Es raro lo que está pasando. Después de dos
años, nadie se cuestiona en serio la versión oficial de la pandemia. Está muy
bien que los gobiernos hayan actuado con responsabilidad. Es más difícil entender,
sin embargo, cómo quienes han exigido un sacrificio enorme a la población no
han pedido a su vez explicaciones a otros. Cualquiera vería aquí algo extraño.
Tardo en enterarme de que el virus fluye como el aire entre mis ciudadanos,
cuando lo hago les impongo restricciones intolerables, pero ni se me ocurre preguntar
de dónde viene la covid. Y resulta que los que no se vacunan, o lo hacen a
regañadientes, o se rebelan contra las mascarillas, son enemigos públicos,
mientras los causantes reales de la pandemia siguen disfrutando de una
impunidad mafiosa.
Ahora me pongo la mascarilla, ahora me la
quito, como en un baile de carnaval. Este es el rigor de la gestión que nos ha
traído a este escenario. Decido el martes prorrogar la obligación de su uso exterior
y el sábado, porque lo dictan los que mandan de verdad, anuncio que ya no tiene
sentido. No hay visión, lo vemos a todas horas, en todos los canales, y
Eurovisión genera una polémica tercermundista sobre una conspiración cutre entre
el mismo público que se niega a preguntarse por el origen del virus, qué
curioso. Eurovisión no es, desde luego, el modelo sostenible para una Europa
sin visión. Lo de las tetas cantarinas de la mamá podemita es solo otro necio episodio
nacional, indicio de la confusión imperante, como la chapuza política de la
reforma laboral. La prueba del desnorte europeo es que la OTAN, treinta años
después de la caída del imperio soviético, aún funciona como aglomeración de pequeñas
naciones que buscan refugio bajo el ala aleve del gigante americano por miedo a
los peligros del mundo global.
Escucho a un experto comentar sin ironía que la pandemia es el pretexto perfecto para forzarnos a digitalizar la identidad y no me sorprende. Pese al fracaso de las criptomonedas, donde la generación del milenio depositaba tantas ilusiones, no tardaremos en vernos prisioneros de una cripta digital construida con algoritmos. El ruido infinito de las redes y el caos de internet anticipan los designios del porvenir. Un mundo nuevo y radiante. La utopía de la información y el control. Después de ser, durante siglos, carne de cañón para el poder, pasaremos a ser, por los siglos de los siglos, carne cibernética y hueso de datos y metadatos. Amén, dice y bendice Xi Jinping desde el foro de Davos.
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