[Michel Houellebecq, Serotonina, Anagrama, trad.: Jaime
Zulaika, 2019, págs. 282]
Todo lo que Houellebecq dice en este
libro ya lo ha dicho antes. No es que se repita, no. Es que entre el poeta
Houellebecq y el novelista Houellebecq existe tal nivel de comunicación que lo
que escribió en su poemario anterior (Configuración de la última orilla) en
nombre propio, como expresión de su vivencia íntima del tiempo, el amor, el
sexo y la muerte, se transfiere ahora a un personaje de ficción, Florent-Claude
Labrouste, para obtener a través de esa transferencia una revalidación
artística. Quizá por ello “Serotonina” sea su novela menos novelesca, más lírica
y personal.
En la poesía de Houellebecq el yo agoniza
impotente, el individuo está exhausto, el ego se asfixia a falta de realidad. Si
la obra de Houellebecq fuera un disco de vinilo diríamos que la cara A la
ocupan las novelas y la cara B las poesías y textos de no ficción. El último
poemario y esta nueva novela reflejan un estado de espíritu negativo que ha
alcanzado el grado terminal de sus posibilidades discursivas e intelectuales,
como si todos sus temas estuvieran al borde de la consumación.
Y sus conclusiones son aún más devastadoras: el
sexo masculino está arruinado, nunca ha sabido vivir ni encontrar la felicidad,
extraviado en pos de sueños grandilocuentes que no siempre lograban su meta,
mientras la mujer, mucho más dotada para alcanzar la felicidad en el mundo, se
ve coartada por las exigencias patriarcales, la impotencia afectiva viril y las
nuevas exigencias profesionales de la vida moderna. A pesar del tono provocador
y la crudeza verbal, los análisis de la mentalidad masculina y femenina
incluidos en la novela son de una lucidez cegadora.
En la historia de su personaje, un alma muerta
con el sexo anulado, se cifra todo lo que no funciona en el mundo actual y
parece condenarnos a la frustración permanente y la tristeza infinita. Los
planes suicidas del narrador se manifiestan desde el principio como la única
respuesta coherente a una vida fallida y a un diagnóstico social, histórico y
cultural demoledor. Florent-Claude es un tecnócrata agrícola que asiste
impávido al desmantelamiento de las infraestructuras rurales francesas
componiendo informes administrativos que son apreciados por sus superiores pero
nunca tenidos en cuenta. En su desengañada visión de la vida, no obstante, lo fundamental
es la presencia real de las mujeres y sus imposibles relaciones con ellas.
Con una mayoría de mujeres sus experiencias
fueron insignificantes o patéticas y, con el paso del tiempo, se han vuelto
melodramáticas y ridículas, como con Yuzu, la pareja japonesa con la que apenas
mantiene un contacto superfluo hasta que descubre la pornografía grosera de sus
infidelidades y decide poner fin a su convivencia. La deriva posterior, que estructura
la mínima trama, lo lleva a errar por su memoria caprichosa y por los paisajes
conocidos donde se encuentra con antiguas amadas y con su único amigo para
constatar la magnitud de la catástrofe vital que es envejecer.
El espíritu de Houellebecq se transmite al
personaje en dos de sus facetas más románticas: la convicción de que solo el
amor salva, el amor como experiencia compartida, como vida en común duradera, y
el sexo y la atracción erótica como motores esenciales de la vida, instrumentos
naturales para mantener sus mecanismos básicos en funcionamiento. El título lo
dice todo. La hormona favorita de Houellebecq no es la testosterona, un chute
de masculinidad primaria, sino la serotonina, reguladora de las emociones y
afectos más importantes. Lo que no vale para el personaje, ya condenado, le
sirve de momento a Houellebecq para ganar tiempo.
1 comentario:
Hola,
Es el mejor análisis de la novela con el que me he topado hasta la fecha. De la novela y de la corriente Houellebecq. Y vivo en Francia, así que Houellebecq hasta en la sopa. Devastadora me parece el adjetivo que más le pega a Serotonina. A mí me dejó profundamente deprimido...Me intriga tu última frase: "Lo que no vale para el personaje, ya condenado, le sirve de momento a Houellebecq para ganar tiempo." ¿Qué es lo que estoy leyendo aquí? Al acabar la novela tuve la sensación de que Houellebecq había llegado al final de lo que tenía que decir, exhausto, lúcido como siempre, pero derrotado en la orilla. Como si, de una coherencia aplastante, sólo hubiera podido acabar así. Al terminar Serotonia no podía estar más hundido en términos de vibración vital. ¿Y ahora qué?, no pude evitar preguntarme. ¿Y ahora qué, realidad? Y luego hubo que salir a flote...así que Tusk.
Un saludo,
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