Como dice Zadie
Smith, la prosa narrativa de A. M. Homes tiene dientes. Dientes y también
garras, añado. El estilo de Homes araña y rasga, o bien acaricia y lame como
una lengua; su tacto es a menudo plumoso y cálido, como una almohada, y otras
áspero y feroz como una alimaña herida. La suya es una prosa capilar e
hiperestésica que permanece abierta a todas las influencias sensibles, sabe
dialogar con todas las formas existentes y es capaz de percibir y registrar los
movimientos moleculares de la vida y el entorno de sus personajes. En este
sentido, no exagera tampoco Zadie Smith cuando sitúa a Homes “entre los mejores
autores de relatos que han producido los Estados Unidos en los últimos treinta
años”. Brillante discípula de Grace Paley y Angela Carter, dos escritoras que
demostraron cómo la escritura femenina podía hablar de muchas más cosas que de
la ternura, los sentimientos, la maternidad o los visillos, Homes es autora de cinco
novelas anteriores a esta (Jack, Solo una madre, El fin de Alicia, Música para
corazones incendiados, Este libro te salvará la vida, cuya reseña puede leerse aquí), dos deslumbrantes libros de relatos (La seguridad de los objetos
y Cosas que debes saber) y una autobiografía intimísima y descarnada (La hija de la amante).
[A. M. Homes, Ojalá
nos perdonen, Anagrama, trad.: Jaime Zulaika, 2014, págs. 650]
Ya bordeando el final de Ojalá nos perdonen, el lector descubre desprevenido la mejor
definición de la literatura de su autora y la mejor definición del estilo y los
afectos suscitados por esta espléndida novela. Contemplando el desfile del Día
de Acción de Gracias en Nueva York el narrador comenta: “es algo mágico, casi
fantástico, y lo que yo llamaría el género bueno de melancolía: por dulce que
sea, también es triste”. Por dulce que sea, también es triste, en efecto, así
es este libro, así es la vida contemporánea americana, así es la descripción de
la vida americana en este libro.
No existe trama convencional, solo existe el
devenir del historiador Harry Silver a lo largo de un año completo: el arco
temporal abarcado por la festividad del Día de Acción de Gracias en la misma
casa, con una parte de la misma gente, algunas ausencias significativas y nuevas
presencias insólitas. Con maestría, Homes inicia y termina su exhaustivo relato
con una escena de celebración replicada. La narración muestra las grandes
diferencias entre una y otra cena familiar en años consecutivos. Y las causas:
cómo un beso furtivo de Jane en los labios de su cuñado Harry puede
desencadenar una catástrofe a múltiples bandas, una tragedia con muertes traumáticas
(incluida la de Jane a manos de su televisivo marido George), y, tras un largo
proceso de reconfiguración afectiva y moral, generar al mismo tiempo una nueva familia,
con nuevos miembros sobrevenidos y otra actitud más partícipe en los
supervivientes.
Todos los motivos privados de Homes (la
infancia, la adultez y sus respectivas depravaciones y perversiones; la
comunidad, sus nuevas locuras y viajes perversiones, o viceversa) cristalizan
en una suma narrativa extraordinaria, creando además una hibridación fascinante
con los motivos públicos también presentes en su obra (la política, la historia
y sus respectivas versiones y perversiones).
Las peripecias íntimas de Silver para
recuperarse de la pérdida de todos los referentes de una vida anodina (divorciado
de una ejecutiva china robótica, despedido de la universidad, víctima de un ictus y de múltiples percances cotidianos, etc.) y los
acontecimientos dramáticos que conmocionan la vida suburbana de su familia
(adulterio consumado, mortal accidente de tráfico, encarcelamiento del hermano
por asesinar a su mujer en un ataque de celos y una larga cadena de desgracias innombrables) se enlazan con la escritura de
un estudio definitivo sobre Richard Nixon, su designio en la historia
americana, como encarnación del espíritu nacional de su época, y el
descubrimiento sorprendente de que Nixon era un narrador inventivo, un
fabulador de historias propias y ajenas y no solo un manipulador maquiavélico.
En las brillantes secuencias dedicadas a las
investigaciones y meditaciones en torno a Nixon, Homes se mueve con astuta inteligencia
(como ya hiciera en su magistral relato sobre Reagan “La ex primera dama y el
héroe del fútbol americano”) en un territorio minado por los prejuicios
ideológicos y los precedentes novelescos (de Coover a su admirado DeLillo, cuyos
falsos cameos en la novela son desternillantes), que han producido una imagen distorsionada
de Nixon y de la historia americana de los últimos cincuenta años. Los sorprendentes
relatos atribuidos a Nixon constituyen estilizados pastiches que confieren a la
narración una carga corrosiva de profundidad histórica y política que ha pasado
desapercibida a la mayoría de los críticos norteamericanos que reprochan a
Homes la frialdad estética de su compromiso.
El estilo inexpresivo y la manera post-irónica con
que Homes afronta la crónica diaria del devenir de su historiador protagonista,
sin torcer el gesto para moralizar en exceso ni clavar la lengua en la mejilla
para subrayar su malicia de observadora incisiva de una sociedad en crisis,
convierten a esta novela no en una trasnochada sátira social, como creen con
ceguera inexplicable algunos críticos, sino en el retrato literario más
ambicioso y exacto de la vida de su país en tiempos de transición acelerada.
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