Anthony Burgess (1917-1993) es uno de los grandes
fabuladores ingleses del siglo XX y un narrador inventivo e ingenioso. “La
naranja mecánica” (1962), a pesar del menosprecio de su autor, es una de las
obras que demuestra su originalidad y singular talento. Concebida de modo
sinfónico como una narración que constaría de veintiún capítulos distribuidos
en tres partes simétricas de siete capítulos cada una, “La naranja mecánica” es
un paradigma de la inteligencia con que un novelista puede tramar sus historias
a partir del simbolismo numérico.
Burgess escribió antes una novela corta en un
idiolecto basado en el modo expresivo de los grupos adolescentes que
idolatraban la música pop y rock de comienzos de los sesenta. Durante una visita
a la URSS descubrió que los jóvenes allí eran tan insurgentes como los
ingleses, vestían como dandis y hablaban un argot exclusivo. Entonces decidió
reescribir esa primera versión en una lengua inventada (el “nadsat”) que fuera
tan creativa como la del “Finnegans Wake” de Joyce, uno de sus modelos más admirados,
pero que representara al mismo tiempo una síntesis verbal de la lengua
literaria isabelina y las jergas juveniles habladas en los dos grandes imperios (soviético y anglo-americano) enfrentados durante la guerra fría.
En esa pretensión estética, además de una
tendencia a los juegos de palabras y los retruécanos joycianos, Burgess
expresaba también un cierto coeficiente de cobardía como novelista, como él
mismo reconoció. De modo que el peculiar estilo narrativo de la novela actúa
para Burgess como profiláctico eficaz contra la pornografía de la violencia y
el sexo que abunda en sus páginas y que haría de “La naranja mecánica” una obra
favorita entre los movimientos contraculturales y las subculturas musicales de
los sesenta. No fue Kubrick, por cierto, el primero en adaptar la novela. Mucho
más rápido se mostró el artista pop Andy Warhol, quien hizo suyos en 1965 los
planteamientos de Burgess y los trasladó a las coordenadas de su factoría neoyorkina
de productos underground en una versión vanguardista titulada “Vinyl”.
Todo el mundo conoce la truculenta historia de
Álex, el adolescente proletario amante de la música clásica que dedica su ocio
nocturno a las sesiones de ultraviolencia, en compañía de su pandilla de
colegas, hasta que el Estado lo encarcela, lo somete a un experimento científico
y lo transforma en una criatura inofensiva antes de que vuelva a las andadas y
luego, en el último capítulo, decida madurar. No es tan conocida, sin embargo,
la anécdota traumática que dio origen a este panfleto contra la animalidad
juvenil. La primera mujer de Burgess (Lynne Jones) fue violada durante el apagón londinense
de 1944, estando embarazada, por un grupo de cuatro soldados americanos. El
fantasma de esa violación y el aborto posterior persuadieron a Burgess de que la
malvada conducta de los jóvenes era un grave síntoma de decadencia cultural y degeneración moral.
La figura ficcional del escritor F. Alexander significa
un guiño autobiográfico ya que este también escribe un libro titulado “La
naranja mecánica”, donde defiende el libre albedrío y ataca los programas
estatales que pretenden intervenir sobre la libertad individual. La casa de
Alexander es asaltada una noche por Álex y su banda y su mujer violada y
asesinada. Las coincidencias son absolutas, pero Burgess no es un escritor
patético ni melodramático, sino uno de los grandes narradores cómicos del siglo
XX. Por lo que la ironía con que afronta la historia de la novela la aplica
hasta el final, cuando el lector aprende que el escritor subversivo que propugna
la libre elección moral, como el católico Burgess, ha sido encerrado en un
manicomio para proteger al enemigo público de su venganza.
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