miércoles, 27 de abril de 2022

LA PROSPERIDAD DEL VICIO


[Apéndice sadiano de mi libro de ensayos de literatura comparada YIN Y YANG. El poder de Eros en las literaturas de Oriente y Occidente, de inminente aparición en la editorial Comares] 

El sexo es un asunto demasiado serio para dejarlo en las manos de la industria del porno o de cualquier religión o iglesia fanática, o de los sexólogos y psicólogos, que tratan de refrenar su fuerza perturbadora refinando la represión con moderneces ideológicas. Y el erotismo lo es aún más, si creemos que el placer sexual es mucho más importante que la reproducción. En este sentido, es un gran acierto reeditar una obra libertina de Sade tan licenciosa y estimulante como esta (L’Histoire de Juliette, ou les Prospérités du vice; 1797) en una época donde los malos imitadores del Marqués colman el mercado con sus mercancías sucedáneas. Esas depresivas historietas sobre la incapacidad de gozar y, sobre todo, la impotencia de elevar un discurso sobre el deseo, el goce y los apetitos del cuerpo a la altura de las exigencias de la carne, la inteligencia y el espíritu que las anima. Nunca en la historia moderna el sexo se exhibió con tanto descaro, el erotismo se envasó al vacío con tanta publicidad, las imágenes de la desnudez y el apareamiento genital se tornaron tan familiares en un contexto social tan promiscuo y, al mismo tiempo, indiferente al poder de perturbación primordial relacionado con el erotismo. La banalización en curso que ha sometido el erotismo a la misma lógica mercantil de todos los demás productos es uno de los males que más favorece la expansión del discurso reaccionario del puritano o el fanático religioso de cualquier signo. 

Una literatura puede ser juzgada por los escritores que produce, como signos culturales de su potencial expresivo y como síntomas de sus conflictos y dilemas internos. Una literatura como la francesa, que ha producido escritores extremos como Rabelais y Sade, o Flaubert y Baudelaire, destilados decimonónicos de ambos, es una literatura que ha de ser considerada excepcional en razón de la producción misma de escritores que son excepciones totales en el contexto de la literatura mundial.

En el caso de Sade (1740-1814), esta tesis se puede probar centrándonos en su obra maestra absoluta, esta singular historia de una mujer de voluntad libertina que nunca cede al imperativo de sus deseos y placeres: Juliette o las prosperidades del vicio, una de las escasas novelas del pasado de las que el lector, no digamos la lectora, sale de su lectura tan aturdido y perturbado como de las experiencias más intensas de la vida. Tenemos la fortuna, además, de que esta nueva edición (Cátedra, 2022) está encargada, junto con la traducción, a la catedrática Lydia Vázquez, gran experta académica española en literatura libertina francesa (y en Sade muy especialmente).

Hay muchos tópicos que desechar antes de abordar con provecho una lectura de tal envergadura literaria y filosófica. Nadie ha resumido tan bien las condiciones de legibilidad de esta novela sadiana como el crítico y escritor Guy Scarpetta. La primera condición sería la de aceptar que la lectura de Juliette requiere una cierta implicación libidinal y un gran sentido del humor y del erotismo. La segunda, participar de manera cómplice y distanciada al mismo tiempo de los fantasmas sexuales desplegados en sus páginas: esta paradoja permite disfrutar libremente de algunos platos del menú erógeno propuesto, no de todos, conforme al gusto individual. La tercera condición supone saber diferenciar los placeres ligados a lo imaginario, a los que nos podemos prestar sin temor, de los que encontraríamos gratificantes si se hicieran reales. Y la cuarta, y quizá la más complicada de tolerar en nuestra época, ya que constituye uno de los tabúes mayoritarios del nuevo siglo, es el reconocimiento de nuestra inclinación íntima a la voluptuosidad del mal: «Tel est sans doute, le véritable scandale, aux yeux des bien-pensants de tous les temps: cette façon d´explorer (et de nous permettre de recconaître) une virtualité vicieuse ou criminelle dont personne n´est exempt, puisqu´elle se lie aux resorts les plus intimes de la “volupté”» (Pour le plaisir, p. 304).

La insaciable Juliette, avezada agente del vicio, aprende a prosperar en sociedad volviéndose cómplice sexual de todos los criminales burgueses y libertinos aristocráticos, de uno u otro sexo, con los que traba contacto durante años en un encadenamiento interminable de orgías, crímenes, transgresiones, perversiones y lubricidad sin límites. El principio de placer que ha de gobernar la lectura de esta extensa y jugosa novela picaresca lo expresa a la perfección Juliette, la heroína disoluta de tantas aventuras eróticas, al concluir el relato orgiástico de su vida depravada ante el cuarteto de libertinos que la escuchan embobados, reconociendo su triunfo amoral sobre los valores convencionales: “La naturaleza no ha creado a los hombres sino para que se diviertan con todo sobre la Tierra; es su ley más preciada, será siempre la de mi corazón”.

En esta extraordinaria novela, las mujeres libertinas, lesbianas en muchos casos, como lo es la propia Juliette (“Hombre en mis gustos como en mis principios…quiero ser tu amante, tu esposo, quiero gozar de ti como un hombre”, proclama ante el ano encantador de la recién seducida duquesa Honorine de Grillo, prometiendo traer en la próxima sesión instrumentos más penetrantes que la lengua o los dedos); como decía, mujeres libertinas como Juliette, siguiendo el modelo de la secta de las anandrinas de Pidansat de Mairobert (Confession de Mademoiselle Sapho; 1784), alcanzan el máximo protagonismo en los actos y los discursos, lo que dota al texto de una deliciosa preocupación por el orgasmo femenino (“No es posible imaginarse lo que se obtiene de las mujeres haciéndolas descargar”), que es una de sus expresiones más innovadoras y avanzadas, muy afín a las preocupaciones de escritoras como la revolucionaria Anne-Josèphe Théroigne de Méricourt (1762-1817) y sus opúsculos incendiarios como el Manual del Libertino o el Catecismo libertino de 1791.

Al final de Juliette, ella misma, oficiando como la condesa Mme. de Lorsange, se asume como escritora o cronista de su vida, autobiógrafa en el sentido pleno de la expresión, y proclama el designio filosófico de su vida libertina y de su autobiografía registrada en forma novelística de la siguiente manera: “¿Por qué temer publicarla…cuando la verdad misma arranca los secretos de la naturaleza, aunque los hombres tiemblen por ella? La filosofía debe decirlo todo”. Sade habría diseñado el personaje de Juliette, según Pierre Klossowski, como un quiasmo de perversa sexualidad en que los papeles masculino y femenino cambian de actor según la acción ejecutada y el cuerpo concreto sobre el que se ejecuta, de modo que Juliette sería su semejante absoluto como mujer: una heroína andrógina, con cuerpo, inteligencia, sensibilidad y deseos femeninos y alma perversa de escritor libertino. Por esta razón, Sade no duda en encomendar la gozosa lectura de esta obra protofeminista a las “mujeres voluptuosas y filósofas”.

Un pensador como Michel Foucault nos recuerda una idea nada descabellada que subvierte las valoraciones históricas y literarias de Sade: el relato sadiano de las rocambolescas vicisitudes y peripecias libertinas de la aventurera Juliette era la obra que clausuraba el período clásico de la cultura, del mismo modo que El Quijote cervantino lo había abierto con su crítica al idealismo caballeresco y sus excesos de perspectiva subjetiva. Como anuncia Foucault en Les mots et les choses: «Sade parvient au bout du discours et de la pensée classiques. Il règne exactement à leur limite» (p. 224). La figura del libertino sería el nuevo caballero andante de las luces y la ilustración, en el momento histórico de cambio en que el último libertinaje aristocrático del mundo occidental se enfrentaba a su era crepuscular para dar origen a la “edad de la sexualidad”: «le libertin, c´est celui qui, en obéissant à toutes les fantaisies du désir et à chacune de ses fureurs, peut mais doit aussi en éclairer le moindre mouvement par une représentation lucide et volontairement mise en œuvre» (ibídem). 

miércoles, 20 de abril de 2022

MIEDO Y ASCO EN UCRANIA


[Publicado ayer en medios de Vocento]

 Termina la semana de penitencia y aflicción y la guerra de Ucrania se hace interminable. Sí, no podemos perdonarle a Putin sus pecados. Son demasiados y demasiado groseros. Cometidos, para más inri, en nombre de la Madre Rusia, esa santa matriarca. El pecado capital, imperdonable, son los muertos e impedirnos pensar en aquello que el ruido y la furia mediática desatados contra el dictador ruso han pretendido ocultar. Cualquier vicio parece irrelevante en comparación. La inflación, la precariedad energética y laboral, la pobreza, la incompetencia, la corrupción, la torpeza, la cobardía, la mezquindad. Con nombres y apellidos y caras reconocibles que más vale no evocar por prudencia.

La guerra es la economía por otros medios, sin duda, pero la política real no es el motivo de esta guerra. Todas las guerras han tenido causas económicas. La paz también las tiene. Así en la paz como en la guerra. La guerra y la paz son producto de equilibrios que no sabríamos nombrar sin desnudar la infraestructura del sistema. Cuando la paz se quiebra y se impone la lógica de la destrucción sobre la realidad, la economía nunca es la única explicación válida. Esta es una guerra tan capitalista como la paz previa, a juzgar por la fortuna de Putin y familia, pero hay un factor diferencial en esta guerra cuya incógnita geopolítica se despejará en el futuro.

La guerra ya es de por sí bastante espantosa como para soportar el suplemento de la propaganda de sus promotores. Como si estos criminales no pudieran afrontar la crueldad sádica de sus actos sin crear ficciones y comunicárselas enseguida a sus destinatarios reales, los súbditos rusos que deben respaldar la barbarie y el horror con su credulidad y sumisión. Y hay que aguantar además los discursos de sus cómplices. La derecha soberanista proyecta en Putin la fantasía wagneriana de un emperador reaccionario opuesto al progreso del pensamiento “woke” y el pluralismo sexual. Mientras la izquierda desnortada, en su tercermundismo estratégico, ve en Putin al eterno enemigo del imperio americano.

A Bill Maher, agudo comentarista televisivo, le da tanto asco hablar en su tertulia semanal de los desastres de la guerra de Ucrania que prefiere no hacerlo. Es la actitud más inteligente, desde luego. Sentir asco y también miedo. Miedo y asco. Asco por lo que está pasando y no conocemos del todo. Miedo por lo que podría pasar y no podemos imaginar. No soy tan inteligente. Entre el miedo y el asco, prefiero no elegir. 

miércoles, 13 de abril de 2022

LA GRAVEDAD DEL ARCOÍRIS

  

[Desde que comenzó la guerra de Ucrania, estoy releyendo a fondo, como era mi deseo desde hace mucho tiempo, El arcoíris de la gravedad de Thomas Pynchon. Se me impuso su lectura como una necesidad histórica dictada por las especiales circunstancias y ha terminado siendo, veinte años después de la primera relectura, un redescubrimiento apasionante, obsesivo y muy, muy productivo. Esta meganovela de Pynchon es una de las obras fundacionales (como 2001: una Odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) en el cine o Einstein on the Beach (Bob Wilson, 1976) en el teatro, por citar creaciones de análoga trascendencia) de la nueva cultura posmoderna de finales del siglo XX. Tenía razón Jonathan Lethem cuando decía esto: si El arcoíris de la gravedad hubiera ganado el Premio Nebula de 1973, y La Estrella de Ratner el de 1976, la ciencia ficción sería hoy la forma literaria culturalmente dominante… En febrero de 2023 se cumplirán cincuenta años de su publicación. Será el momento de festejarla, pase lo que pase hasta entonces, como se merece…] 

El arcoíris de la gravedad (1973), la tercera novela de Pynchon, es la más renovadora e importante de la segunda mitad del siglo XX. Su título original, de una exactitud provocativa, era “Placeres descerebrados” (“mindless pleasures”, el mapa aleatorio de las donjuanescas actividades sexuales de Tyrone Slothrop en el Londres bombardeado por los cohetes V-2 que intriga y excita a los investigadores militares que lo vigilan; Vintage, 1995, p. 270), pero no gustó al editor. Le negaron el premio Pulitzer por ilegible y obscena, aunque ganó el Premio Nacional en 1974. Si el Ulises de Joyce había probado, cincuenta años atrás, la ineficacia del realismo decimonónico para dar cuenta de la nueva realidad de su tiempo, El arcoíris de la gravedad fue aún más allá al certificar la fosilización de cualquier estética literaria que no asumiera la influencia determinante de la ciencia y la tecnología sobre la forma de contar historias en las sociedades más avanzadas de la historia. En esta sátira enciclopédica diseñada como una película de vanguardia, las experimentaciones más audaces en torno a cohetes, ordenadores, misiles, cerebros y plásticos se combinan con delirios paranormales, excentricidades sexuales, bromas musicales, films porno, alucinaciones lisérgicas y perversiones ideológicas para trazar un retrato apocalíptico del turbulento fin de la segunda guerra mundial y los gérmenes del futuro que comenzaban a gestarse entre las ruinas de un mundo devastado cuya imagen idílica había saltado por los aires junto con millones de sus habitantes.

En los fragmentos de El arcoíris de la gravedad que reproduzco a continuación, la novela habla de sí misma. El texto habla del texto y de la tarea de desciframiento del texto a través del “tropo”, como lo llamaría William Gass, en torno al cual orbita la totalidad de la trama novelesca: el Cohete. Este “tropo” astronáutico, como Santo Grial tecnológico u objeto sagrado del inconsciente, estructura la narración como búsqueda incesante y como obsesión mental y sexual de sus personajes principales (Slothrop, Blicero, Enzian). Mito y metáfora del poderío científico de los nazis que será trasplantado a la América de la posguerra y propulsará la carrera espacial de los años cincuenta y sesenta. Pynchon está gestando la novela cuando se producen dos acontecimientos emparentados. Uno, cinematográfico, el mítico estreno en 1968 de 2001 de Kubrick, con su pesquisa del monolito extraterrestre desde la prehistoria hasta más allá del infinito; y otro, histórico, político y tecnológico, el alunizaje iniciático en julio de 1969, cuando el falo yang del cohete espacial alcanza el orgasmo cósmico por primera vez acoplándose con éxito con la orografía yin de la luna…

En El arcoíris de la gravedad, Pynchon sabe leer los signos culturales y contraculturales de su tiempo con la agudeza de un semiólogo y maneja el arsenal de sus tropos con la pericia de un ingeniero patafísico a fin de hacer visible esa lectura trascendente mediante la ficción y la metaficción. Así, por ejemplo, quizá no existiría el comando africano (el Schwarzkommando) de adoradores del poder destructivo del Cohete (el S-Gerät) si Pynchon no hubiera visto en un cine californiano la secuela Regreso al planeta de los simios, estrenada en 1970, donde un grupo humano de telépatas mutantes, víctimas del holocausto nuclear, vive en el subsuelo venerando la Divina Bomba que destruirá definitivamente la vida en la Tierra. Gracias al espectro cromático del Cohete y sus fantasmas ideológicos, el arcoíris de la gravedad se invierte, al fin, en gravedad del arcoíris. La insoportable pesadez de la técnica vencida, contra la Historia, por la infinita levedad del ser: “descubrir que la Gravedad, tan conocida, es en realidad algo misterioso, mesiánico, extrasensorial en el cuerpo-mente de la Tierra” (“To find that Gravity, taken so for granted, is really something eerie, Messianic, extrasensory in Earth´s mindbody”; Vintage, ibid., p. 590 (la traducción es mía)).

Estos son los dos fragmentos de El arcoíris de la gravedad que inspiran esta reflexión parcial:

 

1) «Sí, así fue, ¿y si nosotros nos pusiéramos ahora a hacer de cabalistas al respecto? Por ejemplo, ¿decir que nuestro verdadero Destino es el de ser los magos escolásticos de la Zona, en algún lugar de la cual hay un Texto que debe ser recogido, analizado, anotado, explicado y masturbado hasta que le sea exprimida la última gota? ¿Y si diéramos por sentado — ¡naturalmente! — que ese Texto sagrado es el Cohete, orururumo orunene, el alto, el que se alza muerto, el que llamea, el más grande de todos (orunene ya está siendo modificado por los niños hereros de la Zona para convertirlo en omunene, el hermano mayor)…, nuestra Torá? ¿Qué más? Las simetrías, las posibilidades latentes, la hermosura del Texto real nos encantaron y sedujeron mientras este persistió en algún otro lugar, en su oscuridad, en nuestra oscuridad… Incluso tan lejos del Südwest, no se nos ahorrará la antigua tragedia de los mensajes perdidos, esa maldición que jamás nos dejará…

»Pero si estoy avanzando a través de él, el Texto Real, en este preciso momento, si lo es…, o si hoy mismo, yendo por entre la devastación de Hamburgo, respirando el polvo de cenizas, me hubiese pasado por completo inadvertido… […] Los bombardeos habrían sido el proceso exacto de conversión industrial, en el que cada liberación de energía se efectuaba exactamente en el lugar y momento requeridos, con cada onda de choque calculada de antemano para crear precisamente el desastre de esta noche y así descodificar el Texto…, y así codificar y decodificar una y otra vez el Texto sagrado…» (El arco iris de gravedad, trad.: Antoni Pigrau, Tusquets, 2002, p. 777; Gravity´s Rainbow, ibid., pp. 520-21).

 

2) «Sí, sí, tenemos aquí un escolasticismo: la cosmología estatal del Cohete. El Cohete sigue ese camino —entre otros— a través de otras espiras de serpientes visibles que latiguean sobre la superficie de la Tierra con irisada luz, con acerada letanía…, esas tempestades, esas cosas del profundo seno de la Tierra de que jamás nos habían hablado…, a través de ellas, a través de la violencia, hacia un cosmos de cifras, hacia una especie de Guerra de Cerebros al estilo Victoriano, entre finos paneles de madera marrón, como entre análisis vectoriales y de cuaternios en la década de 1880…, la nostalgia del Éter, de las elegantemente afiligranadas formas funcionales de plata, de estriado latón, equilibradas, como ancladas en la piedra, que reproducen las siluetas de nuestros abuelos. Estos tonos sepia están aquí, sin duda alguna. Pero el Cohete tiene que ser muchas cosas, debe responder a varias formas y siluetas diferentes en los sueños de quienes están en contacto con él —en combate, en el túnel, sobre el papel—, debe sobrevivir a las herejías con su esplendor, inconfundible… y es bien cierto que no habrán de faltar herejes: gnósticos que han sido arrastrados por una ráfaga de viento y fuego a las cámaras del trono del Cohete; cabalistas que estudian el Cohete como la Torá, letra por letra, remaches, copa del quemador y rosa de bronce, su texto es el de ellos para permutarlo y combinarlo con el fin de obtener nuevas revelaciones, siempre descubriendo; maniqueos que ven dos Cohetes, el del bien y el del mal, que hablan, en la sagrada idolatría de los Gemelos Originales (algunos dicen que sus nombres son Enzian y Blicero), de un Cohete bueno que ha de llevarnos a las estrellas y de un Cohete malo para el suicidio del Mundo, los dos en lucha perpetua.

   Pero estos herejes serán perseguidos, y el dominio del silencio se extenderá mientras cada uno de ellos desciende…; serán perseguidos por todas partes. Cada cual tendrá su Cohete personal. Memorizados en su buscador de objetivo estarán el electroencefalograma del hereje; los latidos de su corazón, tanto los más fuertes como los simplemente susurrantes; las fantasmales florescencias de su espectro infrarrojo. Cada Cohete conocerá así su cometido y dará caza a su hereje; lo perseguirá en silencio a través de nuestro Mundo, brillante y puntiagudo en el cielo, siempre detrás de él, a la vez guardián y ejecutor, cada vez más cerca…» (El arco iris de gravedad, ibid., pp. 1095-96; Gravity´s Rainbow, ibid., pp. 726-27). 

jueves, 7 de abril de 2022

TOMAR PARTIDO


[Publicado en medios de Vocento el martes 5 de abril] 

Las guerras obligan a tomar partido. Ponerse de un lado, apoyar a un bando sin pestañear. El furor de las guerras hace olvidar el mecanismo que se oculta detrás de su estallido. Tomar partido es peligroso en tiempos convulsos. Es un acto revelador de la actitud militante de algunos en un mundo global donde la ceguera se alía con la incongruencia hasta extremos deplorables.

Así, estoy dispuesto a entender que Rusia está sufriendo el ataque más salvaje e injustificado de su historia. Y que la organización criminal de la OTAN y sus gánsteres desalmados están infligiendo al pueblo ruso una crueldad abusiva. Comprendo también, con amargura, que la pasividad cómplice de la UE y la indiferencia culpable de la opinión pública europea ante la violencia de la agresión son un grave síntoma de cinismo político. La demostración, en suma, de que la democracia liberal solo causa conformismo y degeneración moral en la ciudadanía.

El horror que acontece delante de nuestros ojos no tiene perdón y la historia nos juzgará con severidad. Ver a Putin y a sus ministros clamar en vano por sus derechos en la esfera internacional, reclamando ayuda a la ONU con desesperación, suplicando la intervención de fuerzas mediadoras que pongan fin a las hostilidades, no deja de ser una repetición de los trágicos traumas de la Europa del siglo XX. Por otra parte, el silencio mediático, la censura de imágenes e información sobre una guerra injusta, confirma, por si aún fuera necesario, la nula calidad democrática de un sistema que naufraga sin remedio. Putin pretende, en definitiva, liberarnos del yugo opresor de la OTAN y nos negamos a reconocerlo con soberbia infinita.

Para colmo, que los ominosos oligarcas y los poderes corporativos del capitalismo que sojuzgan a la sociedad occidental hayan decidido ponerse de parte de los nazis ucranianos en contra de Rusia, no hace sino dar la razón a quienes culpan al carnicero de Washington, como les gusta llamarlo, de todo el mal que extiende su hegemonía por el planeta. No se puede ser europeo, declaran voces autorizadas, sin tomar conciencia de la complicidad ideológica con la barbarie en curso. Debemos alinearnos contra ella sin ambigüedad. Esta guerra defensiva pone a prueba, una vez más, el valor de nuestras convicciones y compromiso ético. Quitémonos las anteojeras y veamos la realidad tal cual es. Que no lo olviden sus partidarios. Nadie se ha esforzado tanto en favor del futuro de la Alianza Atlántica como Putin. No se lo podemos perdonar.