[A. M. Homes, Días temibles, Anagrama, trad.: Andrés Barba, 2019, 304 págs.]
Esta es la mejor definición de la ficción que A. M. Homes desarrolla en los mejores relatos de este libro: aquellos en que el
artificio narrativo fabricado como una red para atrapar las partículas y
corpúsculos flotantes de las vidas y el entorno de sus personajes funciona como
una antena receptora de señales de este mundo y también de otros, inferiores o
superiores. La vida americana contemporánea, objeto de deseo preferido de la
escritura lacerante de Homes, participa también de esa doble condición de delirante
drama de psiques malsanas.
Es su primera colección de relatos desde 2002 (exactamente
desde esa excelente colección titulada Cosas
que debes saber[*]) y su escritura se
ha desenfrenado, como si Homes hubiera decidido pisar a fondo el acelerador de
su inventiva máquina de crear ficciones, multiplicando registros, técnicas y
motivos y generando un envidiable muestrario de modos narrativos. Los relatos
menos convincentes, sin embargo, incurren en lo que llamaríamos los tics enfermizos del
realismo mágico: hipérboles efectistas, abuso metafórico, lirismo blando, hechos
inverosímiles, toques maravillosos, etc. Sirenas transatlánticas y amantes araña,
nupcias mitológicas, leyendas dudosas o levitaciones femeninas, son recursos inútiles y
soluciones fáciles en una escritora superdotada como Homes que ha redefinido con su práctica el
concepto de realismo. Cuando Homes abre de par en par las compuertas de su
talento, los logros son incomparables. Así lo demuestra el relato “Días
temibles”, donde se cuenta con ironía refinada el encuentro amoroso en un
congreso sobre genocidios de un aguerrido cronista de guerra y una delicada
novelista lesbiana.
El primer relato (“Hermano dominical”) es otra
maravilla al estilo del gran Cheever: un grupo de veraneantes de alta clase
profesional que consumen el tiempo en la playa coleccionando gestos mezquinos,
trifulcas familiares y miseria moral. También es interesante “La última vez que
lo pasó bien”, sobre el extranjero en crisis existencial que recupera el
espíritu de su infancia y el sentido de la vida regresando a Disneylandia y
viviendo una experiencia adulta con una empleada del parque que le hace
madurar. Pero Homes no olvida su vena satírica y política. El magistral “Un
premio para cada jugador” es una alegoría grotesca sobre la América consumista
protagonizada por una familia digna de los Simpson que compite como un equipo
en un concurso en un hipermercado y acaba encontrando un bebé huérfano y viendo
cómo el patriarca, con su discurso populista, es elegido candidato
presidencial.
El espléndido díptico californiano compuesto por
“Hola a todos” y “Ella se escapó” es uno de los retratos más descarnados y vívidos
que se pueda hacer hoy de la realidad americana del siglo XXI, con el trampantojo
y los espejismos de Trump para distorsionar aún más sus impresiones. Este dúo narrativo
se inspira en la visualidad del pintor Eric Fischl y sus aciertos son deslumbrantes:
piscinas luminosas, escenario desértico, cuerpos modelados por la anorexia, la
bulimia o la cirugía plástica, abulia adolescente, apatía adulta, existencias
suburbiales sin otro designio que agotar hasta el límite las ventajas de sus
privilegios económicos, sociales y culturales. La terrible escena final del
segundo relato, no por casualidad la última del libro, cuando la protagonista
Cheryl queda sola en su lujosa mansión al cuidado de los padres comatosos, una
vez que su hermana modelo ha muerto de inanición, y se va la electricidad, extinguiendo
la fuente de energía que los mantiene vivos, es una imagen escalofriante de la
decadencia total y el apocalipsis de una cultura y un país.
La literatura de Homes habla de lo que duele,
sea el sexo, la vejez, el fracaso o la estupidez, pero lo hace de tal modo que
nos devuelve la creencia en el ser humano, sea esto lo que sea (o se entienda
hoy como se entienda).
[*] Sobre Cosas que debes saber (Anagrama, 2005) escribí
esto en el momento de su aparición:
Como dice
la novelista inglesa Zadie Smith, la prosa narrativa de A. M. Homes tiene
dientes. Dientes y también garras, añado, y no sólo porque en uno de los más
desconcertantes relatos (“Afuera el tiempo es brillante y soleado”) de esta
desconcertante y deslumbrante colección de relatos la chica protagonista se
metamorfosee en un coyote y en un mapache y en un pato y después en un cisne
para acabar intimando con la protagonista de otro relato (“En una colchoneta,
flotando en el agua”) que se pasa la vida metida en la piscina de su casa
huyendo de las peleas diarias de sus padres. Como las metamorfosis animales de
esta chica en la que la autora se retrata metafóricamente, el estilo de Homes
araña y rasga, o bien acaricia y lame como una lengua; su tacto es a menudo
plumoso y cálido, como una almohada, y otras áspero y feroz como una alimaña
herida. La suya es una prosa capilar e hiperestésica que permanece abierta a
todas las influencias sensibles, sabe dialogar con todas las formas existentes
y es capaz de percibir y registrar los movimientos moleculares de la vida y el
entorno de sus personajes.
En este
sentido, no exagera tampoco Zadie Smith cuando sitúa a Homes “entre los mejores
autores de relatos que han producido los Estados Unidos en los últimos treinta
años”. Brillante discípula de Grace Paley y Angela Carter, dos escritoras que
demostraron cómo la escritura femenina podía hablar de muchas más cosas que de
la ternura, la maternidad o los visillos, Homes es autora de cuatro novelas y,
con éste, de dos libros de relatos. El anterior, “La seguridad de los objetos”,
una espléndida prefiguración del mundo y el estilo de “Cosas”, sigue inédito en
español, excepto su pieza más célebre, el perverso cuento de muñecas Barbie y
niños polimorfos “Una verdadera muñeca”.
La
infancia freudiana reaparece en “Los niños prodigio”, otra visión a
contracorriente de ese período mitificado por la cultura del consumo y la
infantilización general. Este relato perturbador parece una respuesta
desafiante a los hipócritas puritanos que se escandalizaron con su “lolítica”
novela “El fin de Alicia”, la acusaron de “pedófila” y reclamaron su
prohibición: aquí son los niños quienes se entregan, sin la asistencia de
adultos corruptores, a rituales sexuales aberrantes y transgresores. En
“Georgica”, por el contrario, el nombre de la niña por nacer preside la
historia de una mujer obsesiva que busca quedarse embarazada a toda costa
recurriendo a los preservativos desechados en la playa por las parejas furtivas
que la frecuentan. A pesar de la aparente sordidez del planteamiento, el relato
es de una estremecedora belleza. “Cosas que debes saber”, la fábula que da
título al libro, encierra también su designio: la inexistencia de un código
moral o un manual ético con el que comprender, mucho menos juzgar, las anómalas
conductas y actitudes de sus personajes.
Además de
la infancia y sus aledaños, como sucedía en su novela “Música para corazones
incendiados”, la experiencia conyugal es otro de los motivos preferidos por
Homes para experimentar en el laboratorio narrativo y estudiar comportamientos
excéntricos: ya se trate de la perplejidad del marido de una mujer china que no
quiere serlo (“La lección china”); de la ambigua comprensión de una mujer cuyo
marido es un suicida vocacional (“Mantengan la calma, por favor”); o de la
pesadilla marital del hombre cuya mujer está muriendo de cáncer (“No
molesten”).
Pero donde
sobresale la inteligencia y malicia narrativa de Homes es en el más ambicioso y
logrado de todos los relatos, “La ex primera dama y el héroe del fútbol
americano”. Una desternillante parodia política y una evocación corrosiva de
los años tardíos del matrimonio Reagan: con Ronald, el presidente más
peliculero y mediático de la historia americana, derrotado por el Alzheimer, y
Nancy, esposa abnegada y fiel hasta el final a la imagen política de marca del
matrimonio republicano, como pareja estelar de esta senil comedia televisiva de
situaciones delirantes. En este relato antológico, a la prosa de Holmes le
brotan espinas, le crecen colmillos. Eso sí, colmillos envueltos en fundas de
terciopelo.
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