[Kurt Vonnegut, Cuna de gato, Blackie Books, trad.: Miguel Temprano García, 2022, págs. 301]
Todos somos bokononistas hasta que se demuestre lo
contrario. O hasta que la lectura de esta jocosa novela de Vonnegut nos
convenza de que hemos dejado de serlo de manera inconsciente y hemos pasado a
serlo de manera activa, como Jonás, su narrador y protagonista, trasunto caricaturesco
del autor. El centenario de Vonnegut, nacido en 1922 y muerto en 2007, ha
coincidido fatalmente con otro de esos períodos críticos en la historia del
mundo como los que alimentaron al autor de Matadero cinco, esa novela sobre el horror de la Segunda Guerra Mundial descrito con
el humor corrosivo que correspondía a la terrible situación. Vonnegut es ese humorista negro que
no le vuelve la espalda a la historia, ni a la realidad, por atroz que le
parezca, que mira a ambas a los ojos, sin miedo y sin esperanza, como ocurre al
final de esta novela, en que el protagonista, a instancias del santón caribeño
Bokonon, se atreve a desafiar a Dios.
Tras la crisis de los misiles cubanos de 1962, en
pleno corazón de la Guerra Fría, con la amenaza del holocausto nuclear
gravitando sobre las cabezas de los habitantes del planeta, Vonnegut tuvo la
valentía de escribir una novela de 127 capítulos que pareciera un chiste malo, o
una broma sin gracia, pero que obligara al lector, al concluir su lectura
intensa y desconcertante, a reflexionar en serio y a reírse a carcajadas, no
necesariamente en ese orden, a cuenta de la historia, la política, la ciencia, la
democracia, la familia, la libertad, la religión, el sexo, la tecnología, el
ejército, los mitos y las naciones, entre otras muchas supersticiones que el
discurso de Vonnegut va desinflando, página tras página, como si fueran un
globo al que se le quita la piel y se queda en puro gas.
El narrador Jonás, un periodista inmerso, como
sugiere el seudónimo, en el vientre del Leviatán de la historia, pretende
escribir un libro sobre el fin del mundo, comenzando con lo que sucedió el 6 de
agosto de 1945, el día en que se lanzó la bomba atómica sobre la ciudad
japonesa de Hiroshima. Para realizar su proyecto de denuncia moral, entra en
contacto con los descendientes del difunto premio Nobel Felix Hoenikker, uno de
los padres putativos de la primera bomba atómica y de otros inventos diabólicos,
como el hielo-nueve, concebidos para la destrucción del mundo. Sus tres hijos
son Angela, una mujer de rostro caballuno y estatura desmedida casada con un apuesto
industrial, Newt, un enano enamorado de una enana ucraniana que es una espía
soviética, y Frank, un diseñador de maquetas fugado a una isla caribeña por un
turbio asunto de tráfico ilegal de coches.
La primera parte de Cuna de gato se convierte así en una sátira de la América de comienzos
de los años sesenta, una época donde la ciencia servía a la voluntad de poder
del gobierno americano y la gente debía tragarse la propaganda y someterse a
las mentiras políticas que aquel difundía. Situación muy similar, como se ve, a
la contemporánea. La segunda parte, ambientada en la isla imaginaria de San
Lorenzo, es tanto una sátira de las repúblicas bananeras, con todo su lastre de
dictadores abyectos, pueblos ignorantes y libertadores fantásticos, como una parodia
patafísica del apocalipsis. El hielo-nueve acaba realizando su fin letal y la
vida desaparece de un mundo congelado. Jonás, convertido al credo bokononista,
sobrevive para encontrarse en persona con Bokonon, el gurú venerado de Tobago,
quien le revela el vacuo sentido de la existencia humana sobre la Tierra.
Con esta magnífica novela, Vonnegut obtuvo al fin
en 1971 el doctorado en Antropología que la Universidad de Chicago le había
negado con anterioridad. No es solo una anécdota
irónica, sino la demostración de que la verdadera literatura proporciona un
tipo de conocimiento superior al saber académico y la ciencia oficial.
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