lunes, 27 de agosto de 2018

V. NABOKOV (1): LOLITA INMORTAL


[Vladimir Nabokov, Lolita, Anagrama, trad.: Francesc Roca, 2018, págs. 389]

A pesar de las dos Alicias, a pesar de Peter Pan, a pesar de todos los pesares pedófilos y la pederastia galopante, Lolita es el mito genuino de la era neovictoriana y la cultura infantilizada…

Abandonemos todos los prejuicios. Actuales o antiguos. Si no, es imposible hablar hoy de “Lolita”, una obra fabricada por su autor con género delicado o escandaloso y supremo virtuosismo artístico. Este agosto se cumplen los sesenta años de la primera y exitosa edición norteamericana (solo tres años posterior a la editio princeps parisina), durante el llamado “verano de Lolita”, de la novela magistral que cambió para siempre la visión de la infancia y el abuso infantil que tenían los adultos.
Todo escritor inventa un objeto de deseo para poder escribir la obra que consuma su relación. Este personaje imaginario, una suerte de fantasma afrodisíaco, es el que lo guía como una obsesión a lo largo de las distintas estaciones del proceso creativo. Si Dante y Petrarca eligieron a sendas niñas (Beatriz y Laura) como pretexto amoroso para elaborar obras fundacionales como la “Divina Comedia” y el “Cancionero”, Nabokov asumió, en un doble juego especular, la máscara romántica de Humbert Humbert, pedante pedófilo y narrador nada fiable, para plantearse la verdadera ecuación estética y sexual que inquietaba a su cerebro. Nabokov tradujo al ruso la “Alicia” de Carroll con tanto amor, hacia la literatura que contenía y la lengua en que estaba escrita, que acabó escribiendo “Lolita” para desentrañar el misterio freudiano de ese amor excepcional: el amor de la niña maravillosa y la inteligencia andrógina cifrado en los jeroglíficos ingleses del texto carrolliano. Y se le ocurrió escribir este libro memorable que palpitaba en su cabeza desde hacía años (desde los tiempos de sus devaneos equívocos con algunas alumnas especiales del Wellesley College) para albergar esta idea delirante: qué pasaría en el mundo si el “Sombrerero Loco” (encubriéndose bajo la máscara psíquica de Poe) cortejara y sedujera a la juguetona Alicia con el consentimiento inicial de la niña impúber.
“Lolita” no es, por tanto, la historia de amor de un adulto y una niña, ese horror derivado de la necesidad patriarcal de controlar la virginidad y la reproducción, sino la historia de toda una corriente artística de una cultura como la occidental tan fascinada con la inocencia como con la experiencia, tan sublime e idealista como realista y pragmática. Nabokov, un escritor demasiado inteligente para su tiempo y quizá también para el nuestro, antepuso a la narración central de los amoríos transgresores del poeta y profesor emigrado Humbert Humbert y la nínfula Dolores Haze un prólogo tranquilizador, firmado por un apócrifo doctor en Filosofía (John Ray, JR.), donde informaba sobre todo lo que necesitaba saber el lector desde el principio para emprender una lectura sin riesgos y establecer los fundamentos del peligroso juego literario (“Un juego de placer como el sexo y casi tan vital. Un juego mental como el ajedrez y casi tan letal”, como escribía Cabrera Infante celebrando el vigésimo aniversario de la “Lolita” de Kubrick). Todos los protagonistas de la tragedia están muertos, así que la truculenta representación carece de consecuencias reales. John Ray, el prologuista fariseo y falsario, es la máscara performativa con que Nabokov se coloca del lado de la ley y la moralidad vigentes para contar después su polémica historia con total libertad e impunidad, situándose en una perspectiva narrativa más allá del bien y del mal, el único lugar posible para la literatura de ficción, digan lo que digan los moralistas (vetustos o mileniales).
Con ironía infinita, el narrador nos advierte, desde el primer capítulo, que “siempre puede uno contar con un asesino para una prosa elegante”. Nabokov anuncia así un programa novelesco donde el demente Humbert Humbert tendrá licencia literaria para cometer todos los crímenes que la prosa permite, abusando de la retórica y el ingenio, los maliciosos juegos de palabras y los plagios descarados, las parodias bufonescas y los acertijos narrativos, antes de morir encarcelado por el asesinato de su doble mental, el famoso dramaturgo Clare Quilty, que le roba a Lolita para prostituirla después en su rancho bohemio y de quien ella, sin embargo, está perdidamente enamorada. Así que “Lolita” es también un perverso inventario de los abusos verbales del tándem Nabokov-Humbert con la promiscua lengua de Shakespeare. A esto aluden las líneas finales al hablar del refugio y la inmortalidad del arte.
Otro aspecto fascinante de la novela es su descripción hiperrealista del paisaje americano de la época: el primer trampantojo pop de la América de la sociedad de consumo escrito por un representante elitista de la decrépita alta cultura europea. Esta dimensión estética transforma “Lolita”, como ratifica la espléndida película de Kubrick, con brillante guion del escritor, en la crónica del final de la dependencia de Estados Unidos respecto de la cultura europea y el comienzo de la fascinación de los europeos por la vulgaridad comercial y vitalidad filistea de la cultura de masas americana, de la que la nínfula Lolita (“minibovary en minifalda o bañador”, como la describe Julián Ríos), consumidora activa de sus productos más banales, y la novela “Lolita”, éxito masivo e icono mediático, son hitos y mitos inmortales.

1 comentario:

miguel guerrero dijo...

muy bueno, como no, o como siempre.
aquí dejo, con permiso, por si alguien quiere leerlo, mi acercamiento, en tono juguetón, a la lolita del gran nabokov
quierolacabezamiguelguerrero.blogspot.com