No soy populista, pero en el caso del asesinato
del niño Álex prefiero escuchar los sentimientos del pueblo. Si la otra noche los
vecinos de Lardero hubieran linchado al monstruo, no me habría escandalizado.
La justicia más antigua que conoce la humanidad solo debe ejecutarse en
ocasiones excepcionales, dañinas para la comunidad. Como decía Aristóteles, la
purga de las pasiones, la liberación de las emociones más violentas, permite a
la gente regresar al seno de la vida civil con ánimo sereno y racional. Eso se
llama catarsis y se aplica al efecto trágico sobre el público. Qué mayor
tragedia que el asesinato de un niño o una niña por un adulto perturbado. Qué
peor crimen que la destrucción de una vida apenas iniciada por un sádico
incapaz de vivir sin propagar la maldad y el dolor entre sus semejantes.
Imaginen las circunstancias del
espantoso asesinato de la mujer de la inmobiliaria. Proyecten en su mente los
detalles atroces del ensañamiento con que la torturó durante un tiempo en que
los relojes no se detuvieron y el mundo, como en “Frenesí” de Hitchcock, miró
para otro lado. Recreen ahora las vejaciones que infligió a su primera víctima.
Observen con estupor lo que le hizo a la niña atada sin alterarse. Le perdonó
la vida, sí, pero la condenó a vivir traumatizada. Y ahora el pequeño Álex,
colofón de su espeluznante carrera criminal. Se lo llevó engañado al piso para
jugar con él al “exorcista”, confundiéndolo con la niña Regan. Y al llegar el
momento climático de gozar a solas de su perversión, el demonio descubrió que
Álex no era la niña poseída de la película sino un niño disfrazado. Y lo mató
para encubrir su terrorífico error.
Es una vergüenza que un psicópata de esta catadura moral estuviera en libertad porque el sistema jurídico español no lo supo tratar como merecía. Hace falta estar ciego para no captar las señales maléficas que el enfermo enviaba como aviso. El mal existe y tiene nuestra misma cara. Y ustedes, señores jueces y policías, fiscales y carceleros, lo ignoran todo sobre él. Como si las películas y series americanas sobre asesinos en serie no les hubieran enseñado nada. Examinen los casos y reconozcan el fallo. Se equivocaron juzgando que la cultura popular era una forma de superstición ancestral cuando, en realidad, es una expresión de sabiduría milenaria. Pobre Álex. Nunca más disfrutará de Halloween. Será otro de los muertos que vienen a recordarnos cada año la deuda contraída con ellos. Una deuda irreparable.
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