[Publicado ayer en medios de Vocento]
Mírame a
la cara, eso te está diciendo. Míralo a la cara. No tengas miedo. Míralo
fijamente a los ojos. Esos grandes ojos negros. ¿Qué ves en ellos? Díselo. No
le mientas. En esto no se te permite mentir. Veo la verdad, dices. Veo la
verdad de la vida. Veo la muerte. En tus enormes ojos vacíos, le dices, no veo
otra cosa que la muerte. Veo mi muerte reflejada. Y el toro te mira entonces
con más ahínco, esperando tus palabras finales. Veo mi muerte, sí, pero solo si
tú eres capaz de procurármela. Solo si eres más hábil, fuerte o astuto que yo.
Solo si me vences. Si no, en tu cuerpo muerto y tendido en el ruedo veré la vida.
En tus ojos muertos veré el resplandor de la vida. Mi vida, no la tuya,
sacrificada para que yo siga viviendo. Para que yo siga entendiendo el sentido
de la vida, que no es otro que vencer a la muerte, día tras día, minuto a
minuto.
Todo eso veo ahora en tu cadáver de animal asesinado, le dices sin
derramar una lágrima por su destino cruento. Él sabe a lo que jugaba y tú
también. Te dirán que él no te ha buscado. Te dirán que tus ojos pequeños y
vivos se han enfrentado a los suyos por tu propia voluntad. Que a él no le
conciernen las verdades que tú buscas en el pozo de su mirada insondable. Eres
tú quien necesita de ese enfrentamiento para volver a sentirse vivo. Él solo
participa a su manera pasiva. Pero tú sabes que no es así. El destino del
animal y el tuyo deben dirimir en cada encuentro su lugar en el mundo. El filo
de la espada divide el espacio que os corresponde a cada uno. Los que te
reprochan tu crueldad no entienden nada de la existencia del humano en la
tierra. Los que te critican solo ven en los ojos de la fiera la tibieza y
vacuidad que aflige sus corazones. Son los mismos que miran una pantalla de
ordenador sin entender el mensaje de muerte cifrado en sus dígitos y algoritmos.
No comprenden que no hay ningún desprecio en tu gesto sino amor. Amor al humano
y amor al animal.
El animal no es mi igual, insistes ante el tribunal que te
juzga. Amo al animal porque no se parece en nada a mí, no comparte mis
debilidades y bajezas. Es un ser más perfecto que yo. Cuando veo el sufrimiento
humano no puedo sentir lo mismo que cuando veo el sufrimiento animal. Conozco
la parte de impostura que hay detrás de todo drama humano. Incluso de los más
graves. Los humanos hemos nacido para la comedia y el melodrama de la vida
aunque al final nos enfrentemos a la tragedia de la muerte. El animal no. Hay
algo sagrado en el animal. Algo divino, que los humanos, siendo también
animales, nunca conoceremos con esa pureza e intensidad. El dolor del animal es
intolerable. Maldito aquel que inflija penalidades al animal, decían los viejos
dioses misericordiosos. Yo digo más. Nadie tiene derecho a hacer daño a un
animal. Nadie debería maltratar a un animal excepto si se juega la vida en el
lance. El precio por torturar a un animal no deber ser otro. La muerte. Esa es
la verdad inaceptable de la vida.
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