No ha escapado a algunos lectores sagaces que el
título del post donde comentaba The Overstory (El
clamor de los bosques, en su traducción española), la extraordinaria
novela de Richard Powers, permitía una doble lectura, según se atendiera al
genitivo objetivo o al subjetivo y a sus bifurcaciones semánticas. La vida es un árbol o el árbol es la vida,
he ahí el dilema básico planteado en esta metáfora antigua y sus ramificaciones
simbólicas.
Quizá por ello la proximidad léxica en inglés entre tree y truth (propongo verdor y verdad como
posible equivalencia española, añadiendo un guiño irónico a la profecía bíblica (Isaías 15:6): Todo verdor perecerá), fundamental para Powers en el discurso de la
novela, sea la matriz del pensamiento expresado en el aforismo 371 (“Nosotros,
los incomprensibles”) de La Gaya Ciencia de Nietzsche. Powers
pudo o no tenerlo en cuenta al escribir la novela, no lo sé, pero esta se
enriquece a posteriori con su aporte
de fuerza, savia y sabiduría. Le da todo su sentido filosófico y vital, para entendernos.
Esto es lo que dice este aforismo capital (las
negritas son mías):
¿Nos hemos
quejado alguna vez de que no nos comprenden, de que nos ignoran, de que nos
confunden con otros, de que nos calumnian, de que no nos escuchan o de que
apenas lo hagan? Este es, precisamente, nuestro destino y lo seguirá siendo por
mucho tiempo, hasta 1901 por lo menos, calculando con modestia; y eso es
también nuestra distinción y nuestro orgullo; no nos valoraríamos bastante a
nosotros mismos si deseáramos que fuese de otro modo. Nos confunden con otros y
eso hace que crezcamos y en nuestro cambio perpetuo nos desprendemos de las
cortezas viejas, estrenamos piel nueva cada primavera, no dejamos de ser cada
vez más jóvenes, de más porvenir, más elevados y más fuertes, echamos raíces
cada vez con más fuerza en lo profundo —en el Mal—, mientras a la vez abrazamos
el cielo siempre con más amor y amplitud y absorbemos su luz, cada vez más
sedientos, con todas nuestras ramas y todas nuestras hojas. Crecemos como los árboles —¡qué difícil es
comprender esto, tan difícil como comprender la vida!—. Crecemos no sólo por un
lado, sino por todas partes, no en una dirección sino en todas, por arriba y por
abajo, por dentro y por fuera. Nuestra fuerza actúa a la vez en el tronco, en
las ramas y en las raíces, no nos corresponde hacer algo por separado ni ser
algo separado. Tal es nuestro destino; crecemos en altura, ¡y eso debería
ser nefasto para nosotros, pues habitamos cada vez más cerca del rayo! Tanto
mejor, no por eso lo vamos a honrar menos; es algo que no podemos compartir con
otros ni comunicárselo: el destino de la altura, nuestro destino.
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