Como se anuncia desde el principio,
con una prolepsis narrativa que se enreda en múltiples digresiones, la ficción
de esta novela carnavalesca de Kurt Vonnegut (1922-2007) cuenta el encuentro de
dos curiosos personajes, el magnate de medio pelo (Dwayne Hoover) y el escritor
de ciencia ficción más desconocido del planeta (Kilgore Trout) en una pequeña
ciudad de Ohio (Midland City). Hasta llegar a esta cita trascendental para
ambos, Vonnegut se divertirá como loco trastornando las categorías
tradicionales de la narración, haciendo un uso libérrimo de los signos en la
página, incluidos dibujos y grafitis pueriles o glosas peregrinas sobre lo
divino y lo humano.
“Desayuno de campeones” (1973) es una
novela total que, a su vez, realiza una sátira del sueño americano con ambición
crítica y corrosivo sentido del humor. Cuanto más serio se quiere poner
Vonnegut denunciando los males de la nación americana, ya sea la esclavitud, el
racismo, los desmanes del poder y el dinero, la iniquidad capitalista, la
robotización de los ciudadanos y la explotación de los recursos naturales, más
le aflora el estilo grotesco e hilarante, más sus azotes y golpes a las falacias
de la mitología yanqui parecen homilías irónicas de un payaso posmoderno.
No es caprichoso que, para realizar su cómico proyecto
de enmienda a la totalidad de la ideología americana, Vonnegut no se conforme
con los vistosos protocolos de la ficción y recurra a los trucos y
maquinaciones de la metaficción. Como autor demiurgo, Vonnegut se entromete en
las texturas de su artefacto para manipular a los personajes, recordarles que
es él quien les dio la vida de ficción en la que se debaten absurdamente y puede
disponer de ella a placer. De hecho, el encuentro catastrófico entre Hoover y
Trout es urdido por Vonnegut como confabulación contra la salud mental de uno y
tentativa de regeneración moral del otro.
Que el signo del encuentro sea apocalíptico no
deja de ser revelador del uso metafórico que Vonnegut, aquí y en otras novelas,
confiere a los conceptos y tramas de la ciencia ficción de la mano del
estrambótico personaje de Trout. Este ya era el instigador de la fantástica trama
de la novela más famosa de Vonnegut (“Matadero cinco”; 1969) como escritor favorito
del protagonista. En “Desayuno de campeones”, Trout se enfrenta a la
insignificancia de su figura como fabulador que solo consigue publicar sus parábolas
especulativas en revistas porno neoyorquinas, donde los excéntricos brotes de su
imaginación son ilustrados por fotografías de pechos y sexos femeninos o actos
orgiásticos. A Trout la explotación sexual del cuerpo de las mujeres le parece
un signo de la bancarrota cultural de la especie humana, pero es al mismo
tiempo el único medio de encontrar admiradores como el millonario Rosewater,
otro personaje habitual del multiverso Vonnegut.
Hoover, en cambio, no es más que un hombre de
negocios hecho a sí mismo, un vendedor de coches que vive al borde de un ataque
de locura. Un paradigma del emprendedor americano, huérfano, mujeriego, viudo,
autoritario y misógino, que engendra con su agresiva actitud ante la vida un
hijo homosexual y músico (Bunny) y arrastra al suicidio a su esposa (Celia),
quien se venga por un matrimonio asfixiante ingiriendo un líquido desatascador
que la mata entre horribles padecimientos. Como se ve, los temas de Vonnegut
son melodramáticos y dignos de una novela realista convencional y, sin embargo,
su ingenio e inventiva acentúan el parentesco con humoristas literarios como Laurence
Sterne y Mark Twain que representaron la vida en toda su comicidad y ridículo.
Esta es, en suma, la singularidad de la marca Vonnegut.
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