LA FICCIÓN EN TIEMPOS DEL SIMULACRO: Magnífica entrevista con Guillermo Mas Arellano sobre literatura y aledaños en su canal de Youtube…
miércoles, 30 de marzo de 2022
INFIERNO, PURGATORIO Y PARAÍSO DEL ESCRITOR
miércoles, 23 de marzo de 2022
FUEGO Y SANGRE
Un mes ya entre la devastación y el exterminio.
Un mes ya de masacre civil y éxodo masivo. Miles de muertos y un nivel de
destrucción brutal. Un mes ya de perplejidad y horror y aún nos acecha la
incertidumbre del futuro. La duda sobre lo que será el mundo después de este espantoso
espectáculo. La incógnita de si Putin será considerado un criminal de guerra cuando
acabe la matanza, o solo otro líder corrompido por el poder absoluto.
La cruzada sanguinaria de Putin desafía a las
democracias occidentales y las obliga a mirarse en el espejo. El tirano moscovita
nos recuerda que el mundo global es un lugar peligroso. Los viejos conflictos y
los traumas vetustos no desaparecen nunca del inconsciente geopolítico del
planeta. Viendo el viernes al zar Putin jaleado por la multitud, pensé que no conviene
ignorar que el pueblo ruso deseó a Putin, como los alemanes desearon a Hitler
en su momento, para redimirse de la humillación histórica. Los electores lo
quisieron y aclamaron y lo siguen haciendo hasta hoy. Putin representa para
muchos la opción de una política antiliberal basada en la fuerza desmedida y la
voluntad de poder, expandiendo el odio por el mundo en nombre de una patraña
nacionalista. La gran Rusia, el Imperio central de Eurasia, fantasía telúrica
alentada por ideólogos como Dugin.
Que Europa está amenazada, nadie lo duda. Que
las primeras amenazas surgen de sus entrañas, tampoco. Así ha sido siempre.
Pero ahora están los otros. Los que ya estaban ahí, aunque no ocuparan la misma
posición en el tablero, ni tuvieran el mismo peso. La pandemia china fue el
primer ataque. Hizo mucho daño, pero fracasó. Ahora viene el segundo. La
embestida rusa. Ucrania es el escenario principal, pero el fin es distinto.
Mantener a raya el poder de unos, debilitar a otros y afianzar un nuevo orden
global, como dicen los analistas más agudos. Europa pierde pujanza en un escenario
mundial dominado por superpotencias con una agenda cada vez más enredada.
Rusia es solo el ariete estratégico, un arma ofensiva contra Occidente. El desconcierto y fragilidad de los gobiernos preocupan en las casas de apuestas que hacen negocios lucrativos con todos los bandos implicados. Las profecías se han revelado falsas. No sabemos en manos de quién estamos. Los oráculos callan. El silencio es ruido. La farsa deviene tragedia. La historia ruge de nuevo como una bestia sedienta de sangre y no estamos preparados para lo que se avecina. Espero que nadie me cancele por escribir esto.
miércoles, 16 de marzo de 2022
EL CORAZÓN DE SŌSEKI
[Natsume Sōseki, Kokoro, trad.: Carlos Rubio, Satori ediciones, 2021, págs. 336]
Como escribió Fredric Jameson, la
novela y la era Meiji (1868-1912) personifican lo mismo. Natsume Sōseki (1867-1916)
es el escritor por excelencia de ese período trascendental de la historia
moderna japonesa. Sōseki escribió poesía y
prosa, viajó a Londres con una beca gubernamental para estudiar la lengua y la
literatura inglesas, impartió clases de literatura inglesa en la Universidad de
Tokio, ocupando la cátedra vacante de Lafcadio Hearn, dictó conferencias entre
1903 y 1905 sobre su idea de la literatura como expresión de las emociones
humanas más profundas y se convirtió en 1907 en el primer escritor profesional
de la literatura japonesa a sueldo del diario matutino más importante de su
tiempo (“Asahi Shimbun”).
Las cuatro antinomias de la compleja personalidad
de Sōseki, según Carlos Rubio, gran especialista y traductor de literatura
japonesa, son estas: sufrimiento moral (traumas infantiles, problemas
matrimoniales) y sufrimiento físico (dolencias y enfermedades varias);
esquizofrenia cultural entre Oriente y Occidente; profesor académico y escritor
de ficción; preferencia por temas de la tradición japonesa y formas y técnicas
narrativas occidentales. La misión moral y estética de la novela para Sōseki
consistía en poner orden en el caos de la vida moderna. Con todas sus paradojas e
ironías, las novelas de Sōseki son alegorías del deseo de acceder a la
modernidad plena y de la imposibilidad de hacerlo sin pagar un alto precio
psíquico o moral.
“Kokoro” es la cumbre creativa de su prolífica
carrera como novelista, publicada dos años antes de su prematura muerte. Ninguna
de sus novelas expresa con tanta agudeza el conflicto entre modernidad y
tradición, libertad individual y orden comunitario, que sostiene su proyecto
literario. “Kokoro” fue publicada por entregas en “Asahi Shimbun”, entre abril
y agosto de 1914, atrayendo la atención de millones de japoneses. El título no admite
una traducción simple (“corazón”) ya que se refiere también al corazón delator o
núcleo traumático de la realidad, a la esencia de la vida afectiva y el nudo carnal
de las relaciones humanas. La estructura tripartita de la novela, calculada por
Sōseki con inteligencia para producir efectos indelebles en la mente del
lector, es sancionada desde la perspectiva narrativa por el uso múltiple de la
primera persona del singular.
En la primera parte (“Sensei y yo”), compuesta
de 36 capítulos, un joven desorientado, de sexualidad aún inmadura, narra las
intensas relaciones de amistad que establece con un hombre adulto al que
considera un maestro y que, tras una apariencia discreta, oculta un pasado
doloroso: un episodio trágico de juventud relacionado con un amigo suicida,
llamado K., y Shizu, la esposa del “Sensei”. En la segunda parte (“Mis padres y
yo”), el yo anónimo nos narra en solo 18 capítulos sus complicadas relaciones
familiares con un padre enfermo y una madre dominante que pretenden orientar su
vida hacia la normativa tradicional y la normalidad social. En la tercera parte
(“El testamento de Sensei”), la más conmovedora, el “corazón” palpitante de la
novela, la voz narrativa pasa del yo del discípulo al del maestro infeliz para
que este le transfiera a aquel, mediante la lectura de una extensa carta de 56
capítulos, los secretos de su culpa interior y el deseo expiatorio de acabar
con su vida tras años de sufrimiento silencioso.
Durante mucho tiempo, predominó una exégesis conservadora de la novela, causada por malas lecturas de esta última parte hechas en clave nostálgica. Desde fines del siglo XX, los críticos más sagaces y polémicos, como Yōichi Komori, revolucionaron dicha interpretación al sostener que la trama de “Kokoro”, dotada de significativas resonancias históricas y políticas, representaba el colofón de la era Meiji: una alegoría sexual del final de una cultura y un mundo de valores en crisis y el tránsito a una nueva era. El testamento del “Sensei” simbolizaría así el propio testamento de Sōseki.
miércoles, 9 de marzo de 2022
GUERRA Y PAZ
[Publicado ayer en medios de Vocento]
Primero fue la pandemia y ahora Rusia. No
levantamos cabeza. El siglo XXI promete ser tan atroz como el siglo XX. Debería
caérsenos la cara de vergüenza de permitir lo que está pasando en Ucrania. Qué
vergüenza vivir en un mundo que vuelve a tolerar esto, como hace décadas en Bosnia
y Chechenia. Vergüenza por las imágenes del dolor y la destrucción que vemos en
televisión sin poder hacer otra cosa que seguir mirando horrorizados a nuestras
pantallas. La posición pasiva del espectador es peligrosa en esta guerra. Puede
convencernos de que todo cuanto nos rodea es mejor.
No valen medidas económicas, al infame Putin solo
lo intimida la amenaza militar. Qué ridículo suena hoy el “No a la guerra”. Este
eslogan pacifista hace el juego sucio a los delirios imperiales del dictador ruso.
Lo único bueno de la invasión ucraniana es que ha dejado sin argumentos dialécticos
a sus defensores. Los dos extremos del espectro político, ultraizquierda y ultraderecha
unidas, han sido desarmados por Putin. Unos porque lo creían camarada de la
revolución mundial del comunismo resucitado. Qué bobos. Y otros porque se
extasiaban con sus arengas sobre la Iglesia y el ejército, su dogmatismo
cristiano y su cruzada contra la movida LGTBI, el aborto y demás signos de la
decadencia moral de Occidente. Qué ilusos.
Hay que reconocer a Putin el talento maquiavélico de encubrir sus creencias tras una pantalla donde cualquier necio podía ver reflejado el ideario propio. Con todo, los fachas se equivocaron menos que los comunistas. Putin ha traicionado a todos al evidenciar que ciertos ideales trasnochados solo se pueden defender a sangre y fuego, sin alambiques retóricos. Apuesto a que los cretinos de ambos bandos se van a quedar pronto sin macho carismático a quien invocar en sus fantasías autoritarias. Su tiempo está contado. El zar posmoderno, tan versátil, se la ha jugado a muerte en el tablero geopolítico, sacrificando piezas importantes, y está al borde del jaque mate devastador, como le ocurrió a su siervo el serbio Milosevic, antecesor eslavo en empresas de exterminio genocida.
Putin ha actuado como un matón revelando que la
ideología es apenas una máscara de la voluntad de poder. Qué favor nos ha hecho
recordándonos lo esencial. Qué bien se vive en la paz. La paz de la democracia no
se parece en nada a la paz de los cementerios con la que sueñan Putin y sus secuaces.
Caiga sobre ellos una condena implacable. No se lo podemos perdonar. Qué bien
se vive a este lado del paraíso.
miércoles, 2 de marzo de 2022
LA LITERATURA CONTRA LA MATANZA
[Ante el desolador espectáculo del ejército del zar Putin queriendo imponer la razón imperial sobre otro territorio disidente como Ucrania, aplastando a la población sin piedad, con la cobardía de los discursos de cierta izquierda farisea como telón de fondo, se me ocurre recuperar el artículo que escribí en su momento para celebrar la aparición de la novela El día del oprichnik (Alfaguara, trad.: Yulia Dobrovolskaia y José María Muñoz Rovira, 2008), donde gloso la figura de Vladimir Sorokin y su polémico lugar en la cultura de la Rusia contemporánea. Lo que está pasando ahora en Ucrania y Rusia, los lectores de Sorokin ya lo intuíamos como posible. Esa es toda la diferencia. La literatura no siempre va por detrás de la realidad. A menudo se adelanta, aunque los lectores tarden en enterarse. Basta con leer esta novela y la trilogía Hielo, sobre la que también escribí cuando se tradujo al español, defendiendo el poder de la literatura como contradiscurso. En los últimos meses he tenido ocasión de leer dos de sus novelas más recientes y deslumbrantes, Telluria (2013) y Manaraga (2017), donde Sorokin agrava su diagnóstico satírico y lo expande a la totalidad de la geopolítica europea del siglo XXI. Como Sorokin acaba de escribir sobre Putin: “Su objetivo no es Ucrania, sino la civilización occidental”. Si no lo remediamos, abandonando la cobardía, la hipocresía y la impotencia, este puede ser el principio de un gran desastre…]
Borges solía decir, peyorativamente, que los
rusos y los discípulos de los rusos habían introducido el caos en el arte
narrativo. Al decir esto, Borges pensaba en Dostoievski y abogaba, en su
contra, por un retorno al falso orden y la estrecha racionalidad de la novela
policial. Ahora que el mercado refrenda hasta el aburrimiento a sus peores
discípulos, los que no pueden concebir una novela sin insertar a toda costa un
misterio criminal o una investigación policíaca, podemos volvernos hacia los
rusos de nuevo para señalar que Borges, como tantas otras veces, estaba
equivocado.
En este sentido, resulta enormemente irónico y
paradójico contemplar cómo algunos novelistas rusos de última generación les
darían lecciones al maestro argentino y a sus mediocres discípulos tanto en el
manejo de las ciencias narrativas del orden como en la manipulación de las
ciencias del caos y la complejidad. Pero nadie les podría culpar por responder
así a los desafíos de una realidad tan inasimilable y truculenta como la era
postsoviética. Que para ello hayan tenido que recurrir a la dilapidación de los
arsenales de la tradición y la importación de toda clase de materiales
extranjeros no es sino otra prueba de que autores como Viktor Pelevin (1962) y
Vladimir Sorokin (1955) se sitúan, como sus homólogos Robert Coover, Thomas
Pynchon, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, Stewart Home, Frederic
Beigbeder y Michel Houellebecq, entre otros, en el pináculo de la ficción
transnacional y la (post)modernidad narrativa.
Sobre Pelevin, autor de relatos excepcionales,
como los incluidos en The Blue Lantern, y de esas novelas
imprescindibles que son Homo Zapiens y El meñique de
Buda (publicadas aquí por Mondadori), habría mucho que decir,
pero hoy toca celebrar a Sorokin, del que acaba de traducirse El día
del oprichnik (2006), su primera novela disponible en español (lo que
no deja de ser un problema, como se está viendo en algunas lecturas apresuradas
del libro, para la correcta recepción de este autor en un país tan acostumbrado
al tráfico de nombres manoseados). Y es que Sorokin es uno de los grandes
agitadores de la cultura rusa contemporánea y para dar una idea de su talento
expansivo y polifacético bastaría con señalar que ha escrito una docena de
novelas e innumerables relatos, piezas de teatro y de ópera y varios guiones de
cine (entre ellos Four, el deslumbrante debut de Ilya Khrjanovski).
Por si fuera poco, el gobierno de Vladimir Putin, los nacionalistas
ineficientes y sus secuaces y sicarios bastante eficientes lo persiguen por su
irreverencia hacia los reciclados discursos y símbolos de la patria rusa. Y
estoy hablando de alguien que ya tuvo muchos problemas para publicar con las
autoridades soviéticas. De modo que se trata de un escritor que representa un
emblema de libertad creativa en un mundo global donde toda disidencia
ideológica es entendida como traición.
Sorokin es un gran provocador y, como tal,
escribe siempre sátiras, o incluye una propensión satírica en sus obras. Tanto
en La cola (1985), ridiculizando la miserable situación social
de la era soviética, como en Manteca azul (1999), donde su
afán estético de iconoclasta empedernido lo llevó a profanar tabúes y mitos
intocables de la historia moderna de su país (incluyendo una guiñolesca escena
sexual de sodomía entre los camaradas Stalin y Krushov). La escandalosa novela
sublevó en 2002 a un iracundo grupúsculo de jóvenes conservadores instigados
por el Kremlin y Sorokin fue sometido entonces a un linchamiento mediático que,
irónicamente, lo hizo famoso ipso facto como pornógrafo
político. Desde una perspectiva literaria, esta fantasía esperpéntica
confirmaba dos de las cualidades más sobresalientes de Sorokin: por una parte,
su versatilidad estilística, esto es, su brillante dominio del lenguaje y su
tendencia ofensiva a parodiar todos los registros oficiales u oficiosos del
poder y sus cámaras y recámaras de ejecución y propaganda; y, por otra, su
carnavalesco sentido de la realidad, exhibiendo hasta el ultraje y la
profanación una grotesca concepción de la historia, la sociedad y la naturaleza
humanas. Este último rasgo transgresor, sumado a su tendencia a la abyección
estética, ha hecho declarar a Mark Lipovetsky, el gran especialista ruso en
narrativa contemporánea, que Sorokin trabaja dentro de los parámetros del
“realismo escatológico”. Con la trilogía Hielo (2002-2005)
creó una de las obras más ambiciosas de la literatura europea reciente: una
narración híbrida entre la ciencia-ficción y la metaficción historiográfica que
ofrecía un retrato hiperrealista de la Rusia contemporánea y, al mismo tiempo,
una paródica reinterpretación mitológica de la misma, con una conspiración nazi
de largo alcance y una trama extraterrestre nada pedestre entre sus componentes
más llamativos.
En El día del oprichnik Sorokin ha destilado al máximo sus cualidades específicas. Se trata de una farsa cómica al estilo de Alfred Jarry (Ubú y El supermacho) o Witold Gombrowicz (Ferdydurke y Transatlántico) sobre el ejercicio autoritario del poder narrada en primera persona por uno de sus privilegiados ejecutores (Andrey Komyaga, un destacado miembro de la policía política de la “Rusia Resucitada”). La historia hiperbólica de un día en la vida de este servidor especial (el oprichnik del título) tiene la doble originalidad de dar voz a su mafioso protagonista y describir con lenguaje anacrónico y verbo rabelesiano la prosopopeya imperial de una Rusia futura tiranizada por un Monarca totalitario como Iván el Terrible. Una Rusia definitivamente aislada de Occidente gracias a una muralla que la preserva de nuevo de su influencia decadente y perniciosa. En esto consiste la sarcástica venganza de Sorokin contra el régimen neozarista de Putin y Medvedev: caricaturizar con procedimientos ficcionales la regresión actual a los valores nacionalistas de la antigua Madre Rusia, con todo su represivo aparato policial, su ortodoxia religiosa y sus símbolos patriarcales, tan arcaicos como opresivos. Sorokin reitera aquí los excesos narrativos, la exuberancia verbal y el hilarante humor al servicio esta vez de una indagación política fundamental. Según ha declarado, El día del oprichnik surge de la necesidad de buscar “respuestas a la cuestión de qué distingue a Rusia de una verdadera democracia”. No se puede decir más.