[Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Austral (junio) y
Minotauro (octubre), trad.: Miguel Antón, 2019, págs. 272]
En 2019 ocurre Blade
Runner y en 2019 se reedita
doblemente la gran novela en que se inspiró la magnífica película de Ridley Scott.
La novela es ahora más actual que nunca, como demuestra, para bien y para mal, Blade
Runner 2049…
En español, contamos ya
con tres traducciones y varias ediciones de esta obra maestra de Dick, lo que da una idea no solo de
su importancia y dificultad sino también de la riqueza inagotable de sus
planteamientos. Pero lo que más ha contribuido a la fama perenne de esta novela
es Blade Runner, una de las grandes películas de
ciencia-ficción de la historia. Y, sin embargo, más allá de las coincidencias
de trama y personajes, nada menos parecido a la estética neobarroca y ciberpunk
de la película de Scott que la novela existencialista de Dick.
Las dos preocupaciones principales de Dick se
enunciarían así: qué es la realidad y qué es lo humano. Su conciencia crítica
de lo real obligó a Dick a transgredir los límites del realismo en numerosas
novelas y relatos y postular la cualidad artificial de la realidad. Al mismo
tiempo, Dick interrogó la condición humana, a través del
antagonismo con el androide, en artefactos fascinantes como Simulacra y Podemos
fabricarte. La apoteosis de este conflicto cognitivo es ¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas? (1968), en cuya compleja trama la
distinción natural entre androides
y humanos es explorada con perversa curiosidad.
Ambientada en 1992, la novela describe un mundo
posnuclear donde habita una parte de la humanidad que ha sobrevivido a la
catástrofe mientras otra ha huido a otros planetas, los animales vivos son un
bien escaso y la fabricación de animales artificiales es una industria
floreciente. En ese contexto, la aparición en la Tierra de androides escapados
de las colonias extraterrestres es considerada un peligro para los
supervivientes. Y destruirlos es la misión de los cazarrecompensas como Rick
Deckard, que financia con esa actividad su afición a las mascotas. Armado con
su test de empatía (el eficiente test Voight-Kampf), Deckard se ve enfrentado
al mayor desafío de su vida profesional cuando le encargan “retirar” a seis
androides de última generación (los Nexus-6), más ágiles, fuertes y astutos que
sus antepasados.
Es irónico, en este sentido, que ciertos
episodios trascendentales ocurran en un entorno cultural. Deckard acude al
teatro de la ópera a matar a Luba Luft, una cantante extraordinaria que es una
androide, pero se ve envuelto en una oscura trama policial que implica
androides y humanos antes de poder ejecutar a Luba en un museo de arte donde
ella se ha refugiado durante la huida, descubriendo la belleza y emoción de la
pintura de Munch. En ese momento, cuando Deckard ve que su compañero Resch no
siente ninguna piedad por la androide ejecutada, comprende una paradoja sobre
la vida que relativiza la antipatía real de Dick por los androides. Estos
“andys” pueden ser más humanos que los humanos, desarrollando mecanismos de
empatía a imitación de sus creadores biológicos, y algunos humanos pueden ser
peores que los androides, próximos en su crueldad a la mente del psicópata. Al
tener sexo placentero, después, con una androide manipuladora (Rachael Rosen),
Deckard descubre que la empatía debilita a humanos y androides por igual.
Esta magistral novela narra, sobre todo, un
viaje mental al límite de la experiencia humana. Una trepidante aventura
desarrollada en el confín de la noche artificial donde el ser humano se
contempla en el espejo de la tecnología con que ha fabricado el mundo en el que habita y descubre la verdad y mentira de ese mundo donde todo, desde la economía a los
sentimientos y deseos, las relaciones personales y la sensibilidad estética, el
entretenimiento masivo y la creencia colectiva, es una construcción.
El futuro cibernético que Dick temía está en
marcha. Y una novela sobre robots humanoides como esta es mucho más avanzada e
inteligente que las predicciones de escritores desfasados como Orwell.