[Roberto García
Álvarez, H. P. Lovecraft, GasMask
Editores, págs. 747]
Imaginar a Lovecraft a
los cuatro años en brazos de su neurótica madre, vestido de niña o de
caballerete inglés, sosteniendo una escopeta entre sus manos y coqueteando con
la idea de apretar el gatillo es una de las imágenes imborrables del personaje
que nos proporciona el excelente relato de García Álvarez.
Cualquier lector que se haya plantado ante la
tumba de Lovecraft en el cementerio de Swan Point en Providence y comprendido
el designio final de su epitafio hallará en este libro de García Álvarez motivos
para el alborozo literario. Una alegría paradójica, desde luego, ya que
cualquier aproximación al genio de Providence, como saben sus fans, viene
teñida de todos los colores del espectro, ostentando un lugar privilegiado los
tonos más siniestros e inquietantes para el ojo y el espíritu humanos, tan sobrecargados
de visiones convencionales sobre la realidad.
En la bibliografía anglosajona contamos con las
exigentes biografías y ediciones del estudioso S. T. Joshi y con la filosófica
revisión de su literatura (Weird Realism: Lovecraft and Philosophy) debida a uno de los líderes del realismo
especulativo, Graham Harman, quien propone una lectura original de su obra fundada en los
esfuerzos de la escritura de Lovecraft para dar cuenta de un mundo literalmente
imposible de representar. Esta enciclopédica biografía escrita en español se
suma con brillantez y rigor a este catálogo prestigioso.
Todas las máscaras del escritor desfilan por las
páginas del libro en pormenorizado orden cronológico: el misógino educado por
una madre enferma mental, el racista preocupado por el sufrimiento humano, el
periodista polémico y el escritor innovador, el defensor de las tradiciones y
el escéptico radical, el astrónomo diletante y el materialista metafísico, el
filósofo del terror y el amante tímido, el aristócrata decadente y el pesimista
puritano, el recluso maniático y el gran cultivador de la amistad, el
socialista y el fascista, etc.
Como toda biografía seria de una personalidad
creativa, esta abre no pocas interrogantes: ¿Es
posible confundir al hombre con el escritor? ¿No es este el doble crítico de
aquel? ¿Su parásito provocador, su negación encarnada, su revolucionario
interno?
En
muchos relatos de Lovecraft el triunfo del monstruo indescriptible, la alianza
espantosa con el mal, el horror o el caos de la materia viva aquejada de
impredecibles mutaciones, parecería anunciar el momento en que todos los
terrores se disipan y sólo queda un porvenir indefinible y totalmente radiante
más allá de lo humano, como Lovecraft aprendió a valorar en sus lecturas de
Nietzsche. De ese modo, las fantasmagorías inhumanas de Lovecraft parodian el
lenguaje de las iglesias protestantes y subvierten sin pretenderlo el objetivo
trascendente de su discurso al constatar el fracaso de toda empresa humana
enfrentada al mal que excede las exiguas categorías morales con que se ha
interpretado tradicionalmente el cosmos.
No
obstante, los miedos ancestrales que Lovecraft escenifica superan ampliamente los
límites de la resistencia racional ante lo desconocido. En este sentido, las aprensiones sexuales y raciales de Lovecraft, por
más que nos disgusten o perturben nuestra comprensión del personaje, forman
parte inevitable del mundo de fantasmas inconscientes al que se enfrentó con
los únicos instrumentos con que contaba este norteamericano desgarbado y
enfermizo, de imaginación calenturienta y pánico cerval a la realidad de la
vida: el lenguaje heredado de sus ancestros, al que imprimió un estilo retórico
inimitable, y las fábulas primordiales de una teogonía malvada solo apta para
descreídos.
El
humor y la ironía, sin embargo, le permitieron relativizar sus terribles postulados
y adoptar la posición moral del escéptico, como muestra este juicio: “uno debe
llegar a darse cuenta de que todo en la vida es una simple comedia de deseos
vacíos, los que se esfuerzan y la toman en serio son los payasos, y aquellos
que la miran con calma y sin creérsela son los que se ríen de los actos de los
luchadores”.
Hoy
se cumplen ochenta años de su muerte.
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