[Texto leído en la presentación de El gran imaginador (Plaza & Janés) de
Juan Jacinto Muñoz Rengel]
Desvarío laborioso y
empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas
una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos…
Hasta Borges habíamos dado por sabido que todos
los escritores de la historia eran avatares del mismo escritor, reencarnando
generación tras generación para reiterar el gesto de la escritura que abarca y abraza
al mundo con su intensidad y fulgor y lo hace renacer de entre la materia de
las letras como una realidad irreconocible. Hasta Borges habíamos supuesto que
ese escritor inmortal, esa trama infinita de escritores que se suceden en el
tiempo como las generaciones humanas para impedir que se apague el fuego de la
literatura y avivarlo con renovadas ficciones y personajes, contaba con una larga
teoría de precursores que inspiraban su escritura y permitían comprenderla.
Hasta Borges, santo patrón de todos nosotros los escritores postmodernos, la escritura
se conjeturaba análoga a las magias parciales y los procedimientos míticos del
sueño donde el soñador da realidad al mundo soñado con la fuerza de su
imaginación y lo puebla de criaturas inventadas para luego descubrir, en un
juego de espejos que esta espléndida novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel repite
con inteligencia, que él también es soñado por otro que sueña y es soñado a su
vez, y así al infinito, configurando un bucle eterno de lectura y escritura.
Ahora, gracias a la lectura apasionante de esta
novela de Muñoz Rengel, sabemos mucho más. Sabemos, por ejemplo, que todas las
peripecias de la biografía oficial de Cervantes son un infundio creado por el
gran embaucador que domina la intrincada trama de la novela como el demiurgo
preside su creación. Sabemos que desde su primer encuentro en la batalla de
Lepanto, cuando uno era ya viejo y el otro solo un joven arrogante e inexperto,
y hasta el último en Argel, el destino del escritor llamado Miguel de Cervantes
estaba sellado en la imaginación del grandioso fabulador cuyo nombre de
nacimiento es Nikolaos Popoulos. Sabemos que este inmenso fantaseador fingió a
lo largo de su dilatada y azarosa vida un centenar de heterónimos bajo los que
enmascaraba su antigua identidad y adoptaba una nueva para multiplicar el
número de las experiencias. Sabemos también que Popoulos auxilió a Cervantes en
Argel, cuando más lo necesitaba, y previó la génesis de la obra maestra con que
el escritor de Alcalá revolucionaría la literatura de su tiempo.
En la trama borgiana de sus múltiples viajes
reales o imaginarios, el proteico Popoulos transforma su cerebro hiperactivo en
un inmenso palacio habitado por todas las formas y los recursos de la ficción,
la fantasía y el ingenio y se convierte en autor de las primitivas versiones de
obras de terror y ciencia ficción que luego firmarían Polidori y Stoker, Mary
Shelley y Lovecraft, Gustav Meyrink y Wells, entre otros. Gran viajero del populoso
Mediterráneo y de los flujos oceánicos de la mente, dormida o despierta,
Popoulos vive una serie de aventuras y desventuras que lo transfiguran en esa
categoría inclasificable: el “gran imaginador, es decir, el protoescritor de la
modernidad, el escritor de escritores o gran inventor de todas las obras
literarias que han incendiado las bibliotecas occidentales desde Cervantes
hasta Borges, John Barth, Carlos Fuentes o Italo Calvino, sin olvidar a Umberto
Eco, discípulo de todos y generador de una corriente literaria que insemina de
fantasía la novela histórica de finales del siglo veinte.
“El gran imaginador” podría definirse, entonces,
como la biografía imaginaria del autor imaginario de esta fascinante novela,
alter ego creativo de Muñoz Rengel. Él es el gran fabulador del libro, aquel
que combate cuerpo a cuerpo con su personaje por ver cuál de los dos incurre en
mayores excesos imaginativos, como demuestran las secciones o capítulos donde
se describe la pandemia de incendios de bibliotecas, autos de fe, piras,
hogueras y quemas de libros, reales o imaginarios, que sacudieron al mundo tras
la invención de la imprenta, el episodio fantástico del sitio de Estambul por excéntricos
extraterrestres, resuelto con maestría, o la reescritura de la sangrienta historia
de Erzsébet Bathory y la del rabino de Praga y su mágica criatura de barro.
Una misma convicción nos une como escritores: la
creencia de que el poder de la fabulación, que es el verdadero poder de la
literatura, como supo entender Cervantes mejor y antes que nadie, es el poder
de embarcar a la realidad en un programa de riesgo y aventura no previsto por
los severos sistemas que organizan la realidad. Esta es la médula de lo
cervantino a la que apela con singular talento en su novela Muñoz Rengel para
traspasar la herencia cervantina y proyectarla mucho más allá, recogiendo todas
las fabulaciones y ficciones, todos los géneros y obras que desde la muerte de
Cervantes han perpetuado su legado desacreditado hasta el agotamiento y la
renovación permanente.
No obstante, una pregunta queda flotando en la
mente durante y después de la lectura. ¿Sería este el libro que habría escrito
Popoulos, alias Cide Hamete Benengeli, de haber tenido más fortuna en la vida?
La respuesta es inequívoca. Sí.