[Philip K. Dick, Dr. Bloodmoney, trad.:
Domingo Santos, Booket, 2017, págs. 272]
Dice Dick en el epílogo que el fallo
de esta novela, desde un punto de vista narrativo, es que el Fin del Mundo
sobre el que se construye la trama no tuvo lugar en realidad. Es irónico este
comentario del gran maestro de la ciencia ficción especulativa. La ciencia ficción
o es especulativa o carece de valor. Por eso Dick, al reconocer que se equivocó
en sus predicciones sobre la Tercera guerra mundial, como le reprocharon algunos
lectores superfluos, no hace sino constatar cuán acertados eran los trágicos planteamientos
con que concibió su novela.
Un apocalipsis nuclear que no tendrá lugar es
mucho más sugestivo para jugar con las delirantes posibilidades de la ficción. La
ciencia ficción es el género realista por excelencia, en la medida en que esta
narrativa plantea a la realidad las preguntas fundamentales que esta no puede
responder sin dejar de ser lo que es. Un simulacro cultural y tecnológico. Y es
por esta razón por la que Dick, una mente generadora de conceptos originales con
hipersensibilidad para la realidad americana de su tiempo, es el creador supremo
del género.
“Dr. Bloodmoney” es una de sus
grandes novelas, la más deslumbrante quizá si se considera la complejidad de la
trama y las subtramas, la fascinante galería de personajes principales y
secundarios y la riqueza de ideas con las que nutre la imaginación de unas y
otras. En el principio está el truculento Armagedón que se precipita sobre el
mundo como consecuencia de la enfermedad mental, una combinación de psicopatía
paranoica y megalomanía religiosa, de un científico de origen alemán llamado Bruno
Bluthgeld (“Bloodmoney”/“Dinero sangriento”). El doctor Bluthgeld, perseguido
por nazis y comunistas y asilado en Estados Unidos, como tantos científicos
sospechosos de connivencia totalitaria, acaba desatando una catástrofe atómica en
1972 y otra en 1981.
La primera parte de la novela, más breve,
transcurre justo antes de la segunda catástrofe, en un mundo donde ya existen
seres humanos afectados por la radiación o con malformaciones causadas por fármacos (como Hoppy Harrington, un “focomelo” que pasa
de víctima a verdugo a lo largo de la trama), y la segunda parte en 1988, siete años después de la
hecatombe, en un mundo devastado donde existen criaturas mutantes y animales inteligentes,
y donde los seres humanos supervivientes se refugian en pequeñas comunidades urbanas
o rurales. Es extraordinario para la época que entre los protagonistas de la historia
se cuenten un afroamericano emprendedor (Stuart McConchie) y una mujer finalmente
liberada de ataduras familiares y conyugales (Bonny Keller).
Otro personaje esencial es el astronauta Walt
Dangerfield. En 1981 iba a ser junto a su mujer Lydia la primera pareja en
poblar Marte, como nuevos Adán y Eva de la Era espacial, pero el bombardeo alteró
la trayectoria de su cohete y quedaron atrapados en la órbita terrestre. Desde
entonces, antes y después de la muerte de su mujer, el disc-jockey Dangerfield
se dedica a aportar consuelo y entretenimiento a la vida humana a través de sus
emisiones radiofónicas de música y literatura vía satélite. Esta alegoría de la
cultura mediática es una de las más ingeniosas invenciones novelescas de Dick.
“Dr. Bloodmoney” fue escrita en 1963 y publicada
en 1965, por lo que la influencia creativa de la película de Stanley Kubrick
“Dr. Strangelove”, en el título y el subtítulo (“Cómo nos las apañamos después
de la Bomba”) así como en determinado tratamiento de los personajes principales
y su papel en la trama, no es insignificante. De ese modo, Dick corrige el
nihilismo y el humor negro de la denuncia de Kubrick con una afirmación utópica
del poder para sobrevivir de la especie humana.