[Publicado hoy en
medios de Vocento]
Los años
acaban como las teleseries, con un guiño de continuidad cómplice, o
despidiéndose para siempre con una sonrisa amarga en los labios. La vida se
renueva temporada tras temporada, como las teleseries, hasta que se agotan las
ideas o fallan los espectadores. Y nunca adivinaremos cuándo o cómo termina. Año
tras año, nada cambia en realidad. Eterno retorno de la misma comedia del
engaño y el desengaño como máscara de la vejez. Todo fluye y muta y, sin
embargo, la mecánica permanece inalterable. El círculo vicioso progresa. La
vida es una paradoja china. Entramos en el año 20 del siglo 21 como en un
agujero negro o un agujero de gusano, sin saber adónde nos llevará. Quién iba a
decir cuando este viaje comenzó, allá en 2001, que llegaríamos tan lejos.
Seamos realistas. Esto se acaba. Esto está acabado. La decadencia es inevitable.
Asistimos al fin de una era. Todos los signos lo anuncian, desde la decrepitud
de “Star Wars” y “Los Vengadores” a “Juego de tronos”, con su masacre de viejos
personajes y vetustos escenarios. La vida, como decía el anatomista francés, es
el conjunto de fuerzas que resisten a la muerte. Solo queda seguir adelante,
mirar al frente y mantenerse en pie hasta el final, por lo que pueda pasar.
Como en
cualquier Nochevieja, en medio del bullicio y la fiesta, conviene reflexionar sobre
la finitud de las cosas. No sabemos qué pasará el año próximo, pero podemos
pensar en el futuro sin angustia, como recomienda mi psiquiatra. Basta con
abrazar el pensamiento trágico con que Michel Onfray explica el ciclo cósmico
de la vida en su tremendo libro “Decadencia”. Onfray reescribe la metáfora del
año como síntesis de la cronología universal. De ese modo, a las cero horas del
1 de enero estalla el Big Bang y a finales de ese mismo mes se forma nuestra
galaxia. En torno al 31 de agosto surge la Tierra en el sistema solar. Hay que
esperar al 13 de septiembre para hallar los rastros más antiguos de materia
orgánica y al 24 para contemplar la espuma inicial de nuestras amigas las
bacterias. Tras incontables fenómenos geológicos y milagros climáticos, el 31
de diciembre a las 21 horas es el momento estelar de la aparición de nuestros primitivos
ancestros en el escenario terrestre.
Hacia las 23 horas, 59 minutos y 26
segundos del último día del año nace la cultura como grafitis pintados en las
paredes de una gruta. Nos restan solo un puñado de segundos para conocer el
polvo y el esplendor de la historia civilizada. Y solo cinco meses después, el apocalipsis
cuántico del planeta. Celebremos, pues, este final de año como principio del fin
de tantas cosas conocidas, aunque no aún de la vida humana, faltaría más. Feliz
año del fin. De algún modo secreto, como diría Borges, todos lo son. Principio
y fin.