[Raymond Queneau, Obras completas de Sally Mara, Blackie
Books, trad.: Mauricio Wacquez, José Escué, Manuel Serrat Crespo, 2014, págs.
407]
La picardía erótica francesa y el sentido del humor
irlandés, como hibridación estética, solo podían producir vástagos
estrambóticos, rebosantes de chistes impúdicos e insinuaciones insanas. Y si el
manipulador del juego es además Raymond Queneau la orgía no podría ser más festiva
y tonificante. Las máscaras de Queneau se multiplican para regocijo de sus
lectores y estupor de la preceptiva poética y la normalidad académica: experto enciclopedista
en locos literarios, obseso (hetero)sexual, versado en freudismos irrefrenables
tras someterse un año entero al diván con paciencia enfermiza, erudito en
ciencias patafísicas que muchos contemporáneos apenas sabrían deletrear sin
trabarse la lengua, merodeador surrealista, políglota glotón de gramáticas exóticas,
retórico socarrón adicto al arte del calambur y el retruécano, poeta científico
y pesimista y, por si fuera poco, novelista inventivo y prolífico.
En 1947 publica una ficción folletinesca de sesenta
y seis capítulos (Siempre somos demasiado
buenos con las mujeres) bajo seudónimo femenino (Sally Mara) en las
Éditions du Scorpion donde Boris Vian venía de triunfar con novelas negras de extrema
violencia. Queneau no dijo que no a la propuesta y aceptó el desafío, perpetrando
una hilarante broma a costa del Ulises de Joyce (con parodias escatológicas del
stream of consciousness de Molly Bloom
en los capítulos IV, VII, IX, XII y XIV), supuestamente escrita en gaélico y
traducida al francés, que encubría bajo un manto de comicidad disparatada una
burla sarcástica a la identidad y la cultura irlandesas. La conjugación del
título vagamente misógino con el travestismo textual y sexual de la autoría
lograba ocultar el alcance de esta novela con pretensiones históricas, donde se
narraba, como una versión porno de Blancanieves y los siete enanitos, el grotesco
asalto a una oficina de correos dublinesa ejecutado el 24 de abril de 1916 (efemérides
de la insurrección independentista) por siete aguerridos militantes republicanos
(de nombres joycianos, reales o apócrifos) y su encuentro fatídico con una voluptuosa
virgen británica (Gertie Girdle, con connotaciones joycianas de alto voltaje
sexual) que acabará arrastrándolos, tras explotar su libertinaje y lubricidad hasta
licencias inconfesables, a la derrota y la muerte.
Como la fechoría estilística contra el mayor
novelista de la modernidad pasó desapercibida, Queneau publicó en 1950 el Diario íntimo de Sally Mara,
reconstruyendo en sus procaces páginas el ingreso en la mayoría de edad y el
conocimiento carnal de la escritora imaginaria. El diario relata en francés,
con malicioso humor, las experiencias escabrosas y exploraciones picantes que, entre
los dieciocho y los diecinueve años, permitieron a la ingenua pornógrafa Sally
Mara descubrir la importancia capital de los deseos y pulsiones ocultas en la
realidad dublinesa por la que transitaba con tanto asombro como curiosidad. Tal
descubrimiento íntimo, por otra parte, como el disciplinado aprendizaje del
gaélico y un matrimonio anodino, aparece guiado por el prurito de escribir una
novela futura de título tan indeciso todavía como su temática (Siempre somos demasiado buenos con las
mujeres), amasada con pormenores truculentos y ambientada en el Dublín revolucionario
del día de su nacimiento, que sintetice su visión escandalosa y desaforada de
la vida. [Es curioso, por cierto, que aun hoy este aspecto cómico y sarcástico (en
la línea de maestros de toda profanación e irreverencia excesivas como Rabelais
y Jarry) siga confundiendo a muchos lectores de rigor fúnebre y acadecimicismo estéril que consideran
esta purga estética magistral de Queneau una obra menor cuando es uno de los divertimentos estilísticos más
inteligentes, imaginativos, divertidos y malintencionados que uno pueda leer.]
En 1962, Queneau culminará la broma cultural de
su alter ego femenino publicando sus “obras completas”. Estas se compondrían,
en principio, de la novela y el diario ordenados en cronología inversa a su
publicación original y de un divertido prólogo donde la autora inventada cobraba
voz para reivindicar su autoridad artística frente al autor real. Y, como
colofón, de una agrupación de “textículos” y “fruslerías” publicados por
Queneau con anterioridad (en 1944) y retitulados ahora como Sally más íntima. Rechazados con
desprecio por su presunta autora en el prólogo, estos ejercicios de estilo en francés (trozos
escocidos de humor verbal, aforismos
de ingenio duchampiano, homofonías obscenas o delirantes, etc.) articulan un provocativo
tratado de lengüística aplicada.
Besuqueos, toqueteos y chupeteos en la lengua de un extranjero (Michel Presle/Raymond Queneau) que es, en
definitiva, el primoroso traductor y amante literario de esta irlandesa tan
deslenguada e indecente como Molly
Bloom.
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