-¿Por qué un ensayo sobre la literatura? ¿Una buena excusa para hacer un repaso por los grandes de las letras?
Llega el momento en que un escritor, cuando ha hecho apuestas muy fuertes en lo literario, tiene que enseñar las cartas. Mostrar su juego en público. Esto significa señalar influencias, desde luego, pero también algo mucho más importante: exponer su particular visión de la literatura. Y, en especial, las relaciones que ésta, a través de obras, estéticas y autores muy distintos, ha establecido con la realidad de su tiempo. Y cómo estas relaciones, por obvio que parezca, han variado a lo largo del tiempo como lo hacía la misma realidad. Los científicos trabajan con modelos de simulación para conocer la realidad de sus campos de investigación. Esto es algo que los novelistas conocen bien, porque lo han hecho siempre. Las novelas son, con todas las diferencias y limitaciones de rigor, modelos de simulación que nos permiten descubrir dimensiones de la realidad que, de no existir, nos sería imposible conocer o reconocer. Por eso digo que este libro cuenta una historia de amor muy especial. La problemática historia de amor de la novela y la realidad.
-¿Y por qué una reflexión sobre el realismo y la realidad? ¿Qué papel juega cada uno?
La pregunta de la realidad es la pregunta clave que el libro le hace a los escritores y a las novelas, pero también a filósofos como Ortega y Gasset, que escribió sobre el género, no siempre con acierto. Cómo representarla. Cómo entenderla. Con qué categorías. Por qué la ficción narrativa está mejor dotada que la filosofía para comprender el mundo, en definitiva. Precisamente por esto mismo se plantea lo que denomino la batalla de la realidad a lo largo de la historia. Por no aceptar las visiones estereotipadas que se transmiten sobre lo que es el realismo y, sobre todo, lo que llamamos realidad, a falta de mejor palabra. Como me considero, con todo, un autor realista y, en las interpretaciones convencionales que se hace de mi obra, esto no parece tan evidente, nada mejor que poner en cuestión los recursos con que la literatura ha pretendido representar la realidad, sometiéndose en mayor o menor medida a la dictadura de los tópicos circulantes sobre lo que era esa realidad. Desde la literatura, se construye una determinada idea de la realidad y, por supuesto, desde otros medios mucho más influyentes en las versiones de la realidad que se imponen de modo mayoritario.
-Dices en el libro que, a lo largo de la Historia, muchos escritores se han hecho la pregunta y se han parado a pensar en su trabajo creativo. En tu caso, ¿cuáles son las principales conclusiones a las que llega?
La principal conclusión del libro es que en cada época la novela ha sabido responder a los desafíos de su tiempo, tanto en el siglo dieciocho, con los novelistas ingleses y franceses herederos de Cervantes y también con Sade, que enfatizó la importancia del cuerpo, así como en el diecinueve, con los realistas y naturalistas, y en el veinte, con la increíble expansión de la estética moderna, las formas, géneros y formatos de la novela cambiaron de manera radical, destacando muy en especial la importancia de la ciencia ficción y de un autor como Philip K. Dick en esta transformación conceptual. La respuesta del siglo veintiuno no puede ser de ningún modo la misma, por tanto, ya que el mundo también ha cambiado de modo sustantivo, como estamos viendo a diario en la televisión y en internet pero también en nuestra vida cotidiana. Es una cuestión de realismo reconocer que la realidad hoy la determinan los medios tecnológicos y, por tanto, la literatura ha de asumir esa primacía y hacerla suya de modo que las representaciones del mundo que incorpora en su discurso participen de esa condición mediada o simulada. Un mundo donde lo virtual y lo real se confunden, como en el cerebro del “Quijote”, hasta extremos alucinantes. No es posible entender lo que puede ser el realismo en la actualidad si la literatura no toma en cuenta la importancia de los medios tecnológicos en la definición de lo que entendemos por esa misma realidad. Esta es, sin ninguna duda, la apuesta final del libro, desarrollada capítulo a capítulo, como un razonamiento lógico. Para ser realista el escritor debe olvidarse de todo lo que ha aprendido sobre el discurso literario y enfrentarse a pelo a las nuevas realidades que configuran la experiencia de los habitantes de esta turbulenta época. Para ello debería empezar a prestar más atención creativa a las representaciones de la realidad que proceden de medios tan influyentes en las ideas y fantasías colectivas como la televisión, el cine, la música pop, los videoclips, los videojuegos y, en general, el ciberespacio y los demás productos de la cultura de masas. La novela tiene el poder de ampliar el horizonte de inteligencia del lector sobre la realidad en la que vive, pero para lograr ese fin debe ayudarle a modificar las categorías con que ha sido programado para entender una determinada versión de la realidad. Lo que denomino la versión oficial de la realidad, que es a la que la verdadera novela, como decía Kundera, se enfrenta con ironía.
-¿Qué hay de mímesis y qué hay de simulacro?
Esa es la cuestión palpitante del libro. Qué significa hoy ser realista para un escritor, ¿acaso puede significar lo mismo que hace un siglo o sólo medio siglo? Qué es el realismo en un mundo donde el simulacro se ha convertido en una categoría más de la realidad. Si el simulacro forma parte constituyente de la realidad, como en el apólogo borgiano sobre los cartógrafos, el realismo no puede consistir ya sino en integrar en la narrativa esa dimensión de irrealidad, la de la simulación del espectáculo y sus poderosos artificios, engaños y falsificaciones. No es posible, por tanto, ser fiel a la realidad, vocación principal del realista, si se ignora la influencia de lo virtual y lo digital en la configuración de eso que por pereza aún llamamos así. Para practicar la mímesis en la actualidad se hace imperativo, por tanto, incorporar las trazas del simulacro que impregna todos los ámbitos de la realidad y genera, con su influencia, una situación como la presente donde las viejas categorías representativas (clase, nación, política, pueblo, familia, tradición, trabajo, estado, revolución, espacio, tiempo, arte, literatura, etc.) se han derrumbado conceptual y vitalmente, o están sometidas a drástica redefinición. Ante esto, la novela, como género de géneros, no puede permanecer indiferente. Al menos si aún aspira a preservar su poder de representación de la realidad y de intervención en las representaciones ya existentes.
-Supongo que los conceptos habrán cambiado a lo largo de los años...
Precisamente porque existe la historia los conceptos cambian. O, más bien, se expanden y mutan de función o de sentido. La realidad se muestra alterada por los medios tecnológicos de producción y reproducción de realidad y la literatura, para no sucumbir y desaparecer, debe asumir de un modo creativo los procedimientos y las técnicas de esos medios tan influyentes para ser fiel a esa nueva realidad que no se parece en absoluto a las versiones más convencionales que sobre ella transmiten esos otros medios. No es que ya no podamos reconocernos en Galdós o Pardo Bazán, es que ya no podemos reconocernos tampoco en Joyce o Kafka, ni tampoco en los seguidores más conspicuos de éstos, a riesgo de convertir la literatura en un discurso irrelevante y ensimismado en sus logros pasados. He ahí todo el problema para un escritor que pretenda ser tan contemporáneo como lo fueron en su tiempo todos estos autores. Si el escritor no está a la altura de los desafíos de su tiempo, manejando toda la información disponible en las bases de datos de la realidad, no le hará ningún bien a la literatura. Suscribir los lugares comunes de la versión oficial de la realidad es lo que desactiva todo el potencial de intervención de la narrativa en los cada vez más complejos procesos de la realidad de nuestro tiempo. Hoy en día ser escritor es más difícil que nunca en la medida en que manejar toda la información que forma parte de la realidad en que se mueve exige del escritor dotes y capacidades muy distintas de las que se le exigían hace cuarenta, cincuenta, setenta o cien años.
-Y ahora, ¿el escritor debe ser fiel a la literatura o a la realidad?
A la realidad, siempre. El gran desafío para el escritor consiste en saber si debe seguir siendo fiel a la literatura tal y como esta ha sido entendida a lo largo del siglo veinte o si debe ser fiel a la realidad como se presenta ésta a comienzos del nuevo siglo. Sin prejuicios ni coerciones externas. Por eso el libro se subtitula “Ensayos sobre la realidad” y establece un marco que se desplaza desde Sade, por su importancia en la definición de una narrativa que pase por el cuerpo y las políticas del cuerpo, a David Foster Wallace, que ha hecho de las realidades del capitalismo actual su campo preferido de exploración. Desde que existe la modernidad como tal, la única obligación del escritor es ser fiel a la realidad, sea lo que sea ésta en cada época. Llamamos literatura a ese esfuerzo por el que el escritor intenta mantenerse, desde un código tan antiguo como el literario, a la par de los desarrollos más avanzados de la cultura, la sociedad, la economía, la política, las modas y las tecnologías. Este es el único criterio de contemporaneidad del escritor. Lo que llamaríamos su talento específico, si se prefiere. El problema que la realidad planteaba a los escritores en la historia no era otro, en resumen, que el de su responsabilidad en el modelo de realidad al que daban crédito y reconocimiento en sus creaciones, adscritas de antemano a un modelo ideológico de representación más o menos consensuado con la sociedad. De ese modo, la pregunta paradójica sobre la realidad se ha vuelto ahora en contra del escritor al obligarle a reconocer la versión de la realidad con la que se identifica antes siquiera de pensar en representarla. Y este libro sólo ha pretendido contribuir a hacer este aspecto de la cuestión aún más evidente.
Mímesis y simulacro. Ensayos sobre la realidad (del Marqués de Sade a David Foster Wallace), Juan Francisco Ferré, EDA, 2011.