España, en Semana Santa, se pone su disfraz más rancio y trasnochado.
Todas las
primaveras el mismo golpe de estado espectacular y no nos acostumbramos. Las Vírgenes,
los Cristos, los nazarenos, los legionarios, los penitentes de la España eterna
tomando las calles por asalto para asombro de los turistas chinos y fastidio de
minorías ilustradas. Ese es el plan de las vacaciones. Vírgenes lacrimógenas y
Cristos desgarrados por una saeta y también turistas europeas despatarradas al
sol.
Algunos nativos
llaman cultura a esto y tildan de incultos a quienes no comparten el regusto populachero
y supersticioso del evento. El porcentaje del PIB y el 21% de IVA son los
signos de distinción de la verdadera cultura. En comparación, la Semana Santa cofrade
se reduce a factoría local de imágenes religiosas del horror. Como si no
tuviéramos bastante con las atrocidades de los telediarios.
El caso de
Cassandra Vera escandaliza a la inteligencia. ¿Es Carrero Blanco una víctima de
los sicarios etarras o un secuaz asesinado del dictador? ¿Reírse de Carrero es hoy
una prueba de ingenio o un indicio de estupidez? Siempre estamos con lo mismo.
La izquierda descolocada que rebusca en el vertedero del pasado motivos para
sentirse fuerte. Y una derecha franquista que reconquista el territorio
invadido, calle a calle, plaza a plaza, con eficacia medieval. ¿Y si detrás del
asunto de la tuitera “trans” solo hubiera un pulso judicial por hacerse con el
control de la opinión en las redes sociales?
La
procesión prosigue, por dentro y por fuera. España es un país para viejos longevos
en el que el gobierno, en un gesto electoralista, se gasta casi la mitad del
presupuesto en pensiones. Y los jóvenes, que ponen la carne fresca y a menudo son
carne de cañón, no encuentran su sitio en la vida ni un puesto de trabajo digno
y duradero.
Al lado
de mi casa, con gran despliegue de medios, acaba de instalarse una avanzada clínica
de investigación genética. No descarto que algún día, entre sus servicios
especiales, se cuente una terapia revolucionaria para combatir las taras genuinas
de naciones y pueblos. España es un carnaval todo el año y no solo antes de la
cuaresma. Las procesiones nos recuerdan que somos un país viejo en permanente
crisis de identidad. Necesitamos una reconversión radical de las imágenes y
máscaras de nuestra cultura y no repetir, año tras año, la misma pantomima
melodramática de madres que sufren lo indecible por el suplicio de un hijo escarnecido
para expiar los males del mundo capitalista.
La España
folclórica tiene mucha fuerza y un tirón turístico innegable y la España
ilustrada quizá solo sea un camelo para élites en bancarrota. A los políticos
ambiciosos, como la nueva papisa andalusí, les conviene halagar el gusto mayoritario.
En este país, si no comulgas con pasiones colectivas, te ponen enseguida el
capirote y te sacan en procesión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario