En una época convulsa y a la vez consensual como
la nuestra es muy difícil comprender la importancia del arte y aún más de la
estética. Es muy difícil convencer a una población castigada por el desempleo de
que el arte se relaciona con la falta de ocupación, el tiempo inútil o
desperdiciado no en la búsqueda desesperada de trabajo y dinero sino en la
tarea improductiva de la contemplación y el desarrollo de las facultades sensoriales
menos valoradas en el mercado laboral.
Como sugiere este espléndido tratado (Jacques
Rancière, El malestar en la estética,
Clave Intelectual, 2012), el descrédito de la estética lo causa, de un lado, el desprecio
por la acción ineficaz, por aquella parte de la actividad humana ligada a la
representación simbólica, y, de otro, la valoración capitalista de la actividad
rentable, provechosa o lucrativa. No obstante, si algo se ha demostrado en las
últimas décadas es que el mercado neoliberal puede conferir al arte un interés
económico del que carecía en otros tiempos. De ese modo, el desprestigio actual
de la estética es el programa compartido de dos facciones simétricas fácilmente
identificables: los que defienden la politización militante de la producción
artística, dentro o fuera de las instituciones que delimitan el espacio público
de exposición, y los que privilegian el éxito financiero y la cotización
comercial de obras y artistas como principales criterios de juicio estético.
Por fortuna, el mismo devenir del mundo se
encarga de corregir estas posiciones demasiado dogmáticas o sesgadas. Como sostiene
Rancière en la primera parte de este libro y confirma en la segunda al analizar
las estéticas o inestéticas
respectivas de pensadores de tanto fuste crítico como Alain Badiou y Jean-François
Lyotard, la instalación de un “nuevo desorden” en la realidad favorece la
conversión de la estética en forma suprema de pensamiento. La estética cuestionada
por muchos no se ocupa, por tanto, de imponer falsas jerarquías ni de sancionar
hegemonías del gusto, aun menos de marcar modas o tendencias entre el público
consumidor, sino de acoplarse a la materialidad creativa de la experiencia
artística, ya sea en la plástica, el cine o la literatura, con objeto de repensar
las cuestiones fundamentales en un tiempo de grandes mutaciones culturales y
desafíos éticos.
La paradoja conceptual de Rancière define el
“régimen estético del arte” como dominio exclusivo donde el arte puede llegar a
ser reconocido como tal al tiempo que se presenta como “cosa distinta” del
arte, más allá o acá de la idea establecida de lo bello. Esto parecería un
subterfugio intelectual para reinscribir en la estética una cierta influencia
de la historia, el compromiso y la sociología, pero no es así. En realidad, la
acertada estrategia de Rancière solo pretende sortear los escollos ideológicos
que se interponen entre el arte y el pensamiento con el fin de restituir al primero
la fuerza de transformación de la sensibilidad y la inteligencia que incorpora
como promesa a menudo incumplida.
Como asegura Rancière, solo un arte contemporáneo,
inseguro respecto de su función política y su ascendiente social, podría estar
llamado a “una mayor intervención por el déficit mismo de la política
propiamente dicha”. En suma, la estética del siglo veintiuno no propugna un
arte solo para artistas, como Nietzsche, ni un arte liberador de la condición artística
del individuo o la movilización revolucionaria de las masas, como las diversas vanguardias,
sino un arte transfigurado para cada uno en experiencia política singular ante
la ausencia de una auténtica política común.
2 comentarios:
Un texto bello y elevado, todo hay que decirlo; pero, por curiosidad, ¿me podrías explicar en qué medida, en consideración a qué elementos formales o conceptuales, la obra de arte que acompaña en imágenes a esta entrada "repiensa las cuestiones fundamentales en un tiempo de grandes mutaciones culturales y desafíos éticos"? ¿Cuál es tu experiencia política singular ante tal obra?
Saludos y muchas gracias
Entiéndelo como un gesto irónico de mi parte hacia mis propias palabras y/o hacia el artista elegido, el ahora nuevo ídolo de algunos...
Saludos desde México, donde ahora ando...
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