[Publicado hoy en medios de Vocento]
La
otra noche me aburría y me fui de turismo por la República digital catalana. Me
pareció un lugar encantador, idílico e inofensivo, y no entiendo por qué el
gobierno español quiere eliminarlo como si fuera un atentado constitucional.
Allí, hasta donde yo sé, no existen el terrorismo callejero, la quema de
contenedores, el diluvio de piedras, las cargas policiales, los discursos
incitando a la violencia. No veo qué daño pueda hacerle a nadie esta Cataluña
de barretina y sardana. Fue un paseo instructivo y entretenido por un pequeño país
de opereta decimonónica. No imaginaba que internet pudiera funcionar como
solución técnica al amargo encono de ciertos conflictos y me llevé una grata
sorpresa. Espero que Sánchez haga lo propio con el sanchismo si pierde las
elecciones. Mudarlo a la red. La Ínsula Barataria sanchista serviría como sede digital
para ir preparando, junto con sus infalibles asesores, el retorno del líder
derrotado.
Esto del
parasitismo se está volviendo un mal sistémico. En este mundo todo vive en
condición parasitaria y hasta presume de ello. Sánchez parasita la Moncloa y el
ideario de su partido del mismo modo que Torra y Puigdemont parasitan la identidad
de Cataluña y no la dejan ni respirar. Otro tanto hacen Vox y el PP con la
marca España, idea devaluada por el abuso retórico, el simbolismo endeble y la
gestión corrupta. La momia recién desalojada de Cuelgamuros parasitó la vida
española durante demasiado tiempo con sus valores fachas y quizá aún lo haga.
Ahí donde menos se espera salta ahora el parásito franquista. En cada comunidad
autónoma hallamos también formas de parasitismo institucional muy arraigadas entre
la fauna ibérica. Pero lo peor es que incluso las campañas electorales se han
vuelto parasitarias de la política. En las próximas elecciones, lo primero es decidir
si votar, en esta ocasión, es darle o no la razón a los parásitos. Y, una vez
resuelto el dilema, dilucidar qué partido es menos parásito o qué líder está
más predispuesto al parasitismo del poder. No olvidemos que el parásito es
enemigo de cualquier innovación y la democracia, en definitiva, es el sistema más
útil para poner a los parásitos en su sitio.
Vuelvo ahora
a mis paseos machadianos por los algoritmos de la Cataluña digital y pienso que
debemos aprender la lección. Al final va a ser verdad que internet se creó para
escapar de las leyes de este mundo. Con dinero virtual y repúblicas cibernéticas,
la felicidad futura de los ciudadanos está garantizada. Aunque no tardarán en
aparecer parásitos informáticos, tengamos el atrevimiento de fundar una nueva España
digital, huyendo de los males de la España real. Una España libre de
oligarquías y monarquías. Una República tecnológica donde nuestros sueños
históricos y las promesas incumplidas de la Transición puedan realizarse sin
trabas. Una España sin parásitos.
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