las incontables anécdotas y transcripciones de sus juegos de palabras y conceptuales realizadas por sus amigos apostólicos o discipulares en el capítulo “Rompecabeza”, se reduciría a las parodias de escritores cubanos, ya mencionadas, incluidas en el capítulo “La muerte de Trotsky”. Con la particularidad de que estos textos paródicos falsamente atribuidos a escritores cubanos canónicos fueron grabados en magnetófono por otros personajes y posteriormente transcritos para incorporarlos al texto de la novela.

Sea como sea, TTT no sería una ficción suprema, un ejemplar consumado de novela abierta e informe, sin esa gozosa “Bachata” final que funciona como cuadratura espectacular de la trama caleidoscópica y como línea de fuga de una novela en la que los personajes se revuelven y luchan para no ser atrapados en la doble maquinaria trituradora de la cultura cubana anterior a la Revolución (cuyo modelo mimético, como de toda la novela, es La dolce vita de Fellini) y la cultura castrista que se impuso a partir del triunfo revolucionario y obligó al autor a exiliarse para siempre. En este contexto, “Bachata” representa un alucinante viaje al fin de la noche habanera, un viaje de despedida final en coche por una Habana espectacular y fantasmagórica, una Habana revivida a través del espejo y vista desde el otro lado del espejo engañoso de las palabras. Este itinerario mental se sitúa bajo el signo de Bach y su “arte de la fuga” y la bachata genuina, la juerga caribeña, y se prolonga durante una tarde y una noche que desembocan en el amanecer tropical, de dos amigos (los aventureros Silvestre Isla y Arsenio Cué) que tienen demasiadas cosas que contarse y otras tantas que ocultar, casi todas ellas relacionadas con mujeres, lo que da lugar a uno de los diálogos más digresivos y divertidos de la historia de la literatura, mientras desfilan, interminables, los bares, las amigas, las aventuras, los chistes, las bromas, las confidencias, las irreverencias, los recuerdos, las alusiones, con la tristeza como ruido de fondo de todo el humor, el ingenio y la alegría desplegados. La tristeza por una juventud cuyo esplendor se desvanece sin remedio y por una ciudad fastuosa que, después de la revolución, no volverá a ser la misma. El silencio se impone al final como una condena tras la verborrea anterior. Una mordaza y un bloqueo a la vida y al arte.

Sin esa nostalgia y esa melancolía por el tiempo perdido, el sentimiento cómico y carnavalesco de la vida que transmite esta novela excepcional no tendría el mismo efecto explosivo en la mente del lector. Un cóctel efervescente y tóxico cargado de irreverencia sistemática e irrespetuosidad. Como dice Arsenio Cué y sirve para definir el espíritu cainita de la novela y los bucles y duplicaciones con que enreda su mundo ficticio.

En esta “Bachata” magistral, recargada de temas y motivos que se encontrarán a menudo diseminados en la literatura de su autor, aparece, sin embargo, una conexión cultural novedosa, en un momento determinado de su expansivo despliegue, una conexión entre libertinaje francés y cine de terror norteamericano que querría comentar por su pertinencia e importancia en este contexto. Esa conexión (french connection) ocurre en la secuencia XII: mientras contempla una pecera en la que nada solitaria una raya, Silvestre evoca al gran Bela Lugosi, en un fragmento que muchos lectores cinéfilos han celebrado con complicidad sin caer en la cuenta de sus intenciones estéticas, y el viejo actor intérprete del seductor Drácula (Tod Browning, 1931) le lleva de manera lógica a la invocación del padre de las fantasías crueles, el Marqués de Sade (“[el] Abuelo Divino sentado enorme y fofo y ávido, comiendo rositas de hígado y bebiendo sangría en su luneta con clavos del cine Charenton”. El vampiro chupasangre, como sicario de víctimas femeninas, hace las delicias viscerales de Sade, quien en vez de un teatro donde representar sus obras dramáticas con un plantel de locos, como lo mostraría Peter Weiss (1916-1982) en su famoso Marat/Sade (1963-1964), mantiene una sala de cine surrealista en el manicomio de Charenton para regocijarse con espectáculos gore sazonados de erotismo y crueldad. En un momento posterior de la misma secuencia, se pasa a invertir los papeles de verdugo y víctima. Ahora no son los monstruos masculinos (el vampiro, el hombre-lobo, King Kong) los que permiten identificar la economía libidinal del narrador para deleite imaginario de Sade, sino sus terribles equivalentes femeninos (mujeres-loba, mujeres-pantera), que aterrorizan al niño que duerme en el cuerpo y el alma de Silvestre para deleite de Sacher-Masoch.

Esa conexión freudiana del Eros y el Tánatos, esa asociación en la mente de Silvestre entre vivencias terroríficas y placeres sadomasoquistas no es casual, y se consuma en la ficción de la novela con su encuentro fatídico en la noche (clash by night), mucho más adelante en la acción del capítulo, con la seductora mulata Magalena Crus, la femme fatale de la novela, la mujer que va a encarnar, siendo hija del pueblo, la depravación urbana y también la degeneración social de la burguesía batistiana y que va a circular por toda la novela como un objeto de deseo oculto, pasando de “tigre” en “tigre” como si tal cosa hasta que sea Silvestre, el escritor, quien logre desvelar sus morbosos secretos. Magalena es una de las “debutantes” en el capítulo homónimo, una rebelde debutante que se subleva a voces contra su madre para poder llevar un modo de vida más libre y desinhibido; luego la vemos a través de los ojos de Arsenio Cué, en el mismo capítulo, convertida, con apenas quince años, en una de las sensuales mantenidas de un magnate mediático y político. Más adelante, volvemos a verla en varias secuencias de “Ella cantaba boleros” a través de la mirada fotográfica y el objetivo perverso de Códac para captar, a pesar de la mala iluminación, objetos carnales de vida patológica no identificada, y entonces Magalena queda vibrando en la retina y en la memoria del lector como una más de las muchas criaturas abisales de la fauna nocturna de La Habana by night, un ser maldito que vive entre la oscuridad natural y la luz artificial, habitante habitual de la atmósfera espesa y turbia de las calles, los cafés y los cabarets, con la ambigua insinuación de que, como otras mujeres de la novela, podría ser lesbiana. Toda esta trayectoria define al extraño personaje como un currículum vital malsano, antes de reencontrarla durante la “Bachata” hecha ya una fiera enferma de muerte, pagando un precio muy alto a cambio de la diversión y la alegría del carnaval nocturno de La Habana, abrazada a Silvestre y aterrorizada, pidiéndole ayuda para que la rescate de su falsa tía Beba, quien, según ella, la maltrata y esclaviza sexualmente como en un melodrama.

Esta mulata Magalena, de nombre Magdalena, juega un papel revelador en la trama subterránea de la novela y encarna en la ficción, no por casualidad, el papel de la femme fatale o la “mujer pantera”, la imagen maléfica o personificación de la maldad y la corrupción social: un cuerpo nocturno de peligrosa seducción, carne de extravío y perdición que no teme perderse ella misma en su laberinto de mala vida y sexo infame y transmite el miedo y el mal a todos los que se le acercan en la intimidad. Como si fuera su última aventura prematrimonial, una incursión postrera en los dominios del Eros prohibido, Silvestre se siente poderosamente atraído por ella (luego veremos que Arsenio también, aunque en su caso es por el recuerdo sensual de la quinceañera Magalena) y vive con ella una relación peligrosa.

Todos los temas del erotismo sádico (libertino) y el terror y sensualidad masoquistas del cine de Hollywood, donde temor y deseo se funden y confunden hasta segregar un placer insólito (“las delicias del pavor falsificado del cine”), aparecen cristalizados en una escena de gran originalidad narrativa, en la que se describe un Eros contemporáneo que implica, al mismo tiempo, una adscripción estética de Cabrera Infante muy alejada de los parámetros más regionalistas o provincianos, según los casos, de la novela coetánea escrita en español, en Cuba o fuera de Cuba.

Por si fuera poco, TTT, además de constituir una revolución literaria y cultural desarrollada desde el español, pero no limitada ni constreñida por las lindes mentales de esta lengua ni de su cartografiado territorio cultural y geográfico, consuma con maestría esta inteligente idea de Umberto Eco: “La ficción tiene la misma función que el juego”. El método lo estableció Lewis Carroll cuando señaló en una de sus novelas menos leídas (Silvia y Bruno) que la comunicación humana está viciada desde el origen y se desliza entre extremos antagónicos, de modo que todo lo que escribas seriamente será tomado en broma y todo lo que escribas en broma será entendido seriamente. Cabrera Infante tomó pronto conciencia de esta situación equívoca del lenguaje y la escritura e hizo de ese método carrolliano un sistema de creación en la que lo serio y lo cómico intercambian sus funciones, como en una comedia de enredo semiótico dirigida por Groucho Marx, sin perder ninguno de sus atributos más significativos. 

miércoles, 19 de febrero de 2025

TRANS


[Publicado ayer en medios de Vocento]

          El resto es silencio. Mejor no decir nada tras el escándalo de la trans intransigente y la nube de infamias e insultos generados contra ella por no ser como debía ser. De lo que no se puede hablar en libertad, más vale callar. El silencio no es oro, el silencio es plomo cuando gobierna la política de la cancelación. Yo no digo mi cantar sino a quien conmigo va, lema medieval que vuelve a la actualidad por culpa de un clima de opinión atenazado por el totalitarismo del bien, la impostura del buen lado de la historia, el estalinismo de la corrección política.

Al final, la infiltrada no era la que creíamos, Arantxa Berradre, sino Karla Sofía Gascón, la trans infiltrada en el mundo trans fanatizado. Los feroces ataques a “Emilia Pérez”, que la acusan de ser un parque de atracciones al servicio del ideario sexual más convencional, revelan su profunda incapacidad para comprender lo que es la cultura popular, el valor estratégico de esta película en el contexto anodino de la cultura que se dirige a la mayoría y no se encierra en el claustro fóbico de lo sectario y lo minoritario. Una cultura creativa conectada a su tiempo debe prescindir de militancias y panfletos y mirar la vida actual con los ojos desnudos, sin prejuicios ni anteojeras.

Los medios median, pero no remedian. El peligro real de las diatribas contra “Emilia Pérez” es que no vuelvan a hacerse películas así. La doctrina trans, la nueva teología del cuerpo andrógino, no se puede imponer como dogma opresivo para aplastar la disidencia de su credo. Lo más irónico de toda esta movida, no obstante, es que las mismas voces furiosas que critican a la película y al capitalismo por sus excesos, sin complejos, defienden que la única solución al problema trans la procuran dos ciencias capitalistas tan lucrativas como la medicina y la farmacología.

Más allá del género en disputa, lo trans es una dimensión primordial de la vida que no amenaza ni a las mujeres ni a los hombres, sino que completa a los seres humanos y les otorga otra ración del paraíso prometido desde el origen. Toda mujer que se haga hombre, según el Evangelio gnóstico de Tomás, entrará en el Reino de los Cielos, y viceversa, me atrevo a proponer. Y sería una gran injusticia poética, por tanto, si Karla Sofía Gascón no ganara el Óscar a mejor actriz. El tío Óscar es la efigie de un hombre emasculado, como decía Cabrera Infante, el viernes se cumplen veinte años de su muerte, y le corresponde a Gascón de pleno derecho. Trans que te quiero trans. 

viernes, 7 de febrero de 2025

CÁMARA OSCURA

[Publicado en medios de Vocento el martes 4 de febrero]

       Olvídese del trabajo y la política, la familia y las deudas, y vaya al cine, hay mucho que ver, quizá más que en la supuesta realidad. Métase en una sala, no tema al frío, los cines sobreviven de milagro y la existencia del cine, en cierto modo, es un milagro y una maravilla. Métase sin miedo y deje atrás el mundo que le agobia y le asquea. Elija bien la película, no vale todo, elija una experiencia gratificante y memorable, luego no se queje. Hay tanto que ver todavía. Es la gran lección del cine. La vida se vive y también se ve, o se mira. La pantalla es una ventana indiscreta donde descubrir los secretos más preciados del otro y del mismo. El cine es experiencia y espectáculo a la vez y enseña a mirar la vida desde un ángulo nuevo, una perspectiva diferente.

El cine nos muestra que todo en la vida es efímero y transitorio, como la moda, y las películas siempre tienen un punto de conexión actual, de un modo u otro, nos hablan a nosotros, los habitantes del presente, de las cosas que nos inquietan o seducen. No espere a verlas en plataformas, puede ser tarde, si lo piensa bien. Véalas en salas oscuras donde la luz revela su verdadera potencia. Recuerde que el cine es el único arte que mantiene una vinculación mágica con la luz y la oscuridad del mundo, como sabía el genial David Lynch, la cámara oscura donde se proyectan en sesión continua los arcanos del inconsciente de la especie. La vida es brutal y el cine puede serlo también. No se debe perder, en este sentido, la gran película del momento.

En “The Brutalist”, el bruto es un potentado, la encarnación pura del capitalismo americano, y el artista moderno, un judío húngaro huido del horror nazi. El arquitecto brutalista se juega la vida y la fortuna por realizar un ambicioso proyecto financiado por el magnate que posee, en realidad, un significado oculto relacionado con la vida del arquitecto. Sus padecimientos y los de su mujer en los campos de concentración de Buchenwald y Dachau, lugares donde la cámara oscura se transformó en el infierno de la cámara de gas. De esto también habla la película. Los exiliados europeos, escritores, científicos, artistas, músicos, intelectuales, hicieron grande a América y pequeña a Europa. Nuestra barbarie profunda y nuestra deriva autodestructiva, pese al genio exuberante de la cultura europea, nos privaron de ser un poder geopolítico mundial. El rapto de Europa ya no tiene remedio, por desgracia, y va a peor. Desengáñese. Este artículo nunca lo escribiría DeepSeek. 

jueves, 30 de enero de 2025

CONTRA DARWIN, O LA EVOLUCIÓN SEGÚN VONNEGUT


[Kurt Vonnegut, Galápagos, Blackie Books, trad.: Miguel Temprano García, 2024, págs. 302] 

          No es exacto, para empezar, que esta ficción irónica de Vonnegut sostenga un discurso contra el descubridor de la Teoría evolutiva, aunque hay páginas de la novela (publicada por primera vez en 1985) que podrían utilizarse en cualquier seminario creacionista para refutar su interpretación de la vida e imponer una visión más providencial, o trascendente, de la misma. Contra Darwin o, más bien, contra los seguidores ortodoxos y discípulos ideológicos de la teoría darwiniana. Tras concluir una novela tan seria y tan cómica como esta, en la que Vonnegut recupera, tras años de devaneos gratuitos, una parte de su humor más negro y el arsenal narrativo más juguetón, el lector atento descubre que el autor dilapidó el talento que le quedaba tratando de demostrar, en pleno triunfo de los valores neoliberales de la era Reagan, la inevitable deriva del mundo hacia el darwinismo social, económico y político.

La trama es alambicada, aunque contada como lo hace Vonnegut parece un juego de niños malos, uno de esos juegos en los que las reglas van evidenciándose a medida que se juega y que oculta hasta el final el verdadero alcance de sus jugadas y lances. La idea enunciada desde el título es concentrar alrededor del famoso archipiélago la mayor cantidad de personajes excéntricos que pueda reunir un absurdo viaje en un barco llamado “Bahía de Darwin”. Esta nave planea una visita darwiniana a las islas pobladas de una fauna tan asombrosa como los pasajeros embarcados. Entre estos invitados se contaban, originalmente, famosos como Mick Jagger, Paloma Picasso y Jackie Onassis, antes de que una crisis financiera global y una guerra local entre Perú y Ecuador conviertan el periplo programado en una catástrofe mundial de secuelas impredecibles.

La perspectiva narrativa se sostiene en la voz de un fantasma, lo que le da originalidad y realismo al mismo tiempo, narrando lo sucedido con técnicas de cronista escrupuloso a pesar de hacerlo desde el futuro más lejano, un millón de años después del apocalipsis, suficiente para dotar a su mirada de cualidades darwinianas objetivas. Leon Trotsky Trout, hijo de Kilgore Trout, escritor de ciencia ficción y alter ego de Vonnegut, es el encargado de transmitir los meandros de la historia que conduce a la salvación de la especie humana gracias a ese desgraciado itinerario al laboratorio natural de las islas Galápagos. Leon Trout, desertor de Vietnam y muerto en un accidente durante la construcción en Suecia del navío, se habría alojado post mortem en las entrañas del mismo y, desde ahí, actuaría de testigo y observador, como Darwin, de la disparatada cadena de peripecias y azares en las que se jugaba, sin saberlo, el porvenir de la humanidad.

Al final, los pasajeros del barco (“la nueva arca de Noé”) son los últimos habitantes humanos del planeta y los ancestros de una nueva especie, generada por medio de las maniobras postcoitales de una profesora de biología, Mary Hepburn, viuda reciente, casada en segundas nupcias con un estafador agonizante, enviudada de nuevo y amancebada en última instancia con el capitán del barco, Adolf Von Kleist. Este inefable personaje es el donante involuntario del semen con el que la atrevida profesora logrará reiniciar la vida humana sobre la Tierra, fecundando a sus congéneres supervivientes. Siguiendo las teorías de Darwin, máxima ironía de Vonnegut, los humanos mutarían con el tiempo para adaptarse a su refugio en la isla Santa Rosalía, transformados en mamíferos acuáticos, desarrollando aletas en lugar de brazos y alimentándose de peces.

El mal, según Vonnegut, surge del gran tamaño de nuestro cerebro, que nos hace codiciosos, engreídos y violentos. Moraleja (anti)darwiniana: al disminuir ese cerebro, nos volveríamos más modestos y mucho menos peligrosos para la vida terrestre.