Gran noticia. REVOLUCIÓN ha ganado el Premio
de la Crítica de Andalucía a la mejor Novela de 2019. Me alegro mucho.
Hace justicia a la novela y a Marcel, el pequeño y amado erizo que la inspiró.
Murió hace un año y a él está dedicada REVOLUCIÓN. Marcel apareció en mi vida
por sorpresa, la cambió para siempre y me regaló, además, esta novela única. La
vida es un milagro, no permitamos que nada la degrade ni destruya…
En homenaje a Marcel, al jurado que la ha premiado y a los lectores
y lectoras cómplices de la novela reproduzco aquí las páginas finales de REVOLUCIÓN.
[La ilustración es obra de Vicky Molina]
A mediodía, al blindar
la puerta de acceso de la parcela con el cierre hermético, veo a un erizo
puesto en pie, pataleando y dando cabezadas con el morro contra la tela
metálica de la valla de protección.
Le abro la puerta al
nervioso animal con rapidez y la cierro de inmediato, pulsando de nuevo la
contraseña en el teclado del móvil, en cuanto lo veo entrar correteando en el
recinto del jardín.
Lo sigo con la mirada en
su veloz carrera por el césped sin cortar hacia la piscina rebosante de agua.
Se inclina sobre el borde resbaladizo de esta con cautela y avidez, sediento
tras una noche de cacerías sutiles en el bosque, y bebe el agua de la lluvia
recién caída sin temor a envenenarse con los residuos de cloro.
Luego se aparta de la
zona enlosada de la piscina y va a cobijarse en un rincón del jardín, más
próximo a la casa, bajo las hojas exuberantes de la hortensia que está a punto
de florecer.
Y allí se echa a dormir
sin tardanza, transformado en una rolliza bola de pelos y púas a salvo de
cualquier alimaña.
Es Aníbal.
Lo reconozco enseguida por
los gestos inconfundibles y sé que él me ha reconocido también al cruzarse
conmigo en el sendero del jardín.
La reencarnación de
Aníbal.
Ha encontrado una nueva
forma de vida, más allá o más acá de lo humano, en la que quizá consiga
sentirse más feliz y realizado.
Aníbal no se suicidó,
por supuesto, pero no le faltaron razones y ocasiones a lo largo de su corta
vida para hacerlo.
Quien le haga daño a una
criatura como esta es mucho más que un asesino.
Es un psicópata.
El niño erizo se camufla
detrás de la gran maceta de la hortensia, adhiriéndose a una pared lateral del
mismo color, y dejo de verlo desde el lugar donde estoy parado, como si le
molestara mi insistencia en perseguirlo con la mirada o quisiera liberarme de
cualquier obligación hacia él.
Cuando entro en casa,
las lágrimas inundan mis ojos otra vez, pero ya nadie repara en ellas.
Buena señal.
Hemos superado la prueba
juntos y estamos a salvo.
Después de interminables
discusiones al teléfono, Ariana acuerda con la odiosa Lidia Durán la devolución
de todas las tarjetas de la casa esta tarde en el aeropuerto de Millares.
En el avión de vuelta,
con Ariana y Sofía y Pablo sentados junto a mí en la fila central de asientos,
tomo una decisión irrevocable y redacto a mano un juramento que no pienso incumplir
por nada del mundo.
Pediré el reingreso en
la función pública.
Volveré al instituto.
Volveré a ser profesor.
Volveré a enseñar.
Hay que parar esto.
Luchar con todos los
medios a mi alcance contra los bárbaros y los tecnócratas.
Afirmar el poder de la
vida frente a los especuladores y los hombres de poder.
Con todas mis fuerzas.
La inteligencia. La
cultura.
Hasta el fin de mis
días.
Hay que detener el
futuro.
En nombre de Aníbal.
Hay que cambiarlo.
He vuelto a casa.
No hay marcha atrás.
El mundo no camina hacia
su destrucción sino hacia su renacimiento.
El huevo de Abraxas.
Revolución es un acto de
escritura.
Adiós, Madre.
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