viernes, 28 de abril de 2017

NADIE ES PERFECTO



Nadie es perfecto, escribe mi confidente en el blog. Mira a López Madrid, prosigue “Garganta Profunda”, lo tenía todo a su favor y ha arruinado su vida metiéndose en los negocios más turbios con una incompetencia indigna de un becario. La historia de ese tío que se creía intocable, incluyendo su enredo con la dermatóloga fatal, merece una película o una novela, tú mismo podrías escribirla si tuvieras menos ínfulas literarias. A “Garganta Profunda” le sobra ironía.
Lo bueno de tener un blog es que conoces gente que en situaciones reales no se expresaría con tanta libertad. Cosechas insultos, calumnias, infamias, pero también algún mensaje instructivo, y terminas simpatizando con sus anónimos autores. De ese modo, “Garganta Profunda” pasó de comentarista ofensivo a informante incisivo. Se considera un experto en lo que denomina ebullición mediática.
Uno de sus primeros avisos se refería a los monarcas. No te metas con ellos, es prematuro, apostilla. Lo de Rajoy como testigo privilegiado del “caso Gürtel” me lo advirtió a tiempo. Si quieres triunfar como columnista, lo suyo es elogiar a Rajoy. Mantén el tema en suspenso, me aconseja, hasta que pase lo que tiene que pasar. Esto es solo el principio. La trama picaresca de Ignacio González y sus gánsteres matritenses, en cambio, déjasela a Inda. ¿Y Rato? De momento, mejor guardar silencio. Hay una élite resentida que desprecia a este país por razones históricas y solo piensa en saquearlo.
Trump cumple cien días como presidente, me dice, y su impopularidad es rampante. Pero eso no interesa a nadie, respondo. No creas, la cosa tiene su punto. Trump bombardea Siria y Afganistán para distraer la atención pública y reírse de los rusos, juega al escondite con el portaaviones más potente de su armada, enconando a los comunistas coreanos, mientras la dulce Melania consigue probar en los tribunales que no fue prostituta antes de casarse con su marido. No olvides que Trump asume la presidencia americana para hacer negocios lucrativos, como Ivanka con los jerarcas chinos, usando grandes plataformas de poder e influencia como la Casa Blanca. La guerra es la economía por otros medios. Si no fallan las estrategias comerciales, se conformará con simulacros explosivos que ofrezcan un espectáculo global y revitalicen la industria del armamento.
Tu amigo Houellebecq está equivocado, sentencia “Garganta Profunda”, el lepenismo nunca triunfará en Francia. Las cuentas electorales no salen. ¿No te alivia? Como el ISIS, la amenaza del fascismo es el fantasma terrorista que necesitan alentar las democracias para sentirse fuertes. Si vence, pierde todo su poder.
Cometo el error de preguntarle quién es y me responde sin rodeos: soy un robot. Nadie es perfecto, le digo bromeando. Desde entonces, no tengo noticias de mi confidente. Lo echaré de menos. Sin su inteligencia me veo incapaz de afrontar las semanas informativas que se avecinan.

miércoles, 12 de abril de 2017

ESPAÑA BAJO PALIO

            

España, en Semana Santa, se pone su disfraz más rancio y trasnochado.


Todas las primaveras el mismo golpe de estado espectacular y no nos acostumbramos. Las Vírgenes, los Cristos, los nazarenos, los legionarios, los penitentes de la España eterna tomando las calles por asalto para asombro de los turistas chinos y fastidio de minorías ilustradas. Ese es el plan de las vacaciones. Vírgenes lacrimógenas y Cristos desgarrados por una saeta y también turistas europeas despatarradas al sol.
Algunos nativos llaman cultura a esto y tildan de incultos a quienes no comparten el regusto populachero y supersticioso del evento. El porcentaje del PIB y el 21% de IVA son los signos de distinción de la verdadera cultura. En comparación, la Semana Santa cofrade se reduce a factoría local de imágenes religiosas del horror. Como si no tuviéramos bastante con las atrocidades de los telediarios.
El caso de Cassandra Vera escandaliza a la inteligencia. ¿Es Carrero Blanco una víctima de los sicarios etarras o un secuaz asesinado del dictador? ¿Reírse de Carrero es hoy una prueba de ingenio o un indicio de estupidez? Siempre estamos con lo mismo. La izquierda descolocada que rebusca en el vertedero del pasado motivos para sentirse fuerte. Y una derecha franquista que reconquista el territorio invadido, calle a calle, plaza a plaza, con eficacia medieval. ¿Y si detrás del asunto de la tuitera “trans” solo hubiera un pulso judicial por hacerse con el control de la opinión en las redes sociales?
La procesión prosigue, por dentro y por fuera. España es un país para viejos longevos en el que el gobierno, en un gesto electoralista, se gasta casi la mitad del presupuesto en pensiones. Y los jóvenes, que ponen la carne fresca y a menudo son carne de cañón, no encuentran su sitio en la vida ni un puesto de trabajo digno y duradero.
Al lado de mi casa, con gran despliegue de medios, acaba de instalarse una avanzada clínica de investigación genética. No descarto que algún día, entre sus servicios especiales, se cuente una terapia revolucionaria para combatir las taras genuinas de naciones y pueblos. España es un carnaval todo el año y no solo antes de la cuaresma. Las procesiones nos recuerdan que somos un país viejo en permanente crisis de identidad. Necesitamos una reconversión radical de las imágenes y máscaras de nuestra cultura y no repetir, año tras año, la misma pantomima melodramática de madres que sufren lo indecible por el suplicio de un hijo escarnecido para expiar los males del mundo capitalista.
La España folclórica tiene mucha fuerza y un tirón turístico innegable y la España ilustrada quizá solo sea un camelo para élites en bancarrota. A los políticos ambiciosos, como la nueva papisa andalusí, les conviene halagar el gusto mayoritario. En este país, si no comulgas con pasiones colectivas, te ponen enseguida el capirote y te sacan en procesión.

sábado, 8 de abril de 2017

GADDIS GANADOR


[William Gaddis, La carrera por el segundo lugar, trad.: Mariano Peyrou, 2017, Sexto-Piso, págs. 246]

…la propensión de la mente a simular, a fingir, a fabricar, a inventar. En otras palabras, a urdir una ficción que nos resulte conveniente. Es indudable que una notable capacidad para creer en lo ilusorio es un valioso atributo para un escritor a la hora de construir tanto sus personajes ficticios como su propio personaje. Por lo tanto, no es demasiado sorprendente descubrir que esta capacidad, con bastante frecuencia, se ve impulsada por un deseo igualmente notable por las bebidas fuertes...

-W. Gaddis, "Viejos enemigos con caras nuevas", p. 133-


La ironía americana es una de las grandes aportaciones culturales de Estados Unidos. Nada que ver con la ironía europea, mucho más amarga. Esa ironía solo puede surgir de un país joven que, a pesar de la apariencia de plenitud, sabe que sus bolsillos están agujereados y a su traje se le ven las costuras y los remiendos. William Gaddis es el máximo artífice literario de esa clase de ironía y este espléndido volumen de ensayos reproduce el mundo ideológico del que germinaron todas sus novelas.
Por si alguien no se acuerda, William Gaddis es, sin duda, el novelista norteamericano más influyente e importante de la segunda mitad del siglo XX. Sus cinco novelas abordan la influencia del capitalismo y el dinero en la sociedad moderna desde una perspectiva satírica no exenta de humor negro y un deslumbrante lirismo. Son narraciones oblicuas, elípticas, excesivas, plagadas de personajes grotescos y de diálogos y monólogos delirantes. Se trata de novelas, en suma, que no aspiran a la verdad, esa fábula consoladora, sino a alegorizar el sinsentido del mundo sin moralizar demasiado.
En el ideario irónico de Gaddis, los ganadores son los perdedores y los perdedores los ganadores y los mayores fabricantes de mentiras y ficciones, fabulaciones y mitos banales, no son los escritores sino los hombres de Estado, los políticos y los burócratas, los predicadores y los publicistas, los empresarios y los militares. En uno de los ensayos más instructivos, que da título al libro, Gaddis revisa el tema del fracaso en la literatura norteamericana para terminar demostrando que es el tema esencial de una nación y una cultura sobre las que la ideología capitalista del éxito gravita con tal fuerza que es imposible alcanzarlo y condena a sus ciudadanos al fracaso paradójico.
Conviene leer ese mismo ensayo fundamental para descubrir una de las ideas más potentes de cuantas Gaddis manejó en sus ficciones y reflexiones: “cuanto más ingeniosamente, cuanto más humanamente e incluso cuanto más cómicamente, en especial al exagerar la sátira, tratemos de captar la realidad –incluso se podría decir la verdad-, más vigoroso es el esfuerzo del Estado para huir de la realidad por medio de ficciones de tal magnitud y audacia que nos abruman y nos dejan llenos de admiración y desaliento” (“¿Cómo imagina el Estado? La suspensión de la incredulidad”).
La alianza innata del capitalismo y la tecnología y el aumento de la complejidad tecnológica como gran amenaza para individuos y sociedades, culturas y artes, es una de las preocupaciones recurrentes en el pensamiento de Gaddis. Así lo muestran su estudio truncado sobre la pianola y su agudo análisis de la guerra de Vietnam en clave informática de gastos militares, cálculos tecnócratas y bajas humanas.
Es interesante comprobar, en sus textos escritos para corporaciones o los discursos que redactó para otros, cómo la escritura de estos servía a Gaddis para canalizar opiniones que nunca habría asumido en primera persona. Este recurso a la polifonía y la ambigüedad es la técnica principal de sus novelas, donde la pluralidad de voces de los personajes termina neutralizando la tiranía de la opinión única o la voz dominante y mostrando un paisaje ideológico de una gran riqueza e ironía.
Dejo para el final un breve texto titulado “Madres”, donde Gaddis da voz a su madre para que formule una visión del mundo que encaja con su credo de novelista. Este juicioso consejo materno recibido por Gaddis cuando era apenas un artista adolescente sintetiza el sentido global del libro: “Bill, que no se te olvide que en el mundo hay mucha más estupidez que maldad”. 

martes, 4 de abril de 2017

LA (IN)SOPORTABLE LEVEDAD DEL CAPITALISMO ARTISTA

 [Gilles Lipovetsky, De la ligereza, Anagrama, trad.: Antonio-Prometeo Moya, 2016, págs. 339]

Todo lo que es sistémico se vuelve cargante. Se impone en la historia un valor sobre los otros y ya sirve de nivelador universal, de estándar a partir del cual se consideran los otros valores, aplastando cualquier atisbo de disidencia. La vida humana es dialéctica. Se alimenta de disenso y antagonismo. Oscila como un péndulo al ritmo cambiante de las necesidades, gustos y deseos de individuos y colectivos.
Milan Kundera se hizo famoso hace más de tres décadas centrando una novela magistral (“La insoportable levedad del ser”) en torno al conflicto entre la levedad y el peso en la vida y la historia humanas. La levedad de las relaciones y el peso de los atavismos, la pesadez del amor y la levedad del libertinaje, la gravedad de las ataduras y la ligereza del deseo, y, sobre todo, la reversibilidad de todo ello y el malentendido ancestral que confunde a las mentes y los cuerpos.
Lipovetsky, en su primer libro en solitario desde hace un decenio, se enfrenta al análisis de los temas referidos a lo que denomina el tiempo hipermoderno pero vistos ahora desde un prisma renovador. Como él mismo dice desde el principio, no cabe abordar la ligereza sin sentir la tentación de hacer de esta un rasgo o un atributo de su estudio. Nada más pesado, sin embargo, que un tratado ligero sobre la ligereza. Un tratado que no toma lo bastante en serio su objeto de estudio. No es el caso. Lipovetsky ha practicado el windsurf en lagos y océanos y como activo windsurfista del pensamiento sabe que el momento en que la tabla despega de la superficie del agua y sobrevuela movida por la potencia del viento que impulsa la vela es el momento de verdad del discurso. La sensación de levedad asociada a la fuerza de penetración y desplazamiento.
En un asunto como este no caben medias tintas. No se puede estar a favor de la ligereza del modo de vida de la sociedad consumista y capitalista ni tampoco en contra de una manera radical. Con gran astucia discursiva, Lipovetsky va trazando un incisivo retrato de la época a partir de lo que el ideal de la ligereza aporta de positivo o de negativo en todos los campos: desde el consumo y la economía al cuerpo y la salud, la tecnología y la ciencia, la vida privada y la pública, la sexualidad y los roles sexuales, los placeres culinarios y las modas vestimentarias, el arte y la arquitectura, la democracia y la ética, etc.
Y lo hace siendo consciente en todo momento de los límites, extremos y paradojas de nuestro tiempo. El aligeramiento de grasa, la obsesión por el sobrepeso y la belleza esbelta que afectan a la cocina y el cuerpo producen también anorexia y bulimia. El sexo se libera de lastres heredados y, al mismo tiempo, se sobrecarga de la angustia individual de la libertad excesiva y pierde gratificación instintiva. El arte se libera de la trascendencia y, sometido a las leyes del mercado y asimilado al consumo de lujo, se vuelve irrelevante. La arquitectura se impone en las metrópolis como expresión del poder de las multinacionales. La tecnología cuanto más atractiva y portátil se ofrece más escapa al control de los usuarios. La tiranía de la frivolidad y la seducción de la publicidad fascinan y fastidian a partes iguales.
No es casual que Lipovetsky reivindique al final la “ligereza de ser” propugnada por Nietzsche: la vieja aspiración a una forma de vida ingrávida, desprovista de las lacras de la pesadez existencial y repleta de gracia aérea.