[Slavoj Žižek, La
vigencia de “El manifiesto comunista”, Anagrama, trad.: Damián Alou, 2018, págs.
77]
Viendo con
gran interés hace unos días la película El
joven Karl Marx (Raoul Peck, 2017) sentí el poder de la representación
fílmica del pasado con especial excitación en una secuencia: aquella en que
Marx corrige a Engels mientras escriben a dúo el Manifiesto comunista, sugiriéndole para la primera línea “un espectro”
en lugar de la expresión mucho más convencional “un hombre del saco”. La que
habría de ser una de las frases más revolucionarias de la historia política occidental
se gestó de ese modo como un acto de escritura: un choque estilístico entre la fúnebre
fantasmagoría de Marx (“las generaciones de los muertos gravitan como una
pesadilla sobre el cerebro de los vivos”) y la escasa imaginación literaria de
Engels. Un espectro recorre Europa, pues…
"En sus motivaciones, cuando no en sus pretensiones, el
marxismo es, en el fondo, un pensamiento poético que no tiene paciencia para
llevar sus conclusiones hasta sus últimas consecuencias".
-Paul de Man, Visión y
ceguera, p. 268-
Un espectro recorre hoy el mundo. El espectro
del capitalismo, nadie se engañe, no el del comunismo. Eso hemos avanzado desde
la publicación de “El manifiesto comunista” en 1848. Lo que da una idea del
desastre en curso. Cien años después de la Revolución soviética y a casi treinta
años de la caída del Muro de Berlín, aún hay quien le da vueltas a la tesis de
que la historia, por alguna perversa razón, no acaba de terminar o ha entrado
en un bucle peligroso. Žižek no es uno de ellos, desde luego. Y lo deja claro
en este libro, partiendo de la tesis de que el capitalismo nunca se ha parecido
tanto como ahora a las ideas de Marx, es decir, nunca ha sido el capitalismo
tan “marxista”, por decirlo con ironía, tan idéntico a los análisis dialécticos
de Marx sobre la efectividad de su maquinaria.
En esta situación turbulenta, cabe preguntarse
muchas cosas, por supuesto, pero la última de ellas no sería si el marxismo, en
el fondo, no ha hecho mejor al capitalismo, enseñándole el camino a seguir con
los trabajadores, las clases y la economía. Marx estaba convencido de que una
grave crisis daría al traste con la mecánica capitalista y se equivocó, como piensa
Žižek. El comunismo solo pudo apoderarse de los medios de producción en países
periféricos. Marx creía en una revolución comunista que tuviera lugar en
economías plenamente desarrolladas como Inglaterra, Francia o Alemania. Entendía
el comunismo como la fase siguiente a la tarea revolucionaria llevada a cabo
por el capitalismo mismo en lo social, lo económico, lo cultural, lo
tecnológico y lo político. En países tercermundistas, el comunismo sería, como
predijo Marx, una triste y grosera parodia de su ideal humanista de superación
de la historia y final de la lucha de clases, por expresarlo en términos
marxianos.
Recordemos que la filosofía occidental, en un
momento histórico concreto, padeció una bifurcación estéril entre pensadores
inspirados por Nietzsche y pensadores influidos por Marx. Uno estaba fascinado
con la génesis de la moral convencional y la voluntad de poder con que esta se
imponía sobre los humanos para impedirles desarrollarse en libertad y proponía una transvaloración de valores como alternativa y otro con el
origen del capital y el funcionamiento real del capitalismo y la posibilidad de transformarlo liquidando sus antinomias e iniquidades. Como se vio a
finales del siglo XX, acaso el mejor modo de combatir el pensamiento único y
restaurar el poder de la inteligencia política sea unir a ambos filósofos. Marx
con Nietzsche o Nietzsche con Marx,
tanto monta o desmonta uno como el otro (así lo hicieron, cada uno a su manera, Foucault, Deleuze, Lyotard, Baudrillard, Klossowski u Onfray, por citar solo algunos ejemplos). El hegeliano Žižek no parece contemplar esta opción de síntesis,
dando por muerto al pensador que proclamó la muerte de Dios, creyendo que solo
en este punto podrían encontrarse. Se equivoca. Los temas capitales de ambos,
combinados, refuerzan la interpretación crítica del estado de cosas y redundan
en la posibilidad de cambiarlo. Por sí sola, lo que Žižek llama la promesa del
“horizonte comunista”, como se ha demostrado una y otra vez en el pasado, carece de futuro.
En este contexto confuso, tiene gracia evocar “La
saga de los Marx”, una estupenda novela de Goytisolo publicada en 1993 y
escrita como respuesta a la instalación de un nuevo orden mundial capitalista y
neoliberal tras el colapso comunista, donde se hacía esta reflexión irónica,
anticipando la perspectiva de Žižek: "la desaparición del sistema marxista
como forma de gobierno, no auguraba a la vez la necesidad irrebatible de un
nuevo Marx?". A estas alturas, no sé si Žižek se considera este nuevo Marx
o se limita a anunciar, como los profetas bíblicos, la venida del nuevo mesías
o la insurrección de un Neo salvador al estilo “Matrix”. Pero este ensayo polémico
devuelve a Marx a la actualidad y enseña una lección a quien pretenda pensar el
tiempo presente con cierta agudeza. Mientras exista el capitalismo, para bien y
para mal, en cualquiera de sus avatares o modalidades, seguiremos necesitando a
Marx.
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