Como
sabía Dalí, uno de los grandes ilustradores de esta novela, el hombre moderno
no es sádico sino masoquista. Profundamente masoquista. El masoquismo
cristalizó en la obra y la vida de Sacher-Masoch para luego difundirse como un
virus por toda una cultura donde la bancarrota del patriarcado y la insurgencia
del feminismo encontraron en esa moral particular un fermento ideológico.
Cualquiera que haya visto las películas de Josef Von Sternberg con Marlene
Dietrich sabe que las irriga un genuino sentimiento masoquista, desde la
relación del director con la fascinante actriz a su modo de inventarle
personajes y escenarios de ficción para realzar sus encantos y atractivo, con
los que subyugaba a los personajes masculinos y los conducía a la perdición
como en El ángel azul,
La emperatriz escarlata, Agente especial o, la más masoquista de todas, El diablo es una mujer, basada en la novela de otro erotómano de
signo masoquista como Pierre Louÿs, en la que también se inspiró Buñuel para
torturar a Fernando Rey con dos diablesas de fuste como Angela Molina y Carole Bouquet
en Ese oscuro objeto del deseo.
[Leopold Von Sacher-Masoch, La Venus de las pieles, trad.: Elisa Martínez Salazar, ilustraciones: Manuel Marsol, Sexto Piso, 2016, págs. 167]
Todo el que ha amado alguna vez conoce la experiencia. Nietzsche decía que no sabe nada del amor quien no ha
aprendido a despreciar el objeto de ese amor. A lo que se podría añadir,
invirtiendo el planteamiento demasiado severo del filósofo alemán, que tampoco
sabe nada del amor quien no ha aprendido a sentirse despreciado por la persona
amada. Esa vivencia genuina, que hace de todos los amantes, de uno u otro sexo,
masoquistas potenciales, encierra un coeficiente de goce tan intenso como el
amor correspondido. Todo el que lo probó lo sabe. Como lo experimentó en carne
propia Sacher-Masoch, ese gran escritor polaco que hoy es reconocido como
ucraniano aunque su verdadera patria sea la de la literatura entendida en el
sentido integral de desveladora de verdades humanas inaceptables por la cultura
o la moral.
En la literatura,
Sacher-Masoch encarna la figura de ese escritor que pretende trasladar al libro
las pasiones que le hacen temblar de pies a cabeza y las ideas ardientes en las
que cree y agitan su inteligencia. Sacher-Masoch proyectó una vasta colección de
obras agrupadas bajo el título El legado
de Caín, donde abordaría los seis temas más importantes de la historia
humana: el amor, la propiedad, el dinero, el Estado, la guerra y la muerte.
Nunca finalizó tal empresa pero en el primero de los temas propuestos (el amor)
dejó valiosas ficciones, entre novelas y relatos, y una obra maestra, La Venus de las pieles. En esta se
cuenta la historia de cómo el joven esteta Severin obliga a su amada Wanda, la
bella viuda pelirroja y libertina de pro, mediante un contrato libremente suscrito, a convertirlo
en su esclavo y adoptar, en privado y en público, el rol de dominatriz erótica hasta
las últimas consecuencias. Esta historia singular se inspira en las turbias relaciones
de Sacher-Masoch con su amada la baronesa Fanny Von Pistor.
El masoquismo como
patología malsana es el invento de sexólogos mojigatos más obsesionados por las
etiquetas que por los deseos reales del cuerpo y de la mente. El masoquismo,
como el amor cortés, es la experiencia de signo romántico que subvierte las
jerarquías patriarcales para que el hombre aprenda a gozar con la superioridad
de la mujer y la devaluación de su virilidad. Todo el placer deriva para él de
la sumisión, la humillación y la obediencia servil a los caprichos del ama y
señora de sus deseos.
Hay dos aspectos innovadores
en la novela. Uno de cariz estético y otro ético. Como ya advirtiera Gilles
Deleuze
en su magnífica Presentación de
Sacher-Masoch, uno de los rasgos más notables de la literatura de Sacher-Masoch
es su tendencia a incorporar simulacros artísticos, ya sean estatuas o cuadros,
para intensificar la pasión voluptuosa con artificios, insuflándole la fuerza del fantasma y el fetiche (como acertó a prolongar, en la vida y en el arte, otro gran escritor y pintor masoquista como Pierre Klossowski). Muy influida por la
pintura de Tiziano, La Venus de las
pieles ofrece así una surtida galería de obras que evocan los intensos placeres y
bellezas del acto masoquista y se recrea, además, en las poses corpóreas y los
detalles sensuales del ropaje (pieles animales y tejidos suntuosos) con que Wanda
recubre su exuberante carnalidad.
La dimensión ética,
en cambio, contradice las tentativas de tildar a Sacher-Masoch de misógino. En
este sentido, podría considerarse La Venus
de las pieles un cuento amoral. Cuando Severin hace de Wanda una diosa para
poder adorarla como esclavo, está subvirtiendo las relaciones de poder
convencionales, aquellas que corresponden a un régimen donde la desigualdad de
género es la norma. Pero cuando, hastiado de la crueldad y esterilidad de la
experiencia, descubre que no se podrá acabar así con los males de la opresión patriarcal,
se niega a seguir participando del juego viciado y enuncia una moraleja intempestiva: “Que la mujer, tal y
como ha sido creada por la naturaleza y como la educa actualmente el hombre, es enemiga del varón y únicamente
puede ser su esclava o su déspota, pero nunca su compañera. Esto sólo será
posible cuando ella goce de los mismos derechos que él, cuando sea igual a él
por medio de la formación y el trabajo”.
Esta verdad política,
146 años después de la primera edición del libro, debería resonar como un mantra
contra el maltrato, la explotación y el abuso. Y hacer
de este libro perturbador una lectura obligatoria en todas las escuelas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario