sábado, 8 de abril de 2017

GADDIS GANADOR


[William Gaddis, La carrera por el segundo lugar, trad.: Mariano Peyrou, 2017, Sexto-Piso, págs. 246]

…la propensión de la mente a simular, a fingir, a fabricar, a inventar. En otras palabras, a urdir una ficción que nos resulte conveniente. Es indudable que una notable capacidad para creer en lo ilusorio es un valioso atributo para un escritor a la hora de construir tanto sus personajes ficticios como su propio personaje. Por lo tanto, no es demasiado sorprendente descubrir que esta capacidad, con bastante frecuencia, se ve impulsada por un deseo igualmente notable por las bebidas fuertes...

-W. Gaddis, "Viejos enemigos con caras nuevas", p. 133-


La ironía americana es una de las grandes aportaciones culturales de Estados Unidos. Nada que ver con la ironía europea, mucho más amarga. Esa ironía solo puede surgir de un país joven que, a pesar de la apariencia de plenitud, sabe que sus bolsillos están agujereados y a su traje se le ven las costuras y los remiendos. William Gaddis es el máximo artífice literario de esa clase de ironía y este espléndido volumen de ensayos reproduce el mundo ideológico del que germinaron todas sus novelas.
Por si alguien no se acuerda, William Gaddis es, sin duda, el novelista norteamericano más influyente e importante de la segunda mitad del siglo XX. Sus cinco novelas abordan la influencia del capitalismo y el dinero en la sociedad moderna desde una perspectiva satírica no exenta de humor negro y un deslumbrante lirismo. Son narraciones oblicuas, elípticas, excesivas, plagadas de personajes grotescos y de diálogos y monólogos delirantes. Se trata de novelas, en suma, que no aspiran a la verdad, esa fábula consoladora, sino a alegorizar el sinsentido del mundo sin moralizar demasiado.
En el ideario irónico de Gaddis, los ganadores son los perdedores y los perdedores los ganadores y los mayores fabricantes de mentiras y ficciones, fabulaciones y mitos banales, no son los escritores sino los hombres de Estado, los políticos y los burócratas, los predicadores y los publicistas, los empresarios y los militares. En uno de los ensayos más instructivos, que da título al libro, Gaddis revisa el tema del fracaso en la literatura norteamericana para terminar demostrando que es el tema esencial de una nación y una cultura sobre las que la ideología capitalista del éxito gravita con tal fuerza que es imposible alcanzarlo y condena a sus ciudadanos al fracaso paradójico.
Conviene leer ese mismo ensayo fundamental para descubrir una de las ideas más potentes de cuantas Gaddis manejó en sus ficciones y reflexiones: “cuanto más ingeniosamente, cuanto más humanamente e incluso cuanto más cómicamente, en especial al exagerar la sátira, tratemos de captar la realidad –incluso se podría decir la verdad-, más vigoroso es el esfuerzo del Estado para huir de la realidad por medio de ficciones de tal magnitud y audacia que nos abruman y nos dejan llenos de admiración y desaliento” (“¿Cómo imagina el Estado? La suspensión de la incredulidad”).
La alianza innata del capitalismo y la tecnología y el aumento de la complejidad tecnológica como gran amenaza para individuos y sociedades, culturas y artes, es una de las preocupaciones recurrentes en el pensamiento de Gaddis. Así lo muestran su estudio truncado sobre la pianola y su agudo análisis de la guerra de Vietnam en clave informática de gastos militares, cálculos tecnócratas y bajas humanas.
Es interesante comprobar, en sus textos escritos para corporaciones o los discursos que redactó para otros, cómo la escritura de estos servía a Gaddis para canalizar opiniones que nunca habría asumido en primera persona. Este recurso a la polifonía y la ambigüedad es la técnica principal de sus novelas, donde la pluralidad de voces de los personajes termina neutralizando la tiranía de la opinión única o la voz dominante y mostrando un paisaje ideológico de una gran riqueza e ironía.
Dejo para el final un breve texto titulado “Madres”, donde Gaddis da voz a su madre para que formule una visión del mundo que encaja con su credo de novelista. Este juicioso consejo materno recibido por Gaddis cuando era apenas un artista adolescente sintetiza el sentido global del libro: “Bill, que no se te olvide que en el mundo hay mucha más estupidez que maldad”. 

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