Razas, no colores; gente, no tonos fijados en un
lienzo; personajes, no siluetas de sombra y luz. Es lógico que Obama haya
celebrado las grandes virtudes de una primera novela como esta escrita por una
joven mujer negra en una época en que el “Black Lives Matter” domina el escenario
ideológico americano con su denuncia de los crímenes del racismo institucional.
Es comprensible que la gran novelista Zadie Smith, más allá de que Leilani sea
su discípula, haya alabado los méritos literarios de una novelista tan hipersensible
como inteligente en su retrato de una vida americana sometida a turbulencias inefables
y mutaciones tan sutiles que escapan a la mayoría de los observadores y
comentaristas mediáticos.
En su debut como novelista, Leilani ha logrado
mucho más que un éxito artístico: “Brillo” es un documento esencial sobre lo
que está sucediendo en la América del siglo XXI. Es una magnífica noticia,
además, que una escritora como Leilani se sume al contingente de narradoras
blancas, como April Lawson o Kristen Roupenian, que mantienen el pulso
literario y la tensión estética en la representación de una realidad y unas
formas de vida que ya no encajan en los tradicionales formatos narrativos.
La fácil lectura que se puede hacer de esta novela brillante es la generacional. Leilani tenía casi treinta años cuando la publicó y Edie, su narradora y protagonista, es una veinteañera obsesiva, deslenguada y promiscua. En “Brillo”, Leilani tiene el acierto de hacer lo que corresponde a una escritora de su edad y de su tiempo: tomarse todas las libertades imaginables a fin de sumergirse sin tapujos ni tabúes en las turbias aguas de la vida contemporánea. Una novela intensa que comienza con la chica quitándose la ropa interior en su trabajo porque se lo pide con delicadeza, a través de internet, un blanco cuarentón llamado Eric, que luego devendrá su tortuoso amante, y acaba con esta misma chica, después de un cúmulo de desventuras, asumiéndose como artista al pintar desnuda a Rebeca, la esposa de Eric, no puede ser, bajo ningún concepto, una novela convencional. Una de esas novelas que solo pretenden explotar los encantos y la frescura de la juventud para deleite de lectores maduros. Todo lo contrario.
El “brillo” del título es el lustre con que los
cuerpos y los objetos resplandecen cuando tienen vida o son nuevos, atractivos
y jóvenes: el lustre del barniz en un cuadro o un mueble, el lustre de la piel
y la mercancía, el lustre que se desgasta con el tiempo. Huérfana y desahuciada
de todo, sus estudios, su trabajo, sus relaciones, su vocación, sus amoríos y
hasta un sórdido apartamento compartido, la atrevida Edie se infiltra por azar en
la residencia privada de Eric y Rebeca como un agente provocador al que sería
más peligroso dejar fuera que acoger con cierta generosidad. Edie ingresa en la
situación perfecta para descubrirse como ser humano marcado por el sexo y la
raza, además de por la edad, y, todavía más importante, encontrar en la intimidad
perturbadora de esa casa familiar los fundamentos de una sensibilidad pictórica
plagada antes por las dudas, la dificultad y la fragilidad.
Es hermosa la idea de que Edie establezca en el espacio doméstico conexión mental con Akila, una niña negra adoptada e inadaptada, que necesita expresarse a través de la ficción escrita sobre el mundo de los superhéroes, y que sea ese el punto de apoyo que la ayude a creer en su singularidad personal. Como también es una idea ingeniosa que Rebeca ejerza como médico forense y que la vocación artística de Edie se realice finalmente cuando la misteriosa mujer de su amante, tras un aborto aséptico, la invite a pintar los cadáveres que disecciona y luego a ella misma desnuda.
HBO ya está
produciendo la serie.
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