[Vista la apropiación infame y mercadotécnica, una por otra, que hace la narrativa más trivial y conformista de la ciencia ficción como género y de Philip K. Dick como paradigma del mismo, recupero este texto (con dos postdatas complementarias) que escribí hace cinco años con el fin de extraer a Dick del lugar común en que tales mediocres apropiaciones son posibles. Lágrimas que dan grima. Novelas para androides culturales.]
Uno de sus grandes intérpretes (Fredric Jameson) llamó a Philip K. Dick (en adelante, PKD) el “Shakespeare de la ciencia-ficción”, pero irónicamente sus tramas lo aproximan más a Calderón o a Borges, maestros de la irrealidad espectacular y el ilusionismo especulativo. El motivo de que las novelas y relatos de PKD sigan fascinando al lector, a pesar de (o, como creen algunos fans descerebrados, gracias a) su estilo descuidado y su desmañada (de)construcción genérica, radica en que cada obra de PKD, incluso las más fallida o reiterativa, obliga al lector desprejuiciado a hacerse la gran pregunta filosófica: ¿Qué es la realidad? ¿Cuánto hay de real en la realidad?
Pero lo más sorprendente es que esta interrogación radical la comenzó PKD durante los años cincuenta, inmerso en los parámetros estéticos del realismo más pedestre (en novelas entonces inéditas como Ir tirando o Confesiones de un artista de mierda, que anticipaban la retórica narrativa del realismo sucio sin pretenderlo), antes de darse cuenta de lo insatisfactorio de sus resultados y ambiciones. De hecho, Confesiones forma un extraño díptico con Tiempo desarticulado, una de sus primeras novelas de ciencia-ficción. En ambas se da la misma descripción minuciosa de la realidad americana de la época, con similares problemas existenciales, abulia suburbial y vidas malogradas, pero en una el decorado urbano se presenta como mímesis verosímil y en otra como simulación tecnológica. Esta transición estética expresa la idea de una América cuya cultura, según Kim Stanley Robinson, comenzaba a estar dominada por la tecnología.
En la enredada trama de Tiempo desarticulado, el protagonista descubre gradualmente que la realidad donde vive instalado como un marginal es un simulacro perfecto de la realidad histórica generado para él como hábitat ilusorio por el poder tecnológico-militar de 1998 con objeto de que sirva mejor a sus fines tácticos o estratégicos. Esta ingeniosa resolución narrativa es un paradigma del efecto exhilarante o angustioso, según el humor de cada cual, producido por las invenciones literarias de PKD: el extrañamiento experimental de ficciones que desgarran las apariencias y ponen en juego hasta el límite de sus posibilidades las ideas y estereotipos ideológicos que los diversos lectores manejan sobre la realidad. Si se lee como alegoría, en cambio, funciona como retrato (o autorretrato) desengañado del ambiguo lugar y el papel del escritor en el contexto cultural y político de la guerra fría y aún después.
Por tanto, la conciencia crítica de lo real obligó a PKD a transgredir los límites estéticos del realismo y poner en crisis los fundamentos filosóficos del mundo (“Desmonté el universo hasta encontrar su estructura básica”, declaró a propósito de Tiempo de Marte, otra de sus grandes novelas) y revelar la condición totalmente artificial de la realidad percibida. Baudrillard, uno de sus mejores lectores, señaló que el motivo principal de la singularidad de PKD se fundaba en la ambientación de sus ficciones escasamente científicas en “un universo regido por el principio de la simulación”, donde lo real se habría convertido paradójicamente en “nuestra verdadera utopía”. Así, en El hombre en el castillo, uno de sus grandes textos, simula un mundo histórico en el que la segunda guerra mundial la han ganado Alemania y Japón y se atribuye a un misterioso libro el contrapoder de deshacer la ficción de realidad sustentada por el poder hegemónico.
PKD acertó así a renovar el género de la ciencia-ficción, y acaso a consumarlo, redefiniendo su núcleo conceptual a partir del choque ontológico entre lo real y lo virtual y su potencial anulación mutua. En Ubik, su obra maestra, la multiforme mercancía mencionada en el título (una imagen cosificada de la divinidad) consigue enlazar, con su presencia ubicua de simulacro comercial, versiones excluyentes de la realidad temporal en la que, sin saber si viven o mueren, se mueven atrapados los personajes. Esta ficción fundamental supone, además, la aplicación lógica más rigurosa de la idea “dickiana” de la generación o degeneración de lo real (mundos encastrados, planos de realidad tangentes y zonas temporalmente autónomas, mundos inconexos, regresivos o residuales, etc.) desplegada también en novelas como Ojo en el cielo, Laberinto de muerte y Los tres estigmas de Palmer Eldritch, otra deslumbrante extrapolación futurista del siniestro mundo conspirativo de las corporaciones y la explotación capitalista.
Pero la inquisición sobre la realidad parecería incompleta si PKD no se hubiera interrogado simultáneamente sobre la condición humana, a través del antagonismo cognitivo con el androide, en artefactos fascinantes como Simulacra y Podemos construirle, o en el memorable relato La hormiga eléctrica. La apoteosis de este conflicto, sin embargo, la representa ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en cuya sofisticada trama la confusión entre androides y humanos se vuelve pura paranoia moral controlada policialmente (con ese supremo detector de “inhumanidad” que es el Test Voigt-Kampff) mientras la frontera "natural" entre ambas clases de criaturas es interrogada y explorada con perversa curiosidad (hasta el punto de incluir el coito adúltero de Deckard con Rachael, una androide seductora que empatiza con él).
Mientras se intoxicaba gradualmente con la droga mental segregada por su cerebro sobreexcitado, PKD iba trazando un mapa de la realidad donde el lector podía observar paso a paso el proceso por el que el mapa iba conformando el territorio hasta fundirse o confundirse finalmente con él. No es extraño, por tanto, que en la última etapa de su vida (como muestra la trilogía VALIS) PKD acabara metamorfoseado en uno de sus esquizofrénicos personajes, tratando de fugarse del mundo "real" californiano a un dudoso mundo alternativo de fantasías religiosas, como un profético precursor de la espiritualidad new age.
Postdata 1: Un fragmento excluido de mi novela Providence (Anagrama, 2009) donde se aborda la problemática recepción de la obra de PKD en ciertos medios culturales y académicos:
Le hablo de un escritor a quien Eva, o, si no ella, la estudiante de literatura comparada que habla por ella tantas veces, no puede soportar especialmente: era un drogadicto descreído, un misógino repugnante, un reaccionario político y un pésimo escritor. ¿Te parece poco? Me parece mucho, pero he leído tres o cuatro novelas suyas y, conociendo ahora íntimamente este mundo, el planeta americano y sus simulacros naturalizados y mecanismos sociales de gran sofisticación en el control y gestión de la vida privada, la literatura de Philip K. Dick me parece realismo, puro realismo, en el mejor sentido de la palabra, por supuesto. Es decir, absolutamente alejado de la versión de la realidad, más bien convencional, interferida por el poder, de la mayoría de la población de este país, incluida mi querida Eva. En cambio, para esta avezada universitaria de postgrado que encarna los altos valores culturales del sistema, Dick es sólo simulación pulp, imaginación barata, grosería figurativa, degeneración ideológica, chapuza estilística, poesía degradada, etc. Hay nombres que condenan a su portador haga lo que haga por evitarlo (lo sé bien por experiencia propia). Tal vez la feminista sensible que duerme en el cuerpo maltratado de Eva no pueda soportar la idea de que un escritor lleve como apellido sin avergonzarse el apodo popular del miembro masculino. Una abierta declaración del error genético que subyace a ciertas opiniones e interpretaciones de la realidad y las relaciones entre generaciones, razas y géneros. En suma, el nombre y la obra del autor en cuestión, nunca mejor dicho, son para ella un equivalente de la pintada en la fachada del Museo Metropolitano de Nueva York de una enorme polla, con su cilindro amenazante caracterizado como un bombardero militar americano y el bolsón de los testículos colgando debajo como bombas atómicas arrojadas sobre la población inocente…En todo el tiempo que llevamos juntos, Eva nunca ha podido comprender mi idea de que la cultura popular y el sistema de géneros han servido siempre en América, tanto en el cine como en la literatura, la televisión o el cómic, para expresar conflictos sociales, sexuales, políticos o raciales sin tener que adoptar los formatos de la alta cultura de importación europea, con sus evidentes limitaciones y posible esterilidad a ultranza; y para dar salida, además, a identidades problemáticas, a traumas ocultos o experiencias personales difíciles de asumir en otro tipo de discursos mucho más respetables y prestigiosos, avalados por la enseñanza y los valores culturales considerados superiores.
Postdata 2: Por si fuera poco, Philip K. Dick, el supremo freak literario, es el cronista de América concebida como una utopía freak. En su novela Los clanes de la luna Alfana, Dick presenta una colectividad lunática compuesta de alienígenas nativos y colonizadores humanos agrupados según las psicopatologías de la tierra original (maníaco-depresivos, esquizofrénicos, hebefrénicos, paranoicos, etc.). Esta imagen freak del futuro representa la coexistencia conflictiva, en un contexto tecnológico avanzado, del pasado y el presente antropológicos de América. La ventaja es que para entonces, como especula Dick en su novela Simulacra, la Casa Blanca ya no la ocupará un freak, como hasta ahora, con todos los problemas que eso acarrea, sino un androide democráticamente elegido. Un simulacro freak.
miércoles, 1 de junio de 2011
LA GRIMA EN LA LLUVIA ÁCIDA: EL EFECTO “DICK”
Publicado por
JUAN FRANCISCO FERRÉ
en
16:00
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5 comentarios:
Cipión: ¿Qué es la realidad?
Berganza: ¿Cuánto hay de real en la realidad?
Samuel Beckett: “I can’t go on, I’ll go on,”
Norman Spinrad: “Philip K. Dick was [...]arguably the greatest metaphysical novelist of all time in any language, and certainly the greatest in terms of connecting metaphysical morality to the lives of his characters through empathetic caritas. Not a stylist on the level of Disch, but more complete in human terms.”
Gracias por la recuperación de este prólogo. PKD (sigamos tu ejemplo) es un autor que no deja de abrir puertas, modos de ver.
Estaba pensando al término de tu texto, que, no obstante, esta serie de fusilamientos mediocres de las propuestas e intuiciones que aquí denuncias, son sin duda, un verdadero homenaje.Un plagio tan extendido como involuntario.
¿Siempre fue así? Parece ser.
El imperio no dejó de existir. Ser y no ser, además de calderoniano, casi cervantino en sus derivas ejemplares, con o sin vidrieras, con animales en diálogo sobre lo real, y su doble, ese casamiento engañoso donde se abre una puerta de oro, la de H.G.Wells (¿es posible leer La isla del Dr. Moreau como un antecesor de los clanes de Alfana?)
No es extraño, pues, que William Gibson se decidiera por el futuro del hoy..
Un saludo y hasta otra desde el Hospital de la Resurrección.
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PS: Un inquitante vídeo de Chris Cunningham, eterno aspirante a director de Neuromancer
Gil Scott-Heron - New York Is Killing Me (Chris Cunningham Remix) [Full 3 Screens HD]
http://www.youtube.com/watch?v=adq_e_NSzQ8
Excelente,mi querido amigo,excelente.Quisiera comentar a algunas cosillas de la película Blade Runner.
La película está presidida por el tema del tiempo. La Ciudad del futuro se muestra ya vieja, gastada, pasada (incluso pasada por agua, ciertamente). A los replicantes se les inventa la falsa memoria de un pasado que nunca existió (pero ¿ha existido alguna vez lo pasado?): esa memoria sirve para identificarles en la ilusión y denunciarles en la "realidad". En la Ciudad siempre es de noche, hora de sombras y luces chillonas más allá del crepúsculo. El detective afronta su último caso, vuelve hacia la tarea pasada que abandonó y la reemprende por última vez. Los ojos de los replicantes los fabrica un anciano milenario que vive en estado de hibernación; sus cuerpos, un joven artesano violentamente envejecido por el síndrome de Matusalem. Los animales son cosa del pasado, aunque perfectamente rerproducidos en autómatas del presente. Los replicantes vuelven a su origen en busca de su creador, obsesionados por el breve plazo de tiempo que éste les ha concedido. Quieren más tiempo, quieren todo el tiempo, quieren que el tiempo no pase por ellos. El líder albino se le va acabando el plazo concedido antes de lograr concluir la misión que se ha encomendado a sí mismo (rescatarse del tiempo). Finalmente sólo el amor se revela como capaz de un presente que no necesita pasado y se desentiende del futuro, fragilidad sin excusa y por ello mismo invulnerable.
Al final, cuando expira el tiempo, vuelve la constancia de lo irrepetible: "He visto atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanhäuser". Espectáculos ni más ni menos asombrosos que cualquiera de los testimoniados por el individuo más modesto. "He visto...estuve allí...padecí...anhelé...perdí...": sólo es lo que no es, todo ya es pérdida y lo llamamos nuestro. "Momentos que se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia".
Sigo en tu espacio.
Un fuerte abrazo.
Sí, Carlos, no puedo estar más de acuerdo con el cortocircuito que estableces entre Cervantes y Dick. De hecho, yo mismo ya establecí algo similar hace 6 años, con motivo del cuarto centenario de la obra fundacional, en mi texto "El Quijote: Instrucciones de uso", donde la Mancha se independizaba de España y erigía en república tecnológica, fundándose en la autoridad del profeta Cervantes, y además se transformaba en superpotencia mundial en la fabricación de tecnologías de última generación y efectos especiales, con "especiales" relaciones con China, por cierto... Todo ello presentado como un apócrifo diccionario enciclopédico sobre la cuestión firmado por un desahuciado paciente psiquiátrico llamado Alonso Fernández de Avellaneda, fallecido en la clínica M. Henri Bachelier de Madrid, etc...
Del sustrato ideológico de tal empresa literaria podrás hacerte una idea leyendo esta entrada antigua de mi blog:
http://juanfranciscoferre.blogspot.com/2009/04/el-quijote-instrucciones-de-uso.html
Querido Francisco: magnífica tu lectura a contracorriente de "Blade Runner". Lo que dices demuestra que la película, como creo, funda sus estrategias en una revisión anacrónica y nostálgica de la historia humana. El toque Ridley Scott, fascinante pero lastrado, se impone al texto dickiano para construir una fábula humana, demasiado humana sobre los límites de la visión humanista en un entorno de creciente tecnificación de la vida. Entendiendo ésta como una pesadilla historicista...Mi próximo post quizá vaya dedicado a esto...
Muchas gracias por tu espléndido comentario.
No es linda la prueba Voight-Kampff?. Se explica muy poco en la pelicula Blade Runner, aparece un tanto más problemática en la novela donde Deckard es un adultero y comienza su día modulando sus sentimientos. Creo que la redefinición del género de la CF no pasa por ese entronque entre lo real y lo aparente, aunque en algunas de sus novelas Dick parece decidido a establecer una suerte de victoria de lo "real". Pienso en "The penultimate truth", pero en "Palmer Eldritch" la resolución es clara: la distinción real/no real se difumina. Y eso parece que acontece de nuevo en "Ubik".
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