Mi columna de ayer en medios de Vocento.
Sea creativo y atrévase a convertir la entrañable Navidad en
una celebración de la inteligencia.
Está
demostrado. Los hombres rebajan su inteligencia a mínimos neuronales en cuanto ven
el cuerpo desnudo de una mujer. Un reciente estudio lo ha revelado para
escándalo de notorios miembros de la comunidad científica, retratados en sus
pretensiones. Sus grandes descubrimientos se los deben únicamente, como decía
un chistoso, al escaso porcentaje de féminas sin ropa que han examinado fuera del
laboratorio. Las mujeres han protestado contra esa actitud machista, sin
reparar en el poder pasivo que les otorga, señalando que solo la visión de un
bebé podría obnubilar su inteligencia hasta ese punto.
Un niño
de cuatro años, precisamente, hijo de un ex directivo de la Paramount, es el responsable
del máximo error cometido por Hollywood en lo que va de siglo. Un bodrio multimillonario
concebido por la tierna criatura en un arranque de precocidad creativa que la productora
no se atreve a estrenar en estas fechas familiares por miedo al fracaso en
taquilla.
Hay demasiadas
cosas en la vida que derrotan a la inteligencia. La Navidad, sin ir más lejos. No
debemos, sin embargo, resignarnos a los dictados de la tradición. Propongo algunos
consejos prácticos para avivar la inteligencia en las celebraciones que se
avecinan. Sea creativo. Atrévase a preguntar por todo lo que siempre quiso
saber sobre la Navidad y no tema pasar por aguafiestas. Obligue con amabilidad
a sus invitados o anfitriones a explicarle qué se celebra y por qué, desde
cuándo y con qué fin. Sométalos al test infalible. Haga que le cuenten la
historia en detalle, sin mirar de reojo a las figuras del Belén para inspirarse.
Pregúnteles
por qué están dispuestos a vulnerar los tabúes que rigen su vida alimenticia,
libre de grasas, en nombre de creencias que no comparten o consideran
trasnochadas. Cultive la ironía del champán para encuestar a los presentes
sobre el gran despliegue eléctrico en calles y avenidas. Pídales opinión sobre
la espectacularidad de las luces y el acontecimiento oscuro que festejan. Ya se
sabe que las historias cuanto menos se entienden más funcionan.
Celebre
la entrada del nuevo año con una sonrisa, anticipando la cantidad de buenos deseos
que irán a la basura antes de un mes, sin posibilidad de reciclado. No se
atragante contando las doce uvas que marcan un tiempo inexistente. Aproveche
las campanadas para hacer balance. Examine su conciencia. Piense en lo hecho
durante el último año para superarse. No se engañe. Sea honesto. Es lo mismo
que hará el año siguiente.
Ríase de
todo, con ganas, en vez de atiborrar su boca con manjares indigeribles o brebajes
explosivos, ejercite la risa saludable con desenfreno. Aprenda a decir que no,
con educación, sin grandilocuencia. Si es usted inteligente de verdad, no
pregunte por los regalos. Eso déjeselo a los niños, que necesitan seguir
creyendo en las ilusiones de este mundo.
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