El mundo del espectáculo audiovisual ha impuesto
una nueva categoría. La “trivia”, es decir, la información accesoria o
suplementaria sobre las películas, los directores, las teleseries, los actores
y actrices y todo cuanto pueda generar flujos de información valiosa para el curioso.
Vivimos inmersos en la sociedad de la información y eso no significa que
estemos sumergidos solo en datos significativos o relevantes, sino también en
oleadas incontenibles de ruido e información superflua, datos insignificantes
por cuya posesión y consumo, sin embargo, como si fuera una droga de síntesis
altamente adictiva, pugnan con celo los dominios de fans y los periodistas más
inquietos.
Es lo que se conoce también como leyendas
urbanas del cine, esa variante inferior de la mitología cinematográfica
compuesta de rumores e infundios, distorsiones y falacias, mediante las cuales
se pueden construir las teorías más abstrusas o transformar una película o un
director en mucho más que un director o una película.
Miremos el caso más famoso, el de Stanley Kubrick,
que da título a este suculento y divertido libro. Kubrick, el artesano de serie
B que vio propulsada a las estrellas del prestigio y el reconocimiento su
carrera creativa en una década tan explosiva como la de los sesenta. Y todo por
una película como “2001”, memorable charada metafísica sobre la carrera
espacial, el origen extraterrestre de la inteligencia y el radiante futuro de
la tecnología.
La versión paranoica, de la que se hacen eco este
libro y varios documentales recientes, cuenta que Kubrick se dejó comprar por
la NASA ante la eventualidad de un fracaso de la misión espacial del Apolo 11.
El compromiso de Kubrick con la NASA consistió en rodar en estudio ese
alunizaje empleando las mismas técnicas que en su película de modo que si
fallaba la emisión lunar el objetivo publicitario de la empresa no se viera truncado.
Según las malas lenguas y la propaganda soviética, fueron esas imágenes rodadas
por Kubrick en un plató sobre la llegada de los astronautas a la luna las que
el mundo admiró en las pantallas de los televisores en blanco y negro de aquel
verano de 1969 y no las del verdadero alunizaje, si es que este se produjo en
algún momento, como sugieren esas mismas voces maliciosas.
Otros casos analizados en el libro son los del
cine maldito, ese contingente de cintas consagradas al culto satánico o
espiritista que ocasionaron muertes y desgracias múltiples entre sus creadores
y demás miembros del equipo de producción. El más célebre y terrible es el de
Polanski y “La semilla del diablo”, pero el esquema macabro se repite también
con “El exorcista”, “La profecía” y “Poltergeist”.
El libro abunda en el anecdotario vinculado a
películas célebres como “Casablanca”, “El mago de Oz” o “Psicosis”, por no
hablar de los problemas de la paternidad maldita de “Star Wars”, pero también
proporciona sugestivas variantes sobre la vida exagerada y la muerte trágica de
Jayne Mansfield y James Dean, o sobre la falsa muerte de la actriz embadurnada
de oro de “Goldfinger”.
Ficciones, mentiras, mitos y fantasías más o
menos publicitarias que, como pasa en la vida, especian y dan espesor a un
mundo como el del cine que se nutre de ellas para seguir vivo y sobreexcitando
el cerebro de sus espectadores. No tienen otra función que esta y, por tanto,
todas estas maravillosas trivialidades del cine y la vida del cine circulan por
doquier a sabiendas de que, tarde o temprano, acabarán desapareciendo de la
memoria del público como lágrimas en la lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario