[Joanna Russ, El hombre hembra, Nova, trad.: Maribel Martínez, 2021, págs. 272]
Larga es la historia literaria de las utopías
femeninas. Larga es la historia de este género narrativo que ha expresado como
ninguno la inquietud e incomodidad de las mujeres respecto de su papel en la
sociedad patriarcal. Desde Margaret Cavendish, la duquesa de Newcastle, en
pleno siglo XVII, hasta Ursula Le Guin y Marge Piercy, ya en los años sesenta y
setenta, pasando por Mary Bradley, Elizabeth Corbett y Charlotte Perkins
Gilman, en el siglo XIX, la ficción especulativa ha sido la forma de escritura
preferida para representar mundos alternativos donde la nueva organización
social reconociera las virtudes y talentos del género femenino y no disminuyera
sus poderes.
Joanna Russ (1937-2011) fue una de las más
heterodoxas e inventivas escritoras de esta gran tradición literaria. Una
autora que escribió sin complejos desde planteamientos feministas y
abiertamente lésbicos, cuestionando de manera radical tanto los vicios y depravación
del patriarcado como las simplezas de una crítica biempensante del mismo que no
tomara conciencia del grado de complicidad que la milenaria relación de
opresión padecida por las mujeres generaba en estas, de manera consciente o
inconsciente. De ahí la eficacia de recurrir a la complejidad técnica de la
ficción para rehuir los riesgos del panfleto.
Gracias a esta actitud estética de
(auto)exigencia y provocación constante, Russ logró escribir El hombre hembra (1975), una novela altamente subversiva y sarcástica sobre la hegemonía patriarcal
y sus alternativas y disidencias éticas que preserva hoy, cuando la censura al
patriarcado es un lugar común, toda su fuerza narrativa y su pertinencia
intelectual. Considerada, además, el gran clásico de la ciencia ficción
feminista, la trascendencia de sus postulados y la originalidad de su estilo
superan con creces los límites y estrecheces de esa adscripción genérica.
El hombre hembra cuenta en nueve partes las
fases creativas de su gestación como libro: los vagidos finales de este,
enunciados con la voz de la autora, concluyen la novela con un bucle
metaficcional que añade inteligencia e ironía autocrítica al relato. La génesis
del libro, sin embargo, la producen la intersección espaciotemporal de las
vidas de cuatro mujeres distintas que viven en mundos totalmente incompatibles y
el bombardeo sistemático de la linealidad lógica de la historia, rasgo dominante
de la ideología patriarcal y la mentalidad masculina.
Las cuatro Jotas, las cuatro protagonistas cuyo
nombre comienza con la letra J, son cuatro versiones de la misma mujer existiendo
en mundos paralelos: la indecisa Jeannine, una heterosexual paradigmática en
sus dudas, tristezas y frustraciones, vive en una ucronía de la Tierra sumida
aún en la Depresión económica de los años treinta y donde la segunda guerra
mundial no ha tenido lugar; la lesbiana Janet y la asesina Jael provendrían,
respectivamente, de una utopía (Whileaway) donde los hombres se habrían
extinguido y las mujeres compartirían todo, el sexo y el trabajo, la reproducción
y la educación, y de una distopía donde el mundo se dividiría en dos
territorios (Manland y Womanland) habitados exclusivamente por cada uno de los
sexos en guerra fría y desavenencia permanente; y, finalmente, Joan, avatar de la propia
escritora en el universo de la ficción, quien habitaría el planeta Tierra en
los años setenta del siglo XX en los que se estaba escribiendo esta fascinante
novela.
Como dice el agudo escritor y crítico Adam Roberts, autor de una joya narrativa de la ciencia ficción contemporánea (The Thing Itself), en El hombre hembra los personajes femeninos se deslizan de un mundo a otro con una desenvoltura fantástica y Russ muestra de ese modo a sus lectoras, destinatarias privilegiadas del seductor artefacto, cómo el cambio de las circunstancias sociales comporta una modificación radical del ser de la mujer.
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