“La base del sentimiento Fox es un proceso cultural, señalado por vez primera por Karl Marx, por el cual el auge de una cultura materialista y utilitaria trae consigo su opuesto especular, esto es, la emergencia de una mentalidad idealista”.
Eloy Fernández Porta, €®O$. La superproducción de los afectos (Anagrama, 2010).
“Se equivoca, señora, si cree que aquí se están cometiendo toda clase de excesos. Porque, como usted sabe, aquí se están cometiendo toda clase de excesos”.
Chiste (machista) esloveno.
Imagínense a Paris Hilton, la abúlica sacerdotisa del supermercado emocional, impartiendo desde un trono de Ikea lecciones sobre amistad, amor, relaciones personales y demás zarandajas de la vida sentimental ante un público televisivo que goza de una segunda vida, aún más excitante, en las redes sociales y otros mediadores tecnológicos de mala nota. Basta visualizarla predicando, a su manera negligente y seductora, sobre las virtudes de la nostalgia natural y el retiro espiritual, la pureza de las intenciones, la sinceridad emotiva y la ética de la actitud desinteresada, para hacerse una idea integral, a partir de la estrella mediática de uno de sus capítulos más provocativos (“Queen Lear”), de este tratado imprescindible sobre “la cultura afectiva más sofisticada y compleja que ha existido nunca”.
Hace un par de años, saludé la aparición del libro anterior de Eloy Fernández Porta, Homo Sampler, en los siguientes términos: “Este ensayo marca un antes y un después en el pensamiento español sobre las formas contemporáneas de la vida y la cultura. Un texto que se sitúa en la punta más avanzada de una inteligencia potencial del presente en toda su abrumadora complejidad”. En este sentido, que este magnífico libro haya resultado ganador del prestigioso premio Anagrama de Ensayo confirma que el pensamiento de Fernández Porta continúa en expansión y se perfila, sin ninguna duda, como el más pertinente y productivo para lo que él mismo denominó (en un libro anterior) la era Afterpop. Una cultura de los afectos, las emociones y los sentimientos que se engloba en lo que otros analistas han denominado el “capitalismo emocional” y Fernández Porta denomina también “la era del mercado afectivo”.
Las grafías del ingenioso título ya advierten sobre el mundo que el ensayo cartografía movilizando una prodigiosa pluralidad de recursos expresivos que incluyen, para dinamitar y dinamizar el discurso, la pirotecnia verbal, la ficción y la poesía, la parodia dialectal, la erudición y la licencia bibliográfica, el humor delirante y la fabulación teórica. El EROS del libro se reescribe, pues, con la “E” del euro, la “R” de la marca registrada, la “O” o el “Cero” con que se significa, según el autor, el reducto de la intimidad, la casilla vacía que aglutina y da sentido a los demás elementos de la ecuación, y, finalmente, la “S” barrada del dólar. Y no por capricho estético sino por convicción intelectual. Los dos símbolos monetarios acotan el territorio de las sociedades occidentales como campo de exploración privilegiado y establecen el cambio fluctuante de las divisas como una de las metáforas elementales del amor. Ese sentimiento en que cada una de las partes paga al otro con una moneda de valor diferente y experimenta, por tanto, el primer malentendido fundamental del amor entendido como transacción económica. El segundo malentendido, más tecnológico, es decisivo a la hora de caracterizar nuestra época, según Fernández Porta, como “el imperio de la mediación afectiva”. O, como dirían en alguno de los programas de debate multicultural de la “Heidegger TV”: “el conjunto de tecnologías, canales e instrumentos de proyección que contribuyen necesariamente a establecer y consolidar un vínculo emocional, otorgándole consistencia simbólica y significación social”.
Por otra parte, las iluminaciones sobre los modos culturales y las formas de vida del presente se intensifican en algunos capítulos antológicos, donde la risa actúa de incentivo al pensamiento. En “Hoy me siento Fox” se plasma una descripción lúcida y divertida de cómo una gran corporación televisiva (la Fox nuestra de cada día) construye con sus múltiples producciones la ideología sentimental de los espectadores en clave de aceptación del cinismo más despectivo y perruno como máscara mundana de una actitud idealista (la teleserie House, como representación paradigmática; la serie de animación Padre de familia, como encarnación transgresora del mismo espíritu). Tan extendido se encuentra este estado de alta temperatura emocional e hipersensibilidad entre las corporaciones que diseñan con sus campañas publicitarias y actitudes de corrección política controlada las actitudes del personal (contratado, mileurista, desempleado o sólo consumidor ocasional de sus productos) que ese sentimiento paradójico por el cual uno expresa asenso y disenso al mismo tiempo, claudicación y disidencia en el mismo lote, podría haberse llamado también, salvando las distancias con el primigenio, “efecto Starbucks”, “síntoma Sony”, “rollo guay Mediapro”, "vibración Vodafone" o “prurito Bansander”, entre otros logos reconocibles sin mucho esfuerzo en el paisaje urbano contemporáneo.
En el capítulo “La balada de la industria musical” se explora sin tapujos el sustrato de manipulación sentimental de la industria que contribuye a sostener con sus producciones la idealización sublime que lubrica con más eficacia y rentabilidad la maquinaria socioeconómica del sistema. El método discursivo de tal disección se basa, sobre todo, en invertir la percepción habitual de la música pop y rock mostrando cómo la temática del despecho amoroso masculino enunciada en las letras (con algunos matices, lo mismo valdría para la expresión habitual del abandono femenino) es transformada por la melodía en indicio de éxito comercial e índice descarado de la posición de mayor o menor independencia del grupo o el cantante en el escalafón corporativo. En “Ovidiodrome”, el arte de amar más antiguo del mundo se acopla con las mitologías erógenas y las poéticas elegíacas latinas, las metamorfosis somáticas (Ovidio) y las Metamorfosis® inducidas por las tecnologías mediáticas del capitalismo avanzado (Cronenberg), para desmantelar los presupuestos de cualquier ideología ingenua o idealista: “el capitalismo no sólo usa discursos idealistas para “vender cosas”, sino que genera modos de pensar idealistas, poéticos si se quiere, que no habían existido antes, y que fundamentan e informan el comportamiento utilitario”. Fernández Porta aplica en este capítulo esencial las técnicas de desenmascaramiento de René Girard, justamente reivindicado aquí como defensor de la “verdad novelesca” frente a las idealizaciones y falacias que construyen, con gran soporte de tropos y metáforas lexicalizadas, la “mentira romántica”.
La sección cenital, no obstante, es “El Informe Markopolos sobre tu eficiencia amorosa”, por todas sus implicaciones intelectuales y también por inaugurar una hilarante técnica de escrutinio ficcional consistente en proyectar en un futuro no demasiado lejano (en algunos casos unos años, en otros varios decenios) un estado de cosas cultural donde se habrían naturalizado todos los motivos que el ensayo aborda, radicalizados hasta extremos insospechados, permitiendo así una arqueología y una genealogía del presente más acordes con las categorías emergentes a comienzos del siglo 21.
Por esta razón, el programa crítico del libro se abre y se cierra con una propuesta simétrica de redefinición contemporánea del “ars amandi del capitalismo tardío” a partir de factores como la mediatización mercantil de los usos y discursos amorosos y la liberalización libertina de los afectos. En la obertura se formula la primera interrogante seria sobre lo que significaría el amor en los tiempos del consumo evocando la poderosa tutela de la Mastercard, la tarjeta de crédito del amo financiero. En la clausura, en cambio, se convoca a los neopaganos Michel Onfray y Camille Paglia para trazar una línea de fuga de la sentimentalidad dominante que, sin renunciar a las condiciones del sistema capitalista, sepa explotarlas en beneficio de una vida más intensa. Un canto de amor dionisíaco surgido, con ironía infinita, de entre las cuatro paredes del hipermercado global.