viernes, 24 de agosto de 2018

MENOS PELÍCULAS



[Publicado en medios de Vocento el martes 14 de agosto]

Como las películas del verano no son gran cosa, más vale fijarse en otras películas que nos asaltan desde la pantalla de la realidad. Nos guste o no, la “uberización” del mundo es un fenómeno imparable y la violencia de los taxistas apenas si puede frenarla. Este nuevo mundo de relaciones necesita nuevas regulaciones acordes. Mientras tanto seguiremos prisioneros de políticas anticuadas. La doble condición de lotero y taxista de uno de sus líderes más agresivos me recuerda el pacto laboral del franquismo con las clases populares. Lotero y taxista es un título nobiliario digno de ese populismo franquista que Azcona y Berlanga no se cansaron de denunciar con humor negro. No falsifiquemos nuestro pasado menos ilustre y así, cuando el cadáver de Franco sea desahuciado de Cuelgamuros, podremos comenzar a mirar al futuro sin avergonzarnos.
Otra película de terror actual es la inmigración. La Europa de los mercaderes se blinda contra la invasión africana y España pretende combatir, aliándose con Francia y Alemania, la xenofobia de otros socios privilegiados del club. No sé qué bando ganará, pero los que pierden a diario son toda esa gente desesperada que en cuanto posa un pie en una playa andaluza sueña con un paraíso de derechos y riquezas que no existe ni para los nativos. Muchas almas generosas se desgarran por el drama humano de la inmigración, pero pocos se preguntan por qué la Europa tecnócrata no evita el expolio que está destruyendo el continente donde nacieron nuestros primeros ancestros. Europa no supo detener la masacre bosnia y no sabe gestionar la catástrofe africana en su origen. Cuando hombres, mujeres y niños cruzan las fronteras pidiendo asilo no se convierten en un problema por querer disputarnos nuestros privilegios, como dicen los políticos más desalmados. Los inmigrantes ilegales son un problema porque nos recuerdan nuestra responsabilidad en el desastre en que vive sumida hoy la población africana.
            Estoy harto de películas biempensantes. Este país padece un mamoneo insostenible y los inmigrantes ni se lo imaginan. Tener o no tener un grado o un doctorado es tan irrelevante, en el fondo, que mucha gente lo obtiene por enchufismo. Pero quien lo obtiene por medios legales tiene serios motivos para sentirse engañado frente a quienes lo adquieren por la cara o el carné, como los puestos y los cargos asociados. Me da igual la afiliación, pasa en todos los partidos. Y en la universidad pública y en instituciones de cuyo nombre prefiero ni acordarme. Apenas hay diferencias en esto de la corrupción y prevaricación sistémicas, aunque parezca haberlas en otros asuntos, como la inmigración. Y así nos va en el contexto global.  Como no cambiemos, el exigente porvenir nos pondrá en muy mal sitio. Conozco algunos remedios caseros. Más estudio, más méritos, más esfuerzo y, por favor, menos películas.

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