Sí, Ballard, el narrador que convirtió la ficción en campo de experimentación política y sociológica, supo predecir en sus últimas novelas los síntomas que desencadenaron el 15-M y todos los movimientos de protesta, insurgente y contestataria, contra la crisis del sistema (léase esta palabra con ironía) que están sacudiendo las sociedades europeas y, muy en especial en estos días, la española. La “Multitud” de Michael Hardt y Toni Negri es otra vía de análisis adecuada a lo que está pasando en la calle y estamos viendo a todas horas en televisión e internet: “La multitud en movimiento es una especie de narración que produce nuevas subjetividades y nuevos lenguajes…Esa es la lógica de la multitud…una teoría de la organización basada en la libertad de las singularidades que convergen en la producción de lo común”. Urge comprender esto, antes de juzgar y caricaturizar, como se hace desde todas partes por pereza intelectual, falta de perspectiva y conformismo ideológico. A pesar de ello, hoy me quedo, por razones personales de afirmación del poder analítico de la ficción, con las fabulaciones extremas de Ballard sobre la catástrofe programada y la pesadilla social de la postmodernidad, extrapolaciones narrativas de un confuso y crispado estado de cosas que muchos se resisten a reconocer por interés, indiferencia o miedo (allá ellos). Entresaco ahora algunos párrafos de un artículo de 2006 sobre su penúltima novela, Milenio Negro (Millenium People, 2003), donde todo esto se prefiguraba con imaginativa inteligencia:
En Milenio negro, ambientada en el Londres de renovada arquitectura de este convulso principio de siglo, Ballard acierta a despejar la incógnita política que muchos mandatarios mundiales, tan ebrios de poder como adormecidos en sus pedestres cálculos, son incapaces de imaginar como solución a la caótica ecuación coetánea: la amenaza más perturbadora para el orden dominante, contraviniendo la engañosa propaganda institucional, no proviene de los grupos extremistas de uno u otro signo, ni de los zarpazos atroces del fanatismo islámico, sino del desaliento y el tedio que aquejan ya al principal garante de ese mismo orden social establecido, la resistente clase media sobre la que carga todo su riguroso peso el sistema económico y político que depende de ella como un ávido parásito de su dócil portador.
Como en un sombrío tríptico de Francis Bacon, de una novela a otra Ballard sólo modifica el dato superfluo (el decorado, los nombres, las profesiones, la terapia, etc.) con objeto de radiografiar el monótono horror y también la pasión oculta de unas vidas aparentemente anodinas y uniformes en las que subyace un fondo orgiástico primordial que los mecanismos represivos habituales son incapaces de contener y las promesas publicitarias del sistema no hacen sino exacerbar con su incumplimiento sistemático.
Si un día los consumidores se cansaran de comprar y acaparar mercancías y bienes y se decidieran a tirarlo todo por la borda, sus vidas programadas y sobre todo los incontables objetos que las rellenan al vacío, se dedicaran a quemar coches y destruir casas y propiedades y poner bombas en museos, monumentos o aeropuertos, si esto pasara un día, de improviso, ¿qué dirían los sociólogos a sueldo del poder sobre esta radical insurgencia ciudadana? ¿Que es patológica? Y, sobre todo, ¿qué harían los gobiernos ante esta insubordinación tan delirante como gratuita de sus súbditos fiscales y electorales? Esta es la premisa irónica y perturbadora de la que parte esta novela apocalíptica. Como sucede en sus precursoras, la cerrada trama de Milenio negro no agota la inquietud, la perplejidad o la turbación causadas por su arriesgado designio especulativo. Mediante la catártica sublevación terrorista de los contribuyentes, Ballard logra mostrar con lucidez clínica que el descontento creciente de la clase media es tan endémico al capitalismo como lo es la única clase social de la historia sobre la que descansa un sistema que no puede prescindir de sus servicios ni tampoco satisfacer sus demandas. Por una vez, la sociología paradójica del nuevo siglo es servida en absorbente formato narrativo. Lo que desconoce el lector implicado en la perversa revolución liderada por Ballard es cuánto tardará la realidad en darle la razón a la sinrazón de la novela.
En su última novela (Kingdom Come (2006); traducida al español en 2008 como Bienvenido a Metro-Centre), Ballard daba un paso más allá en sus planteamientos, corrigiendo una parte del diagnóstico anterior, y se mostraba aún más pesimista con la deriva de los acontecimientos al señalar, a contracorriente, la respuesta más terrible, de entre todas las posibles, a la problemática situación de disolución violenta del contrato social engendrada por la lógica imperante del capitalismo tardío: “el consumo crea enormes necesidades inconscientes que solo el fascismo puede satisfacer”. Tampoco tiene desperdicio este aforismo de efectos corrosivos sobre los principios legales de las democracias capitalistas [no hay otras, como sabemos, aunque los perversos fines del capitalismo se muestren compatibles con formas autoritarias y hasta dictatoriales, como vemos a diario en China y alrededores]: “la sociedad de consumo es una especie de estado policial blando”.
Es hora ya de tomarse en serio lo que está pasando.
5 comentarios:
La mirada de Ballard es alarmantemente premonitoria y de una contemporaneidad marcada por la muerte del afecto y el relevo del paisaje físico por un paisaje mediático donde la realidad y ficción se confunden. Una visión de un siglo XX y XXI esencialmente psicopatológico, en el que fluyen en una cosmología traumática. La catástrofe es un concepto central en su obra. Lejos de establecer el orden, el personaje ballardiano percibe el cataclismo como un foco de atracción y se muestra dispuesto a aceptar las reglas que esa nueva realidad le impone, aunque eso suponga renunciar a su propia identidad, a la cordura e, inevitablemente, a su supervivencia. Lo que está en juego no es tanto la autodestrucción, sino la reducción del cambio y el tortuoso camino hacia la plenitud psicológica.
Vivimos en una profunda crisis que no es económica, como la mayoría podría pensar. Como yo lo veo, el problema está en la psicología de la gran masa. Estamos siempre en el borde, en el límite de algo latente, presente, pero que en última instancia no podemos ver. El fracturado horizonte de nuestras ciudades parecen el encefalograma zigzagueante de una crisis mental irresuelta.
Ballard es un buen aditivo para una sociedad que se escuda tras las falsas apariencias y el pensamiento positivo, una sociedad agitada y basada en visiones reduccionistas o simplificadoras. También es un buen aliciente para a aquellos que están sometidos a las esperanzas frustradas que les hacen desesperar de la política como respuesta a todo.
Otra coincidencia,amigo,Ballard es uno de los escritores que más he leído.
Un fuerte abrazo.
Gracias.
Gracias por abrir.
Y menos mal que el movimiento que esta tomando las calles de Europa es pacífico y esperemos que sea por siempre, porque si te pegan no se hasta cuando puede uno aguantar sin devolver la torta.
Nuestro querido Ballard... Podría decirse que J.G. es un Bosco de la literatura. Al menos a mí me lo parece. Siempre observando (y narrando) los subterráneos de la conciencia. O el decorado en el que vivimos.
Y en cuanto a la insurgencia ciudadana de la que hablaba Ballard, me vienen a la cabeza The Weathermen. Es, claro, algo distinto a lo que habla el británico (pero sus motivos pueden ser semejantes). Tal vez algo más underground (evidentemente) que todo el movimiento 15M. Tal vez equivocados (los hombres-del-tiempo), pero hijos de su época.
Hay un documental accesible en el blog NARANJAS DE HIROSHIMA:
http://naranjasdehiroshima.blogspot.com/2009_03_01_archive.html
Un poco de historia sobre la desobediencia hacia el sistema (léase esta palabra con ironía...).
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