Los años de estudio habían convencido a Evelyne de que las mantas eran mucho más inteligentes de lo que el mundo sospechaba. Había dedicado demasiadas décadas a su observación minuciosa para que la prohibición del antropomorfismo la acobardara. Lo que empezó, siglos atrás, como una sana salvaguarda contra la proyección se había convertido en una insidiosa contribución al excepcionalismo humano, la creencia de que en la Tierra nada se asemeja a nosotros en ningún aspecto. A su edad, Evelyne Beaulieu ya no tenía tiempo para autocensuras ñoñas. Como buena empirista, no reparaba en poner nombre al comportamiento que tenía frente a ella. La forma en que el Solitario se entretenía con las burbujas lo dejaba bastante claro. Había que llamarlo como indicaban las pruebas. Había que llamarlo como lo que parecía: ese pez gigante semejante a un ave estaba jugando.
El juego era la manera con que la evolución construía cerebros, y estaba claro que cualquier criatura con un cerebro tan desarrollado como la manta gigante oceánica lo utilizaría. Si quieres que algo sea más inteligente, enséñale a jugar.
-Richard Powers, Patio de recreo, p. 81-
Esta es una novela de ciencia ficción
rara. Una novela de ciencia ficción que contiene mucha ciencia y no poca
ficción y se atreve, además, a poner en cuestión, sin proclamarlo, los
fundamentos convencionales de la ciencia ficción. En el curso de su narración
aparecen criaturas marinas más extrañas que cualquier forma de vida alienígena y
máquinas más avanzadas y prodigiosas que las conocidas hasta hoy. Una
tecnología, por cierto, que revoluciona el modo humano de concebir el medio
marino, posibilitando incluso la resurrección y la pervivencia narrativa de los
muertos y la escritura de ficción.
Es una magnífica novela en la que la ciencia
ficción se aleja de la idea estereotipada del género para mostrarnos cómo el
discurso de la literatura (sea literatura de laboratorio o ficción sobre el
cambio climático) puede servir al conocimiento más riguroso del planeta que
habitamos, a despertar la conciencia de su multiforme realidad, y a transformar
ese modo de vida y de relación con la dimensión acuática del mismo. La ciencia
es aquí el fundamento de las exploraciones de la ficción al mismo tiempo que la
ficción funciona forzando las categorías de la ciencia a asumir la
extrapolación, la especulación y la fabulación como herramientas de descubrimiento
e inteligencia del mundo. Y todo ello para deleite e iluminación de los lectores.
No es la primera vez que Powers escribe una novela
como esta. Desde sus comienzos en los años ochenta, los poderes inventivos de
Powers han revestido el propósito cognitivo de describir niveles insólitos y
facetas increíbles de la experiencia humana y no humana en el planeta Tierra.
Sin ir muy lejos, su galardonada novela El
clamor de los bosques (2018) era una epopeya ecológica de ambición
extraordinaria sobre la
vida arbórea y quienes buscan protegerla de los desmanes de la explotación
capitalista.
Patio de recreo narra, en capítulos alternos, una historia enredada en la que los cuatro personajes principales comparten un vínculo más allá de la vida y la muerte: un genio informático de cerebro enfermo, Todd Keane, creador de una IA (Profunda) omnipotente y omnisapiente; su amigo del colegio en Chicago, el genial afroamericano Rafi Young, siempre competitivo y protestón; el amor absoluto de este, la artista activista Ina Aroita, oriunda de Hawái; y la oceanógrafa de Montreal y buceadora pionera Evelyne Beaulieu, sirena amante del mar y de los habitantes de las profundidades oceánicas.
Todos estos personajes acaban reunidos en el desenlace en la maravillosa isla
de Makatea, como en una versión posmoderna de La tempestad (1611) de Shakespeare, uno de los referentes esenciales
de la novela, en la que el papel del mago renacentista Próspero lo desempeñaría
Keane, dueño de una tecnología cibernética superior a la magia que obra el
milagro de reconciliar a todos estos personajes en la recreación virtual de una
isla micronesia, de arenas blancas y aguas azules, que es también la novela-simulacro
donde viven en paz como inmortales. Tampoco es la primera vez que Powers
introduce en su compleja narrativa, para clausurarla, el bucle metaficcional
generado por un cerebro artificial, como ya sucedía en Galatea 2.2 (1995).
El verbo preferido de los protagonistas, el verbo
que conjuga las actividades recreativas de los humanos y los animales marinos
más asombrosos, como la raya gigante o la sepia, es jugar. El juego ayuda a
evolucionar a los diversos reinos naturales y, finalmente, los enlaza con el
nuevo dominio computacional en un campo de juego unificado donde la
inteligencia se expande jugando consigo misma y con el entorno más o menos
artificial. El amor a la naturaleza y a la tecnología anima el proyecto de esta
espléndida novela que propone una utopía planetaria que se lee como una alegoría
optimista sobre el Antropoceno,
el Capitaloceno, el Chthuluceno, o como demonios prefiera denominarse nuestra
época.
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