[Michel Houellebecq, Configuración
de la última orilla, trad.: Altair Diez, Anagrama, 2016, págs. 97]
Para entender un contexto posible de lectura de
este espléndido libro de poemas habría que tratar de recordar esa extraña
película donde se fingía el secuestro de Houellebecq y se estudiaba al ser
humano superviviente bajo la máscara del escritor desde un prisma tan veraz
como cruento. Imagínense por un momento a Michel encerrado por sus rudos secuestradores
en un sórdido cuarto y forzado para sobrevivir a escribir en un cuaderno de
hojas sueltas sus emociones y visiones de la vida y la realidad del mundo en
una lengua aséptica e incisiva como un bisturí. Mejor aún sería imaginar a
Houellebecq en su doble papel de captor y rehén, carcelero y reo por voluntad
propia. Houellebecq habría sido secuestrado por su personaje público y todo lo
que escribe en un formato que no sea novelesco expresaría su condición de
prisionero de sí mismo en la celda de la fama.
La poesía de Houellebecq enuncia como pocas los límites
objetivos del género y de la voz subjetiva que lo encarna con patetismo
exhibicionista. El yo agoniza impotente, el ego se ahoga a falta de realidad.
Si la individualidad significa fracaso, la poesía es el testimonio gráfico,
lúcido y embellecido, de ese modo fallido de padecer la indiferencia del mundo.
Todos sus motivos orbitan reiterativos en torno del mismo yo exhausto, sin
futuro entre los vivos, sin lugar entre los muertos. En este sentido, cabría
considerar el traspaso a la novela como una especie de salvación personal.
Si la obra de Houellebecq fuera un disco de
vinilo diríamos que la cara A la ocupan las novelas y la cara B las poesías,
los ensayos y demás modalidades de no ficción. Pero es en la poesía,
precisamente, donde Houellebecq ahonda en lo que denomina con ingenio “la cara
B de la existencia”: “Sin placer ni verdadero sufrimiento / Salvo aquellos que
derivan de la usura, / Cualquier vida es una sepultura / Cualquier futuro es
necrológico”. La conclusión no puede ser más terrible y, al mismo tiempo,
exenta de sentido trágico: “La vida no tiene nada de enigmático”.
“Configuración de la última orilla” se publicó
en 2013. Se ubica, por tanto, entre “El mapa y el territorio” y “Sumisión”, su novela
más reciente, y refleja, en cierto modo, un estado de espíritu que ha alcanzado
el grado último de sus posibilidades expresivas e intelectuales, como si todos
sus temas estuvieran al borde de la consumación. La verdad obscena del
individuo Houellebecq se encuentra en estos poemas. El espíritu Houellebecq
funciona como imperativo moral: la infelicidad, la tristeza y el sufrimiento
son la única garantía de que el poeta no incurrirá en las mentiras del
propagandista de los valores conservadores de la especie.
El poemario se compone de cinco partes tituladas en minúsculas en ambiguo homenaje quizá
al gran poeta norteamericano E. E. Cummings. En las dos primeras, la voz de
Houellebecq se enfrenta a la “extensión gris” de la existencia donde el tiempo
apunta en una dirección desoladora, el envejecimiento y la muerte, obsesión presente
en todas sus novelas. En los dos últimos, la (im)posibilidad del amor (“la
posibilidad de una isla”, como su famosa novela homónima) y el amor realizado trazan
una escapatoria del tiempo que, sin embargo, devasta cuando se eclipsa finalmente
sin dejar otro rastro que el dolor intenso y la ausencia traumática del ser
amado.
En el centro neurálgico del libro, Houellebecq
coloca una docena de poemas polémicos recogidos bajo un título provocativo:
“memorias de una polla” (“Los hombres solo quieren que les coman el rabo / Tantas
horas al día como sea necesario / Tantas chicas bonitas como sea posible”). Con
honestidad y crudeza, Houellebecq se autorretrata como hombre de cuerpo entero
frente a la mujer: seducido por la juventud de la vida y los cuerpos y preso de
la fijación fetichista con el objeto de deseo masculino llamado “jovencita” (“Las
jovencitas se nos dan bien en Francia / (También las hay muy bellas en Italia)
/ Promesas de felicidad con patas, / Todas orgullosas de sus órganos jóvenes”).
Al final, el poeta Houellebecq sostiene la
convicción desengañada de que no hay sufrimiento en el conocimiento ni tampoco
consuelo: “Todo lo que no sea puramente afectivo deviene insignificante”.
1 comentario:
“Todo lo que no sea puramente afectivo deviene insignificante”
Je t'aime, Michel.
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