martes, 16 de noviembre de 2021

KAFKA EN LA HABANA

 

 A pesar de todo lo que conspiró contra ella en vida del escritor, la literatura de Cabrera Infante es siempre una fiesta carnavalesca de parodias y bromas, incluso en libros más autobiográficos como sus póstumos La ninfa inconstante, Cuerpos divinos y Mapa dibujado por un espía (publicado inicialmente en Galaxia Gutenberg; 2013). Este último, en particular, es una odisea tropical en la que Cabrera Infante vuelve a una Ítaca metamorfoseada en Gulag y luego la abandona para siempre no sin antes enfrentarse a los cíclopes y lestrigones del castrismo y dejarse seducir por algunas féminas fascinantes… 

[Guillermo Cabrera Infante, Mapa dibujado por un espía, Debolsillo, 2021, págs. 392] 

La historia de la literatura, según decía Claudio Guillén, está iluminada de principio a fin por el sol de los desterrados. La luz del exilio alumbra el nuevo paisaje encontrado y permite recuperar también el territorio genuino bajo la perspectiva paradójica de la nostalgia y la distancia. Hay tantas clases de exilio como individuos, sin duda. Pero entre los exiliados del siglo XX, pocos escritores han dejado un testimonio crítico y melancólico de su huida del país natal como Guillermo Cabrera Infante, convirtiendo su alejamiento radical de la Cuba castrista en motivo de toda su literatura, tanto para preservar creativamente la memoria originaria como para combatir hasta la extenuación a los culpables de su amargo exilio. Al abandonar la utopía infernal para siempre, Cabrera Infante diseñó, parodiando a su maestro James Joyce, un programa irónico de supervivencia ética y estética: “Insolencia. Exislios. Punning”. O lo que es lo mismo: burlas, provocaciones, irreverencias, parodias y carcajadas.

La situación descrita en esta espléndida crónica de una defección política inevitable no puede ser más novelesca. La muerte súbita de su madre en junio de 1965 obliga al autor, destinado entonces en la embajada cubana en Bruselas como agregado cultural y encargado de negocios, a regresar a la Cuba revolucionaria de la que salió tres años atrás. La visita se prevé breve e intensa. Por razones burocráticas dignas de un Kafka caribeño la odisea se prolonga durante cuatro meses sin disminuir la intensidad de la absurda experiencia. Durante ese interregno vital, Cabrera Infante tendrá ocasión de contemplar con asombro la metamorfosis de su amada ciudad en un fantasma de sí misma, un doble decrépito al que la memoria no logra encontrar ningún parentesco con el original. En unos años, La Habana se ha degradado hasta transformarse en una capital fantasma habitada por zombis menesterosos, como en La invasión de los ladrones de cuerpos. Por borrar los signos del viejo capitalismo colonial se clausuran cabarets y bares, se raciona el alimento hasta extremos tercermundistas, se empobrece la vida cultural y, sobre todo, se establece una red social de vigilancia y delación de conductas y opiniones. Nadie puede criticar el mandato progresivamente totalitario de Castro y su cohorte soviética de comisarios ni, por supuesto, comportarse de un modo que el régimen puritano regido por el máximo cacique considere escandaloso o subversivo.

Cabrera Infante vuelve entonces a su Ítaca tropical a descubrir el error y el horror de la revolución con que colaboró creyendo con ingenuidad en sus valores democráticos. En este regreso temporal al paraíso mítico de los sentidos y la imaginación, una Habana espectacular consumida ahora en la desolación y la incuria, Cabrera no desaprovecha la ocasión de llevarse con él un puñado de recuerdos felices que le servirán para reescribir la maravillosa novela Tres tristes tigres a la luz crepuscular de un mundo que asiste, entre la tragedia y la farsa, a la fastuosa escenificación de su final.

Como en toda su obra, la subtrama erótica, el relato ovidiano de sus amoríos adulterinos, es uno de los alicientes más estimulantes del libro, con el suplemento jugoso de ver al autor enamorarse perdidamente de una joven mestiza habanera (Silvia Rodríguez) que es una réplica rejuvenecida de la madre muerta. Este episodio vagamente edípico, la última tentación del exiliado antes de abandonar Ítaca para siempre, es otra demostración de que, aunque falten el humor, el retruécano y el calambur, los exorcismos de estilo de Cabrera Infante son siempre incisivos y excéntricos. Y todo lo demás es leyenda de la literatura. 

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